30 noviembre 2013

Paisaje con ciudad al fondo.
La vista de Xeres de la Frontera de Joris Hoefnagel (S. XVI).




Un hombre lleva sobre sus espaldas un pesado odre. Camina con dificultad detrás de unos arrieros que conducen una recua de mulos cargados de sacos hacia la ciudad que se nos muestra cercana, extendida en el horizonte sobre las lomas de la campiña. Ocupando el centro de la escena, en primer plano, un distinguido personaje, vestido con ricos atuendos, sujeta por la empuñadura su espada envainada mientras tiende la mano a una dama. En sus cercanías dos jinetes, portando lanzas y escudos, escaramuzan junto al “camino para el Puerto de S. María y para Cádiz”. Al fondo del grabado, cercada de muros, una ciudad nos muestra su dilatado caserío en el que despuntan las torres de sus iglesias. Una ciudad, Jerez, que es ya a mediados del siglo XVI una de las más pobladas del reino. Esta es la estampa que ofrece Hoefnagel en su vista de Xeres de la Frontera realizada entre 1563 y 1567. (1)

Jerez en el primer atlas moderno.

Esta ilustración forma parte de una magna obra que con el título de Civitates Orbis Terrarum, vio la luz entre 1572 y 1617 editada por el impresor Georg Braun y en la que se incluían también grabados del cartógrafo y pintor Franz Hogenberg. Concebida como complemento al atlas del mundo de Abraham Ortelius (Theatrum Orbis Terrarum), en esta obra monumental colaboraron más de un centenar de cartógrafos, dibujantes y pintores paisajistas que dejaron testimonio de numerosos rincones de todos los continentes conocidos, lo que nos ha permitido retener en imágenes muchos aspectos relevantes de la vida cotidiana y la fisonomía de las ciudades del siglo XVI.

Uno de estos colaboradores que viajó por diferentes países europeos dibujando y pintando vistas fue el artista flamenco Joris Hoefnagel, quien pudo visitar Jerez entre los años 1563 y 1567, dejando así testimonio gráfico de Jerez con este singular grabado de gran valor histórico, que ha quedado ya como una de las primeras estampas en las que se aprecian muchos detalles de cómo era nuestra ciudad a mediados del siglo XVI. Esta vista de Xeres de la Frontera será incluida en la selección de 480 ciudades de todo el mundo que integrarán la colosal obra Civitates Orbis Terrarum.

Algunos autores mantienen que el trabajo de Hoefnagel pudo estar inspirado en uno anterior realizado por el dibujante paisajista flamenco Anton Vanden Wyngaerde, quien recorre España desde 1561 por encargo de Felipe II para dibujar una colección de 62 vistas de las ciudades más notables del reino, y quien dedica también varios de sus dibujos a Jerez (2). Si bien las vistas de “Antonio de las Viñas” (como se conoce también a Wyngaerde, y de quien nos ocuparemos en otra ocasión) son más detallistas y meticulosas, las de Hoefnagel son más espectaculares y luminosas, más coloristas y escenográficas. Como esta de Jerez que comentamos. O como las dedicadas a Conil, Vejer, Setenil, Bornos, Zahara, Los Palacios, Las Cabezas, Lebrija y otras muchas ciudades andaluzas que se deben también a su mano.



El Jerez del XVI: una gran ciudad en expansión.

En estos años en los que Hoefnagel visita Jerez, entre 1563 y 1567, la ciudad cuenta con numerosas iglesias y conventos y las obras de la Cartuja están ya muy avanzadas. Son los años en los que se termina la Cruz de la Defensión y en los que el puente del Guadalete en el Vado de Medina lleva ya dos décadas prestando sus servicios. Los Hospitalarios de San Juan de Dios de instalan en el Llano de San Sebastián, actual Alameda Cristina. Como cuenta Rallón (3), el cabildo planea construir una calzada desde la ciudad a El Portal, para facilitar el transporte de vinos hasta el embarcadero, así como de mejorar el camino hasta el convento agustino de Guía. De la misma manera, se estudian los proyectos de acercar el río hasta la Puerta Nueva presentados por ingenieros holandeses, o los que pretenden traer el agua desde la fuentes de Badalejo y Pedro Díaz como propone el licenciado Bravo. Rallón nos recuerda que en 1567 “florecía en esta ciudad un siervo de Dios llamado Juan Pecador” que pretendía hacer un hospital para los pobres necesitados y enfermos… Pero volvamos a la vista de Hoefnagel.

