14 de febrero.



“… yo no quiero catorce de febrero…”.

Eso es lo que canta Joaquín Sabina en “Contigo”, una de sus canciones más hermosas, pero no parece tener muchos seguidores. Aunque cada vez somos más los que como él, estamos contra esta celebración sensiblera y comercial que cada año reeditan los medios de comunicación y las grandes superficies, la batalla parece estar perdida a juzgar por el creciente número de quienes se rinden a San Valentín. Y es que –permítasenos la digresión en la temática habitual de estas páginas- nada parece “detener” a los “enamorados”…

Es habitual que en muchos de nuestros paseos “entornoajerez”, -no importa cuál sea el escenario o el paraje por el que nos movamos- nos encontremos con algunas de esas manifestaciones de “amor” que en los más variados formatos van dejando los amantes en todos los rincones de nuestro territorio.

Lejos quedan ya los tiempos en los que se grababan en la corteza de los árboles aquellos corazones atravesados por una flecha, en cuyos extremos se escribían las enigmáticas iniciales de la pareja de enamorados. Aquellas inocentes y tiernas muestras del cariño eterno que se prometían quienes inscribían sus nombres en la blanda madera de un álamo, se han visto hoy sustituidas por las más variadas expresiones artísticas que no reparan en técnicas pictóricas o escultóricas, en las que llega a utilizarse todo aquello que sea capaz de escribir, manchar, pintar, rayar… Cualquier cosa puede ser útil a estos enamorados de hoy día para dejar patente su amor: rotuladores, bolígrafos, brochas, botes de spray, navajas, pegatinas, plantillas de serigrafía…

Tampoco son obstáculo los “soportes” utilizados y ninguno de ellos, por duro o frágil que sea, impedirá que quede grabada, escrita o impresa esa muestra imperecedera del amor que sus autores se profesan. Junto a la tradicional corteza de los árboles, veremos también estos mensajes y signos amorosos escritos o grabados en ladrillo o piedra, en roca pura, en hierro o en acero galvanizado, en madera, en cemento o sobre la cal blanca de una pared centenaria. Ni que decir tiene que muchas de estas manifestaciones son actos en toda regla… Debe ser que como “el amor es ciego”, las manos de quienes escriben estos mensajes se dejan llevar por la misma “ceguera” y nada parece detenerlas a la hora de dejar patente los nombres, los frases o las fechas que pregonan sus sentimientos. Vean si no, en las imágenes que acompañan esta entrada, algunos ejemplos que hemos seleccionado de entre los muchos hallazgos casuales que salen a nuestro encuentro.

Francis quiere a Encarni y, para que quede claro, se lo deja escrito en la “hoja” de una chumbera que crece en un lugar que frecuentan en las proximidades de la Fuente de Jadramil -en la carretera que va de Arcos a Gibalbín- donde a buen seguro acuden a saciar su sed. Este mismo soporte es el que han utilizado unos amigos ingleses o franceses… que hacen lo propio en las tunas que se asoman por la laderas del castillo de Zahara, aunque esta vez las vistas son más hermosas, con las aguas del embalse y el Tajo de Lagarín como telón de fondo a su romance.

Isa y David, o David e Isa han preferido airear lo suyo sobre los viejos ladrillos del registro de una antigua conducción de agua, para que todo el mundo lo vea cuando sube o baja la cuesta que conduce a la zona sur de Jerez. Leti y Hristo han elegido, para tallar su nombre, los duros sillares de piedra que sirven de cimientos a una monumental chimenea de ladrillo en una plaza del centro de la ciudad. El esmalte con el que se ha repintado la piedra no ha logrado borrar sus nombres…

Mela y Francis han sido más tradicionales y han escrito los suyos sobre la gruesa rama de un gran eucalipto que crece en las proximidades de la presa de Bornos. Han evitado dañar su corteza con aquellas incisiones clásicas, pero el rotulador resta algo de lirismo a su gesto. Natalia y Agus no han estado tampoco muy acertados, y aunque lo suyo ya va para dos años, corre el riesgo de desaparecer con el próximo encalado que se de a los muros de un cortijo cercano a Jerez.

