El Castillo de Berroquejo.
Un sobreviviente de las luchas de frontera.




A mitad de camino entre Jerez y Medina, la autopista -y la antigua carretera, reutilizada como vía de servicio- ciñe los pies de un mogote de roca caliza sobre el que se alzan, resistiendo el paso de los siglos, las ruinas del Castillo de Berroquejo. Conocido también, como del Berrueco o Barrueco, poco queda ya de este enclave medieval levantado en un lugar estratégico por el que atravesaban los caminos que desde tiempo inmemorial enlazaban el norte y el sur de la provincia, las tierras del Estrecho con las campiñas. Junto al cerro del castillo, aún discurre la vía pecuaria conocida como Cañada de Lomopardo o Medina que unía esta última poblacíón con el río Guadalete pasando también por El Mojo y la Laguna de Medina.

El topónimo de Berroquejo o Berrueco hace referencia a un “peñasco elevado que tiene semejanza con un gran hito o mojón” y que se presenta aislado sobre las tierras que lo rodean, tal como sucede con el montículo en el que se levanta el castillo.



Es nombre muy común en la geografía española y en la provincia de Cádiz encontramos también otros “berruecos”, como el cerro que se encuentra entre Medina y Chiclana, en el que se explotó una gran cantera, o el Peñón del Berrueco, en las proximidades del Mojón de la Víbora, entre Ubrique y Cortes, que es una referencia en el paisaje serrano y, como los citados, está constituido por un mogote calizo que emerge aislado en el terreno circundante.



El paraje del castillo de Berroquejo está situado en las proximidades de otros lugares que han sido también escenario de episodios singulares de nuestra historia como Fuente Rey, La Matanza, La Matanzuela, el Cerro de la Mezquita… Por sus cercanías discurría el acueducto romano de Tempul a Cádiz, que atravesaba tierras cercanas en uno de sus tramos menos conocido: el comprendido entre Las Piletas, El Pedroso y los Llanos de Guerra.

Una construcción mudéjar.



El Castillo de Berroquejo, “presenta la fisonomía de una típica construcción militar cristiana de tipo mudéjar de época alfonsí y su atribución principal era la de controlar las razzias que… realizaban tanto los benimerines del rey de Fez, como los más cercanos ejércitos del reino nazarí de Granada” (1).

Aunque carecemos de datos sobre la fecha de su construcción, ésta habría que situarla en torno al último cuarto del siglo XIII, tiempos de gran inestabilidad en la región. Conviene tener



en cuenta que este espacio central de la provincia de Cádiz fue tierra de frontera hasta bien entrado el siglo XIV, por lo que el enclave de Berroquejo debió jugar un papel importante en la estrategia defensiva de los castellanos, junto a otras fortalezas cercanas como las de Torrestrella (denominada también en algunas fuentes como del Berrueco), Alcalá de los Gazules y Medina. Todas ellas pertenecían, por donación real, a la Orden de Santa María de España u Orden de la Estrella, fundada por Alfonso X el Sabio en 1270 para la defensa naval de la corona de Castilla, si bien tendría una corta duración al integrarse sus miembros en la Orden de Santiago en 1280.



El castillo de Berroquejo conectaba visualmente con los citados, así como con otros hitos relevantes en el entorno próximo como el cerro de El Mojo y la Sierrezuela, estando vinculado también, posiblemente, al control de las vías de comunicación cercanas.

Hoy día, las ruinas del castillo despuntan entre lo acebuches y lentiscos que cubren la falda del cerro y casi ocultan el torreón y algunos de los lienzos de la cerca que aún se mantienen en pie coronando el peñasco. Esta pequeña elevación de roca caliza de edad jurásica, constituye una auténtica ventana tectónica (2), rodeada de materiales margosos y yesíferos.

La naturaleza rocosa del cerro ha permitido la sólida cimentación de la pequeña fortaleza y le ha proporcionado también las especiales condiciones de inaccesibilidad gracias a la verticalidad de los paredones naturales de roca. Debido a ello, sólo a través de profundas y estrechas grietas escondidas entre la vegetación, que se nos antojan secretas entradas, se puede hoy llegar hasta la torre con grandes dificultades.