Manuel Mª González Gordon, en su conocida obra Jerez, Xerez, Sherish, nos aporta un valioso testimonio de aquel Jerez reflejado el grabado de Hoefnagel: la traducción de algunos fragmentos del texto latino que figuraba al dorso del grabado, en el atlas en el que fue publicado en 1565, traducidos por D. Teodoro Molina Escribano quien fuera abad del la Colegiata de Jerez. En él se afirma que Jerez es una “…ciudad conspicua por lo espaciosos de su asiento y amplitud de sus muros…Sus campos, plantados de viñedos y cereales, feraces en vinos, aceite, trigo y todo género de frutos, de tal suerte son productivos que se muestran en cualquier tiempo, contra la credulidad de los hombres, como en una perenne primavera y perpetuo verdor que matiza sus variadas mieses y sus vastísimos prados, cubiertos y vestidos del verdor de sus granos y flores, constituyen el encanto de quien los contempla… De aquí proceden los famosos vinos que son exportados hasta las gentes de la India, y Alemania, Francia, Inglaterra, Escocia, Holanda y a todas las regiones del Universo son exportados todos los años… Es tal la cantidad de vino que anualmente produce este territorio a sus cultivadores, que apenas bastan para almacenarle 40.000 vasijas de tres anas cada una, y alguna vez se ha comprobado que el número de estas vasijas de madera pasó de 80.000. Esta región produce prestantísimos caballos entre todas las regiones de España, principalmente de carrera… son educados por nobles con una industria admirable divirtiéndose grandemente con sus carreras en los hipódromos cuando celebran combates a caballo en los que mutuamente se ejercitan con cañas en vez de lanzas, a la manera como los moros suelen manejar las lanzas y arrojarlas contra los enemigos. En la lengua patria estos juegos se llaman “Juegos de Cañas”. (4)

La vista de Xeres de la Frontera.

A nadie escapa que las vistas de ciudades aportan una valiosa información para el estudio del paisaje urbano, de su entorno natural y del medio físico donde se enclavan. Por esta razón cuando observamos detenidamente estos primeros grabados de Jerez que han llegado hasta nuestros días y, en especial los realizados en el siglo XVI, hace ya 450 años, podemos conocer también algunas claves del contexto geográfico, político, económico y comercial de nuestra ciudad.

Así, en la escena que nos ofrece Hoefnagel aparecen ya los rasgos definitorios del paisaje de la campiña tal como hoy pueden contemplarse todavía, destacando las suaves lomas que rodean de la ciudad en las que ya ha desaparecido la vegetación natural que ha sido sustituida por cultivos. Entre ellos destacan especialmente los viñedos, que alternan en la imagen con lo que posiblemente podrían ser campos de cereal y con prados que llegan hasta los mismos muros. Son las tierras de los pagos de Torrox, Anaferas, Gibalcón… que desde las faldas de San Cristóbal se extienden hasta las cercanías de la ciudad. El casco urbano se adapta también a esta topografía irregular de la que la imagen de Hoegnagel ha sabido captar sus rasgos más llamativos. En el extremo de la derecha se aprecia el punto más elevado ocupado por el Alcázar, reflejándose también el pequeño valle del Arroyo de Curtidores, cuyas laderas condicionan la disposición del muro y el caserío.

La imagen muestra también algunas construcciones relevantes en los extramuros de la ciudad, apreciándose en el centro, en segundo plano, la ermita de “Nuestra Señora de Guía junto a la que hay también otras edificaciones. En estos años, este lugar es un monasterio agustino del que los frailes se trasladarán en 1643 al que fuera Hospital del Pilar. De la misma manera se refleja también en la escena el antiguo camino de “los Puertos y Cádiz”, a la izquierda de la imagen, que partía de la ciudad por la Puerta del Arroyo, abierta en 1500. El grabado lo señala explícitamente con la leyenda “Camino para el Puerto S. María y para Cádiz”, y es normal que así se destaque ya que era una de las vías de comunicación más importantes y transitadas de nuestro entorno, que cruzaba el mencionado arroyo por una alcantarilla situada junto a la Ermita de Guía, como parece reflejarse en el grabado. Algunos de los caminos que bajan de la Sierra de San Cristóbal se aprecian también en la imagen, así como una curiosa cuesta muy empinada que nos recuerda, por su situación a los pies del Alcázar y del barrio de extramuros de San Miguel, a la actual “Cuesta de la Alcubilla”.

Hoefnagel ha reflejado como rasgo de identidad de nuestra imagen urbana, el recinto murado, apreciándose detalles de los lienzos de muralla, de la barbacana, de las torres, de la Puerta de Rota, del Alcázar… Entre el caserío destacan las torres y los edificios de algunas iglesias como la de San Salvador, San Mateo, tal vez San Marcos…, distinguiéndose lo que al parecer son casas palaciegas y otras construcciones de mayor envergadura, muy posiblemente bodegas. En las afueras de la ciudad se aprecian ya los barrios de extramuros de Santiago (izquierda) y San Miguel (derecha). Lo que pudiera ser una pequeña ermita con su espadaña se dibuja también en las cercanías del Alcázar, a la izquierda del camino que sube hacia la ciudad.

Las claves simbólicas del grabado de Hoefnagel.