Lo de Lorenita y Salvita es para nota, no en balde se han fabricado una plantilla para facilitar la reproducción de su mensaje amoroso por toda la ciudad, aunque deben mejorar la técnica para no manchar más de la cuenta. También sería aconsejable variar de color, a ver si logran superar así ese tono “frío” del negro y ese aspecto de “producción en serie” de su declaración de amor.


Chu y Rosalinda se han “pasado”. Su testimonio amoroso acaba de cumplir un año y deseamos que dure todavía… pero se han pasado (se llama vandalismo, chavales…) pintándolo en ese rojo pasión sobre un panel informativo junto al faro de Roche. Ahora, en lugar de ilustrarse sobre los enebros marítimos que crecen aquí junto a los acantilados, los paseantes se enteran de lo de estos dos amigos. Tampoco está nada bien lo de Paula y Caco, que han inscrito sus nombres a punta de navaja en la dura tabla de haya de un banco del parque. Ya va para siete años…


Luego están los mensajes grabados a hierro… O en el hierro, en las gruesas chapas remachadas y casi centenarias de las vigas del viejo puente de la Junta de los Ríos. En sus alamedas se refugiaban los amantes que luego acudían al puente, privilegiado mirador a cuyos pies se unen el Majaceite y el Guadalete. Y para dejar constancia de todo ello, ahí están los mensajes de Alejandro y María, de Carmen y Chris, de Pascual y Ana. Ahí está ese “Te quiero María”, pintado en el hierro, viendo pasar el tiempo y el agua.

Quienes han llevado su amor a lo más alto han sido Benjamín y Bea. En el cartel que nos indica el Puerto de las Palomas (1357 m.), perdidos entre otros muchos nombres de visitantes, de viajeros, de ciclistas que trepan por esta empinada carretera, Ben y Bea han logrado también un hueco para los suyos, como quien mete un pequeño papel doblado en una rendija imposible del muro de las lamentaciones.

Y si unos suben a lo más alto, otros descienden a las profundidades. Y allí, en las paredes de la cueva-cantera de la Luz Divina, en la Sierra de San Cristóbal, Alex y Carmen y Juan y Yasmina, aprovechando la oscuridad, han dejado escrito lo suyo y eso ha estado francamente mal. Han perpetrado una pintada de la peor especie en un lugar que tiene algo de mágico y reverencial y que debía protegerse de actos como este.


Más disculpas tienen otras “pintadas” amorosas (censurables también, en todo caso) ya que pueden ser reparadas. Es el caso de nuestro enamorado anónimo del Castillo de Doña Blanca, quien en la soledad de la marisma ha dejado su grito, blanco sobre verde -¿patriota andaluz?-, sobre un muro en el que se posan, impertérritas, las gaviotas. O ese otro “Te quiero”, amarillo sobre rojo -¿patriota español?-, que encontramos en un paraje recóndito: el vaso de una piscina abandonada en la cresta de la Sierra del Calvario de Bornos, en las proximidades de la casa del ingeniero de la presa. ¡Y qué decir del texto-declaración-poema que puede leerse en una de las dependencias en ruinas del Rancho de la Bola Ahí lo dejamos para que compartan, con su autor, la tristeza del desamor…

Para terminar, les traemos la última moda. Tampoco aquí nos íbamos a librar de los candados y las cadenas. Ya saben, dos enamorados, dos candados, dos llaves que se pierden, una cadena…. La puerta del Parque González Hontoria es un buen lugar para dejar testimonio de ello, a juzgar por la elección de estos amantes que, cada vez que vuelvan a visitar el parque podrán verse encadenados. O la de esos otros que han elegido una vieja columna que sirve de guardacantón en una esquina de una recoleta calle del centro histórico. Alli han dejado sus candados y sus cadenas, como refugiados en un lugar escondido. Sin embargo, nos tememos que en estos tiempos de robos de cable, estas últimas muestras de amor tienen sus días contados…


Los caminos de la Vía Augusta en torno a Ceret (II)



(Continuación de la entrada anterior)

¿Pasó algo parecido para el diseño del Ager Ceretanus y sus inmediaciones, incluyendo los esteros? ¿Desde cuándo?

