Por las riberas de La Greduela.
Rosalinas y “capas rojas” en un singular paraje junto al Guadalete.



En los Llanos de la Ina el Guadalete discurre lento, trazando su curso meandriforme por una extensa vega aluvial formada por los sedimentos que, a lo largo de los siglos, el río ha ido depositando en cada crecida, en cada desbordamiento. Tras pasar el Puente de La Greduela, el río enfila hacia los cercanos cerros que limitan al norte su amplio valle y al llegar a sus pies, en las cercaníass del Cortijo y Palomar de La Greduela, cambia bruscamente de dirección describiendo un gran meandro que deja en su seno las tierras conocidas como Haza del Calvo.

El paseante que desde el Puente de Cartuja toma la carretera en dirección a La Ina, divisará a la izquierda, apenas cuando ha recorrido un km, los cortados que el río ha tallado al encontrarse en su marcha con los cerros de la Greduela y de Los Yesos.

La acción erosiva de sus aguas ha socavado la base de estas lomas dando lugar a unos pequeños pero llamativos escarpes que entrevemos tras la alameda desde la lejanía, en los que nos llama la atención la singular coloración de sus laderas, con tonos blancos y asalmonados.



La naturaleza de los materiales geológicos que constituyen estos cerros queda en evidencia en este paraje donde se observan unos llamativos estratos de margas y margocalizas de tonalidades blancas y rosadas. Estas curiosas rocas, pertenecientes al Cretácico Superior, son conocidas también como “capas rojas” o “capas de Rosalinas”. En ellas, la erosión fluvial y las aguas de arroyada han labrado profundos surcos y curiosas formas. Los estratos, alternan capas bien definidas, en grosores que varían desde unos centímetros a varios decímetros, como puede apreciarse en numerosos puntos de estos escarpes.



Por la singularidad geológica de este paraje, bien merecería algún tipo de protección antes de que pudieran ser destruidos por futuras canteras para la extracción de áridos, como ha sucedido con otros enclaves cercanos, apenas unos cientos de metros Guadalete abajo.

Donde da la vuelta el río.



Este lugar, que a nuestro juicio pasa por ser uno de los rincones con mayor encanto paisajístico de la vega baja del Guadalete, está escondido literalmente tras las arboledas del río. Apartado de los caminos habituales, podremos llegar hasta él cruzando el Puente de La Greduela y caminando sobre la mota de la orilla derecha del río hasta la base de los cerros, en un corto paseo de quince minutos en el que recorreremos poco menos de kilómetro y medio. Si se prefiere, desde las cercanías de Lomopardo puede tomarse el carril que lleva a las antiguas canteras, en un recorrido algo más largo y que, al atravesar en parte por una finca privada, requiere permiso. Los escarpes, visibles desde la mencionada carretera de La Ina, están coronados por manchas de monte bajo con la típica vegetación mediterránea donde predominan acebuches, lentiscos y palmitos.



El pequeño paseo que proponemos recorre la ribera escoltado por álamos, sauces y fresnos en su primer tramo. Una vez que dejamos atrás el Palomar de La Greduela, siguiendo la mota junto al río, llegaremos a los pies de los cerros en una cómoda y corta caminata. En este paraje “donde da la vuelta el río”, nos llama la atención la peculiar coloración de los estratos margosos y margocalizos, que alternan capas blancas y rojas.



Si las primeras recuerdan en su textura a la albariza, sobre la que crecen nuestros viñedos, las segundas nos sorprenden con sus rocas de aspecto terroso de suaves tonos rosas, rojizos, y asalmonados que, como en una paleta de pintor, las aguas de arroyada han mezclado con las tierras blancas dando lugar a toda una curiosa gama de colores en los que unos y otros se confunden.

La acción erosiva de las aguas superficiales que bajan desde los cerros cercanos ha abierto en los escarpes cárcavas, surcos, embudos, canalillos, pequeñas oquedades, entrantes y salientes… creando así formas redondeadas de suaves perfiles y variados colores que, a la sombra de los sotos fluviales o con los claroscuros de la luz tamizada por los árboles, hacen de este paraje y de estos cortados, un rincón con un encanto especial.



Buena parte de ello se debe, sin duda, a esta alternancia de capas blancas y rojas y en especial a la presencia de estas últimas. Las “capas rojas” son sedimentos muy extendidos por toda la región mediterránea que sin embargo, en los alrededores de Jerez, pueden verse en pocos lugares. Junto a estos cerros, afloran también en las proximidades de Baldío Gallardo, en unos cortados junto al cortijo del mismo nombre de los que se extrajeron materiales para la construcción de la autovía Jerez Los Barrios. Estas rocas sedimentarias están formadas por la agrupación de restos fósiles de caparazones de “rosalinas”, animales microscópicos pertenecientes al orden de los foraminíferos. Los geólogos han estudiado la microfauna asociada a estos materiales, entre la que desatacan especies como Globotruncana conica, G. contusa, G. stuarti o G. arca, entre otros. Sus restos, fueron depositados en el Cretácico Superior (entre 70 y 65 millones de años atrás) en fondos marinos alejados de la costa. El lento, pero inexorable trabajo de los agentes geológicos, ha dado lugar a estas llamativas capas que hoy afloran superficialmente.

Entre los sotos fluviales.



A los pies de estos pequeños escarpes, el río Guadalete discurre mansamente y hay puntos en los que su cauce se estrecha a menos de 10 m. En la parte cóncava del meandro, junto a este paraje, desagua por la derecha el Arroyo de Morales, que recoge las aguas superficiales de una pequeña cuenca formada entre los cerros de Lomopardo, Los Yesos, La Sierrezuela y la zona de la Cañada de Morales donde aún se conservan laderas con restos de monte bajo en conexión con la ribera. Las huellas de la capacidad erosiva y de arrastre de este pequeño arroyo, así como de otras torrenteras menores que desaguan en este punto, pueden verse aquí en forma de grandes depósitos de cantos, amontonados entre la arboleda.

En el punto en el que uno de estos arroyos se une al río se ha formado una flecha de gravas y cantos rodados que se adentra en su cauce, estrechándolo y rellenando su fondo. En el estiaje, cuando los caudales del Guadalete disminuyen, casi puede cruzarse a la orilla izquierda por este punto debido a que el fondo del lecho fluvial aparece relleno de cantos rodados aportados por el arroyo formándose un vado natural.



Aguas arriba y abajo de este lugar se han formado también pequeños islotes en el centro del río, en forma de huso, originados por el depósito de sedimentos sobre las gravas y por la posterior colonización de los mismos por tarajes, sauces y álamos.



Si nos apartamos de la orilla del río y subimos a cualquiera de los pequeños promontorios que se asoman a la ribera, tendremos como recompensa magníficas vistas sobre los sotos fluviales del Guadalete, que discurre aquí escoltado por una frondosa alameda.



Estos parajes de nuestro río, tan cercanos a la ciudad y tan desconocidos, son de gran belleza y a su singularidad geológica, suman la existencia de unas riberas bien conservadas y llenas de vida.



Por eso nos gustan tanto y por eso reclamamos para ellos una mayor protección y el mayor de los cuidados.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: Geología y Paisajes, Parajes naturales, Río Guadalete.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 25/10/2015

1 comentario :

Anónimo dijo...

Que preciosidad de sitio y que reportaje tan bonito. ¿Como es que no se sabe nada de este sitio?

 
Subir a Inicio