Los profesores Javier Navarro Luna y Antonio García Gómez (5), en un interesante estudio titulado Las vistas de ciudades. Una imagen geográfica de las ciudades andaluzas en el siglo XVI, aportan algunas claves de análisis que nos ayudan a interpretar mejor este grabado



de Xerez en sus aspectos simbólicos. A su entender, como sucede también en las vistas de otros lugares, el autor quiere destacar aquí la actividad económica más significativa de la ciudad centrada en el cultivo de la vid y la producción y comercialización de vino “… y es la principal imagen que trata de transmitir el grabado de Hoefnagel, donde con gran minuciosidad se dibuja un paisaje de suaves lomas cubiertas de viñedos, en ordenadas parcelas”. En el libro original, el grabado de Jerez aparece junto al de Conil, donde, como en Jerez, también se muestra la principal actividad económica de esta villa: la pesca del atún en almadrabas y las diferentes fases de su elaboración y preparación.

Pero la vista de Xerez aporta otras muchas claves y junto al paisaje modificado por la actividad humana nos habla también de sus pobladores. Como señalan acertadamente los mencionados autores, “…la imagen presenta dos grandes planos. El primero recoge escenas y personajes costumbristas, a un lado dos caballeros luchando, símbolo quizás de su posición fronteriza – de ahí su nombre- durante muchos años entre los reinos cristiano y nazarí, seguidos de dos personajes cuyos ropajes los identifican como los dos grandes poderes de la ciudad, el uno eclesiástico y el otro nobiliario. Por último, aparece el pueblo llano en las figuras de trabajadores que dirigen una recua de mulas hacia la ciudad, y otro que carga un saco a sus espaldas y los sigue”. En relación a las dos figuras centrales otros autores, como Ferrán Soldevila (6), interpretan que los personajes centrales son “una dama y un caballero”. Sea como fuere Hoefnagel deja constancia de los diferentes estamentos de la ciudad y los representa, de manera estereotipada si se quiere, realizando aquellas actividades que cabe esperar de su posición social, vestidos y ataviados con las indumentarias propias de su rango.

Y como decorado de fondo, Jerez: “Al fondo aparece la ciudad rodeada de un imponente lienzo de murallas dado su carácter fronterizo. A lo largo del perfil urbano, que ocupa todo el frontal del fondo, se nos muestra un caserío muy concentrado, entre los que destacan las siluetas de los grandes edificios religiosos – iglesia de San Salvador- y civiles –casas palacio y bodegas- Aunque apenas se vislumbra `por la perspectiva adoptada, indicar que el paso de la ciudad islámica a la cristiano supuso una transformación radical ni en las viviendas, ni en la morfología urbana”.

En estos días fríos que anuncian ya el invierno hemos querido volver a las afueras de la ciudad para situarnos en el lugar aproximado que Joris Hoefnagel debió escoger hace 450 años para realizar su vista de Jerez. En la fotografía se refleja lo que hemos contemplado. Ni que decir tiene que nos quedamos con la imagen de nuestro dibujante flamenco.


Para saber más:
(1) Enlace con la “Vista de Xeres” de J. Hoefnagel: http://historic-cities.huji.ac.il/spain/jerez/maps/braun_hogenberg_II_6_2.html
(2) Marías, Julián.: Las ciudades de Antonio de las Viñas ABC de Madrid. 08/05/1987.
(3) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación. Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. III P 151-162.
(4) González Gordon, Manuel Mª.: Jerez-Xerez-Sherish. Ed. Gráficas del Exportador. Jerez. Edición de 1970. Pg. 53.
(5) Navarro Luna. Javier y García Gómez, Antonio.: Las vistas de ciudades. La imagen geográfica de las ciudades andaluzas en el siglo XVI. Dpto. de Geografía Física y A.G.R. Univ. De Sevilla. 2009
(6) Ferrán Soldevila.: Historia de España. Volumen 3. Ediciones Ariel, 1952. pg. 182

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 30/11/2013

23 noviembre 2013


Un recorrido por las torres y castillos en torno a Jerez




Durante los siglos medievales nuestro territorio fue un espacio fronterizo, escenario de numerosos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. No es de extrañar por ello que unos y otros construyeran castillos y fortalezas, torres y atalayas repartidas por la campiña y las serranías en torno a Jerez, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Los orígenes, funciones y tipología constructiva de cada una de ellas son muy variados pero, en líneas generales, obedecen a un propósito defensivo y de control del territorio, estando ubicadas en puntos estratégicos (sierras, cerros sobresalientes, peñones rocosos) desde los que se divisa un amplio horizonte y desde los que, en muchos casos, se tiene contacto visual con otras torres y fortalezas.