Una inscripción de Carteya (CIL II, 1929), datada a mediados del siglo II d.C y queacompañaba a la basa de una estatua honorífica, nos muestra el currículo político de Q. Cornelius Senecio. Personaje notable, tiene sus raíces en un equite gaditano de tiempos de Nerón (Sen. Ad. Luc. XVIII, 101) que, como otros muchos, se había enriquecido con actividades vinculadas a la anonna para la exportación de productos a Roma, siguiendo el paso de los Balbo, con los que están vinculados. Con el tiempo, su familia promocionó de modo que hacia 142 d.C. -fecha de la inscripción– su hijo o nieto alcanza el rango consular. Es importante observar como en este currículo político Senecio ha pasado por numerosos cargos desde el ámbito local, como sacerdote del Templo de Hércules Gaditano, a cargos que se vinculan directamente con la Urbs –cuestor urbano y tribuno de las plebe- para luego acceder al consulado y terminar su carrera como procónsul en Bitinia (C. Castillo, 1965).

Aquí nos interesa destacar uno de estos cargos que se desarrollan durante su estancia en Roma. Q. Cornelius Senecio llega a ser, precisamente, curator de la vía Latina y de la Vía Appia. Por tanto, supervisaba aun entonces el control de las calzadas que unían Roma con el Ager Tusculanus y con la fértil Campania. Era un cargo temporal, estaba claro, en la carrera de este gaditano al que Carteya brinda honores en 143 d.C, quizás por su labor evergética. Pero esto hace sospechar que también el cargo de curator Víarum, y precisamente de estas dos vías, era determinante para los negocios de estas familias dedicadas al tráfico de mercancías agrícolas. Algo que no es descabellado si tenemos en cuenta el alcance de los Cornelios Balbo y de sus ramificaciones en la política de época altoimperial (F.J. Lomas, 1991).

Son, pues, algunas razones para creer que el modelo aplicado en el Ager Ceretanus fue muy parecido, pues como vimos muchas de sus tierras terminaron, en tiempos de Columela, en manos de la aristocracia gaditana. Esto quiere decir que las familias terratenientes aplicaron en el Ager Ceretanus conocimientos de ingeniería y de agronomía romana ya aplicados en Italia (y el tratado de Columela es buena prueba de ello).

Por eso nuestro Viajero al entrar en el Ager Ceretanus quizás conociese ya el inicio de la construcción, o condicionamiento, de uno o varios canales. Porque Estrabón (Str. III, 2, 5) recuerda que hay canales que permiten la comunicación entre diferentes ciudades turdetanas de la costa. Uno de estos canales comunicaba sin duda los estuarios del Guadalquivir (Lacus Ligustinus) con la actual Bahía de Cádiz y el Guadalete (Sinus Tartesius), habiendo sido planteado ya desde hace algunos años (G. Chic, 1981) y también recientemente (A. Cuadrado, 2012), si bien sospecho que se desarrolló a partir de una comunicación de marisma natural en la que la ingeniería hidráulica romana puso el resto, pues recordando la cita de Estrabón, los canales han sido abiertos. Aceptemos que el más importante de ellos unía Mesas de Asta con el arroyo La Zarpa y su prolongación por el arroyo Salado o Badalac para alcanzar los Llanos de Caulina y el Guadalete –pues está bien estudiado- llegando precisamente a este punto en La Cartuja, que es donde nuestro Viajero accedía al Ager Ceretanus.

Dejaba, pues, a su izquierda, hacia Poniente, un entramado de canalizaciones que le llevarían si fuera necesario hacia la vieja colonia de Hasta. Pero decidió continuar por el interior, subiendo los Llanos de Caulina, y viendo como a medida que se alejaba de la costa encontraba un paisaje de villas en el cual, quizás por entonces, los ingenieros romanos planificaban el desarrollo de la Vía Augusta y de sus calzadas anexas y de vez en cuando un curator Víarum supervisaba las obras y el mantenimiento de las mismas. Podemos pensar de que esto fue así hasta al menos el año 143 d.C, pues las noticias de las reparaciones de calzadas que conocemos por otros miliarios de Hispania nos remiten sobre todo a la dinastía antoniniana (Trajano, Adriano, Antonino Pío) como una época de especial atención en la restauración de la vieja Vía Augusta (la de los Vasos de Vicarello), y a caballo entre ésta y la calzada que, ya en época tardía, nos describe el Itinerario de Antonino y el Anónimo de Rávena.

