28 diciembre 2014

Del Puerto de Gáliz al Mojón de la Víbora.
Una carretera con “encanto” (1)




A comienzos del siglo XX la sociedad jerezana estaba embarcada en una serie de grandes proyectos de obras públicas. Se pretendía con ello intentar paliar la crisis provocada por la plaga de la filoxera que a finales del XIX había arruinado el viñedo y con él, la principal fuente de ingresos de todo el marco de Jerez. Junto a la presa de Guadalcacín y el Ferrocarril de la Sierra, el otro gran reto que la ciudad se había planteado era la construcción de la carretera de Cortes, vía de comunicación indispensable para conectar la ciudad con su extenso alfoz y facilitar así una salida comercial a las producciones de las grandes fincas agrícolas, ganaderas y forestales que se extendían al este del vasto término municipal jerezano, cuyos confines lindaban con la provincia de Málaga.

La carretera de Cortes: un sueño hecho realidad.

Antonio Gallegos, quien fuera ingeniero director de la presa de Guadalcacín, expresaba en una de las conferencias que sobre estas cuestiones organizó el Ateneo Jerezano en 1916 la necesidad de construir esta carretera, de “interés excepcional para la ciudad… al ser la arteria central que en dirección de Occidente a Oriente ha de cruzar el extenso término municipal, desarrollando un recorrido de 90 kilómetros para llegar al término de Cortes, en la Provincia de Málaga”. En esos años ya se encuentran muy avanzadas las obras entre Jerez y El Mimbral, habiéndose adjudicado también las que unían El Mimbral con el “Puerto de Galis”.

El tramo más dificultoso, por lo abrupto del terreno era el comprendido entre este último lugar y el Mojón de la Víbora. A este respecto, el ingeniero apuntaba que “…por último, entre el Puerto de Galis y el límite del término habrán de construirse otros 10 km á lo largo de la Loma de la Novia, en la sierra de la Gallina; y es tal el deseo y el interés que por esta obra han demostrado los propietarios de aquellas dehesas, que hace tiempo se dijo que con el fin de facilitar la ejecución y evitar los trámites de expropiación, habían ofrecido al Estado ceder gratuitamente los terrenos que hubiera de ocupar la nueva carretera".

Consciente de las dificultades, pero también de la necesidad de la obra para el progreso de una extensa zona de la provincia, Gallegos era optimista y defendía que ..."en plazo no lejano podría quedar esta vía disponible para el tráfico; pero es que este camino tiene un carácter muy especial: constrúyense carreteras en todas partes para servir a los pueblos de la comarca y aquí, en 90 kilómetros no ha de servirse más pueblo que Jerez, sin que por esto haya de ser poco frecuentada; antes bien ha de sufrir un tráfico muy intenso, pues aparte de su carácter estratégico, tiene otro aspecto muy importante; no se construye para servir antiguos pueblos, se construye para crear pueblos que no existen y debieran existir".



Cien años después les invitamos a recorrer este último tramo de la carretera de Cortes, el comprendido entre El Puerto de Galiz (o Galis) y el Mojón de la Víbora, en los límites de los términos de Jerez, Cortes y Ubrique, una ruta de apenas 20 km que, a nuestro juicio, pasa por ser una de las carreteras secundarias con mayor “encanto” de la provincia. ¿Nos acompañan?

En el Puerto de Gáliz.



Nuestra ruta comienza en el Puerto de Gáliz (pk. 20), donde hemos dejado atrás su conocida Venta en el cruce donde confluyen los caminos de Jimena, Ubrique y Alcalá de los Gazules, junto a la singular mole rocosa del Peñón de Ballesteros.



El peñón, una enorme roca de arenisca que destaca, aislada, entre los prados que se abren en el alcornocal, es un hito natural de primer orden, todo un monumento geológico al que la erosión ha dado formas redondeadas. A su lado se construyó el primer ventorrillo de estos parajes que hoy nos muestra sus ruinas y que hace apenas dos décadas regentaba el entrañable “Juan el Igualeja” junto a su esposa Catalina.



