A comienzos del siglo XX la sociedad jerezana estaba embarcada en una serie de grandes proyectos de obras públicas. Se pretendía con ello intentar paliar la crisis provocada por la plaga de la filoxera que a finales del XIX había arruinado el viñedo y con él, la principal fuente de ingresos de todo el marco de Jerez. Junto a la presa de Guadalcacín y el Ferrocarril de la Sierra, el otro gran reto que la ciudad se había planteado era la construcción de la carretera de Cortes, vía de comunicación indispensable para conectar la ciudad con su extenso alfoz y facilitar así una salida comercial a las producciones de las grandes fincas agrícolas, ganaderas y forestales que se extendían al este del vasto término municipal jerezano, cuyos confines lindaban con la provincia de Málaga.
La carretera de Cortes: un sueño hecho realidad.
Antonio Gallegos, quien fuera ingeniero director de la presa de Guadalcacín, expresaba en una de las conferencias que sobre estas cuestiones organizó el Ateneo Jerezano en 1916 la necesidad de construir esta carretera, de “interés excepcional para la ciudad… al ser la arteria central que en dirección de Occidente a Oriente ha de cruzar el extenso término municipal, desarrollando un recorrido de 90 kilómetros para llegar al término de Cortes, en la Provincia de Málaga”. En esos años ya se encuentran muy avanzadas las obras entre Jerez y El Mimbral, habiéndose adjudicado también las que unían El Mimbral con el “Puerto de Galis”.
El tramo más dificultoso, por lo abrupto del terreno era el comprendido entre este último lugar y el Mojón de la Víbora. A este respecto, el ingeniero apuntaba que “…por último, entre el Puerto de Galis y el límite del término habrán de construirse otros 10 km á lo largo de la Loma de la Novia, en la sierra de la Gallina; y es tal el deseo y el interés que por esta obra han demostrado los propietarios de aquellas dehesas, que hace tiempo se dijo que con el fin de facilitar la ejecución y evitar los trámites de expropiación, habían ofrecido al Estado ceder gratuitamente los terrenos que hubiera de ocupar la nueva carretera".
Consciente de las dificultades, pero también de la necesidad de la obra para el progreso de una extensa zona de la provincia, Gallegos era optimista y defendía que ..."en plazo no lejano podría quedar esta vía disponible para el tráfico; pero es que este camino tiene un carácter muy especial: constrúyense carreteras en todas partes para servir a los pueblos de la comarca y aquí, en 90 kilómetros no ha de servirse más pueblo que Jerez, sin que por esto haya de ser poco frecuentada; antes bien ha de sufrir un tráfico muy intenso, pues aparte de su carácter estratégico, tiene otro aspecto muy importante; no se construye para servir antiguos pueblos, se construye para crear pueblos que no existen y debieran existir".
Cien años después les invitamos a recorrer este último tramo de la carretera de Cortes, el comprendido entre El Puerto de Galiz (o Galis) y el Mojón de la Víbora, en los límites de los términos de Jerez, Cortes y Ubrique, una ruta de apenas 20 km que, a nuestro juicio, pasa por ser una de las carreteras secundarias con mayor “encanto” de la provincia. ¿Nos acompañan?
En el Puerto de Gáliz.
Nuestra ruta comienza en el Puerto de Gáliz (pk. 20), donde hemos dejado atrás su conocida Venta en el cruce donde confluyen los caminos de Jimena, Ubrique y Alcalá de los Gazules, junto a la singular mole rocosa del Peñón de Ballesteros.
El peñón, una enorme roca de arenisca que destaca, aislada, entre los prados que se abren en el alcornocal, es un hito natural de primer orden, todo un monumento geológico al que la erosión ha dado formas redondeadas. A su lado se construyó el primer ventorrillo de estos parajes que hoy nos muestra sus ruinas y que hace apenas dos décadas regentaba el entrañable “Juan el Igualeja” junto a su esposa Catalina.
Desde hace unos años, se ha instalado a sus pies una improvisada “capilla” al aire libre a la “Virgen de los Milagros de Puerto de Gáliz”, una nueva advocación más pagana que religiosa, rodeada de “exvotos” y “ofrendas” de lo más kitsch, cuya hornacina de corcho ha sido instalada en una pequeña oquedad de esta mole rocosa rompiendo, a nuestro entender, el natural encanto del lugar.
Dejamos atrás el Peñón (que debe su nombre al general Francisco Ballesteros quien anduvo por estos parajes combatiendo a los franceses en la Guerra de la Independencia) para tomar la carretera en dirección a Ubrique. En su primer tramo discurre por un trazado paralelo al que llevaba el antiguo camino que unía esta población serrana con Alcalá y que se conserva aún parcialmente como vía pecuaria. Desde los primeros kilómetros, el viajero descubre que transita por una ruta muy especial, escoltada por las arboledas del bosque que se desarrolla en las faldas de la Sierra de la Gallina, que queda a nuestra izquierda. Con 787 m el Pico de la Gallina constituye la máxima elevación del término municipal de Jerez, prolongándose en una misma formación montañosa con las lomas de La Novia (752 m) y de La Gitana (705 m). Cruzamos aquí por tierras de la Dehesa de El Marrufo, que en otros tiempos formó parte de los Montes de Propios de Jerez hasta que en 1859 fue sacada a pública subasta.
Apenas hemos recorrido un par de kilómetros, la carretera atraviesa una zona más despejada que deja a la vista, frente a nosotros, el caserío de El Marrufo que se adivina entre las arboledas y los prados que descienden, ladera abajo, hasta la Garganta de la Sauceda. El Marrufo (pk. 17) es una gran explotación de 1.000 hectáreas de superficie y uno de los más singulares cortijos del término, dedicado a los aprovechamientos del bosque y sus recursos forestales, cinegéticos y ganaderos.