Desde sus cercanías, el viajero puede observar –pese a la ruina del edificio- buena parte de su fisonomía. En lo más alto del promontorio destaca la torre de planta cuadrada y en sus laderas, a un nivel inferior, se aprecia parte de la cerca que rodeaba la fortaleza, con algunos lienzos construidos, al igual que la torre, con bloques y sillaretes de piedra caliza entre la que se intercalan a veces hiladas de ladrillos.



Las esquinas están protegidas con sillares de mayores proporciones y, en algunos casos, parecen haber sido “restauradas” con ladrillos para reforzar los ángulos de la torre y de la pequeña muralla que circundaba la peña y que aún se conserva en distintos puntos de su perímetro y, especialmente, en sus caras sur y oeste.



Una vez en el interior de la torre cuadrada, cuya techumbre se ha desplomado, podremos observar un hueco, a modo de ventana, enmarcado en un arco de ladrillo. En las esquinas de los muros de la torre se aprecian los arranques de las bóvedas y, en algunas de ellas puede



adivinarse los restos de lo que pudo haber sido una trompa, así como los de la antigua cubierta abovedada que estuvo sostenida por arcos de ladrillo cruzados, de los que se aprecia su traza.


Desde la torre, por los huecos abiertos en sus muros, obtendremos magníficas vistas de los alrededores y al observar los amplios horizontes que se aprecian hacia los cuatro puntos cardinales o el control visual que se obtiene sobre las vías de comunicación actuales, entenderemos el papel estratégico que debió jugar el castillo de Berroquejo en el pasado. En medio de las ruinas, llama la atención la vegetación que cubre los muros y las piedras, entre las que abundan las lustrosas matas de acanto, cuyas hojas fueron inmortalizadas en las columnas corintias.



A los pies del castillo, entre la maraña impenetrable que forman las copas de los acebuches, es fácil encontrar las piedras que un día debieron formar parte de sus muros así como restos cerámicos de época medieval. Algo más lejos, en la vía pecuaria que conduce hasta el peñasco, se aprecian montones de piedras que debieron pertenecer a construcciones medievales o tal vez más antiguas, a juzgar por los restos cerámicos de época romana que aparecen entre ellos.


La historia en torno a Berroquejo.

Aunque algunos autores sostienen que la Torre de Berroquejo fue uno de los lugares donde sufrió prisión Doña Blanca de Borbón, junto al Castillo de Medina, el Alcázar de Jerez y la torre de Sidueña, no existe constancia documental firme de dicha opinión (3). De lo que no cabe duda es que El Berroquejo era paso obligado en los itinerarios entre Jerez y Algeciras, por lo que no es de extrañar que buena parte de las idas y venidas de los ejércitos musulmanes y cristianos tomaran estos caminos, siendo estos parajes, en cuyas proximidades existían fuentes y manantiales, un lugar ideal de reposo y descanso. Así sucede, por ejemplo, con Alfonso XI, quien hasta en cinco ocasiones partió de Sevilla hacia las tierras de Tarifa y Algeciras y quien, al menos en una de ellas, descansa con sus tropas en El Berroquejo, pasando otras tres veces más por este lugar y sus alrededores. En 1340, cuando el rey emprende su segunda expedición para intentar conquistar las tierras del Estrecho, planta sus tiendas durante tres días junto al Guadalete, en espera de reunir sus tropas que acuden desde distintos puntos del territorio, mientras se abastece para la empresa militar que pretendía. El 25 de octubre harán las huestes un alto en Berroquejo, un lugar con agua (Fuente Rey) y abundantes pastos en sus alrededores como para permitir la acampada (4). Así recoge este episodio la Crónica de D. Alfonso el Onceno: “…Et otro día partieron luego dende, et fueron posar los reyes con sus huestes cerca de Medina Sidonia, dó dicen el Berrueco: et otro día fueron á un arroyo que dicen Barbate” (5). El Poema de Alfonso el Onceno (1348), confirma igualmente el paso del rey por este lugar, camino del sur: “Por El Berrueco pasaron /con sus pendones aína / a mano ezquierda dexaron / el castiello de Medina” (6). Una vez más, se utiliza también el nombre de Berrueco o Barrueco para referirse a este castillo.