El historiador Bartolomé Gutiérrez señala en relación a su disposición espacial, y al papel que desempeñaban en la defensa de la ciudad estas construcciones militares, que “…son puestas en tal disposición que se ven unas a otras; y estas y las de la costa, que pertenecen a otras poblaciones (como las de tierra adentro) eran atalayas para enemigos, avisándose de unas a otras con los hachos encendidos; de modo que en corto espacio de tiempo, se noticiaban las novedades que ocurrían en toda la costa y su comarca; distinguiendo la urgencia según el modo de la señal con ahumadas o con luces y otras diferencias”. (1)



Para comunicar posibles amenazas, los castillos, atalayas y torres de almenara se valían de fuegos y ahumadas, permitiendo así la conexión de puntos distantes del alfoz, incluidas las zonas costeras, con la ciudad. En nuestro “recorrido” de hoy nos proponemos visitar aquellas de las que se conserva algún vestigio, así como otras de cuya existencia se guarda memoria en las fuentes documentales.

Torres en la campiña.



De entre las levantadas en época islámica, destaca la de Torrecera, una torre vigía construida en tapial y levantada por los almohades, probablemente en las primeras décadas del s. XIIII. La torre, que aún mantiene en pie tres de sus muros, está ubicada en el Cerro del Castillo, una pequeña elevación visible desde grandes distancias, en conexión visual con la ciudad y con Medina Sidonia. Desde su altura domina un amplio espacio de la vega baja del Guadalete así como el valle del arroyo Salado de Paterna, vía de comunicación natural con Alcalá y la zona sur de la provincia. Esta ruta fue seguida, entre otros, por Alfonso XI y su ejército en 1333 para la toma de Gibraltar.

De esta misma época puede ser también la cerca, también de tapial, que rodea la torre ubicada en las cumbres de la Sierra de Gibalbín, si bien los restos que se conservan de este torreón, reconstruido en distintos momentos, son de época cristiana. En sus lienzos, todavía pueden observarse grandes sillares procedentes de la ciudad romana que se levantó en las cumbres y las



faldas de esta sierra junto al cercano cortijo de La Mazmorra, de los que aún se aprecian las ruinas de distintas construcciones. A los pies de esta sierra aún se conservan también vestigios de otra antigua torre vigía: la Torre de la Hinojosa o de Pedro Díaz. Integrados en el actual



cortijo de La Torre de Pedro Díaz, aún pueden apreciarse los sillares y muros e tapial de la que fuera una sólida torres que despunta entre el caserío que la rodea.

También de época andalusí, como la anterior, fue la torre de Mesas de Asta, fabricada con tapiales y de cuya existencia hay constancia desde el siglo XIII hasta bien entrado el s. XVIII, aunque en la actualidad nada se conserva de ella. Esta torre debió estar en conexión con la que se alzaba en Los Alíjares, ubicada en un cerro que domina el antiguo camino de Sanlúcar y cuya base forma hoy parte de las construcciones del actual cortijo de Alíjar. Algo parecido sucede con la Torre de Macharnudo, también de origen medieval, que hoy vemos completamente remozada formando parte de las dependencias de la viña El Majuelo. Esta torre, levantada sobre un cerro que domina un gran territorio, enlaza visualmente con las de Gibalbín, Mesas de Asta, Alíjar y Espartinas, permitiendo el control de un amplio territorio.

Castillos y fortalezas.

En el punto más alejado del extenso alfoz jerezano se levantaba el Castillo de Tempul a cuyos pies se encontraba una aldea que, con la fortaleza y sus términos, fueron puestos por Alfonso XI bajo la jurisdicción directa del concejo jerezano en el siglo XIV. El castillo, jugó un importante papel en la época



medieval y aún en la actualidad se conservan los restos de algunos muros y el arranque de una de sus torres. Su emplazamiento, en un lugar muy próximo al copioso manantial, era de gran importancia estratégica en las luchas de frontera. La fortaleza, encaramada sobre un peñasco de roca ofítica, era de acceso muy difícil, controlándose desde este punto el paso natural del río



Majaceite, que corre a sus pies, y las comunicaciones con la Serranía. Hay que recordar que hasta la toma de Jimena y posteriormente de Cardela y de las demás fortalezas de la Serranía de Grazalema, bien entrado el siglo XV, el sector más oriental de los términos de Jerez fueron una frontera inestable con el reino nazarí de Granada, por lo que el Castillo de Tempul jugó un papel estratégico en la defensa del alfoz jerezano.



Entre los castillos medievales mejor conservados en la actualidad en el entorno rural de la campiña destaca el de Gigonza. Ubicado en las faldas de la Sierra del Valle, aún se mantienen en pie sus recios torreones y su cerca almenada. En su entorno existió una aldea medieval y



durante el siglo XIX y el primer tercio del XX acogió también un establecimiento balneario que se aprovechaban de sus manantiales de aguas sulfurosas. Desde Gigonza existe conexión visual con Torrecera, así como con los castillos de Arcos y Medina controlándose también las vías de comunicación entre ambas poblaciones.

