Con Dios y con el Diablo por los viñedos de Jerez.




En estos paseos a los que les invitamos cada semana en torno a Jerez, solemos hacer referencia al poso cultural que se esconde tras la toponimia de nuestra tierra. Hoy, para seguir comprobándolo, vamos a realizar de nuevo una “incursión” en los paisajes de las viñas.

Julián Pemartín, en su Diccionario del vino de Jerez (1965), apunta ya, sólo en la relación de nombres de los pagos de viña de la zona, hasta 285 topónimos, de los que 135 corresponden a la campiña de Jerez. Esta relación se ve incrementada hasta la cifra de 394 pagos si, como señala Alberto García de Luján en La Viticultura del Jerez (1997), se incluyen los controlados a través del Consejo Regulador. Basta pensar que cada pago puede incluir en su territorio varias casas de viña -y hasta decenas de ellas en los de mayor superficie- para hacernos una idea de la “densidad” y riqueza toponímica que ofrecen los viñedos del marco. Si a estas listas añadimos también los nombres que han dejado de utilizarse (muchas de estas casas están ya en ruinas, han desaparecido o son conocidas con otra denominación) y que podemos rastrear en los viejos mapas o en las fuentes documentales de los pasados siglos, convendremos que la toponimia del viñedo jerezano es un tesoro cultural de primer orden, del que nos iremos ocupando en otros trabajos.



Buena parte de estos nombres tienen su origen en los siglos XVIII y XIX y entre ellos abundan los relacionados con la naturaleza del terreno y, muy especialmente, los hagiotopónimos esto es, las viñas, haciendas o casas bautizadas con nombres de santos y vírgenes o, en general, con el de otros nombres vinculados a la religión católica y la Iglesia. Entre todos ellos llaman poderosamente la atención dos topónimos antagónicos y rotundos. Dos nombres precisos, sonoros y categóricos: DIOS y el DIABLO.

Tras la Viña de Dios por el pago de Ducha.



En el afamado pago de Ducha, situado a unos 10 km al norte del casco urbano. en dirección a Sevilla, aún se mantienen vivos los topónimos de Viña de Dios y Viña del Diablo. Ambas se sitúan en las cercanías del Cortijo de Ducha, hasta el que hemos venido para acercarnos a estos parajes de la campiña.



Sin entrar en el nuevo complejo hostelero en el que ahora se ha trasformado este antiguo cortijo, continuamos por el carril que lo rodea y que, en un suave descenso entre sembrados, cruza por una pequeña olmeda buscando el antiguo Camino de Ducha, que antaño fue una de las principales vías del Jerez rural. Este camino (que aún puede recorrerse desde el actual parque Empresarial), arrancaba del norte de la población, junto al que conducía a Lebrija, y llegaba hasta las Marismas de Casablanca, pasando a los pies de Montegil.



Ya en el camino, en dirección norte, se suceden a ambos lados suaves lomas en las que en otros tiempos crecieron renombrados viñedos que hoy han dejado paso a cultivos de cereal. En estos parajes se conservan todavía lo restos de algunas casas de viña. Para rescatar su memoria y recuperar aquellos paisajes de viñedos de finales del XIX en ese tiempo en los que la filoxera está a punto de arruinarlos, hemos acudido al testimonio que ofrece el Plano de Los Viñedos de Jerez, (Lit. y Tip. Hurtado) que se incluyen también en el Plano del Término Municipal de Jerez de Lechuga y Florido (1897).

Allí están ya la Viña de Dios y la Viña del Diablo, una frente a otra, al igual que otras casas de viña que hoy nos muestran sus ruinas a ambos lados del Camino de Ducha.



En estos mismos parajes, algo más arriba, a la izquierda de esta vía, descubrimos hoy lo que queda de la que fuera la monumental casa de la Viña La Paz, que nos muestra aún los soberbios arcos ojivales, que un día sujetaron su techumbre, apuntando hacia el cielo.