Las condiciones especiales que estos parajes al abrigo de la torre del Berroquejo, reunían para la agricultura y la ganadería, no pasaron desapercibidas para la nobleza jerezana, deseosa de roturar nuevas tierras con las que engrandecer sus haciendas. Así, en el último cuarto del siglo XV, nos recuerda el historiador Fray Esteban Rallón que “… por este tiempo hizo merced el rey a Martín de Vera, hijo del valiente alcaide de Jimena Pedro de Vera, del castillo y casa del Berrueco de Medina y de cien caballerías de tierra en su contorno. Presentó esta gracia en el cabildo y la ciudad se opuso a ello, como perniciosa a sus vecinos” (5).

Y no es de extrañar la reacción del concejo jerezano ante la gran superficie entregada por Enrique IV a Martín Gómez de Vera (equivalente a 2.640 hectáreas). Por más que su padre hubiese prestado importante servicios a la corona y ganase luego la isla de Gran Canaria para los Reyes Católicos, las quejas del cabildo lograron que finalmente se “rebajara” la donación



a 20 caballerías (unas 528 hectáreas) en 1478, pese a que dos años antes, Pedro de Vera había logrado para su hijo la confirmación de la merced de Enrique IV. Con todo, lo que queda claro es que el castillo de Berroquejo y las tierras circundantes pasaron a manos de Vera para que, como señalaba la primera concesión real, “... podades labrar, en dicho Berrueco e Torre, qualesquier hedeficios que quisieredes e por bien touieredes; e a fortalecer la dicha Torre en la forma e manera que quisieredes, para lo cual vos do licencia por la presente". (8) Tal vez, las reparaciones que se aprecian en algunos paredones de la cerca o en las esquinas de la torre, reforzadas con ladrillo, puedan corresponder a esta época en las que la familia de Pedro de Vera se hace cargo del castillo. Sea como fuere, en los siglos siguientes, alejado ya para siempre el peligro de las invasiones meriníes, la pequeña fortaleza de Berroquejo perdió su valor defensivo y se fue arruinando poco a poco. En el “Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Tempul y despoblados y pueblos confinantes” (1787), obra de Tomás López, uno de los primeros que se traza sobre este territorio, figura la torre de Berroquejo con esta leyenda: “Barrueco castillo antiguo” (9).

Por su estratégico emplazamiento, este lugar continuó siendo un hito en las rutas medievales y de la edad moderna. Así lo demuestra, por ejemplo, la descripción del itinerario ente Medina y Jerez que encontramos en una “guía” de “Caminos y Pueblos de Andalucía. Siglo XVIII” fechada en 1744. En ella, al describir el camino, partiendo de Medina, se indica que “Saliendo… por el barrio de San Juan de Dios, se toma el camino Real seguido por olivares y viñas que hay a un lado y otro hasta una torre llamada el Barrueco, donde poco más allá entra el término de Xerez, cuya torre queda a la izquierda” (10).



Y aún hoy, pese al acoso de autopistas y carreteras, al cerco al que le han sometido los vallados y líneas de alta tensión que lo rodean, pese a los zarpazos en el paisaje de una cercana cantera, pese a todo y a todos… el Castillo de Berroquejo, declarado B.I.C. en 1985, sigue sobre su peñasco calizo reclamando la atención del viajero, casi arruinado sí, pero en pie. Igual que un sobreviviente que vuelve de la guerra.

Para saber más:
(1) Ruiz Serrano F. y Rodríguez Andrade F.J.: Berroquejo. Un lugar, una fortaleza, una referencia en el paisaje interior de la Bahía de Cádiz. http://torrestrella.blogspot.com.es/2007/05/berroquejo-un-lugar-una-fortaleza-una.html
(2) Mapa Geológico de España. Hoja 1.062. Paterna de Rivera. Instituto Geológico y Minero de España. 1987. p 17
(3) Antón Solé, P. y Orozco Acuaviva, A.: Historia medieval de Cádiz y su provincia a través de sus castillos.I.E.G.-Diputación Provincial, Cádiz, 1976. pp.248-250
(4) López Fernández, M.: De Laguna de Tollos al Campo de Gibraltar: la vía mas frecuentada por Alfonso XI. Euphoros, 2004, nº 7. pp.: 35-48.
(5) Crónica de D. Alfonso el Onceno, Cap. CCLI, p. 438, 10-15. Edición de F. Cerdá y Rico, 1787.
(6) Martínez Ortega, Ricardo.: El poema de Alfonso Onceno y la documentación latina y castellana. Acerca de su toponimia. Revista de Filología Románica, 1998, nº 15, pg. 311.
(7) E. RALLÓN, Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, 4 vols, edición de E. MARTÍN y A. MARÍN. Jerez de la Frontera, 1997, vol II p. 390.
(8) Martín Gutiérez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edada media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pgs 116-117
(9) “Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Tempul y despoblados y pueblos confinantes”. Dedicado al Excmo. Señor Conde de Florida-Blanca. Caballero de la Real Orden de Carlos III. Consejero de Estado de S.M., su primer Secretario de Estado y del Despacho... Por los Cabildos Eclesiástico y Secular de dicha Ciudad y por mano del Ilmo. Señor Baylio Don Francisco Zarzana, Mariscal de Campo de los Reales Exercitos.” “Don Tomás López, Geógrafo y Pensionista de S.M., compuso é hizo grabar este mapa, en Madrid á 4 de Noviembre de 1787." Agradecemos a F. Zuleta Alejandro que nos haya facilitado una copia de la versión editada a imprenta del mapa de Tomás López, y que laboriosamente ha digitalizado.
(10) Jurado Sánchez, J.: Caminos y pueblos de Andalucía (s. XVIII). Ed. Andaluzas Unidas S.A. 1989. pg. 132. Recoge copia de un Manuscrito Anónimo de la Biblioteca Nacional.


