Fiel al ritmo de los días, a ese cotidiano repetirse de las estaciones -aunque algo caprichosa en los horarios- el pasado sábado, 20 de marzo, a las 18:32 horas, se inició la primavera en el hemisferio norte. En su rigor teórico, los astrónomos han previsto que durará 92 días y 18 horas, pero en la práctica, la primavera llevaba ya entre nosotros unas semanas, desde que cesaron las lluvias y el sol había hecho renacer todo lo vegetal.
Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores, tal vez con más prisa y más ganas que otros años, van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro. De esta hermosa manera lo expresa hoy, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, Jesús Rodríguez:
“Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos. Nuestros pies obedecen a esas viejas pisadas de otros hombres y, a la vez, afirman el camino para otros que vendrán algún día a transitarlo. Así constatan, como pocas cosas, el sino del hombre: seguir y crear. En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada : "carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierbadoncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura. Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…”
Entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las “molestias” que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.
En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas de una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…
Me alejé entonces del camino y en las divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensé si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” de los agricultores, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que cultivamos en los jardines. “Seguramente, -pensé-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -suponía mientras veía acercarse la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana, y de que sean “bien tratadas” y “admiradas”.
Rescatábamos, a modo de divertimento, aquellas “disquisiciones”, en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con más fuerza que otros años todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos para que ustedes valoren su condición.
Y nos vamos tomando de nuevo prestadas la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas.”
9 comentarios :
La forma de Jesús Rodriguez llamando a las cosas es cosa que me fascina.Y así se lo digo cada vez que le veo.
Creo que es un don natural como el hecho de que existan ecologistas de puesta en prácticas,tan necesarios como el aire que respiramos.
Un buen contrapunto de sensibilidad ante un mundo corrompido hasta el mismo tuétano de su corteza terrestre.
Gracias Hermanos aragoneses por vuestra aportación en positivo.
M.B.
Preciosa entrada, son hierbas que por muy malas que sean para algunos, a mi me encanta fotografiarlas y observar todos sus detalles y los insectos que pululan por ellas.
Gracias por lo que me toca del blog de la semana, muchas gracias :)
Este trabajo en "aparcerías" de los García Lazaro y Jesús Rodriguez ha resultado una fenomenal exaltación de esas "malas hierbas" que a algunos nos gusta retratar por campos y cunetas. Este que escribe está preparando una recopilación de las orquídeas que pueden verse "en torno a Jerez" y pienso si serán también "malas hierbas" estas bellezas que crecen junto a borrajas, viboreras, cardos, etc...
Fenomenal entrada.
Las peores yerbas crecen por las ciudades, y caminan, no se las puede funigar porque caerían también las buenas... y no se fijan en la primavera si no produce beneficios... económicos, claro.
Qué bien me lo he pasado releyendo una vez más este artículo. Preciosas fotos y magnífico texto.
No se puede tratar un tema tan simple con tanta sensibilidad... precioso.
He vuelto a salir esta mañana en bicicleta, después de un paréntesis más largo de lo deseado por las lluvias de este invierno, y he ido disfrutando de las flores que glosa este artículo. Se lo he recomendado a mi compañero de ruta, y después de la ducha lo he releído por tercera o cuarta vez. Con eso lo digo todo. Es una delicia. Enhorabuena a los autores, extensiva a mi amigo Jesús Rodríguez.
Muchísimas gracias Jose Antonio. Eres muy amable.
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