Tras la conquista de Jerez por Alfonso X, se levantarán otras fortalezas y torres para el control de la zona de frontera y la defensa del territorio y se aprovecharán y reforzarán algunas de las ya existentes. De época cristiana es ya la Torre de Sidueña, posteriormente conocida como Castillo de Doña Blanca, ubicada a los pies de la Sierra de San Cristóbal, sobre el antiguo emplazamiento de la Shidûna andalusí, en una colina que domina el estuario del Guadalete, bajo la que se encuentran también los restos de un enclave fenicio presente aquí desde la primera mitad del siglo VIII a.C. La Torre ocupaba un lugar estratégico en el camino que unía Jerez y el Puerto de Santa María, siendo construida entre los siglos XIV y XV. Utilizada también como ermita, debió ejercer un papel de control sobre las embarcaciones que remontaban el Guadalete, navegable entonces hasta La Corta. Esta torre, conservada en la actualidad y recientemente restaurada, debió estar en conexión con la existente en las cumbres de la Sierra de San Cristóbal, ya desaparecida. Esta última, por su privilegiado enclave entre Jerez y el mar, jugó un papel fundamental para dar aviso a la ciudad de las amenazas procedentes de la costa al enlazar visualmente con la Torre de la Atalaya (también conocida como de la “Vela”, del Reloj” y del “Concejo”, adosada a la Iglesia de San Dionisio. Del valor estratégico de la desaparecida torre de San Cristóbal da cuenta Fray Esteban Rallón en su Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera, al referirse a ella como “…el castillo y atalaya, árbitro del océano y de la tierra, índice de la paz y de la guerra que con sus fuegos y albarradas avisa a nuestra ciudad y su comarca de lo uno y lo otro”. (2)



Torres en los caminos de la sierra.

En el camino de Arcos, dominando los Llanos de Caulina y los accesos a la Sierra se levanta la Torre de Melgarejo. Hasta mediados del XIX, estuvo rodeada de un recinto murado (parcialmente destruido y muy reformado) y en los siglos medievales llegó a contar con dependencias subterráneas y foso. Esta torre, que fue construida probablemente en el s. XV, formaba parte del sistema defensivo y de alerta de la ciudad en los siglos medievales y desde ella se enlazaba visualmente con la mayoría de las situadas en el sector norte del alfoz jerezano. Fernán Caballero, en su novela Lucas Garcia (1852), nos aporta una curiosa descripción de la torre y de sus leyendas.



Situado al sur del Guadalete, el Castilllo de Berroquejo controlaba los caminos hacia Medina y Vejer, siendo su ubicación de gran valor estratégico al ser este territorio el paso obligado para las rutas que unían el Estrecho con las campiñas. Emplazado sobre un peñasco calizo de difícil acceso, en un paraje cercano a Fuente Rey, aún hoy se conserva parte de su cerca y los muros de una de sus torres, desde la que se mantiene contacto visual con los castillos de Medina y Torre Estrella. El castillo Berroquejo es nombrado en las Crónicas de Alfonso XI y durante el primer tercio del siglo XIV verá acampar las tropas castellanas a sus pies en varias de las expediciones militares hacia Tarifa, Algeciras y Gibraltar.



Junto a los anteriores, se tiene también noticia de otras fortalezas y atalayas, ya desaparecidas. Una de las más referidas en la historiografía jerezana es la Torre de Santiago de Fé o de Efé (como escribe B. Gutiérrez) que se alzaba en el paraje de Las Mesas de Santiago, junto al camino de Bornos, en el emplazamiento que hoy ocupa el Cortijo de las Mesas de Santiago, donde hubo también una aldea medieval. Desde esta torre se enlazaba visualmente con las de Torremelgarejo, Gibalbín y Torre de Pedro Díaz, y se controlaban también los caminos de Bornos, Espera y el que se dirigía a Alocaz y las Cabezas por Gibalbín.

La Torre del Sotillo estuvo ubicada en el paraje de este nombre, junto al Río Guadalete en el lugar que actualmente ocupa la Cartuja, levantada probablemente sobre alguna de las pequeñas elevaciones próximas al río y desde las que se controlaba el paso natural conocido como “vado de Medina”. La Torre de Martín Dávila, de la que no se conservan restos, estuvo también próxima a otro vado del río. Se tiene constancia documental de otras atalayas ubicadas en La Suara, La Jarda, las Mesas de Soto Gordo (junto a Algar), Espartinas…

En el Cerro de la Torre, pequeña elevación que domina el valle del Arroyo Salado de Paterna, frente al Cortijo de Los Arquillos, se conservan también restos de una antigua torre y de otra más en el citado cortijo. En ambos casos, nada tienen que ver estas construcciones con instalaciones militares o de control del territorio, sino que están asociadas al acueducto romano del Tempul.