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Otros enlaces que pueden interesarte: Patrimonio en el mundo rural, Paisajes con historia, Mapas en torno a Jerez.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 20/04/2014

Palmas, palmitos y palmares.
Algunas curiosidades sobre nuestras palmeras autóctonas.




La fitotoponimia, aquella parcela de la toponimia que se ocupa del estudio de los nombres de lugares relacionados con plantas o formaciones vegetales, aporta datos muy valiosos para el conocimiento de nuestro entorno. En ocasiones, supone una fuente de información de primer orden que permite explicar los cambios experimentados en nuestros paisajes al facilitar datos sobre la vegetación que, en tiempos pasados, motivó que algunos parajes fueran bautizados con el nombre de determinadas especies. Hoy vamos a centrar nuestra atención en los topónimos relacionados con el palmito (conocido también como palma), acercándonos también a algunas referencias históricas y literarias para conocer mejor esta curiosa palmera tan familiar en nuestro entorno.

El palmito: nuestra palmera autóctona.

El palmito (Chamaerops humilis L.), es una especie característica de la región mediterránea y es la única palma autóctona que crece en nuestro territorio. Presente en todos los rincones de la provincia de Cádiz, en la actualidad apenas constituyen masas puras y suele ser acompañante de otras especies propias del matorral mediterráneo en espacios y suelos muy variados, desde las cercanías del mar, hasta las laderas montañosas de la Sierra



de Grazalema, donde llega a crecer a más de 1.000 m de altitud. Con todo, se desarrolla con mayor profusión en las campiñas de Jerez, Medina y Alcalá de los Gazules, llegando a formar en algunos parajes extensas manchas, especialmente sobre terrenos margosos del triásico y en las lomas y mesetas de suelo arenoso del cuaternario. En estas formaciones, suelen presentarse asociados a lentiscos, retamas, coscojas, y otras especies arbustivas y herbáceas propias del matorral mediterráneo (1).

En los parajes donde los palmitos se presentan con mayor densidad, puede hablarse de palmares o palmitares, formaciones vegetales de talla baja o media donde llegan a ser la especie dominante. Entre ellos suele haber abundantes claros cubiertos por un pastizal pobre y, en muchas ocasiones nitrificado, “ya que el uso más habitual de los palmitares es el de pastadero”. Entre las herbáceas que colonizan los claros junto a los palmitos las más numerosas son las liliáceas (Asphodelus –gamones-, Urginea –cebolla albarrana-, Scilla), las gramíneas (Stipa) y las compuestas (Anthemis, Anacylus –manzanillas-) (2).

La persistencia en la actualidad de palmares, de extensión cada vez más reducida y confinados en terrenos marginales, podría explicarse por la resistencia al fuego del palmito y su gran capacidad de rebrote, y en su rechazo por el ganado, factores que le hacen competir con mayor éxito en matorrales y pastizales frente a otras especies más vulnerables o más apetecibles para ovejas y cabras (3). Con todo, conviene recordar que se trata de formaciones vegetales amenazadas y en regresión, por lo que los palmitos están protegidos por la legislación ambiental.

Un poco de historia.