Desde hace unos años, se ha instalado a sus pies una improvisada “capilla” al aire libre a la “Virgen de los Milagros de Puerto de Gáliz”, una nueva advocación más pagana que religiosa, rodeada de “exvotos” y “ofrendas” de lo más kitsch, cuya hornacina de corcho ha sido instalada en una pequeña oquedad de esta mole rocosa rompiendo, a nuestro entender, el natural encanto del lugar.

Dejamos atrás el Peñón (que debe su nombre al general Francisco Ballesteros quien anduvo por estos parajes combatiendo a los franceses en la Guerra de la Independencia) para tomar la carretera en dirección a Ubrique. En su primer tramo discurre por un trazado paralelo al que llevaba el antiguo camino que unía esta población serrana con Alcalá y que se conserva aún parcialmente como vía pecuaria. Desde los primeros kilómetros, el viajero descubre que transita por una ruta muy especial, escoltada por las arboledas del bosque que se desarrolla en las faldas de la Sierra de la Gallina, que queda a nuestra izquierda. Con 787 m el Pico de la Gallina constituye la máxima elevación del término municipal de Jerez, prolongándose en una misma formación montañosa con las lomas de La Novia (752 m) y de La Gitana (705 m). Cruzamos aquí por tierras de la Dehesa de El Marrufo, que en otros tiempos formó parte de los Montes de Propios de Jerez hasta que en 1859 fue sacada a pública subasta.

Apenas hemos recorrido un par de kilómetros, la carretera atraviesa una zona más despejada que deja a la vista, frente a nosotros, el caserío de El Marrufo que se adivina entre las arboledas y los prados que descienden, ladera abajo, hasta la Garganta de la Sauceda. El Marrufo (pk. 17) es una gran explotación de 1.000 hectáreas de superficie y uno de los más singulares cortijos del término, dedicado a los aprovechamientos del bosque y sus recursos forestales, cinegéticos y ganaderos.

Sus edificios, visibles desde la carretera, se organizan en torno a un amplio patio central, muy abierto, donde se aprecian las estancias del señorío, las viviendas y gañanías, así como su peculiar capilla de estilo neogótico, coronada por una curiosa espadaña de cantería. Tras la edificación se aprecian tres naves gemelas construidas con muros de mampostería de piedra vista, dedicadas a almacenes, cuadras y estancias.



Siempre que pasamos por este lugar, hacemos un alto en el camino frente a la capilla, en recuerdo de las mujeres y niños de la cercana aldea de La Sauceda, que en noviembre de 1936 fueron aquí encerrados antes de ser fusilados. Sus cuerpos fueron sepultados en las cercanías del cortijo, en una de las mayores fosas comunes de Andalucía, en la que hace sólo dos años han comenzado a exhumarse las primeras víctimas.

Entre bosques de alcornoques.

Dejando atrás El Marrufo, veremos a la izquierda sendas cancelas que dan paso a pistas forestales que se internan en el bosque. La primera, junto a una fuente, cruza la Loma del Torero. Por la segunda se accede a la antigua “Casa de los Colonos” que estuvo habitada, como otras que encontramos repartidas por estos montes, por las familias que se dedicaban a los trabajos forestales.

Seguimos nuestra ruta, dejándonos llevar por una carretera que traza por aquí curvas cerradas y que, a tramos, parece techarse por las copas de los árboles que la escoltan a sus orillas. Muy pronto, a la izquierda, veremos la entrada a la Dehesa del Quejigal (pk. 16) que forma parte de los Montes de Propios de Jerez. Crece en ella un magnífico alcornocal -con abundantes quejigos en las zonas umbrosas- que se cruza a través de una pista forestal que se interna en un bosque cuyas arboledas se extienden por las faldas de La Gallina y del Cancho de las Caretas, a los pies de unos llamativos riscos de arenisca conocidos como Tajos del Sol.

La carretera trepa ahora hasta un puertecillo (el antiguo Puerto de la Cruz), hasta el que subía el camino de Cortes y que descubrimos aún tras una cancela que da paso a la pista que conduce a las Casas del Abanto, y que queda a nuestra derecha. En este tramo, cruzamos por un denso alcornocal en el que reclamaran la atención del viajero los troncos marcados con números de muchos árboles que observamos a ambos lados del camino (pk. 16).