En el centro del Ager Ceretanus el Viajero se encontraría con una encrucijada de caminos,como sucedía en el Ager Tusculanus, solo que en este caso descongestionaban la entrada o salida de Gades, convirtiéndose entonces en parte de una verdadera área suburbana, como parece querer indicarnos Estrabón cuando dice que muchos de los gaditanos viven en tierra frontera (Str. III, 5, 3). Eso si, aun no se deja ver el proceso de concentración de propiedades de los potentados gaditanos en el interior, (A. Padilla 1990), que parece ser algo posterior a la época de Augusto, cuando escribe Estrabón

Entre la calzada de P. Sillieres y la de R. Corzo, proponíamos seguir el trazado del viejo arroyo de Gibalbín que nos mostraba P. Madoz. Un trazado que está flanqueado, por lo demás, por numerosos restos de villas cuya actividad económica parece estar más orientada a la producción de cereal, vino o policultivo mediterráneo, sin descartarse el uso ganadero. Hemos de seguir, por tanto, la línea marcada por las poblaciones de Estella del Marqués y Nueva Jarilla para luego continuar por el Camino de Romanina o por el paralelo Camino de Espera.

En este centro del Ager Ceretanus podemos atestiguar la aparición de monedas de Ceret y la presencia de villas suntuarias como fue la de Cortijo de La Jara (J.G. Gorges, 1979) de donde procede una herculanense datada en siglo II d.C que nos revela el modo de vida de uno de estos grandes propietarios gaditanos de la época. Lástima que no se haya registrado una secuencia estratigráfica completa que permitiese asegurar la existencia, probable, de esta villa a mediados del siglo I d.C. Pero al menos podemos decir que es factible que esta villa actuase como estación del entramado Víario de la Vía Augusta, precisamente porque desde ella es fácil el acceso tanto al Camino de Romanina (para aproximarse más hacia los complejos de alfares de los esteros) como al Camino de Espera (que se orienta más hacia el interior, hacia Torres Alocaz-Ugia).

Tomaremos el Camino de Romanina, como si nuestro Viajero quisiera visitar aquellas instalaciones o detenerse un instante a saludar a otro de aquellos grandes propietarios gaditanos que habían adquirido tierras en la zona. El topónimo es suficientemente llamativo porque este camino conduce, efectiva-mente, a las fincas de Romanina Baja y Romanina Alta, en donde todos los indicios arqueológicos nos hablan de la existencia de grandes fundi en torno a las villas (J.G. Gorges, 1979) A su lado, debieron de existir también concentra-ciones rurales, aldeas (pagi) que sobrevivieron al período de colonización romana (las conocidas centuriaciones de tiempos de César y Augusto) para alcanzar sin interrupción el siglo V d.C (J. Montero, 2009). Esto significa que las “Romaninas” fueron áreas residenciales, pero no solo de los potentados gaditanos.

Esta población agraria turdetana debió de asentarse, necesariamente, en donde ya estaba desde antes de la llegada de los romanos: en la base de la Sierra de Gibalbín, entre ésta y las marismas de El Cuervo (R. González et alii, 1991). Eso si, afectada por los efectos de las colonizaciones en Hasta Regia, Nabrissa o Carissa Aurelia y por la expansión de la gran propiedad gaditana en el Ager Ceretanus.

Esto nos lleva a pensar qué papel tuvo en este entramado el puesto de La Torre, a los pies de la Sierra de Gibalbín y última estación del Camino de Romanina. Allí se han encontrado también restos de explotaciones agrarias romanas con una cronología completa, hasta el siglo V d.C, pero junto a un antiguo asentamiento ibérico–turdetano (J.G. Gorjes, 1979). Hoy es la Torre de la Hinojosa, un punto de control de la campiña (L. López Aguilar, 1999; A. García Lázaro, 2009) y que también quedó reflejado en el mapa de F. Coello junto a la Torre de Gibalbín.