El palmito y los palmares formaron siempre parte de nuestros paisajes. No es de extrañar por ello que existan muchas referencias en las fuentes documentales que confirmen su distribución



por todo nuestro término. Así, por ejemplo, se tiene constancia de su presencia en incontables parajes porque se les menciona en los expedientes de amojonamiento o en los pleitos por lindes
de tierras. Por citar sólo algunos casos de los estudiados por el profesor Emilio Martín Gutiérrez, en 1434 el juez de términos Alfonso Núñez utiliza en numerosas ocasiones a las palmas u otros arbustos y árboles como hitos naturales en la descripción de lindes. Se hace alusión así a cerros con palmares, ribazos o valladares cubiertos de palmitos, “cabeços palmosos”, “palmarejos”… Mención aparte merecen algunos ejemplares singulares y aislados citados en estos antiguos documentos (“en somo de una palma”, “en una palma grande”, “sobre una palmilla”…) que actuarían como mojones por ser elementos relevantes en los parajes descritos.

Este mismo autor, tomando como base un documento de 1621, “Ejecutoria de las tierras que querían vender”, depositado en el Archivo Municipal de Jerez, analiza, entre otras muchas cuestiones, la vegetación natural presente en el alfoz jerezano. En casi todos los rincones aparecen los palmares que abundan especialmente en las tierras comprendidas entre el Camino de Sevilla y el río Guadalete (Llanos de Caulina) y en los baldíos del camino de Medina. Son descritos también en otros lugares del término como en el pago de “Tosina”, en el donadío de Romanina, en la Dehesa de la Torre de Sepúlveda… (4).



Las fuentes históricas describen también la paulatina desaparición de nuestros palmares de la mano de las roturaciones de baldíos y espacios incultos que practicaban tanto vecinos sin tierra como los grandes propietarios, usurpando los terrenos comunales: lo mismo que sucede en la actualidad. El grito de “a desalambrar” tuvo un antiguo precedente: “a despalmitar” o “a despalmar”, si se nos acepta la licencia. De ello nos informa también el profesor Martín Gutiérrez que cita muchos ejemplos de vecinos instalados en espacios públicos o de propietarios como Alfonso López, quien en 1434 “había ocupado tierras, palmares y carrascales” junto a sus propiedades de la Dehesa del Almirante. El mismo autor apunta que “en 1630, el prior (de la Cartuja) don Sebastián de la Cruz despalmó y descarrascó 110 aranzadas de tierra… en la dehesa de la Greduela… y 120 aranzadas… en la dehesa de la Peñuela” para plantar viñas (5).

La progresiva desaparición de los palmares ya no tendrá vuelta atrás y durante los siglos posteriores la puesta en cultivo de baldíos, la pérdida de espacios forestales, el desmonte de dehesas y la ocupación de cañadas y vías pecuarias dejó los palmares relegados a su mínima expresión y confinados a los terrenos más marginales e improductivos. En el alfoz jerezano uno de esos espacios donde el palmito llegó a formar extensas masas que se mantuvieron durante siglos, fue la zona conocida como Llanos de Caulina. La escritora Fernán Caballero, deja testimonio literario de ello y en el comienzo de uno de sus cuentos, “Lucas García”, publicado en 1862, nos describe los palmares que pueblan estos parajes: Saliendo de Jerez en dirección á los montes de Ronda, que se van escalonando gradualmente, como para formarle un adecuado pedestal al bien denominado San Cristóbal, se atraviesa una extensa llanura, que lleva el nombre de Llanos de Caulina. El uniforme y desnudo camino, después arrastrarse dos leguas por entre palmitos, hace alto al pié de la primera elevación de terreno, donde se tiende al sol un perezoso arroyo, que en verano se estanta (sic) y trueca sus aguas en fango. Vese á la derecha el castillo de Melgarejo, que es de las pocas construcciones moriscas, que no han llegado á destruir el tiempo y la impericia, su fiel auxiliadora en la destrucción…” (6).

