Fiel a su cita, con esa modestia y discreción que reclaman los tiempos, sin exhibiciones gratuitas ni derroches innecesarios, ha entrado la primavera en Jerez, como de puntillas.
La adornan, como siempre, el resurgir de la luz, el renacer de todo lo vivo, el despertar de los colores y los aromas. Pero, a diferencia de otros años, echamos de menos esa exuberancia de lo vegetal cubriendo nuestros montes, nuestras riberas, nuestras cunetas… ese brillo especial del paisaje al que, la ausencia de lluvias en invierno, ha privado del verdor que tanto esperábamos.
Los expertos vaticinan que este año la primavera va a ser seca, calurosa y dura. ¡Lo que nos faltaba!: a la crisis en lo económico, parece que se ha querido sumar la sequía en lo climatológico. En nuestras salidas y visitas “entornoajerez”, el panorama no puede ser más desolador. El campo está sediento y, allí donde no llega el regadío, se muestran ya los signos de la sequedad. Como sucede en otros tantos ámbitos de la vida y de la economía que no acaban de despertar.
No todo está perdido
Como los jerezanos por la crisis económica, algunos “convecinos” del mundo vegetal, tampoco levantan cabeza en los últimos tiempos. Que se lo digan a las palmeras, por ejemplo, que se han visto afectadas seriamente por una terrible plaga, de la mano del voraz insecto conocido como “picudo rojo”. Se trata de un coleóptero, procedente del Asia tropical, al que no parecen detener ni los tratamientos fitosanitarios (con esos largos tubos que llegan hasta la copa y por los que se inyectan los productos), ni los métodos más drásticos que hemos visto aplicar a algunos propietarios de palmeras, que han llegado incluso a quemar los ejemplares infectados para evitar la propagación a los sanos.
Casi la mitad de las palmeras de la provincia de Cádiz, están afectadas por la plaga tal como se ha puesto de manifiesto en un reciente encuentro técnico promovido por el área de medio ambiente de la Diputación de Cádiz que se ha celebrado hace tan sólo unas semanas en el Zoobotánico de Jerez. En nuestra ciudad, donde el censo de palmeras en los jardines y parques públicos roza los 5.000 ejemplares, el picudo rojo también está haciendo estragos y se ha cebado especialmente en los de la especie Phoenix canariensis, la conocida como palmera canaria, que supone aproximadamente la cuarta parte de todas las existentes.
Como consecuencia de ello, a lo largo de este último año hemos visto como jardines y parques emblemáticos, que contaban con frondosos palmerales o con paseos arbolados, han pasado a mostrarnos sus troncos desnudos, como postes, despojados de las hermosas copas de palmas que lucían. Una tras otra hemos visto amarillear y languidecer sus grandes hojas, que indefensas ante los ataques del picudo rojo, han ido muriendo poco a poco, secándose hasta caerse. Los jardines de la Alameda Vieja, los de la Rosaleda y el González Hontoria, los de las bodegas Harveys o Domecq, los viejos y grandes ejemplares de la plaza Aladro, o de Las Angustías, los palmerales de la antigua depuradora de La Teja o los de numerosas fincas de la zona de Montealegre, por citar sólo algunos, han sucumbido al ataque del picudo rojo. Sin embargo, el caso más emblemático es el del Parque del Retiro donde el magnífico paseo de palmeras, con ejemplares que cumplían ya el siglo de vida, se ha visto reducido a una triste “instalación” de troncos desnudos.
Sin embargo, cuando todo parecía perdido, cuando ya pensábamos que había que despedirse para siempre de las palmeras que, una vez desprovistas de su copa, esperaban la tala de sus troncos, cuando ya creíamos que de esta “crisis vegetal” no se salía… hemos visto -¡por fin!- los primeros “brotes verdes”.
Y así, de pronto, respondiendo quizás con rebeldía a los drásticos “recortes” a los que fueron sometidas, al duro tratamiento recibido –cortando por lo sano, mutilando su copa, rebanando la parte superior de su tronco-, con todo el empuje de quien no se resiste a morir, hemos visto los primeros “brotes verdes” en algunas palmeras. Son sólo tímidos penachos vegetales en los que ya se adivinan lo que serán luego esas elegantes palmas, son apenas pequeños cogollos que despuntan en lo más alto de sus desnudos estípites, pero ya están ahí, empujando con fuerza, con la renovación y la alegría que siempre debe traer esta nueva estación.
Que ustedes renazcan también en primavera.
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