Paisaje con montañas al fondo.
En homenaje a Manuel Gil Monreal, montañero.





Durante los años que vivimos en el barrio de la Azucarera de Jédula, entre 1972 y 1980, lo primero que veíamos cada mañana al levantarnos era la silueta inconfundible de la Sierra de Grazalema. Orientada al este, nuestra ventana nos ofrecía un día sí y otro también el juego del sol, siempre cambiante, asomándose entre los perfiles de aquellos montes, sin nombre para nosotros todavía.

Unos años después, a finales de los 70, cayó en nuestras manos en la Biblioteca del Instituto de Estudios Gaditanos un libro recién publicado que nos abrió de par en par las puertas de la sierra, mostrándonos los caminos poco transitados que empezaban a trazarse por aquellas montañas que, por la razones comentadas nos resultaban tan familiares. Aquel trabajo llevaba por título “La Serranía de Grazalema. Guía excursionista y montañera” (1), siendo pionero en su género, considerado hoy todo un clásico. Su autor, el profesor y montañero Manuel Gil Monreal, a quien conocimos después y de cuyas descripciones aprendimos los primeros pasos por estos montes, le “ponía” por fin nombre a aquellos omnipresentes perfiles que desde la campiña de Jerez o la Bahía de Cádiz son el telón de fondo de la provincia.

En 1984, Gil Monreal, junto a otros compañeros, publicará también el primer mapa de cordales de la Sierra de Grazalema donde aparece uno de sus precisos dibujos, que aquí presentamos como homenaje a este montañero y amigo.



En él se esquematizan los relieves más sobresalientes de la Sierra de Cádiz, tal como los vemos desde las tierras situadas al oeste, la campiña de Jerez y la Bahía de Cádiz. (2)

Cuatro siglos atrás: la Serranía de Grazalema en una carta náutica del XVI



Sirva esta introducción para proponerle al lector una mirada. Sitúese en un lugar abierto y despejado, oriéntese hacia el este – mejor si es al amanecer- y, si puede, elija un punto con algo de altura que le permita otear el paisaje sin obstáculos ante su vista. A poco que lo intente descubrirá a lo lejos, cerrando el horizonte, los perfiles de la Sierra de Cádiz presididos por la mole del Torreón, el pico más alto de la Sierra del Pinar que los antiguos conocían también como San Cristóbal. Esos mismos perfiles que minuciosa y precisamente se dibujan por primera vez, hace casi 40 años, por Manuel Gil Monreal.



Curiosamente, son los mismos que cuatro siglos atrás reflejó el holandés Ioannes Doetecum -pintor, grabador y cartógrafo- en su “Andaluzia ora marítima…”, una singular carta para navegantes donde se representa la fachada atlántica andaluza. La carta forma parte de uno de los atlas náuticos más famosos de su época, siendo tal vez el primero que alcanzó una gran difusión: Spieghel der Zeevaert. Este Espejo del Navegante, obra del cartógrafo alemán Lucas Jans Waghenaer, fue editado por primera vez en Leyden en 1584.

Durante toda la segunda mitad del siglo XVI Ioannes Doetecum y su hermano Lucas, con quien firma mucha de sus obras, realizan numerosos trabajos (acuarelas, cuadros, estampas, cartas náuticas, mapas y vistas de ciudades…). Uno de estos trabajos como grabadores es la carta dedicada a la costa andaluza a la que hacemos referencia y, aunque desconocemos la fecha exacta de su elaboración, debió ser realizada entre 1580 y 1584, fechas en las que fueron trazadas otras de las hojas de este atlas.

Junto a otros avances técnicos en la elaboración de mapas, el Espejo del Navegante supone para los marinos de la época el primer atlas que compendia un completo conjunto de cartas náuticas, derroteros, datos de distancias y sondas, así como consejos prácticos de navegación por las costas de las que se ocupa.