El profesor Emilio Martín Gutiérrez nos recuerda que las Ordenanzas Municipales de 1450 dedicadas a la guerra, prestan gran importancia al mantenimiento de estas atalayas: “Yten, que se de orden como en el tienpo que ouiere rebato, todos los ganados e los omes que estouieren en el campo, lo sepan por almenara o ahumadas fechas en los lugares do puedan ser vistas. E que luego que por ellos fueren vistas, dexen todas las fasiendas e se vengan a la çibdad… E para esto aya omes deputados e tengan cargo de faser las dichas almenaras e ahumadas cada uno en su lugar çierto, cada que les fuere mandado. E que tenga cargo los que primero vieren las dichas almenaras e ahumadas de llamar e apellidar a los otros çercanos dellos que no las vieren. E los que este cargo tosieren, porque mejor lo fagan, sean quitos de otros seuicios. E los lugares donde las tales personas deuen estar, son estos: en san Cristóual, en la Cabeça del Real, en la Torre de Diego Dias, en la Cabeça de Esprynas, en el Torrejón de asta, en el Cabeça de Macharnudo”. (3)



El rico legado histórico y cultural que suponen las torres y castillos repartidos por la campiña corre serio peligro de terminar por desaparecer si no se plantean intervenciones de consolidación, restauración y puesta en valor de los elementos más relevantes..Con independencia de las distintas figuras de protección de algunos de los castillos y torres mencionados, todos ellos están incluidos en la declaración genérica que, desde el año 1949, se extiende a todos los elementos defensivos como castillos, murallas, torreones. Lamentablemente, el inexorable paso del tiempo y la falta de actuación de los propietarios y de las administraciones, nos viene a recordar que para frenar el deterioro de nuestro patrimonio, hacen falta algo más que normas.


Ver mapa más grande

Para saber más:
- (1)- GUTIÉRREZ, B.: Coord.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera. Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, pg. 31..
- (2) - RALLÓN, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación. Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 2.
- (3)- MARTÍN GUTIÉRREZ, E. Y MARÍN RODRÍGUEZ J.A.: “La época cristiana (1264-1492)" en CARO CANCELA, Diego (coord.), Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval, I, Cádiz, 1999, p. 282-283.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 23/11/2013

16 noviembre 2013

Los colores del otoño.
Un paseo por los castañares de Parauta.




A nuestros amigos Juanma Grilo y Yiye Melero, parauteños de adopción.

Un buen día, como todos los años, descubrimos que a la ciudad está a punto de llegar el otoño porque en los rincones de siempre empiezan a instalarse los puestos de castañas. Los delata el humo con el que impregnan el ambiente que forma en las noches frías una espesa neblina. Y el olor, ese inconfundible olor que tiene algo de recuerdos de infancia.

En el campo el otoño acude también a su cita ofreciendo el hermoso espectáculo que tiene lugar en las laderas de los valles de nuestras serranías. Es allí donde en los meses de octubre y noviembre los castaños dejan caer sus “erizos” y cambian de color sus hojas mostrando cuantos tonos puedan imaginarse entre el verde, el anaranjado y el amarillo.

Para disfrutar de esta explosión de colores, ahora que estamos ya en el corazón del otoño, les proponemos una visita por los alrededores de Parauta uno de los pueblos del alto Genal, cercano a Ronda, uno de los más visitados de la “Ruta de los Castaños”.



Por el Valle del Genal.

Esta conocida ruta puede recorrerse de muy variadas maneras y los itinerarios que es posible trenzar entre los distintos pueblos que la integran, tienen un denominador común: los indescriptibles paisajes de la cabecera del valle del Genal donde los castaños y sus cambiantes colores son los auténticos protagonistas. Alpandeire, Faraján, Júzcar, Cartajima, Parauta, Igualeja, Pujerra… son algunos de las localidades a las que podemos acceder, bien desde la carretera que enlaza Ronda y Algeciras, bien desde la que une Ronda con San Pedro de Alcántara.



Esta última es la que hemos elegido para adentrarnos en la Serranía y, tras recorrer aproximadamente 12 km., nos desviaremos a la derecha en dirección a Parauta. Al poco, la carretera presenta una bifurcación: la de la derecha (MA-525) nos conduce a Cartajima, Juzcar y Alpandeire y la de la izquierda (MA-519), que es la que seguimos, nos lleva en un suave descenso hasta Parauta, donde termina.



El paisaje en estos primeros tramos está dominado por la imponente presencia de las cumbres calizas de la Serranía. A nuestra derecha quedan las faldas peladas de la Sierra del Oreganal presididas por la rotunda silueta del Almola, mogote rocoso de 1406 m. que se prolonga hacia el suroeste por una singular formación rocosa, Los Riscos, a cuyos pies se adivinan los pueblos de Cartajima y Júzcar –algo más escondido-, rodeados de castañares.



La carretera nos conduce hasta Parauta, que divisamos al poco con su blanco caserío en la ladera del valle. Paseando por las calles del pueblo nos llama la atención, junto al pintoresco cementerio, un caserón en cuya pared se lee “Castañas Genal”, que nos delata ya una de las principales fuentes de riqueza del lugar. Bajando a la plaza pasaremos por la Fuente de la Alquería y tenderemos la oportunidad de asomarnos a varios miradores para disfrutar de las vistas del pueblo y del paisaje circundante.