Un dato más. Nuestro Viajero, según los Vasos de Vicarello, tenía que recorrer 16 millas desde la estación de Ad Portum (El Tesorillo) para alcanzar el acceso de Hasta Regia… Pensemos por un momento en que el paso a la vieja colonia no se hizo siguiendo la costa, sino desde un punto de acceso a los esteros, desde tierra firme. Y pensemos a continuación que proyectando las 16 millas desde ad Portum en esta calzada interior que vamos describiendo, tomando un valorponderado de la milla entre 1481 mts y 1525 mts (así, 23.696 mts ó 24.400 mts)obtenemos un promedio de 24 Kms que desde El Tesorillo y a través de Cartuja, Estella, Torremelgarejo y Nueva Jarilla, termina precisamente en este punto: La Torre, junto al gran complejo –fundus- de Romanina, y junto un antiguo enclave turdetano.

En los mapas actuales y antiguos han quedado muchos indicios para rastrear calzadas romanas a partir de vocablos vinculados con elementos defensivos. Así lo vieron los grandes investigadores del XIX en las Antigüedades Romanas (E. Saavedra, F.Coello y F. Fita en el BRAH, J.A Cean Bermúdez con su Sumario de Antigüedades o ya a principios del XX A. Blázquez en las comisiones de la JSEA) cuando describían despoblados o torres para dibujar los trazados de las vías romanas, reforzándose así la vieja tesis de D. Van Berchem sobre el carácter militar y annonario de las calzadas romanas oficiales (Berchem, 1936) que siempre apoyaremos. Y ahora, recordemos de nuevo estos términos: La torre como punto de control de la campiña puede tener su equivalente en época romana como punto de control en el Ager Ceretanus, de un territorio de producción agrícola bastante extenso y que, necesariamente, tenía que estar junto a una importante vía romana por la cual sacar dicha producción.

Nos quedan aun, en lo que al trazado Víario se refiere, otras dos cuestiones. El acceso a Mesas de Asta y el paso de la Sierra de Gibalbín. Respecto al primero, hemos visto las posibilidades que daban los canales, pero ahora podemos ver otra más. Sin que esto ponga en cuestión las tesis de P. Sillieres podemos pensar que, de nuevo, la situación de La Torre como nexo de comunicaciones es factible. Terminado el Camino de Romanina, el Viajero que venía del sur, como nuestro gaditano, podía orientarse hacia los esteros de Nabrissa (Marismas del Cuervo) o hacia Gibalbín, utilizando en ambos casos la Cañada de Gibalbín o Cañada de Casinas . En el primer caso, siguiendo los restos de las villas descritas, podría alcanzar los esteros para conexionar con la vía litoral de P. Sillieres a la altura de El Cuervo. Luego, hacia el sur, el paso hasta la vieja colonia pudo hacerse desde Espartinas (nº 22) o a través del fondeadero de El Muelle (nº 23). Un yacimiento, este último, que nos sugiere un puente de barcas, más en consonancia con el paisaje de humedales de la zona, y en el cual se levantaba otro fundus, en Espartinas, quizás propiedad de los conocidos Baebios de Hasta, o puede que de los Baebios de Gades

Pero nuestro Viajero iba hacia Ugia, otra torre en el camino hacia Hispalis, que actuaba como estación aduanera. En este caso, el Camino de Espera era el itinerario a seguir, bordeando la Sierra de Gibalbín por el este. No hay que olvidar al respecto las referencias del geógrafo Al-Edrisi, que aun en el siglo XII sigue citando la estación de Gibalbín, el Gebal Mont como paso importante en la ruta interior desde Algeciras, por Medina Sidonia (antigua Asido) y hasta Sevilla. Por cierto, recordando que existen aun dos caminos para llegar: uno por la costa y otro tierra adentro(Al- Edrisi, 38). Gibalbín es un punto de paso y de control en el Ager Ceretanus, y preside la encrucijada de caminos que acabamos de describir. (J. Montero, 2000).

Hasta ahora hemos visto cómo en el Ager Ceretanus puede definirse un paisaje resultado de la colonización romana, y cuyo modelo es traído de Italia: un área suburbana de Gades, con villas suntuarias y espacios agrarios, algún pagus y varios fundi propiedad de la aristocracia mercantil gaditana, como nos muestra el conocido texto de Columela (D.r.r., III, 3, 3), y conexionados por calzadas y caminos no oficiales en los que se definen estaciones aduaneras en torno a la Vía Augusta, vía esta que permite su conexión administrativa con las capitales conventuales y, siguiendo a nuestro Viajero, con Roma.