Continuando en esa dirección, también a la izquierda del camino, rodeadas de arbustos, como protegidas por una orla vegetal, se adivinan las ruinas de la casa de viña de la Montañesa, con su balcón asomado a los sembrados.



Frente a ella, a los pies del carril, a la derecha, aún nos sorprenden, por su armonía y solidez, los muros de la que fuera una de las casas de viña más grande de estos contornos: la de La Francesa.

Desde este lugar seguimos nuestra ruta y, al poco, se divisan ya frente a nosotros, coronando un pequeño cerro a la izquierda del camino, las ruinas de la casa de la Viña de Dios, que aún mantiene en pie buena parte de sus muros. Entre ellos asoman los grandes arcos de mampostería que sostuvieron su tejado a dos aguas, desplomados hoy en su mayor parte. Levantada en la segunda mitad del XIX, la Viña de Dios fue una sólida edificación, a juzgar por lo que aún queda de ella, construida con sillaretes de arenisca que llegó a contar con bodega y lagar.

La casa estuvo en uso hasta la década de los sesenta del pasado siglo, si bien fue perdiendo su estampa



tradicional al añadirse nuevas dependencias en las que los cantos dejaron paso a los ladrillos. Aún hoy, vemos sus ruinas coronando la loma más alta (78 m.) de estos parajes del pago de Ducha, junto a Cerro Oria, aunque en sus laderas no queda ni una cepa de aquellos viñedos para los que se eligió, nada menos, que el nombre de “Viña de Dios”, un topónimo a imitación del célebre “Monte Carmelo”, que ya encierra en sí mismo una poderosa imagen.

Por la Viña del Diablo.

Frente a la “Viña de Dios” en una pequeña loma, a la derecha, llama la atención un conjunto de edificaciones de nueva planta. Se trata de las casas, bodegas, lagares y almacenes de la Viña San Patricio, levantados a mediados de los 60 del siglo pasado, en el lugar donde se alzaba la Viña del Diablo, por cuyas laderas paseamos ahora entre sembrados de trigo. Nada queda ya de aquellos horizontes de cepas que llegaban hasta las tierras del cortijo de La Zangarriana, en las proximidades de la carretera de Sevilla, al que volveremos en otra ocasión para hablar de una de las cunas del flamenco de gañanía.



El guarda de esta viña nos cuenta que conoció las ruinas de la antigua casa y la pequeña historia de sus primeros propietarios y de cómo este lugar cambió su primitiva denominación por la actual. Mientras charlamos, recordamos aquel escueto anuncio que publicaba el ABC de Sevilla en su edición del 17/12/1076: “Se necesita un casero para la finca de labor “Viña del Diablo” (Jerez), Carretera de Madrid-Cádiz. Kilómetro 626,5”. A buen seguro que con ese inquietante nombre, más de un interesado se lo pensó dos veces. Cuando le preguntamos por el origen de ambas viñas surge la duda, como si de una discusión teológica se tratase: ¿Cuál de ellas fue la primera? Tiene oído que fue la del Diablo… Tal vez sea cierto. Puede ser que aquel primer propietario que bautizó a su viña con el nombre del Diablo, provocara la reacción de sus vecinos de pago que, para salvar irónicamente la “afrenta”, dieran el nombre de “Viña de Dios” a la suya… O puede que fuera al revés.

Pero este “Diablo” del pago de Ducha no era el único que anduvo dando nombres de parajes en la campiña gaditana y así, el Mapa de F. Coello (1868) nos confirma la existencia de una “Casa del Diablo” frente a la Ermita de Nuestra Señora de Aina, en un paraje que hoy identificamos con los Cejos del Inglés o los cerros de La Aina. Otra vez las “fuerzas del mal” enfrentadas con las del “bien”, también en la geografía de la campiña…



Por la Zangarriana y el Cortijo Viña de Dios.