Uno de estos elementos que aporta la carta de Ioannes Doetecum es la de los perfiles de las montañas observables desde la costa, dato que supone para los pilotos una importante ayuda para la navegación.



Como reza la leyenda (“Andaluzia ora marítima…”) esta singular carta náutica refleja el espacio costero comprendido entre la desembocadura del Guadiana y la costa gaditana. Este hermoso y colorista mapa, donde se dan la mano el latín, el holandés, el alemán y el castellano, aporta interesantes datos sobre las poblaciones del litoral, los estuarios fluviales, los puertos… pero lo traemos aquí porque es tal vez el primero en el que aparecen reflejados con nitidez y precisión los perfiles de la Sierra de Cádiz, así como los del Peñón de Gibraltar. Y ello por una razón práctica de primer orden ya que estos relieves, divisables desde grandes distancias, constituyen referencias visuales y seguras para los navegantes.

Si bien es verdad que en la década anterior, Joris Hoefnagel había realizado las primeras estampas en las que aparecían –y se reconocían con cierta fidelidad- las montañas de los alrededores de Zahara y Bornos, esta primera representación gráfica de toda la serranía que nos aporta Ioannes Doetecum apunta con gran acierto los elementos más relevantes del conjunto montañoso. La leyenda de la carta se refiere a la Serranía como “Montañas de Granada”, pero en sus perfiles se reconoce con claridad, de izquierda a derecha Sierra Margarita, Loma Becerra o Zafalgar, la mole de la Sierra del Pinar que destaca en el horizonte, tal vez la sierra de Albarracín, delante de aquella…



Igualmente definidas se presentan las cumbres del Endrinal, apuntándose también, de manera menos clara El Caillo, Los Pinos… Habría que esperar más de cuatro siglos para que los dibujos de Manuel Gil Monreal trazaran una imagen más precisa de los perfiles de la Sierra.



La Sierra del Pinar: faro de los navegantes.



La carta de I. Doetecum, al reflejar la silueta de nuestras montañas no hizo sino utilizar de manera práctica algo que los navegantes ya venían haciendo desde la antigüedad: orientarse por esa referencia visual que cierra al este el horizonte de las tierras gaditanas, ese “faro pétreo” e imponente que la mole rocosa del Torreón o Pinar, con sus 1654 m. de altitud, supone para quienes se acercan a nuestras costas.



Ya en el siglo XVII, el historiador Fray Esteban Rallón, al referirse al nacimiento del río Guadalete, menciona esta sierra, incluyéndola en la cordillera de montañas de la que forman parte las sierras granadinas, como se especifica también en la carta náutica ya mencionada. Dice Rallón que “constante cosa es que el Guadalete nace al pie de la que hoy llamamos sierra de Ronda o de el Pinar que es la parte más prominente de los montes Orospedas (así los llama Florián de Ocampo) y comienzan en el Estrecho de Gibraltar desde donde se dilatan hasta Granada, llamándola hoy en su principio la Serranía de Ronda, y en su fin las Alpujarras…; de modo que todo Guadalete nace en las faldas de esta sierra a quien el moro llamaba Montebur porque en su tiempo tenía aquel nombre…" (3).



Una de las muchas referencias a la Sierra del Pinar como hito visual para los marinos la aporta Madoz (1850): “El punto más culminante de todas las sierras de la provincia es la llamada de San Cristóbal, que nace o se levanta desde otras sierras bien elevadas, sobre la v. de Grazalema, y va a morir en la del Pinar: es la primera que distinguen los navegantes cuando regresan de América, y desde su cúspide, con el auxilio de un buen telescopio, se distinguen, el cabo de San Vicente y las ciudades de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga y Gibraltar. (4). En esta descripción aparece nombrada como San Cristóbal, denominación con la que también se conocía a las cumbres del Pinar.