José María Sánchez, Ingeniero de Montes, buen conocedor del Parque de Los Alcornocales, nos explica el origen de este curioso “bosque de los números” que tiene su origen en la práctica de marcar ciertos árboles con el último dígito del año en el que ha sido descorchado. Así, nos informa que, tradicionalmente, “las fincas corcheras tienen organizadas los “tramos” de descorche con límites fácilmente identificables, de tal modo que sus gestores saben que la pela correspondiente a tal año acaba -o comienza- en tal arroyo, divisoria o camino. No obstante, en algunas ocasiones se pueden producir confusiones. Por ejemplo, si un año hubo que interrumpir el descorche porque el corcho no se daba bien, y esa zona se suma al descorche del año o años siguientes, el límite entre tramos o pelas se ve modificado… Entonces los gestores marcan ciertos árboles para indicar hasta dónde llegó la pela”.

Por lo general, el descorche tiene lugar cada nueve años, pero “suele ser habitual que las explotaciones de gran extensión no descorchen todos los árboles de un mismo sector a la vez y repartan las pelas en años sucesivos. Con esta práctica no se expone toda la finca a la vez a los riesgos de daños graves tras un descorche (por incendios, sequías, plagas...), dado que el árbol queda temporalmente sin defensas. A ello hay que sumar también las ventajas económicas ya que al dividir la cosecha en distintos años se reparten los ingresos y se equilibran los precios de venta, que pueden variar mucho de unos años a otros”.



En estos casos se realiza el marcado de los troncos pelados de cada sector para distinguirlos con claridad en espera del turno de nueve años cuando serán de nuevo descorchados. “Para evitar confusiones se recurre también entonces a marcar algunos árboles que delimitan aproximadamente la pela. El número empleado en la marca suele ser el último dígito del año que se descorchó, por tanto, del 0 al 9
”.

Continuamos nuestro camino no sin antes pararnos en algún recodo de la carretera para “asomarnos” a las vallonadas forestales que divisamos, a vista de pájaro, en la margen derecha, entre las que descubrimos las Casas del Abanto en el ameno valle del arroyo del Parrón. La carretera cruza ahora entre un pinar de pino negral o resinero que crece en las faldas del Cancho de las Caretas cuyos altos y espigados ejemplares forman un tupido dosel vegetal sobre la calzada, que aparece en muchos tramos (pk. 15-14) totalmente sombreada. Las agujas secas de los pinos -la pinaza- se amontona en las cunetas llegando a los bordes del asfalto, dando así a la carretera un aspecto más agreste y “natural”, como de pista forestal que discurriera por el interior de un bosque. En uno de los pinos, en la cuneta derecha, se ha instalado una pequeña capillita de corcho con una imagen de la virgen, desde cuyas cercanías podremos obtener buenas vistas del caserío del Abanto.



Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Por si te interesa, también hemos publicado en este blog otros temas relacionados con el que aquí se trata. Puedes verlos en Carreteras con encanto, En el Puerto de Gáliz. Un recuerdo a Juan “el Igualeja”, El Peñón de Ballesteros. En el Puerto de Gáliz con el general Ballesteros y Del Puerto de Gáliz al Mojón de la Víbora. Por Los Alcornocales (2).

Nota: La fotografía de Antonio Gallegos ha sido tomada del blog de Antonio Mariscal Trujillo

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/12/2014

21 diciembre 2014

La Venta del tío Basilio.
Con Fernán Caballero por los caminos de Jerez a Algar.




En estos días de invierno, cuando empiezan a llegar los primeros fríos, renace cada año la vieja costumbre de salir al campo los fines de semana en busca de las ventas.

Desde hace unas décadas las ventas se identifican con esos establecimientos de hostelería a medio camino entre los restaurantes y los bares de carretera, a los que acudimos para “reparar
fuerzas” en nuestras excursiones por los alrededores de la ciudad (los populares “mostos”), o cuando realizamos otras rutas por el interior de la provincia, la costa o la sierra. Sin embargo, en sus orígenes, las ventas jugaron un papel aún más importante, cuando los viajes eran largos y las veredas tardaban en recorrerse varias jornadas. Estos establecimientos, que se levantaban en los cruces de caminos, en parajes perdidos en la mitad del campo o en los despoblados, servían fundamentalmente para facilitar comida, refugio u hospedaje a los viajeros. Con frecuencia se convertían también en lugares de reunión de los habitantes del lugar y como punto de intercambio de productos de la tierra, jugando también un papel importante en la difusión de las noticias relacionadas con las poblaciones cercanas.