Un paseo por sus calles nos descubre rincones en los que nos cautivarán los pequeños detalles de la arquitectura popular. Aquí, una pequeña ventana, allí una curiosa chimenea, más allá una vieja puerta o un arco de ladrillo que da paso a una estrecha calle. En la pared de otra casa un azulejo relata la historia de Omar ben Hafsum, célebre caudillo muladí que encabezó una prolongada rebelión contra el poderío Omeya y que nació en una alquería cercana a Parauta. En una recoleta plaza, el restaurante El Anafe es un lugar ideal para disfrutar de los ricos platos de la tierra antes de dirigir nuestros pasos hacia la calle del Altillo, donde la estructura de un gran edificio cuya construcción quedó paralizada, nos da la pista del sendero que conduce al castañar. Se trata de un antiguo camino, con firme de cemento en su tramo inicial, que une Parauta con la cercana villa de Igualeja, uno de los más hermosos itinerarios que pueden realizarse en estas sierras para disfrutar de los colores del otoño entre castaños.



Un poco de historia.

Estos pequeños enclaves de la serranía de Ronda vivieron durante siglos del monte y sus escasos recursos. Así lo refleja, por ejemplo, un curioso manuscrito de la Biblioteca Nacional, “Descripción de caminos y pueblos de Andalucía”, de autor desconocido, escrito en torno a 1744. Al describir el “Lugar de Parauta” señala escuetamente: “Dista este pueblo de la ciudad



de Ronda legua y media, cuyo camino es de sierras; del lugar de Igualexa, un cuarto de legua, y en su tránsito hay una cuesta arriba y otra cuesta abajo; al lugar de Cartaxima, un cuarto de legua. No son abundantes sus cosechas; los ganados que en él se crían son pocos y se componen de vacuno, cabrío y algunas yeguas; no tiene minas ni ríos; las sierras de su término son bajas; no hay ganado lanar ni oficio de manufactura; no tiene convento ni ermita
”. En el cercano pueblo de Igualeja, del que informa que tiene ciento cincuenta vecinos, esa viaja “guía” menciona sus viñas y ya hace referencia a sus castaños así como a la fuente en la que nace el río Genal. Un dato curioso se aporta con respecto al río: “el río Genal pasa por medio de este lugar, de cuyas aguas están privados los vecinos trece años ha por ir en derechura a la Real Fábrica de Hojalata que dista de este lugar una legua”. (1)



Se refiere este antiguo manuscrito nada menos que a la primera fábrica de hojalata de España, que se instaló en el cercano pueblo de Júzcar, en la otra ladera del valle, junto a Cartajima, y que a punto estuvo de acabar con los castañares del alto Genal. Aunque su construcción se inició en 1727, no empezó a producir hojalata hasta 1731, habiendo sido levantada en este lugar por reunir unas condiciones excepcionales. A la presencia de minas de hierro en las proximidades había que sumar las copiosas aguas del Genal, procedentes de los nacimientos de Igualeja, que se desviaron para mover los ingenios hidráulicos de la fábrica, privando de ellas a los campesinos de “aguas arriba” del valle. A todo ello había que añadir la abundancia de madera, imprescindible para la fabricación del carbón vegetal que precisaba en grandes cantidades los hornos de fundición. Pinsapos, encinas, quejigos... y castaños, sucumbieron al hacha y al carboneo para abastecer de carbón vegetal a la Real Fábrica de Hojalata de Júzcar durante las muchas décadas que permaneció abierta, siendo un auténtico “azote” medioambiental para el valle, cuyos castaños a punto estuvieron de desaparecer. José A. Castillo Rodríguez recoge en su libro “El Valle del Genal: paisajes, usos y formas de vida campesina” que “…el uso de carbón vegetal como combustible provocó una intensa deforestación, especialmente con el desmoche de los mayores castaños y la casi total desaparición de los robles del Jardón o los pinsapos de la Sierra del Oreganal. Los campesinos de Igualeja se quejaban en las Respuestas de que "los castañares no producen nada a sus dueños porque se talan los árboles para hacer carbón para la Real Fábrica de Hojalata, en virtud da la facultad que por decreto concedió Su Majestad" (el Real privilegio firmado por Felipe V el 18 de octubre de 1726 daba libertad para el corte de leñas). (2)

El mismo autor da cuenta de la desaparición de los castañares y de los bosques en las Sierras de Cartajima, al mencionar que Rivera Valenzuela, Comisario del Santo Oficio de la Inquisición, en su obra de 1766 "Diálogos de memorias eruditas para la historia de la nobilísima ciudad de Ronda" , "…el hierro y el fuego han limpiado en varias partes más de quatro leguas, con pérdidas de dos millones y medio de árboles; acuérdome haver hecho de Fiscal en la causa fulminada contra un carbonero, que en distintas ocasiones él solo havía cortado en el Risco de Cartaxima más de treinta mil encinas albarranas frutales". (3)

Caminos centenarios.