El insigne geólogo José Mac-Pherson, apunta también unas décadas más tarde, al escribir su “Bosquejo geológico de la provincia de Cádiz”, esta misma idea: “La Sierra del Pinar está formada de dos trozos distintos separados por la depresión que forma el Puerto del Pinar… El primero y más importante es el trozo del que forma parte el mencionado Cerro del Pinar, atalaya de los navegantes y conocido por ellos con el nombre de Cerro de San Cristóbal. Este era el primer punto de la Península Ibérica que se divisaba cuando los antiguos galeones venían de retorno del Nuevo Mundo”. (5)



Unos años después, F. de Asís Vera y Chilier, quien se apoyará para sus trabajos en gran medida en la obra de Mac-Pherson, vincula otra vez el San Cristóbal (o Pinar) a los navegantes, atribuyéndole incluso a estos el nombre con el que se conoce al monte: “Frente á la sierra del Endrinal y formando el otro lado del puerto, se levanta el áspero e imponente picacho de la Cruz de San Cristóbal a 1.562 m. sobre el nivel del mar, enclavado en la masa del cerro del Pinar, punto culminante de toda la provincia.



Este cerro es parte de la sierra del Pinar comprendido entre los puertos de Royal y del Algamazón y que con sus dos contrafuertes las sierras de la Silla y Albarracín, es uno de los lugares más amenos. Su arbolado es muy corpulento. La sierra del Pinar está formada de dos trozos distintos, separados por la depresión que forma el puerto del Pinar, de los cuales el más importante es el llamado cerro del Pinar, nombrado por los navegantes cerro de San Cristóbal
”. (6)



De lo que no cabe duda es que, los inconfundibles perfiles de la Sierra de Grazalema han sido desde antiguo una referencia en el paisaje, para quienes navegan por la fachada atlántica gaditana, y para los que desde la campiña, o la sierra, “navegamos por los mares interiores” de esta provincia donde hay un “faro” con el que orientarse: la Sierra del Pinar.



Esa que hace más de cuatro siglos, Ioannes Doetecum dejó reflejado en sus cartas. La misma que desde hace cuatro décadas comenzó a ser conocida para todos los aficionados a la naturaleza y al senderismo de la mano de los trabajos y publicaciones de un pionero de nuestras montañas, Manuel Gil Monreal,  socio fundador del Club Montañero Sierra del Pinar, al que en estos días sus compañeros le rinden un merecido homenaje.



Para saber más:
(1) Gil Monreal, M.:La Serranía de Grazalema. Guía excursionista y montañera”. Instituto de Estudios Gaditanos-Diputación Provincial. Cádiz. 1977.
(2) González J.M., Gil M., Ceballos J.J., Lebrero F., Rodríguez F., Barcell M.: La Sierra de Cádiz. Información general y mapas. Gráficas Orla. Jerez, 1984.
(3) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 4
(4) Diccionario Geográfico Estadístico Histórico MADOZ. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. Pg. 67.
(5) Mac-Pherson, J.: Bosquejo geológico de la provincia de Cádiz. 1873. pg. 47.
(6) Vera y Chilier, F. de Asís.: Memoria sobre la formación de las rocas de la provincia de Cádiz, 1897Anales de la Sociedad Española de Historia Natural. Seri II, Tomo octavo XXVIII) Madrid 1899, pg. 309.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 26/04/2015



Un paseo por la Cañada de Cuartillos.
Pinos centenarios y puertas singulares.




A mitad de camino entre Jerez y La Barca de La Florida se encuentra la barriada rural de Cuartillos (o Cuartillo). Su caserío se extiende durante casi 3 km junto a esa carretera cuyas obras parecen no terminar nunca. El origen de este enclave hay que buscarlo en las primeras décadas del siglo XX, con el asentamiento en torno a la antigua venta de jornaleros que trabajaban en los cortijos de la zona y que levantaron sus viviendas –inicialmente chozas de paja- en ambos lados de la Cañada Real de Cuartillos y la carretera de Cortes. En los años 60 del siglo pasado, tras constituirse la Cooperativa de viviendas de Huertos Familiares de Cuartillos, los chozos dieron paso a construcciones de ladrillo. Poco a poco se fue dotando de servicios hasta llegar a ser la barriada rural que hoy conocemos, una de las más pobladas de la campiña con 1.300 habitantes (1).