El desarrollo de este modelo de ager traído de Italia se explica también porque el Ager Ceretanus abastece de mercancías para ser exportadas a Roma, y porque personas como los Balbo o la familia de Columela, los propietarios de estas tierras, ejercieron cargos políticos en Roma y vivieron muy vinculados a la Urbs, y que, conociendo plenamente estas formas de vida de la aristocracia romana, las imitaron en Hispania: tendríamos que encontrar, eso si, más restos de villas residenciales que nos explicasen, por ejemplo, cómo era esta “tusculana”de Columela.

Pero además en el Ager Ceretanus existía un castrum, un lugar fortificado o campamento para establecer tropas. Y qué mejor comarca que la de Gibalbín, que sin duda fue muy importante durante las guerras civiles, pues parte de sus escenarios se dan en esta región en la primera mitad del siglo I a.C (coincidiendo además con la emisión de monedas de Ceret)y que bien pudo tener funciones fiscalizadoras (las monedas de Ceret muestran espigas que nos hablarían del papel recaudador para la annona), aunque con el tiempo, y llegada la pacificación de Hispania con Augusto, este castrum cesa como centro militar, pues ya no es necesario.

Siendo así, podría entenderse la “desaparición ”de Ceret, pero entonces, ¿por qué el gaditano Columela, que vive en tiempos del emperador Claudio, entre 41-54 d.C, cita el Ager Ceretanus? Sin duda, en esta época, nuestro Viajero tendría que atravesarlo para ir hacia Ugia siguiendo su itinerario a Roma, e iría flanqueando las villas de estos potentados gaditanos, quizás algunas “tusculanas” de recreo, otras sencillos centros de producción. Y quizás pudiese ver a su paso las ruinas del viejo castrum y/o un oppidum turdetano.

¿El por qué las fuentes oficiales ya no hablan de Ceret? …. La negación de su existencia en época imperial ¿es la respuesta? Pues… ¡cuántas ciudades romanas existen en Hispania que no son citadas por Estrabón, Plinio, Ptolomeo, el Itinerario de Antonino u otra fuente “oficial”y sin embargo pueden ser identificadas por la epigrafía! (en Cádiz, sin ir más lejos, el municipio de Ocurri- CIL II, 1336-1338)…. Y no preguntemos a las fuentes oficiales porqué tal o cual ciudad cumplía una función administrativa y otra no. Simplemente, es así, o lo ignoramos.

Si se argumenta la no supervivencia de Ceret por la no existencia de moneda más allá del siglo I a.C, hay que recordar que el hecho de que Ceret dejara de emitir moneda no es algo exclusivo de este núcleo, pues Lascuta, por ejemplo, termina de emitir hacia 90 a.C y no por ello desaparece. Además, todas las ciudades de Hispania dejaron de acuñar en tiempos de Claudio, cuando Columela escribía su De Re Rustica, como vimos. Algo que además ya estaba presente en el pensamiento de Augusto, pues el control de la circulación del numerario desde Roma era algo vital en la nueva economía mercantil abierta en el Imperio, y de la que se benefició precisamente esta nueva clase mercantil y terrateniente que adquiría las tierras del Ager Ceretanus como de otros puntos de Hispania. Los hallazgos numismáticos en Nueva Jarilla o en Gibalbín son indicadores precisos de dónde debe ubicarse la ceca, independientemente de cuanto duraron sus emisiones. Y- al menos es lo que yo pienso - mucho más fiables que la moneda que hacia 1.763 se dice que apareció en la Plaza del Mercado de Jerez.

La Sierra de Gibalbín preside, como hemos visto, el Ager Ceretanus, con sus centuriaciones y sus villas (algunas puede que tan sugerentes como la de Aquae Apollinares, con establecimientos termales para el Viajero). También -y lo he dicho en otras ocasiones- en Gibalbín existen restos de un oppidum turdetano romanizado, como ya se advertía en el siglo XIX, si no antes (F. Fita, 1896). Este tipo de asentamiento, que pudo ejercer también las funciones de castrum, como sucedía en el Ager Tusculanus, no se detecta en otros puntos del Ager Ceretanus (aunque se me pueda criticar que eso no justifica el que no existan otros que no se han encontrado).