Aunque en próximos artículos nos ocuparemos de algunas de las ventas más renombradas, hoy queremos recordar a una de las más humildes y modestas de la mano de la conocida escritora costumbrista Fernán Caballero: “la venta del Tío Basilio”. En su sencilla descripción se ilustra cómo pudo ser el origen de cualquiera de las pequeñas ventas que salpicaban los caminos rurales del siglo XIX.

La del “tío Basilio”, es una venta creada para la literatura, un escenario imaginado por la autora, ubicado en la ruta entre Jerez y Algar, en un paraje indeterminado, “a los pies de una vereda”, un lugar en el que “se extiende una dehesa solitaria”.



Lo narra Fernán Caballero en un cuento que aparece en su libro Relaciones (1862), y que lleva por título “Más largo es el tiempo que la fortuna”. (1)

Aquellas antiguas ventas.

Si existió o no en realidad la “ventilla del tío Basilio” o una con otro nombre de sus mismas características no es ahora lo relevante, aunque estamos seguros que a nuestra escritora, destacada representante del “realismo”, no le faltarían para inspirarse ejemplos similares al que describe, pues fue también reconocida viajera y recorrió desde su infancia los caminos de muchos rincones del interior de la provincia de los que nos ha dejado en sus libros pintorescas escenas.

Como ya hiciera su madre, la escritora gaditana Frasquita Larrea, Fernán Caballero pasó algunos veranos en Bornos desde donde hacía excursiones a parajes cercanos, visitando también los pueblos de Arcos, Ubrique y otros muchos lugares de la Sierra de Cádiz. En estos relatos, en los que el viaje y las descripciones del paisaje ocupan siempre un especial protagonismo, no podían faltar las referencias a las populares “ventas”.



Por citar sólo algunas, Francisca Larrea menciona en su viaje de Bornos a Ubrique, en 1824, la Venta de Tavizna, “situada a la orilla de río Majaceite… en un enorme peñasco”, o la Venta de la Albujera, en las cercanías de Ubrique, que la autora describe en un entorno idílico rodeado de frondosa vegetación (1).

Puesto que Fernán Caballero conoce bien los caminos y las ventas donde en tantas ocasiones habría parado a descansar mientras la diligencia o los coches cambiaban sus caballos, no es difícil imaginar que en su relato literario haya un poso de vivencias personales y de observaciones reales que nos ayudan a conocer o imaginar cómo pudieron ser aquellos modestos establecimientos.

En su relato se hace mención a que la “Venta del tío Basilio” se encuentra en algún punto del camino entre Jerez y la sierra de Algar, una vía de comunicación que ha existido desde los siglos medievales. Este camino, conocido, entre otros nombres, como Cañada de la Sierra, cruzaba el río por los vados (y después por las barcas) de la Florida y Berlanguilla para dirigirse después al Convento de El Valle. Desde este lugar, siguiendo el curso del Majaceite, se llegaba hasta la Ermita del Mimbral y Tempul, desde donde se bifurcaba en dirección a Algar y a los Montes de Propios de Jerez. A lo largo de su recorrido contó desde antiguo con numerosos ventorrillos, ventas, posadas y “paradas”, habida cuenta de lo despoblado de este extenso territorio situado en al este del término municipal de Jerez.

Algunos de estos viejos ventorrillos pueden ya encontrarse en el mapa de Tomás López (1787), o en otros más cercanos en el tiempo al relato de Fernán Caballero, como el de Francisco Coello (1866), el de Ángel Mayo (1877) o el de Antonio Lechuga y Florido (1897). Por citar sólo las ventas más nombradas y las que se encuentran recogidas en los mencionados mapas y planos junto al Camino de la Sierra, citaremos aquí la de Nepomuceno (en Cuartillo, donde todavía se conserva en parte la casa que la albergaba) o la de La Barca de la Florida, junto al vado, en el cruce de caminos de la Cañada de Albardén. Tras pasar el Guadalete, el viajero se encontraba la Venta del Zumajo (junto al arroyo del mismo nombre) y algo más adelante, en los Llanos del Sotillo, la Venta de la Cañada, en la vereda que se desviaba hacia Arcos. En estos mismos parajes se encontraba la casa de la Diligencia, donde hacían un alto los primeros coches de caballos que circularon por estos caminos.