La Cañada Real de Albadalejo y Cuartillos.

La Cañada de Cuartillos es una ramificación de la de Albadalejo, de la que parte en las proximidades de Estella del Marqués, junto a la venta de la Dehesa, para unirse, después de cruzar entre viñedos, a la carretera de Cortes. Hasta la Estación Potabilizadora, esta vía está incluida en el trazado de la cañada. A partir de este punto se separa de la carretera y aparece flanqueada por pinos, algunos de ellos ejemplares centenarios. A su izquierda deja lomas sembradas de cereal, que conforman la pequeña cuenca del Arroyo del Gato y que albergaron antaño los renombrados olivares de Domecq y de Panés. A la derecha, tras la Potabilizadora, quedan los campos de la Dehesa de Cuartillos, del Rancho del Marqués y de Las Majadillas. Cruza después por entre las tierras de La Guareña y Magallanes, en cuyas proximidades, a la altura del Encinar de Vicos, se une a la Cañada Real de Vicos y Mesas de Santiago, con una longitud total cercana a los 5 km. (2).

Aunque en muchos puntos de su recorrido esta vía pecuaria ha sido ocupada por construcciones y parcelas, aún se conservan junto a su trazado pequeños sectores donde pueden observarse las típicas especies del monte mediterráneo y donde no faltan encinas, acebuches, palmitos, lentiscos… La cañada se deslindó en 1865 presentando una anchura variable que oscilaba, según los distintos lugares, desde los 53 m en sus zonas más estrechas a los 180 m en los puntos de mayor anchura. Para delimitar el terreno deslindado, el Ayuntamiento mando colocar mojones a lo largo de todo su recorrido y, como se describe en el inventario de cañadas realizado en 1915, “los mojones que la determinan son de piedra de Tarifa con la numeración y rotulación correspondientes grabados en la cara que mira a la vía” (3). Algunos de estos mojones, instalados hace ya 150 años, han llegado hasta nuestros días, tal como pueden verse en las fotografías que acompañan a este artículo. Pese a todo, han desaparecido la mayor parte de ellos por las ocupaciones de la vía pecuaria que, dicho sea de paso, vienen siendo denunciadas desde hace más de un siglo. Como ejemplo citamos un Informe de la Comisión de Policía Rural del Ayuntamiento, fechado en 1910, en el que se rechaza el escrito del Sr. D. Juan C. Goytia y Lila, quien solicitaba que se variase en parte la dirección de la cañada de Cuartillos. La Comisión “propone que no se acceda á lo solicitado en atención á que el año 1865 se efectuó el deslinde y se impuso una multa al propietario de la dehesa por detentador de terrenos del común, y además, la diferencia entre el terreno de la actual cañada y la que se propone en la solicitud es de más de 150 aranzadas. Se aprueba por unanimidad el dictamen de la Comisión” (4).

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Los pinos de Cuartillos.

Pero volvamos a nuestro paseo por la cañada, que habremos iniciado junto a la Potabilizadora, tras desviarnos por un camino provisional con motivo de las obras de la carretera. Sin duda, lo primero que llama la atención del paseante son dos enormes pinos. Se trata de dos magníficos ejemplares de pino piñonero (Pinus pinea), similares a los que crecen en los pinares litorales de La Algaida, Roche o La Breña de Barbate, por citar sólo algunos de los más significativos.