En este sentido, desde hace muchos años A. Tovar venía identificando en sus mapas los restos de la sierra de Gibalbín con la ciudad de Cappa (A. Tovar, 1974); algo que se ha mantenido en el tiempo (G. Chic, 1979-80). La descripción de Cappa, junto a Oleastrum (Plin. N.H. III, 15), se adecua también al pasaje de Mela, que nos cita el Oleaster lucus (Mela, Chor. III, 4), un bosque de acebuches junto a Gades, en el Sinus Tartesius. Y siendo como era nacido cerca de Gades, tendría que conocerlo bien, además de que Gibalbín es una posición excelente para ubicar un acebuchal abierto a los esteros, quizás el acebuchal de La Guillena, que de hecho era el más extenso del término de Jerez a mediados del siglo XIX (Madoz, 1850, V, 155), ocupando aun hoy una superficie de 50 Has.



Ptolomeo cita Oleastrum como ciudad turdetana (Ptol. II, 4, 10). Parece estar situando este punto al este de Gibalbín, y por lo que nos dice Plinio junto a Cappa (que la arqueología ha ubicado en las ruinas de Esperilla, junto a Espera) y por tanto en la calzada que, como vamos viendo, se dirige a Ugia por el interior. Esta es la calzada más oriental, y seguramente refleja la que se describe en el Anónimo de Rávena como Camino de Asido a Hispalis (Rav. 317,5).

A partir de los cálculos que he efectuado (J. Montero, 2000), las coordenadas que corresponderían a Oleastrum deben situarse en un paralelo entre Ugia (37º 10´ - 7º 00´) y la colonia de Hasta (37º 00´ - 6º 00´). Nabrissa, además, presenta 6º 30´ de longitud, y Carissa los 7º 30´; por tanto en la Sierra de Gibalbín las longitudes alcanzan aproximadamente los 7º 15´. Las coordenadas ptolemaicas 37º 05´- 7º 15´ (que en Ptol. II, 4, 10 se dan para Baesippo) podrían ser las de Oleastrum.

Esperilla, por tanto, puede adecuarse a la fórmula Cappa cum Oleastro tal y como se define en Plinio (N.H. III, 15). Sería el punto por el que el Viajero saldría del Ager Ceretanus en dirección a Ugia, dejando a un lado, quizás en la sierra, ese Lucus Oleaster, el bosque sagrado en el cual a su paso encontrase aún recuerdos, reminiscencias de un viejo lugar de culto griego vinculado a la Gades púnica, como también lo fue el Oráculo de Menestheo, y que podría estar relacionado con la introducción del olivar en el territorio gaditano, la Kotinoussa de Plinio (Plin. N.H. IV, 5 ; Eust. Comm, 456).

Fuera del Ager Ceretanus encontramos, además, la respuesta de por qué las fuentes ya no citan Ceret, que efectivamente sigue existiendo en este entramado de vías de comunicación que dependían de la Vía Augusta

En Plinio (N.H., III, 15), hay ciudades que siguen denominándose libres, federadas, estipendiarias, colonias o municipios. Ceret no parece incluirse en ninguna de estas categorías, porque simplemente su situación jurídica no es tal (al menos antes del Edicto de Latinidad de Vespasiano). Llama la atención el hecho de que gran parte de las ciudades que se citan del Conventus Gaditanus son estipendiarias: ciudades que, como Lascuta, Baessipo, Iptuci, Saguntia o Cappa, disfrutaron del derecho a la posesión de sus tierras (que no a su propiedad),por haber contribuido con su apoyo o su pasividad a la sumisión de la Asta turdetana. Esto significa que, todavía a mediados del siglo I d.C, existían núcleos de población en los que, a cambio de un stipendium, la población turdetana seguía disponiendo de las tierras. Ceret no.