Junto a las anteriores, una de las de más renombre fue La Parada del Valle, de la que aún se conserva una parte del viejo caserío que la albergaba y que era también conocida como Parador del Valle. El camino continuaba desde aquí por las laderas de las sierras del Valle, Dos Hermanas y Alazar, pasando por la Ermita del Mimbral donde también se ubicaba una popular venta con el mismo nombre. Tras cruzar la garganta de Bogas en las proximidades de la Boca de la Foz, el camino hacía un alto en el Molino y Venta de Tempul, situado junto a los manantiales. Más adelante, en la dehesa de Rojitán, donde se desviaba el camino de la Sierra hacia Ubrique, estuvo la Venta de la Papicha, como se refleja en el mapa de F. Coello de 1868. La Ventilla del Puerto de Galiz o la Venta de Lleja (la conocida “Ventalleja”), ya cerca del Mojón de la Víbora, cerraban este itinerario de ventas y ventorrillos que a lo largo del siglo XIX existieron junto a esta importante vía de comunicación que, en sentido oeste-este, unía las campiñas gaditanas con las sierras de Cádiz y Málaga.



La venta del tío Basilio.

A todas ellas habremos de añadir también, con todos los honores que se derivan de su mención en una obra literaria, la “venta del tío Basilio”. Esto es lo que nos refiere de ella Fernán Caballero, en su cuento “Más largo el tiempo que la fortuna”:



Entre Jerez y la sierra de Algar se extiende una dehesa solitaria. Veíase en ella, hace años, al lado de una vereda un sombrajo, a cuyo amparo se había establecido un hombre que sobre una mesa despachaba alguna bebida. Andando el tiempo, había labrado cuatro paredes y cubiértolas con enea: había compartido en su interior dos mitades, destinada una a cocina y despacho, y la otra a dormitorio, y se había llevado allí a su mujer y dos hijos.

Detrás de la casa había levantado un vallado, que formaba un corral cuadrado, en que de noche recogía unas cabras que de día llevaba a pastar a la sierra su hijo menor y había hincado una estaca de olivo al frente de su casa, con el fin de que pudiesen atarse en ella las caballerías de los escasos transeúntes de aquella vereda…
”.

Esta estampa que nos describe Fernán Caballero nos recuerda a la imagen de un ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque que el antropólogo alemán Wilhelm Giese recogió, en la década de los 30 del siglo pasado, en su libro “Sierra y Campiña de Cádiz” (3). Pero volvamos al relato…

…La estaca se había coronado a la primavera siguiente de una verde guirnalda, y pasando años, cuidad por su dueño, se había hecho un olivo frondoso, que proporcionaba al ventero una bonita cosecha de aceitunas, que aliñaba, y eran, con el queso de sus cabras, los ramos de más despacho de su establecimiento. Muchos caballeros de Jerez que solían ir a cazar, descansaban en la ventilla del tío Basilio, haciendo un consumo, cuyo valor pagaban quintuplicado”. (4)



Cada vez que recorremos la carretera de Cortes – el antiguo Camino de la Sierra- y cruzamos por alguna de las muchas “dehesas solitarias” que a lo largo del camino pueden verse todavía en Magallanes y La Guareña, en Malabrigo o en Berlanguilla, en El Sotillo, en El Parralejo… esperamos encontrarnos, en una vereda que aún no conocemos, escondida tal vez entre un bosquete de alcornoques, la “venta del Tío Basilio”.