Pero volvamos al sendero, celebrando que la fábrica de hojalata de Júzcar cerrara sus hornos para siempre a finales del XVIII, antes de acabar definitivamente con los castañares, como lo hizo con no pocos bosquetes de robles y pinsapos, de encinas y quejigos en los montes cercanos.

Caminos parecidos a los que vamos a recorrer, que serpean por las laderas de El Cerrito, pobladas de castaños, eran las únicas vías de comunicación entre los pueblos del valle del Genal a los que no llegaron las carreteras hasta bien entrado el siglo XX. Sobre esta circunstancia, Domingo de Orueta escribía en 1917, en su Estudio Geológico y Petrográfico de la Serranía de Ronda, lo siguiente: "La escasez de vías de comunicación entre este valle y el resto de la provincia es tal, que podemos afirmar el siguiente e inaudito hecho: de los quince pueblos que hay en el valle del Genal, nueve de ellos no han visto nunca una rueda; esto es, jamás ha llegado a ellos, porque no puede llegar, no ya un coche, sino ni un carro, ni aun los más toscos y sencillos.

No existen carreteras ni caminos, sino veredas tortuosas y estrechísimas de pendientes extraordinarias, nunca reparadas, que suben y bajan por aquellos montes, del todo indiferentes a la curva de nivel. Para ir de Ronda o de la costa a cualquiera de estos pueblos, es preciso cabalgar horas y horas sobre un mulo o un caballejo del país, y precisamente del país: que sólo las caballerías criadas en él son capaces de cortar los malísimos y peligrosos pasos de tales veredas...
" (4)

El lector curioso podrá comprobar cómo el primer mapa topográfico de la zona (la hoja 1065-Marbella del Instituto Geográfico y Estadístico, edición de 1917) presenta todavía en construcción la carretera de Ronda a San Pedro de Alcántara y pone de manifiesto la inexistencia de otras carreteras secundarias entre los pueblos del valle del Genal, más allá de los caminos de herradura y vías pecuarias, muy parecidas a los que ahora recorremos. (5)

Entre castaños.

Dejamos ya la historia para adentrarnos por los caminos que unen Parauta e Igualeja y perdernos literalmente bajo las copas de los castaños que a ambos lados del sendero cubren nuestros pasos. Si tenemos la suerte de elegir bien las fechas, -desde finales de octubre a finales de noviembre- disfrutaremos de un inigualable espectáculo. En las laderas se amontonan abiertos los “erizos”, que es como se conoce a la capa coriácea cubierta de espinas que protege a las castañas. Un manto de hojas secas –ocres, anaranjadas, amarillas- cubre el suelo por todas partes y entre las copas de los castaños se filtra la luz del sol encendiendo aún más los colores de las hojas. En el fondo del valle se adivinan pequeños huertos y como telón de fondo, frente a nosotros, nos acompañan en nuestro recorrido los paredones calizos del Almola, del cerro del Malhacer, de los Pilares del Jarastepar o de Los Riscos, por cuyas laderas se adivina la carretera que conduce a Cartajima, cuyo blanco caserío se nos antoja colgado entre los frondosos castañares que lo rodean.



Tanto si llegamos hasta Igualeja, como si paseamos por estos senderos que se trazan en torno a Parauta, disfrutando del otoño sin igual de sus castaños, regresaremos después – como nos pasa a nosotros cada vez que venimos- con una sola idea: volver de nuevo el próximo noviembre con nuestros amigos, guíados como siempre por J. Manuel Grilo y Yiye Melero, “parauteños” de adopción. Para quienes no quieran esperar tanto, la primavera ofrece también una singular visión de estos parajes cuando los castaños exhiben sus flores masculinas que visten las copas verdosas con una singular coloración amarillenta. Que ustedes lo disfruten.


Para saber más:
(1) Jurado Sánchez, J.: Descripción de caminos y pueblos de Andalucía. Editoriales Andaluzas Unidas, S.A. Sevilla 1989.
(2) Castillo Rodríguez, J.A: El Valle del Genal: paisajes, usos y formas de vida campesina. Málaga, 2002, citado por J. Porras, Javier:La Real Fábrica de Hoja de Lata de San Miguel” en: http://www.iluana.com/espacios_articulo.asp?idarticulo=15
(3) Porras, J.: en obra citada.
(4) Orueta y Duarte, D.: Estudio Geológico y Petrográfico de la Serranía de Ronda, Memorias del Instituto Geológico de España, 1917. Pa. 111-112.
(5) Mapa Topográfico Nacional. Hoja1065-Marbella, edición de 1917.1 Instituto Geográfico y Estadístico.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 16/11/2013