Una de las obras más singulares de nuestro entorno rural, incluida en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía por haber marcado un hito en la ingeniería de su época, es el puente atirantado del acueducto de Tempul sobre el río Guadalete, en La Barca de la Florida. Obra de juventud del prestigioso ingeniero Eduardo Torroja encierra en su origen una curiosa historia.
Durante el otoño de 1916 las precipitaciones fueron intensas en la Sierra de Grazalema. Habían ”reventado los caños” del Tajo, lo que era un síntoma claro de que los acuíferos estaban ya a rebosar. El 21 de Noviembre, el joven meteorólogo de la villa, Sr. Dorado, había anotado en un primoroso cuaderno que casi 70 años después nos enseñaría su septuagenario hijo Luis Dorado, la cantidad de 213,6 litros: una cifra de record desde que 4 años atrás, en 1912, iniciara los registros. Todos los signos apuntaban a un invierno muy lluvioso, como confirmaron las precipitaciones de enero y febrero de 1917. Por esta razón, cuando a inicios del mes de marzo de ese mismo año se desataron intensas lluvias, la cuenca ya estaba saturada y el caudal de los ríos y arroyos amenazaba con provocar graves inundaciones.
Todas las alarmas se desataron ya que, en apenas 36 horas, como el Sr. Dorado anotaría en su cuaderno, “la lluvia caída desde las 4 de la tarde del 5 de marzo, hasta las 4 de la madrugada del día 7 de marzo de 1917 fue de 289 litros por m2” (1). Las poblaciones ribereñas, fueron sufriendo la onda de la gran avenida que se dejó sentir en Puerto Serrano, y en Villamartín, donde el puente fue destruido por la riada. El diario ABC, en su edición del jueves 8 de marzo de 1917 (pg.9) recogía en titulares: "El Guadalete desbordado. Naufragios y desgracias" e informaba que, según un radiograma emitido en Cádiz a las 6 de la tarde del día anterior, “… En toda la provincia, han causado los huracanes enormes daños. El Guadalete se desbordó y su corriente es impetuosísima. Las aguas inundaron la campiña, arrasando las huertas y destruyendo las cosechas... El puente de Villamartín fué arrastrado por la corriente del río”. Aguas abajo, en Arcos, el puente de piedra de San Miguel también resulto dañado, siendo destruido en los días posteriores por la fuerza de las aguas. En su violento avance hacia la campiña de Jerez, los caudales descontrolados del río arrasaban cuanto encontraban a su paso. En la Vega de Arcos la situación aún era más complicada al unirse las aguas del Majaceite, que rebosaban por el aliviadero de la recién construida presa de Guadalcacín. La extraordinaria avenida del Guadalete, con una fuerza y un caudal que no se recordaba, se llevó también por delante el primitivo puente de arcos de cantería de la Junta de los Rios.
Para la ciudad de Jerez, lo peor aún estaba por llegar ya que ese mismo día 7 de marzo, en el vado de la Florida, con un caudal que luego se estimó en torno a los 2.000 m3 por segundo, el Guadalete arrastraría en su furiosa avenida el puente-sifón del acueducto de Tempul, dejando a la ciudad desabastecida de agua potable.
Una obra singular.
Construido medio siglo antes, el “puente-sifón del Guadalete”, como era conocido, formaba parte del trazado del Acueducto de Tempul, que había entrado en servicio en 1869. Proyectado, como el resto de la obra, por el ingeniero Ángel Mayo, este sifón, el de mayor longitud de todo el acueducto, y el de mayor coste, era también el más singular y complejo ya que cruzaba el río Guadalete a través de "un puente de hierro de tres tramos de 25 metros de luz el del centro, y de 20 cada uno de los laterales con arcos de sillería en ambas márgenes" (2). Con una longitud de 18.250 metros, el sifón arrancaba de los llanos del Sotillo, cruzando las dehesas de Malabrigo y Berlanguilla descendiendo suavemente hasta el río. En este tramo descendente, de más de 11 km., el acueducto tenía una carga de 89 m. A partir del puente, empezaba la rama ascendente con una longitud de 7.010 m. y un desnivel entre las dos bocas de 22. El punto más crítico del sifón, y casi podríamos decir que de todo el acueducto, era sin duda el paso del río a través de este puente de hierro.