Tan sólo unos años más tarde (1869-1870), los ingenieros de montes y botánicos que realizan los trabajos de catalogación para la Comisión de la Flora Forestal Española, realizan una excursión a los alrededores de la Torre de Melgarejo, donde estudian las especies vegetales presentes. En su informe describen el camino de Jerez hasta la Dehesa de La Torre: "Ésta dista de la ciudad unas dos leguas, siguiendo la carretera de Arcos. Caminando por esta, se encuentran á ambos lados viñedos protegidos por grandes setos de tunas ó chumberas... Al cabo de unos tres cuartos de hora se entra en los "Llanos de Caulina", extenso palmitar de vegetación poco variada, destinado á pastos". El informe también los cita en la Dehesa de los Garciagos. Como dato curioso recogen la existencia de un palmito de dimensiones excepcionales en Vejer: "en un pequeño saliente de una de las paredes de la Iglesia hay una palma (Chamaerops humilis), cuyo estípite tiene unos seis metros. Hace pocos años, el viento derribó otro ejemplar parecido, y para conservar el que queda se le ha atado por su parte superior a una reja de la Iglesia” (7). Una década después, en 1879, el ingeniero de montes Salvador Cerón, cifraba en 90.000 Has la superficie ocupada por el palmito en nuestro país y en 10.000 las cubiertas por los palmares en nuestra provincia, incluyéndose aquí las formaciones de matorral en las que el palmito era especie dominante o secundaria. Tan sólo las provincias Alicante, Valencia, Murcia y Málaga superaban a Cádiz en la extensión de sus palmitares (8).

Pese a que los palmares como el de Caulina se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX, lo cierto es que en la actualidad, la puesta en cultivo de muchos de los espacios en los que crecían, ha hecho disminuir enormemente su presencia y en nuestros días esta especie rara vez forma masas puras, no quedando apenas palmares de mediana extensión. Los palmitos crecen hoy en terrenos marginales, donde han logrado sobrevivir a las roturaciones pudiendo verse todavía en bordes de caminos, roquedos, márgenes de vías pecuarias, convexidades de cerros de difícil laboreo, o acompañando a lentiscos y acebuches en bosquetes y dehesas.

Palmitos, palmas y palmares en la toponimia.

Sin embargo, ahí están todavía presentes en la toponimia para recordarnos que, como se desprende también de numerosas fuentes documentales de siglos pasados, buena parte de nuestros paisajes naturales y rurales contaron con la presencia de esta especie. Veamos algunos ejemplos:

Aunque en ocasiones su forma más sencilla, La Palma o Las Palmas, puede hacer referencia a la presencia de una palmera, lo más frecuente es que se haga alusión con este nombre al palmito, en especial con aquellos topónimos de los que se tiene constancia varios siglos atrás, cuando ni la palmera canaria (Phoenix canariensis) ni la datilera (P. dactylifera) estaban presentes en el medio rural. Así, La Palma está presente en Chipiona, Puerto de Santa María, Torre Alháquime o Jimena. En Jerez, tres viñas tienen el nombre de La Palma –Tizón, Añina, Balbaína- y una el de Las Palmas, aunque en estos casos creemos que se deben a las palmeras que había junto a ellas. En Tarifa un cerro tiene también este nombre.



Las Palmas bautiza al puerto que se encuentra justo en la linde de los términos de Jerez y Arcos, junto al depósito de aguas de Jédula y el Haza de La Palmas es un sector del cortijo de Casablanca al borde de las marismas. En Villamartín da nombre a un antiguo rancho como sucede también en Ubrique y Prado del Rey. Zahara es pródiga en Palmas y en su toponimia local se encuentran una loma, un cerro y un puerto de “las palmas”. En Rota están el pozo y la casa de Las Palmas y en Alcalá, la cañada de este nombre. En S. José del Valle se encuentra el Puerto del Palmito (Dehesa de Puerto Frontino) y en Jerez la Dehesa de El Palmito entre las de Picado y Los Castillejos. En Medina el Cancho del Palmito y la Colada de los Palmitos.



Los palmares, lugares donde crecen palmitos, están muy extendidos también en la toponimia provincial. No es de extrañar por ello que con el nombre de El Palmar se conozcan muchos lugares y parajes como sucede en Espera, Conil, Vejer (donde llevan este nombre una conocida playa y a una dehesa), Chiclana, Pto. Real, Sanlúcar… En Arcos se encuentra el Cerro del Palmar. En muchos casos, los palmares tienen “nombre propio”. En Medina encontramos el Palmar de Doña Ana o el Palmar de Lesmi; en Alcalá, el Palmar de Juan Gallo; en Puerto Real y en El Pto. De Sta. María, El Palmar de la Victoria; en Sanlúcar, el Palmar de San Sebastián. Uno de los más conocidos es el jerezano Palmar del Conde, paraje célebre por sus hallazgos paleontológicos. En Jerez se encuentra también el Palmar de las Monjas, junto a Las Quinientas, el arroyo del Palmar de Zacarías y el Haza del Palmar, junto a las Marismas de Maritata.

