A los azucareros ... y a los maños
En las campiñas gaditanas la llegada del verano estaba marcada por la recogida de la remolacha y la intensa actividad que las azucareras de la comarca desarrollaban. Cádíz era hace tan sólo una década la primera provincia productora del país y si alguna ciudad en España podía vincularse estrechamente con el azúcar, esa era Jerez. Desgraciadamente, tenemos que hablar en pasado , ya que esta actividad agrícola e industrial fue literalmente barrida por la PAC. No nos referimos con ello a ninguna "plaga" que como aquella de la filoxera arrasó el viñedo a finales del siglo XIX, o tal vez si... porque en la práctica, la dichosa Política Agraria Común dictada por Bruselas, se llevó por delante las azucareras de Guadalcacín y Jédula dejando como única superviviente la todavía persiste en el polígono industrial El Portal.
Y decimos "todavía", ya que hoy mismo publica Diario de Jerez que "La última azucarera del Sur enfila la segunda mitad de la campaña con la incertidumbre sobre el futuro del sector". Se prepara una nueva reforma de la PAC y los "daños colaterales" sobre el sector del azúcar y la remolacha podrían acabar con la última azucarera jerezana de no actuarse a tiempo. Hace unos años, -a modo de breve historia sobre las azucareras de la campiña y a modo de homenaje a los remolacheros, a los azucareros y a la comunidad "maña"de Jerez, tan vinculada al sector- publicamos estas líneas que hoy rescatamos para reclamar la atención sobre el asunto.
"Por elegir una fecha relevante, la historia de las azucareras en Jerez puede empezar a contarse a partir del
15 de Noviembre de 1897, cuando la Gaceta de Madrid anunciaba la subasta pública para la “Concesión de un canal de riego derivado del Río Guadalete”. Con un presupuesto de partida de 1.227.968 pesetas, este proyecto tenía como finalidad la construcción de una presa o azud en el “Vado de los Hornos” -lugar que acabaría siendo conocido como “La Corta”-, para poner en riego las vegas cercanas a El Portal.
Toda la comarca, y en especial la ciudad de Jerez, atravesaba entonces por una grave crisis marcada por el paro y los conflictos sociales que se había visto acentuada por la
plaga de filoxera, desatada unos años atrás, que terminaría por arruinar en poco tiempo todo el viñedo. No es de extrañar por ello que en estos años de finales del XIX se alzaran voces que clamaban por buscar alternativas al monocultivo de la vid.
Las propuestas pasaban, invariablemente, por la puesta en regadío de las mejores tierras del término. La construcción del Pantano de Guadalcacín, que habría de esperar aún más de una década, estuvo precedida por una iniciativa más modesta: los regadíos, de unas 2000 hectáreas, en las vegas de los Villares, El Torno, las Quinientas, El Palmar y El Portal que la
Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete pretendía desarrollar mediante una amplia red de canales y acequias. Y con ellos la introducción del cultivo de la remolacha y la construcción de la primera fábrica de azúcar en nuestra provincia: la
Azucarera Jerezana, en El Portal.
Iniciada su construcción en
1899, la vida de nuestra primera azucarera fue muy corta. Pese a la puesta en regadío de una amplia vega, el contenido en azúcar de la remolacha cultivada ofrecía bajos porcentajes. El auge de esta industria en otras zonas del país (Zaragoza, León, Granada…) y las dificultades económicas de la Sociedad promotora llevaron al
cierre de la factoría en 1906. La nave central y muchas de sus
dependencias aún siguieron en pie durante muchos años, sufriendo en algunas ocasiones, las crecidas del Guadalete que llegaron a inundar parcialmente sus instalaciones. Su maquinaria fue desmontada progresivamente y vendida a otras azucareras que, en esos años, habían iniciado también su andadura o realizaban ampliaciones.