Los pinos de Cuartillos no forman parte de un bosquete, sino que son el último reducto de una alineación de árboles que crecía a en este lugar junto a la Cañada Real. Hace tan sólo unos años podían verse cuatro ejemplares de tamaño similar, dos de los cuales se han perdido. El emplazamiento de esta zona de Cuartillos, en una pequeña elevación desde la que se divisa un amplio panorama, es estratégico ya que desde este lugar se tiene dominio visual de las Vegas del Guadalete, por un lado, y de los Llanos de Caulina y la Sierra de Gibalbín por otro. A pesar de que no hemos encontrado documentación que lo verifique, hay referencias de que los pinos de Cuartillo, divisables a simple vista desde más de veinte kilómetros de distancia, servían de punto de orientación para los enfilamientos de los barcos y la navegación en el entorno de la Bahía de Cádiz como otros



hitos del paisaje (cerro de Medina, monte del Berrueco, torre de la iglesia de Puerto Real), a los que los marinos apuntaban sus visuales con catalejos. No debe extrañarnos esta vinculación con el mar de los pinos de Cuartillos ya que desde sus pies, se contempla a lo lejos la Bahía de Cádiz y las grúas-puente de los astilleros.

Aunque todavía no figuran en el Catálogo de Árboles Singulares de Andalucía, los pinos de Cuartillos deberían incluirse en él ya que, a nuestro entender, son singulares por muchos motivos. A su valor natural, como árboles de magnífico porte, se une el de ser un referente de primer orden en el paisaje circundante, hitos vivos que, como faros verdes en la campiña, son visibles desde grandes distancias. Son además un indicador permanente e imborrable de la vía pecuaria que pasa a sus pies y uno de los elementos “simbólicos” en la barriada rural donde se ubican. Junto a todo ello, estos árboles destacan además por su hermosa y proporcionada estampa y por sus grandes dimensiones. Por centrarnos en el de mayor altura, el perímetro de su tronco medido a 1,30 m. del suelo es de 3,20 metros. Su fuste, recto y ligeramente inclinado, se levanta hasta los 10 metros como una columna maciza de magníficas proporciones, antes de dividirse en dos grandes ramas maestras que sustentan una densa y bien formada copa aparasolada muy amplia. La altura total del árbol sobrepasa los 20 metros. Su copa tiene un diámetro de 18 m., en dirección E-W, y de 22 m. en dirección N-S, con lo que la sombra que proyecta supera los 300 m2 de superficie. El otro pino, aunque de altura algo menor, tiene sin embargo una copa de mayores dimensiones (22 x 23 m.). La edad que se les estima está comprendida entre los 100 y los 125 años. Con todo debemos subrayar aquí un hecho lamentable: las brutales podas a las que, meses atrás, fueron sometidas las copas que han sufrido la falta de previsión de los técnicos que, hace unos años situaron un tendido eléctrico junto a los árboles, sin guardar una mínima distancia.

Estos pinos crecen en el borde izquierdo de la Cañada Real en cuyos linderos, tras la construcción de la Planta Potabilizadora, se sembraron también otros ejemplares de pino piñonero que presentan mucho menor porte. Junto a estos árboles y acompañando a la cañada, pueden verse también ejemplares aislados de encinas centenarias, acebuches, lenticos y algunos cipreses.

El antiguo Olivar de Panés y el cortijo de Alcántara.

Una visita al lugar nos permitirá, además de observar estos árboles singulares, disfrutar de un paseo por la Cañada de Cuartillos y acercarnos hasta la entrada del cercano cortijo de Alcántara.

Al borde del camino, cuando apenas hemos recorrido 300 m. desde que iniciamos el paseo, encontramos a la izquierda una de las antiguas puertas de acceso del que fuera Olivar de Panés, finca hoy sembrada de cereal pero de la que la toponimia aún conserva memoria de su antigua dedicación y su célebre propietario (5).