A veces encontramos el topónimo en su forma diminutiva y así, en Benaocaz está El Palmarejo; en Ubrique, el Descansadero del Puerto del Palmarejo; en los Montes de Propios de Jerez, junto al arroyo del Quejigal, la Cabezada del Palmarejo; en Medina, Las Palmitas y en Jerez, frente a Cerro Viejo, el Haza Palmilla, por citar sólo algunos ejemplos. Otras veces este topónimo se presenta en su forma aumentativa, como en la Hijuela de Palmones (La Carrahola, Jerez) o en Los Barrios; o en plural dando lugar a Palmares o Los Palmares, como en Olvera, Algodonales o Los Barrios, población donde también da nombre a un cortijo.



El sufijo –oso, alude a “abundancia de”. Palmoso o palmitoso se utiliza por tanto para referirse a un lugar donde abundan (o abundaban) especialmente las palmas. El Palmitoso es el nombre de un paraje de Medina o de un cortijo de Alcalá, municipios donde también encontramos el topónimo de La Palmosa. El paraje de La Palmosa en Alcalá es conocido porque en él se encuentra el Área de Servicio de la Autovía de Los Barrios, pero también da nombre a un polígono industrial, a un cabezo, a una vega, a un cortijo y a una fuente: la de la Hoya de La Palmosa. Su versión en diminutivo “La(s) Palmosilla(s)”, la encontramos en Tarifa y también en Villamartín, donde un cerro y un cortijo llevan este nombre. En el Haza Palmosa de Jerez se construyeron las nuevas Bodegas de W. & H.



Otras derivaciones de estos mismos nombres están presentes también en toda la geografía provincial. Es el caso del paraje de Palmarote (Sanlúcar) o de los cortijos de Palmarón (Villamartín) o, el de otro topónimo de más dudosa procedencia: Palmetín (Medina, Chiclana). La Dehesa del Palmetín o el arroyo, breña, cañada, suertes… del mismo nombre, aparecen también en S. José del Valle, siendo un paraje muy conocido, en las cercanías de la Sierra de Dos Hermanas, cruzado por el acueducto del Tempul. Por último, como testigo de la permanente regresión y desmonte de los palmares por las roturaciones, nos queda un elocuente topónimo que encontramos en Alcalá de los Gazules: Cortijo del Despalmado.

Volveremos en otra ocasión a ocuparnos de esta curiosa planta para hablar de sus aprovechamientos desde el punto de vista de la etnobotánica y de sus muchas utilidades en la artesanía tradicional.

Para saber más:
(1) Ceballos, L. y Martin Bolaños, M. Estudio sobre la Vegetación forestal de la provincia de Cádiz, I.F.I.E. 1930. Ed. Facsímil, Consejería de Medio ambiente, 2000, págs. 180-184
(2) Ceballos, L. y Martin Bolaños, M.: Estudio…, Op. cit., p. 181
(3) Mapa Forestal de España, Escala 1: 200.000 Cádiz, Hoja 3-12, ICONA, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid, 1992, p. 62
(4) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004.
(5) Martín Gutiérrez, E.: La organización… Op. cit., p. 120
(6) Hemos extraído los fragmentos entrecomillados del cuento “Lucas García”, de Fernán Caballero, incluido en su obra “Cuadros de costumbres” pp. 209-210), editada en Leipzig, 1865, disponible en Internet .
(7) Comisión de la Flora Forestal Española. Resumen de los trabajos verificados por la misma durante los años de 1869 y 1870, Madrid, Tipografía del Colegio Nacional de Sordo-Mudos y de Ciegos, 1872, pp. 86 y 91. Debemos a nuestro amigo Pedro Oteo Barranco, la localización de este interesante estudio.
(8) Cerón, S.: Industria forestal-agrícola, Cádiz, 1879, p. 181. Agradecemos a nuestro amigo Francisco Jordi Sánchez las facilidades para consultar este libro.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Flora y fauna, Paisajes con Historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 4/12/2016

 
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