Y aquí, en una de esas curiosas idas y venidas de la historia, - o mejor, de la pequeña historia de las azucareras- entra en juego un técnico mecánico,
D. Nicolás Moliner Gallego, a quien encontramos en el mes de noviembre de 1919 desmontando en El Portal una de estas máquinas de la Azucarera Jerezana para trasladarla a la
Azucarera del Jalón, en Épila (Zaragoza), donde trabaja. Su hijo, Salvador Moliner Ortega –quien se empleará años más tarde en la misma empresa- nacerá en Jerez durante la estancia temporal de su familia, que regresará, cumplida la tarea, a la localidad aragonesa. Cincuenta años después, por esas paradojas de la vida, la
Azucarera de Épila se cerrará y su maquinaria se desmontará para ser trasladada a la nueva Azucarera de
Jédula.
La vieja
Azucarera Jerezana estuvo en pie durante casi dos décadas hasta que sus techumbres comenzaron a arruinarse. Pese a todo, sus muros, las elegantes arcadas de ladrillo de su nave central, los restos de naves, almacenes y dependencias… resistieron más de medio siglo para ser testigos de la vuelta de la industria azucarera a Jerez. Lamentablemente, han aguantado en pie otros cuarenta años para contemplar de nuevo su declive. Veamos a grandes rasgos como sucedió.
Tras el abandono casi en su totalidad del cultivo de la remolacha en los campos gaditanos, será
a partir de los años 50 cuando vuelve a aparecer para sustituir parcialmente al algodón en los secanos de la provincia. Los agricultores que se aventuran de nuevo con este cultivo se ven obligados a transportar la remolacha a las azucareras de Granada (provincia que desde 1878 fue pionera en estas industrias), a la sevillana de Los Rosales o a la cordobesa de Villarubia.
Muchas son las voces que a lo largo de estos años insisten en la necesidad de construir una azucarera en Jerez.
El panorama cambiaría cuando en
1965 la compañía Ebro adquiere en Pozoalbero, junto a la pedanía de Guadalcacín, una finca de 33 hectáreas para construir una planta azucarera ante el empuje del cultivo en la provincia. Habría que esperar para ello a 1967, año en que se autorizó el cierre y el traslado de la
Azucarera del Gállego (Zaragoza). Procedente de esta planta, en ese eterno ir y venir de los ingenios industriales sobre el que ya hemos hablado, llegó a Guadalcacín buena parte de su maquinaria (secaderos de pulpa y azúcar, calderas, molinos, tachas...), si
bien la flamante instalación fabril, conocida como “Azucarera de Sevilla” se dotaría de nuevos equipos que la convertirían en la más moderna y la de mayor capacidad de molturación de su época. En poco más de un año, Guadalcacín vio levantarse la planta azucarera que fue
inaugurada el 9 de julio de 1968 por el ministro de Industria, D. Gregorio López Bravo, y el alcalde de Jerez D. Miguel Primo de Rivera. Ese mismo verano realizó ya su primera campaña de
producción molturando casi 300.000 toneladas de remolacha a razón de 4.000 de media diaria. Todo un record para la época.
Al año siguiente, Jerez contaría con una nueva factoría, la
Azucarera del Guadalete, instalada en el flamante
Polígono Industrial “El Portal”, junto a la vía férrea. Perteneciente a la Sociedad General Azucarera, la planta se creó tras el cierre y el traslado de la azucarera oscense de
Monzón de Cinca, así como de otras pequeñas azucareras del Valle del Ebro, muchos de cuyos trabajadores, como sucedió con la de Guadalcacín, se vieron obligados a trasladarse a Jerez. Su primera campaña de molturación, en
1969, vino acompañada por el gran crecimiento de los cultivos de remolacha en todos los rincones de la campiña.
El triángulo de las azucareras se cerraría un año más tarde con la construcción de una nueva planta en Jédula a la que llegaba un ramal del antiguo Ferrocarril de la Sierra que, aunque nunca llego a funcionar, estuvo activo hasta esta fábrica.
La Azucarera de Jédula, perteneciente a la
Compañía de Industrias Agrícolas, inició su construcción a lo largo de los años 1968 y 1969 y llevaría a cabo su
primera campaña en 1970. Una parte importante de su maquinaria
y, especialmente, de su plantilla, procedía de la
Azucarera del Jalón, industria pionera en España que había iniciado su andadura en 1904 en la localidad zaragozana de
Épila,
desde donde más de cien familias (los conocidos “maños”) se trasladaron a residir en Jerez. Esa misma fábrica a la que, en 1919, llegaban algunas de las máquinas que D. Nicolás Moliner había desmontado en la vieja Azucarera Jerezana de El Portal.