Para saber más:
(1) Fernán Caballero:Más largo el tiempo que la fortuna”: http://www.biblioteca.org.ar/libros/70835.pdf
(2) Francisca Larrea.: Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.63 y 94.
(3) Wilhelm Giese.: Sierra y Campiña de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 429. De este libro ha sido tomada la imagen del ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque.
(4) A esta venta, y a esta escena, se refiere también Francisco Montero Galvache en un delicioso artículo “Fernán Caballero frente a Jerez”, ABC, 16/08/1952, donde estudia las opiniones de Fernán Caballero con respecto a los jerezanos y portuenses.
Nota: La imagen de Fernán Caballero se ha obtenido de 'http://www.alquiblaweb.com/2013/11/10/la-novela-realista-en-la-gaviota-de-fernan-caballero/'

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte:
Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/12/2014

14 diciembre 2014

Un nuevo embalse en la Laguna de Medina.
Breve historia de un disparatado proyecto.




La consideración de los humedales como espacios naturales que merecieran ser protegidos, es una cuestión que ha empezado a ser admitida en nuestra legislación y en la opinión pública en las últimas décadas. Bien al contrario, desde el último tercio del siglo XIX y hasta muy avanzado el XX, una línea de pensamiento y acción política en materia de intervención en el medio, la corriente “higienista”, consideraba que marismas, lagunas y zonas húmedas eran espacios improductivos y podían ser foco de enfermedades, por lo que era necesario desecarlas.



La progresiva desaparición de los humedales.

Por citar sólo algunos ejemplos cercanos, a mediados del siglo pasado un amplio sector del entorno de Doñana, la antigua Laguna de la Janda o las marismas del Guadalquivir en Lebrija, experimentaron grandes transformaciones ambientales que terminaron con la desecación y el drenaje de inmensas superficies. En nuestro término municipal, las marismas de Mesas de Asta, Tabajete y Rajaldabas, así como las del Bujón y Casablanca, fueron objeto en la década de los 50 del siglo pasado, de obras de canalización para la construcción de grandes colectores, los Caños de Jerez y de Capita, a través de los cuales desaguan desde entonces estas tierras encharcadizas hacia el Guadalquivir. La misma suerte corrieron los aguazales del estuario del Guadalete, a caballo entre los términos de Jerez, Puerto Real y El Puerto de Santa María: las conocidas marismas de Doña Blanca, Cetina y Las Aletas, cuya puesta en cultivo se saldó con un gran fracaso.

A menor escala, muchas lagunas estuvieron también en el punto de mira de las tendencias desarrollistas y gran parte de ellas desapareció bajo el arado o sufrió daños irreversibles por los graves impactos a los que se vieron sometidas. Baste recordar en el entorno de Jerez, la roturación para su puesta en cultivo de las lagunas de Rajamancera (entre este enclave rural y La Ina), La Isleta (en Las Pachecas) o Bocanegra (en las cercanías de Roa La Bota), o la utilización de una parte de las marismas de Las Mesas y El Bujón, a los pies de Mesas de Asta, como balsas de decantación de la antigua Azucarera de Guadalcacín. La laguna de Las Quinientas, se transformó también, a finales de la década de los sesenta del pasado siglo, en balsa de los vertidos contaminantes de la Azucarera del Guadalete, estando activa durante muchos años. En la de los Tollos, junto a lo localidad de El Cuervo, se autorizó una explotación minera (entre 1976 y 1998) que dañó seriamente la laguna, si bien en la actualidad se están terminando los trabajos de restauración tras años de lucha de los colectivos ecologistas y ciudadanos.



Un proyecto de embalse en la Laguna de Medina.

La laguna de Medina, que con sus 375 hectáreas es la segunda en extensión de Andalucía después de la de Fuente de Piedra, estuvo también a punto de desaparecer, llegando a ser cultivada en toda su superficie durante los años más secos, viendo también reducida su extensión. Desde el 9 de abril de 1987, fecha en la que se declaró este espacio como Reserva Natural, goza ya de la protección legal que ha permitido su progresiva regeneración y su consolidación como uno de los humedales más importantes de la provincia. (1)

Sin embargo, traemos hoy aquí el recuerdo de un proyecto que en la década de los cincuenta del siglo pasado, a punto estuvo de convertir nuestra emblemática Laguna de Medina en un embalse. Aquellos tiempos de postguerra estuvieron marcados por la construcción de las grandes obras hidráulicas (los famosos “pantanosde Franco) y, en lo que se refiere a la provincia de Cádiz, son los años en los que se están construyendo las presas de Bornos y Los Hurones, así como las conducciones de abastecimiento de agua potable a la Zona Gaditana. El pantano de Guadalcacín, único en servicio en la cuenca del Guadalete, da servicio ya en esa época a una amplia zona regable a través de una extensa red de canales. Sin embargo la demanda de agua para riego y para el consumo humano e industrial no para de incrementarse y, junto a los proyectos de recrecimiento de la presa de Guadalcacín, surge una idea más eficaz y de menor coste económico: transformar en embalse la Laguna de Medina.