Estas tierras pertenecieron a la familia del Marqués de Villapanés, título nobiliario creado por Carlos II en 1700 a favor de Lorenzo Panés, comerciante genovés afincado en Jerez y Cádiz como cargador a Indias. Aunque desconocemos quien de los marqueses que ostentaron este título, fue el que dio nombre al olivar y ordenó la construcción de esta y otra puerta que encontremos más adelante, nos inclinamos a pensar en la figura de uno de los más célebres miembros de esta familia, Miguel María Panés González de Quijano, a quien Femando VII concedería en 1817 la Grandeza de España. Miguel María Panés fue el primer director de la Sociedad Económica del Amigos del País de Jerez, cuya primera sede se ubicaría también en su propia residencia, el conocido Palacio de Villapanés. Hombre culto e ilustrado, poseía una de las mejores bibliotecas de la región que llegó a abrir para su disfrute por el pueblo de Jerez y que, lamentablemente, se perdió en un naufragio cuando era trasladada a Génova.



Esta singular entrada, antigua puerta de acceso al Olivar de Panés, esta escoltada por pilares de ladrillo, coronados por adornos del mismo material en los que llama la atención sus formas curvas, a modo de volutas. Aunque desconocemos la fecha de su construcción, estimamos que por sus especiales características, parece remitir a formas barrocas, tal vez de finales del s. XVIII o comienzos del XIX datos que, en todo caso, que habrá que seguir investigando.

Siguiendo nuestro paseo por la cañada, iniciamos ahora un ligero descenso y la vista se nos abre hacia las tierras de La Guareña. Cuando llevamos recorridos algo más de 1 km, tomaremos un pequeño desvío hacia la izquierda en dirección al Cortijo de Alcántara, que visitaremos en otra ocasión. En este punto descubriremos la segunda de las antiguas puertas de acceso al Olivar de Panés. Construida también en ladrillo, presenta forma de arco, rematándose sus pilares con sendos pedestales que debieron estar coronados en su día tal vez por bolas, cruces u otro tipo de ornamentos.



Coronando el arco, sobre el trasdós, un tercer pedestal sobresale de los laterales, dotando al conjunto de una sobria elegancia que parece indicar que, tal vez esta, era la entrada principal de la finca.

Volvemos sobre nuestros pasos y, antes de irnos, hacemos de nuevo una parada al pie del pino de mayor altura. Si el día nos acompaña y hay buena visibilidad, dirigiremos nuestra mirada a la vega del Guadalete para disfrutar de unas magníficas vistas sobre un amplio sector de la campiña. A nuestra izquierda, hacia el Este, veremos a lo lejos los picos de la Sierra del Aljibe, a 40 km. en línea recta. Frente a nosotros se aprecia el caserío de Torrecera y, algo más lejos, el de Paterna, a 21 km. Algo más a la derecha destaca el Cerro de la Harina, cubierto de pinos, y tras él, el de La Cabezas de Santa María. Más reconocible resulta el de cerro de albarizas de Torrecera, presidido por su torreón árabe, o el monte sobre el que se asienta Medina (a 25 km.). A nuestra derecha, se adivina también San Fernando (28 km), o las grúas-puente de los astilleros de Matagorda (a 25 km) y el reflejo plateado del mar… Por todas partes, nuestra vista tropieza con los parques de aerogeneradores, los “molinos de viento”, de Paterna, Espínola, La Matanza, Bolaños, Roalabota… Un paisaje que merece la pena admirarse a la sombra de los viejos pinos de Cuartillos.


Para saber más:
(1) Datos obtenidos de la web del Ayuntamiento de Jerez, Barriada Rural de Cuartillos
(2) Clasificación de las Vías Pecuarias Término municipal de Jerez 1948. Ayto. de Jerez.
(3) Cañadas, Coladas y Realengos del Término de Jerez. AMJF, Leg. F81, 1915
(4) El Guadalete, Jerez de la Frontera, Sábado 23 de Julio de 1910, Nº 17.481.
(5) El Olivar de Panés figura todavía con este nombre en: López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 19/04/2015

 
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