Las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado son también las del auge de la remolacha y de las azucareras en las campiñas gaditanas. Son los años en los que el cultivo alcanza su mayor expansión, llegando a sobrepasar en sus momentos punteros las
50.000 hectáreas de superficie, que situaban a la
provincia de Cádiz a la cabeza nacional llegando a concentrar el 25% de la producción española y el 60% de la andaluza (Zoido, F. 1984). En esta “época dorada” de las azucareras, las producciones de remolacha provienen por orden de importancia, según el Estudio Económico de la Provincia de
Cádiz (1983) de los términos de Jerez, Arcos, Medina, Vejer, Conil y Villamartín, recibiéndose también de municipios de la provincia de Sevilla. En estos años de gran producción llegó incluso a proyectarse la ubicación de una nueva planta en el cruce de Las Cabezas. Sin embargo, el mismo Estudio apunta ya problemas preocupantes en la década de los 80: “
El exceso de oferta existente, tanto a nivel nacional como europeo, hace que este cultivo, de gran trascendencia en la economía gaditana, se encuentre contingentado, fijándose objetivos de producción a nivel nacional mediante cupos. Cádiz participa en un 15%-20% de la producción nacional de remolacha, consiguiéndose actualmente, y a través de múltiples negociaciones cupos extras, incluso en detrimento de los de otras provincias”
Las azucareras y el cultivo de la remolacha trajeron trabajo y prosperidad, pero tuvieron también algunas contrapartidas negativas derivadas, fundamentalmente, del grave impacto ambiental que causaron en sus primeros años. Ya en el verano de 1969, los vecinos de El Portal y el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María denunciaban como la contaminación de las aguas del río, a las que vertía la Azucarera
del Guadalete, habían ocasionado un grave daño en la fauna piscícola que no llegó a recuperarse pese a la instalación de balsas de decantación y sistemas de depuración que, al parecer, no llegaron a funcionar correctamente. Los malos olores propios de estas instalaciones se denunciaron también en Jédula y en Guadalcacín, cuya azucarera se vio obligada a trasladar sus balsas a un paraje aislado en las cercanías de las Mesas de Asta.
Desde hace más de una década, la pequeña historia de las azucareras, la “dulce” historia del cultivo de la remolacha y de la industria del azúcar comenzó a amargarse.
Las políticas agrarias comunitarias (PAC), las regulaciones del mercado y de producciones,
la OCM, la asignación de cupos, las bajadas de precio de la remolacha, las fusiones empresariales, los intereses de las multinacionales de la alimentación… trajeron como consecuencia el
declive y el
cierre de las plantas de Jédula (2001) y de Guadalcacín (2008). La visión estos días de la demolición de esta instalación industrial nos produce la misma desolación que nuestra última visita a la Azucarera de Épila, el verano pasado, de la que sólo quedan sus centenarias chimeneas. Deseamos que no suceda lo mismo con la Fábrica de Botellas, en estos días en los que se ciernen sobre ella los negros nubarrones.
Cuarenta años después de la instalación de las azucareras en la campiña y tras el cierra de las plantas de Guadalcacín y Jédula, el futuro es, cuando menos, incierto. La Azucarera del Guadalete, única factoría superviviente del “glorioso” pasado azucarero jerezano, ha sido adquirida por una multinacional inglesa que realiza nuevas inversiones para incorporar una nueva refinería de azúcar. El declive de la industria ha traído también como consecuencia el de los cultivos, un horizonte que nadie hubiese previsto hace cuarenta años, cuando la campiña era un “mar de remolacha” y las azucareras empleaban directamente, durante sus largas campañas estivales a más de mil trabajadores.
Cuarenta años después, el azúcar se vuelve amargo en el recuerdo."
"entornoajerez"...
"entornoajerez"...