Consciente de la dificultad técnica que esta obra suponía, ya que requería apoyos en el lecho del río, el ingeniero había proyectado inicialmente una presa en la que se apoyaría la tubería, si bien, como él mismo indica, "al aprobar el Gobierno el proyecto, manifestó la conveniencia de que la Empresa hiciera el paso del río por medio de un puente, lo cual obligó a variar el emplazamiento 2 km aguas abajo". En este lugar las orillas tenían mayor pendiente lo que permitía mejores estribos para la obra que, como indica Ángel Mayo en su Memoria “... se compone de tres tramos de hierro del sistema de celosía, formando una viga continua tubular de 71,40 m. de longitud total, 1,60 m. de ancho por 1,70 m. de altura, dentro de la cual van colocados los tubos que forman el sifón. La viga de hierro se apoya en dos estribos de sillería y en dos pilas tubulares de 1,60 m. de diámetro, dejando un tramo central de 25 metros de luz, y los dos laterales de 20 metros cada uno". (3)
Para cimentar en el lecho del río las pilas en las que se apoyaba el puente el ingeniero explica que "se han introducido por medio de buzos con escafandras que bajaban al interior de la pila, para excavar y hacer descender los tubos, hasta que se llegó a un conglomerado de gran dureza y resistente en la pila del lado de Jerez, y a la arcilla dura y compacta en la de Tempul, desde cuyo fondo se hizo el relleno de hormigón perfectamente hidráulico, formando así dos columnas o monolitos que constituyen los dos apoyos". El puente tenía una prolongación de 36,30 m. por la margen izquierda, con seis arcos de sillería para desagüe, más un terraplén de 120 m sobre el que descansaba la tubería. Un arco de sillería rebajado, de 6 m. de luz unía el puente al estribo del lado de Jerez.
Consciente de que en este puente-sifón el acueducto tenía su punto más vulnerable, Ángel Mayo alerta de los riesgos y propone la posibilidad de tener un "plan b" en caso de averías: "este puente es la obra de más cuidado y que exige mayor vigilancia del acueducto, por lo cual tiene un guarda especial, pues siendo el punto de mayor carga del sifón, es al mismo tiempo de difícil y larga reparación cualquier accidente, además del que ya hemos indicado anteriormente, que en ríos de las condiciones del Guadalete, nunca hay la seguridad absoluta de que esta obra no sufrirá algún desperfecto, á no darla dimensiones extraordinarias, que se salen fuera de las condiciones de la que nos ocupa, y en donde hay que tener presente el principio de economía, por lo cual después de la terminación del acueducto, aconsejamos a la Compañía, que para tener siempre asegurado el surtido de la población de Jerez,... debieran colocarse dos filas de tubos independientes en este sitio: una la que pasa por el puente, y la segunda, de 0,46 m. de diámetro, por el lecho mismo del río...aprovechando el emplazamiento que se presenta en el vado de la Barca de la Florida, cien metros aguas abajo del puente actual. El proyecto de esta importante adición, así como el presupuesto, se formuló hace años”. (3)
El puente arrastrado por la riada de 1917.
No estaba equivocado el ingeniero y, apenas cincuenta años después de construido, el puente-sifón del Guadalete, la obra más emblemática del Acueducto de Tempul, sería arrastrado por la gran avenida del 7 de marzo de 1917 que, como ya hemos visto, había hecho estragos, aguas arriba, en todas las poblaciones ribereñas. El enorme caudal multiplicó sus efectos devastadores por el violento empuje que provocaba la gran masa de árboles y vegetación que arrastraba la riada, ante la que el puente-sifón acabo cediendo. “El tramo metálico se había partido por el centro arrastrando la avalancha a cien metros de su emplazamiento el trozo perteneciente al estribo de la margen izquierda, tumbándolo en la orilla, mientras que el trozo de la derecha había sido arrastrado a unos trescientos metros, quedando en lo alto de unos tarajales que nunca habían sido cubiertos por las aguas del río. Por el suelo quedaron los seis arcos de sillería destruido en cerca de un centenar de metros de los ciento veinte que tenía el terraplén continuador del puente”. (4) Las imágenes del puente arrastrado por la corriente que tomara el arquitecto municipal Hernández Rubio, y que ilustran este reportaje, hablan por sí solas de la magnitud de la riada. (5)
En Jerez los efectos fueron de extrema gravedad al quedar interrumpido el suministro de agua potable que hubo de paliarse, mínimamente, con los viejos pozos de casas y bodegas. El alcalde Julio González Hontoria, al conocer el alcance de los destrozos causados por la riada, movilizó a las personalidades más relevantes de la ciudad para buscar soluciones urgentes. Los primeros informes técnicos plantearon la construcción de un vado artificial mediante una presa de gaviones sobre la que se tendería la tubería. Los tres meses que precisaría su ejecución, hicieron desistir de la idea, ya que la ciudad no podía permanecer tanto tiempo sin agua.
La intervención del ingeniero Juan Gavala Laborde.