Ceret tampoco era una colonia (como Hasta, Nabrissa, Asido o Carissa) ni en principio un municipio (como Gades u Occuri), y por tanto su régimen de propiedad de las tierras no estaba en manos de los turdetanos. Así, queda patente que son estas tierras ceretanas las primeras que se adquirieron por parte de los potentados gaditanos. Columela nos lo recuerda (D.r.r. 3,3,3) :”La producción –de vino- es prodigiosa en nuestros (campos) Ceretanos “(in nostris Ceretanis). Y los campos –en manos privadas- hicieron olvidar el papel administrativo de la ciudad, quizás ya en tiempos del Edicto de Latinidad de Vespasiano, hacia 75 d.C.

Fuera del Ager Ceretanus, las colonias de Hasta y Nabrissa, Carissa y Asido o las ciudades ya citadas de Cappa, Iptuci y Saguntia, orbitando alrededor del gigantesco complejo de Gades; y otros núcleos que quedan por definir y que quizás algún día puedan identificarse con la Arcilacis de Ptolomeo (quizás Arci o Colonia), con Lacca, o con los municipios de Laepia Regia o Regina citados por Plinio, o con Saudone, aquel paso necesario del Guadalete por la vía oriental que hemos visto en el Anónimo de Rávena. Nada sabemos, sino que fueron antiguos oppida turdetanos que parecen emplazarse a lo largo del curso del Guadalete. Y que, quizás, con el paso del tiempo también vieron como sus tierras quedaron en manos de las aristocracias mercantiles gaditanas o sus clientelas en un momento en que el Estado romano aumentaba su presión fiscal sobre los possesores turdetanos y al tiempo que se expandía el modelo especulativo de la villa (E. Ariño et alii, 1999), que ya estaba plenamente desarrollado en el Ager Ceretanus, al interior del Conventus Gaditanus.

En síntesis: Ceret existe porque existe el Ager Ceretanus. Éste se extiende como un brazo de estero que entra desde el Guadalete (Cartuja) hacia el interior (por Llanos de Caulina) y que termina en la Sierra de , donde se encuentra el antiguo oppidum y el punto principal de control de rutas: los caminos de la Vía Augusta en torno a Ceret. Pues desde allí pueden verse los trazados de la vía litoral y de la vía interior y las calzadas que permitirían, desde su base, la comunicación entre ambas a lo largo de un paisaje de fundi y villas. El modelo del Ager Tusculanus que, con la experiencia de la colonización del Lacio, los romanos aplicaron en algunos puntos de Hispania y del imperio (con toda la prudencia con la que debe hacerse esta afirmación), y que adquiere todo su significado dentro de este proceso, como una unidad administrativa y de producción, orientada al desarrollo de una economía de exportaciones centrada en este caso en torno al gran puerto de Gades. Así se explican que los tres elementos citados (el castrum, las villas y la calzada oficial, con su red de caminos secundarios) deban estar necesariamente vinculados.

Nuestro Viajero, desde luego, lo entendería así. Cuando salió del Ager Ceretanus para alcanzar Ugia, él daba por sentado, como Columela, que aquello era de Gades, porque era el lugar de expansión natural de la ciudad desde Portus Gaditanus-Portus Menesthei al margen del ager publicus de la colonia de Hasta (colonia que a fin de cuentas también terminó bajo su influencia).

El final de su camino era Roma, a donde quisiera llegar (después de numerosas y agotadoras jornadas de Viaje) para preparar negocios con la aristocracia gaditana allí residente, o para traer nuevos conocimientos de tecnología hidráulica e ingeniería de caminos a aplicar en una zona de esteros a la que, por qué no, sacar mayor partido con su saneamiento. Quizás viera en esto grandes oportunidades para la expansión del modelo latifundista de producción, como también parece sugerirlo la dedicatoria a Q. Cornelius Senecio que, como vimos, hizo una impresionante carrera en Roma representando los intereses de las aristocracias gaditanas aun en el siglo II d.C, justo antes del declive de la ciudad. O quizás solamente fuera un administrador que iba recogiendo rutinariamente datos para la annona…. Tal vez, una vez en Roma, entregó aquellos vasos para dar gracias a los dioses por el buen resultado de una empresa (seguramente marítima, pues para el transporte de mercancías era más rápida) o por haber alcanzado un cargo público notorio como el de curator Víarum….¿y quién lo sabe? Pero su descanso en las termas de Aquae Apollinares, no sabemos cuántas semanas o meses después, era bien merecido.


Jesús Montero Vítores (CEHJ)

 
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