Sus edificios, visibles desde la carretera, se organizan en torno a un amplio patio central, muy abierto, donde se aprecian las estancias del señorío, las viviendas y gañanías, así como su peculiar capilla de estilo neogótico, coronada por una curiosa espadaña de cantería. Tras la edificación se aprecian tres naves gemelas construidas con muros de mampostería de piedra vista, dedicadas a almacenes, cuadras y estancias.
Siempre que pasamos por este lugar, hacemos un alto en el camino frente a la capilla, en recuerdo de las mujeres y niños de la cercana aldea de La Sauceda, que en noviembre de 1936 fueron aquí encerrados antes de ser fusilados. Sus cuerpos fueron sepultados en las cercanías del cortijo, en una de las mayores fosas comunes de Andalucía, en la que hace sólo dos años han comenzado a exhumarse las primeras víctimas.
Entre bosques de alcornoques.
Dejando atrás El Marrufo, veremos a la izquierda sendas cancelas que dan paso a pistas forestales que se internan en el bosque. La primera, junto a una fuente, cruza la Loma del Torero. Por la segunda se accede a la antigua “Casa de los Colonos” que estuvo habitada, como otras que encontramos repartidas por estos montes, por las familias que se dedicaban a los trabajos forestales.
Seguimos nuestra ruta, dejándonos llevar por una carretera que traza por aquí curvas cerradas y que, a tramos, parece techarse por las copas de los árboles que la escoltan a sus orillas. Muy pronto, a la izquierda, veremos la entrada a la Dehesa del Quejigal (pk. 16) que forma parte de los Montes de Propios de Jerez. Crece en ella un magnífico alcornocal -con abundantes quejigos en las zonas umbrosas- que se cruza a través de una pista forestal que se interna en un bosque cuyas arboledas se extienden por las faldas de La Gallina y del Cancho de las Caretas, a los pies de unos llamativos riscos de arenisca conocidos como Tajos del Sol.
La carretera trepa ahora hasta un puertecillo (el antiguo Puerto de la Cruz), hasta el que subía el camino de Cortes y que descubrimos aún tras una cancela que da paso a la pista que conduce a las Casas del Abanto, y que queda a nuestra derecha. En este tramo, cruzamos por un denso alcornocal en el que reclamaran la atención del viajero los troncos marcados con números de muchos árboles que observamos a ambos lados del camino (pk. 16).
José María Sánchez, Ingeniero de Montes, buen conocedor del Parque de Los Alcornocales, nos explica el origen de este curioso “bosque de los números” que tiene su origen en la práctica de marcar ciertos árboles con el último dígito del año en el que ha sido descorchado. Así, nos informa que, tradicionalmente, “las fincas corcheras tienen organizadas los “tramos” de descorche con límites fácilmente identificables, de tal modo que sus gestores saben que la pela correspondiente a tal año acaba -o comienza- en tal arroyo, divisoria o camino. No obstante, en algunas ocasiones se pueden producir confusiones. Por ejemplo, si un año hubo que interrumpir el descorche porque el corcho no se daba bien, y esa zona se suma al descorche del año o años siguientes, el límite entre tramos o pelas se ve modificado… Entonces los gestores marcan ciertos árboles para indicar hasta dónde llegó la pela”.
Por lo general, el descorche tiene lugar cada nueve años, pero “suele ser habitual que las explotaciones de gran extensión no descorchen todos los árboles de un mismo sector a la vez y repartan las pelas en años sucesivos. Con esta práctica no se expone toda la finca a la vez a los riesgos de daños graves tras un descorche (por incendios, sequías, plagas...), dado que el árbol queda temporalmente sin defensas. A ello hay que sumar también las ventajas económicas ya que al dividir la cosecha en distintos años se reparten los ingresos y se equilibran los precios de venta, que pueden variar mucho de unos años a otros”.
En estos casos se realiza el marcado de los troncos pelados de cada sector para distinguirlos con claridad en espera del turno de nueve años cuando serán de nuevo descorchados. “Para evitar confusiones se recurre también entonces a marcar algunos árboles que delimitan aproximadamente la pela. El número empleado en la marca suele ser el último dígito del año que se descorchó, por tanto, del 0 al 9”.
Continuamos nuestro camino no sin antes pararnos en algún recodo de la carretera para “asomarnos” a las vallonadas forestales que divisamos, a vista de pájaro, en la margen derecha, entre las que descubrimos las Casas del Abanto en el ameno valle del arroyo del Parrón. La carretera cruza ahora entre un pinar de pino negral o resinero que crece en las faldas del Cancho de las Caretas cuyos altos y espigados ejemplares forman un tupido dosel vegetal sobre la calzada, que aparece en muchos tramos (pk. 15-14) totalmente sombreada. Las agujas secas de los pinos -la pinaza- se amontona en las cunetas llegando a los bordes del asfalto, dando así a la carretera un aspecto más agreste y “natural”, como de pista forestal que discurriera por el interior de un bosque. En uno de los pinos, en la cuneta derecha, se ha instalado una pequeña capillita de corcho con una imagen de la virgen, desde cuyas cercanías podremos obtener buenas vistas del caserío del Abanto.
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.
Por si te interesa, también hemos publicado en este blog otros temas relacionados con el que aquí se trata. Puedes verlos en Carreteras con encanto, En el Puerto de Gáliz. Un recuerdo a Juan “el Igualeja”, El Peñón de Ballesteros. En el Puerto de Gáliz con el general Ballesteros y Del Puerto de Gáliz al Mojón de la Víbora. Por Los Alcornocales (2).
Nota: La fotografía de Antonio Gallegos ha sido tomada del blog de Antonio Mariscal Trujillo
Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/12/2014