Veamos cómo se expone la idea en 1956, en una “Tirada aparte” de la Revista “Ibérica” (separata, diríamos ahora), dedicada a “Las obras Hidroeléctricas de la Provincia de Cádiz”:

Como las posibilidades hidráulicas del río Majaceite son superiores a las necesidades de las 10.000 hectáreas servidas por los actuales canales construidos y en construcción, se ha previsto la posibilidad de ampliar la superficie regable. Para utilizar el agua excedente se puede construir un embalse lateral aprovechando la Laguna de Medina, situada cerca de Jerez de la Frontera. Para ello basta construir una presa de unos 20 metros de altura que cierre la vaguada por donde la laguna desborda en época de lluvias abundantes. Con ello se logrará un embalse aproximado a los 25 millones de metros cúbicos.



La laguna no tiene aportaciones de agua, salvo la que recoge de las lluvias, por lo cual se proyecta llenar el futuro embalse llevando el agua desde el pantano de Guadalcacín, por los canales de la margen izquierda del Guadalete, durante los meses de invierno en que no se utilizan para riego
”. (2)



Nueva red de canales.



La Laguna de Medina veía así ampliado su vaso con un dique lateral (algo parecido a lo que se haría años después en la presa de Arcos), hasta poder contener en él un volumen que, aproximadamente, equivaldría al doble del que hoy se almacena en el embalse de Arcos. Para su distribución por las parcelas de regadío se aprovecharían también, según el proyecto, una parte de la antigua red de canales construida a principios del siglo XX por la empresa que levantó la Azucarera Jerezana en El Portal, de los que en la actualidad aún podemos ver algunos tramos en la zona de las Pachecas, Las Quinientas o el Palmar del Conde.

Para el aprovechamiento de este embalse lateral se daría salida al agua por el canal situado a más bajo nivel. Este canal riega las vegas inferiores de la margen izquierda y puede ser prolongado sin dificultad con lo cual se aumentaría la zona regable en una superficie de 1.800 hectáreas de terrenos de excelente calidad. En parte podrían utilizarse, con las necesarias reparaciones, unos antiguos acueductos y acequias de la desaparecida “Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete” que explotó esta zona con agua elevada a principios de siglo”.

Desconocemos si D. Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conde de Vallellano y Ministro de Obras Públicas de la época –quien visitó las obras de las presas que entonces se construían en la provincia-, encargaría a sus ingenieros “estudios de impacto ambiental” y si estos desaconsejaron finalmente la idea ante la previsible destrucción de este espacio natural... O tal vez, las grandes necesidades de cemento y acero que reclamaban las obras en curso en Bornos y Los Hurones, fueron las que frenaron definitivamente el proyecto.



El caso es que, a diferencia de tantas otras lagunas de nuestro entorno que terminaron como escombreras y balsas de vertidos o que fueron desecadas y puestas en cultivo, la Laguna de Medina se libró finalmente de convertirse en un embalse y hoy no tenemos que lamentarnos que aquel disparatado proyecto se hubiese llevado por delante uno de los mayores humedales de Andalucía. Afortunadamente.






Para saber más:
(1) Colón Díaz, M y Díaz del Olmo, F.: Las Campiñas. Guías Naturalistas de la provincia de Cádiz. IV., Diputación de Cádiz, 1990, p. 223.
(2) “Las obras hidroeléctricas de la provincia de Cádiz”. Tirada aparte de la Revista “Ibérica”, nº 335, agosto de 1956.
Nota: Las imágenes de lo planos del proyecto de embalse fueron subidas a la red por Pedro Oteo Barranco.
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 14/12/2014