Lo que sí es cierto es que, aunque la casa de la Viña de Dios dejo de habitarse hace casi medio siglo, sus antiguos propietarios, al cambiar de finca, no quisieron desprenderse de su singular nombre y bautizaron con él una de las propiedades de su familia que hoy se mantiene como “Cortijo Viña de Dios”, en las proximidades de La Zangarriana. Mientras dejamos atrás este lugar recordamos que, junto a los de Torrox, los viñedos del pago de Ducha fueron los primeros de la campiña jerezana en ser atacados por la filoxera, en julio de 1894. ¿Acaso la Viña del Diablo, situada más al norte y más próxima a Lebrija, de donde al parecer llegó, fue la primera en ser arrasada por aquella plaga de proporciones casi bíblicas? Sea como fuera, lo que sí sabemos es que la Viña de Dios tampoco se libró de ella ya que en poco tiempo acabó arruinando todo el viñedo jerezano.

Hemos tomado ahora la carretera de Sanlúcar y, desviándonos por la vía servicio, a la altura de Las Tablas, el camino discurre –esta vez sí- entre viñas. Son las tierras de los pagos de Cerro Obregón, de San Julián y, sobre todo, de Balbaina, que se encuentran entre las mejores del marco. Las casas de viña están aquí, en su mayor parte, bien conservadas y guardan aún, en la mayoría de los casos, el sabor de los mejores tiempos del viñedo jerezano.

Venimos hasta aquí para visitar los parajes de otra Viña de Dios, ubicada en este caso en el pago de Balbaina Alta, junto a la autovía de Sanlúcar, a la izquierda en dirección a esta población. El Plano Parcelario del término de Jerez de Adolfo López Cepero (1904), ubica aquí, con el escueto y rotundo nombre de “Dios”, un sector de la campiña colindante con otros predios cargados también de significación religiosa. Allí están Los Judíos, Las Ánimas, Santa Teresa de Jesús, Santa Cecilia, San Ginés… Allí también Santa Julia, Santa Cristina, San Julián, La Santa… Diríase que todo el santoral, hecho viñas, custodia a “DIOS”.



Esta otra “Viña de Dios” figura ya en el primer mapa del IGN de 1918 (Hoja 1047 de Sanlúcar) como “Casa de Dios” denominación que cambiaría luego a la de “Viña de Dios” o “Casa de la Viña de Dios”.

Este topónimo, de perfiles casi místicos y sobrenaturales, se mantiene asociado hoy día, en los mapas del IGN, a lo poco que queda de la antigua casa de viña. En la actualidad sólo se conserva una pequeña parte del primitivo edificio, al que se fueron agregando otras dependencias que han roto la típica estampa de la casa de viña tradicional aunque, esta vez sí, está rodeada de viñedos. Junto a ella se conserva un viejo pozo y en sus cercanías aún pueden visitarse otras viñas de renombre como las de Las Cañas (frente a la Viña de Dios), la de El Cuadrado, La Soledad (algo más lejos, El León, La Cruz del Husillo... Entre todas ellas merece especial atención, pese a su deterioro, la de Plantalina, una magnífica casa de viña, con aspecto de palacete decimonónico, que conserva todavía sus muros, labrados en piedra de arenisca y sus techumbres en buen estado.

De vuelta a casa, nada no gustaría más que tomarnos una copita de un oloroso “Viña de Dios” o de un amontillado “Divino”… Aunque, al parecer, deberemos conformarnos con un “cognac español” “El Diablo”, como el que figura en esa singular etiqueta de 1830, de los productores jerezanos “Gutiérrez Hermanos” que nos ha facilitado gentilmente José Luis Jiménez.

El refranero tradicional nos recuerda aquello de que “hay que poner una vela a Dios y otra al diablo”. En Jerez nos pasamos de precavidos y, por si acaso, hemos puesto en nuestros viñedos, dos “Viñas de Dios” y una “del Diablo”.




Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros artículos relacionados: Un recorrido por los viñedos de Jerez. Al encuentro de la primavera, Cortijos, viñas y haciendas, y sobre Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 27/04/2014

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