La solución vendría de la mano del joven ingeniero de minas portuense Juan Gavala Laborde que en aquellos días trabajaba para el Instituto Geológico y Minero de España en Villamartín, donde realizaba trabajos de sondeo explorando una zona en la que se habían hallado trazas de hidrocarburos, y trataba de evaluar un posible yacimiento de petróleo. Gavala aportó una solución técnica que permitiría reanudar el abastecimiento en un plazo de veinte días. Su proyecto consistía en aprovechar otro vado, aguas abajo del puente, para restaurar provisionalmente el acueducto con la ayuda de las resistentes tuberías de acero “Mannesmann” que el IGME tenía almacenadas en dicha localidad para los sondeos. Para la obra contaría también con la ayuda técnica del que fuera su compañero de estudios, el ingeniero industrial jerezano Manuel María González Gordon, de 31 años. El Ayuntamiento de la ciudad aprobó de inmediato la idea y el 11 de abril, cuando ya Jerez llevaba 35 días sin suministro, Gavala y González Gordon iniciaron los trabajos, quedando terminados en apenas 18 días. En aquellas laboriosas tareas, que fueron sufragadas generosamente por el presidente del consejo de administración de la Sociedad de Aguas, Patricio Garvey y G. de la Mota y el agricultor y ganadero jerezano Manuel Guerrero Castro, se contó también con la inestimable colaboración de Pedro Luis Lassaletta y el agricultor Ángel García Riquelme que ofreció las instalaciones de su cercano cortijo de la Florida al personal de la obra.
La obra realizada mereció los elogios de la prensa especializada. “Solución ingeniosa de un problema de ingeniería”, titulaba la Revista Minera, Metalúrgica y de Ingeniería, el estudio técnico de las obras llevadas a cabo por Gavala Laborde y González Gordon. En el artículo se daba detalla de los trabajos realizados que “en esencia ha consistido en establecer una derivación hacia un vado que se encuentra a 100 metros agua abajo del puente hundido y donde el río sólo tiene una profundidad de 0,80 m. y una anchura de 80 metros. Se ha clavado una doble fila de pilotes de metro en metro hasta dejar las cabezas a 0,30 sobre el agua. Al mismo nivel del agua, se han unido por parejas con traviesas de madera, y además con unos estribos de cabilla de 30 mm. Sobre los que descansa el tablero que soporta la tubería. Esta tiene 296 mm de diámetro interior y 7 mm. De grueso, y va sujeta a los estribos de hierro por aros, también de hierro, y cuñas de madera. Las dos filas de estacas distan una de otra 0,70 m….Para los ramales de derivación se ha empleado tubería de la misma clase”. (6) Remitimos al lector interesado al citado artículo para conocer todos los detalles técnicos de la obra, si bien queremos resaltar que para dar solidez a los injertos del acueducto con las tuberías y soportar las altas presiones en los codos, se empotraron estos en bloques macizos de hormigón de 25 metros cúbicos. Algunas de las imágenes que acompañan este artículo dan idea de la obra realizada. (7)
Tras el restablecimiento de la conducción, vinieron los reconocimientos y el Ayuntamiento nombró Hijo Adoptivo de la ciudad al ingeniero portuense Juan Gavala, rotulando con su nombre la antigua calle Naranjas, si bien lo perdió posteriormente en 1979. El resto de colaboradores fueron también homenajeados por su contribución en la resolución de tan grave problema y así, el letrado Pedro Luis Lassaletta, representante municipal en la Sociedad de Aguas, fue también reconocido como Hijo Adoptivo.
La solución definitiva vendría años después, en 1925, con la construcción de un nuevo puente-sifón que la Sociedad de Aguas de Jerez encargaría a un joven ingeniero: Eduardo Torroja. De él y de su innovadora obra, que se cuenta ya como una de las pioneras la ingeniería española del hormigón pretensado, nos ocuparemos en la próxima entrada.
Para saber más:
(1) Bel Ortega C. y García Lázaro A.: Itinerarios Didácticos de la sierra de Grazalema. Instituto de Ciencias de la Educación. Universidad de Cádiz. 1983
(2) Memoria relativa a las obras del Acueducto de Tempul para el abastecimiento de aguas a Jerez de la Frontera, por D. Ángel Mayo. Anales de Obras Públicas, nº 3, 1877. Pg. 59.
(3) Memoria… Pg. 97-98
(4) Rodrigo de Molina: Jerez, cincuenta y tres días sin agua. Diario de Jerez, 4 de Junio de 1989.
(5) Las imágenes del puente-sifón arrastrado por la corriente, tomadas por Hernández Rubio, arquitecto municipal de Jerez en 1917 han sido tomadas de Gavala y Laborde, Juan: Descripción geográfica y geológica de la Serranía de Grazalema. (del Boletín del Instituto Geológico de España, tomo XIX, 2ª serie). Madrid, 1918. Pgs.
(6) Rodrigo de Molina: Jerez, cincuenta y tres días sin agua (y II). Diario de Jerez, 11 de Junio de 1989.
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