28 febrero 2016

Por el Guadalete con el jesuita Martín de Roa (1617).
Un recorrido por el río y sus paisajes a comienzos del s. XVII.




En diferentes ocasiones hemos visitado en estas páginas de entornoajerez las riberas del río y nos hemos ocupado de sus paisajes más sobresalientes, tal como podemos contemplarlos en la actualidad. Sin embargo, hoy les proponemos un recorrido por el Guadalete dando un salto hacia actualidad. Sin embargo, hoy les proponemos un recorrido por el Guadalete dando un salto hacia atrás en el tiempo de cuatro siglos, de la mano del jesuita Martín de Roa, para conocer como era este río a comienzos del siglo XVII.

Nuestro escritor (Córdoba, 1560 - Montilla, 1637) fue un ilustre erudito que llegó a ser rector del Colegio de la Compañía de Jesús de Jerez, así como de los de otras ciudades andaluzas. Ocupado también en la investigación histórica, escribió diferentes trabajos, de acuerdo al gusto de la época, en los que trataba de indagar sobre la antigüedad de algunas de las ciudades (Córdoba, Málaga, Écija) cuyos colegios jesuitas dirigió. El libro que dedicó a Jerez lleva por título “Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera” y fue publicado en Sevilla en el año 1617, siendo una de las historias locales más antiguas escritas sobre nuestra ciudad. Tras la Historia de Xerez de la Frontera de Gonzalo Padilla, obra del siglo XVI, considerada como la primera Historia Medieval de Jerez, la del padre Martín de Roa, bien puede ocupar el segundo puesto.

El capítulo XVI de su libro está dedicado a nuestro río y lleva por título “Del Río Guadalete, quantos aya dente nombre en Eſpaña. Origē de ſu apellido: i ſus cualidades” (1). En él, además de ocuparse de los orígenes mitológicos de su nombre, realiza una de las primeras descripciones que sobre el Guadalete se han publicado, aportando datos de gran valor para conocer aspectos geográficos de la comarca, y del papel de la importancia del río como fuente de riqueza y vía de comunicación para las poblaciones ribereñas. Ya en el siglo XVII, se pone de relieve la importancia del embarcadero del Portal como salida natural hacia las poblaciones de la Bahía de los productos jerezanos, informándose también del transporte fluvial que por el Guadalete se realiza de las distintas “mercaderías” con las que comercia la ciudad.

El nacimiento, la campiña y el puente de Cartuja.



La descripción comienza así: “Al medio dia deſta ciudad de Xerez de la Frontera, diſtante como una milla paſſa el Rio Guadalete conocido ſegun eſcriven Autores, en la antigüedad. Nace a los fines de la Eſpaña i del mundo, q‾ los antiguos conocieron, en las tierras de Ronda tres leguas sobre ellas en lo mas aſpero de la montaña: llega a la ciudad, i atraveſſando las tierras de Xerez recoge las aguas de ſus fuentes, i gargantas; ſale a lo llano tan caudaloso, que no da vado a los paſſageros. Paſſa cerca de la ciudad de Arcos, viene regando los canpos de Xerez haſta el Monaſterio de la Cartuxa; donde tiene una puente de piedra, maravilloſa labor, q‾ iguala las mejores de Eſpaña.

Tiene aquí la ciudad unos molinos que rinden cada un año tres mil ducados del poſſito: i la peſqueria de los ſabalos, q‾ los naturales llaman Almona, dos mil tambien a ſus propios
”.

En su relato, el padre Martín de Roa da cuenta de las principales ciudades y paisajes que recorre el Guadalete desde su remoto nacimiento “en lo más áspero de la montaña”, en un lugar situado en “los fines de la España y del mundo”, como denominaban los antiguos a esos parajes. Sin aludir directamente a Grazalema, puesto que todavía no se había fijado geográficamente su lugar de nacimiento, se apunta el origen del río en las “tierras de Ronda”.

Medio siglo más tarde, cuando Fray Esteban Rallón escriba su Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera… también situará las fuentes del Guadalete en la misma comarca de la sierras de Ronda, “a quien los antiguos llamaron montes Oróspedas”. (2)

Martín de Roa apunta un dato curioso acerca de la naturaleza caudalosa del río que en “lo llano”, es decir, en las tierras de la campiña, “no da vado a los pasajeros”. Y no le falta razón al jesuita ya que conviene recordar que, salvo el viejo puente de Zahara y el puente de barcas de Arcos, el río no podía vadearse más que en los meses secos por contados lugares como los azudes de molinos o los parajes donde se acumulaban depósitos de antos rodados, los “cascajares”, por donde cruzaban personas y bestias de carga.

Se citan también los principales lugares que se vinculan tradicionalmente al Guadalete, con las indeterminaciones ya comentadas de su curso alto, y así menciona “la sierra”, Arcos, Jerez, La Cartuja, El Portal, Sidueña, El Puerto…

La descripción se recrea en uno de los rincones más estrechamente relacionados con Jerez y el río: los alrededores del monasterio de La Cartuja. Junto a “la puente de piedra”, que cuando Martín de Roa publica su libro apenas llevaba 75 años en uso (3), señala también las utilidades que el Guadalete proporciona a los ribereños, mencionando la existencia en su curso de aceñas y molinos, huertas o pesquerías de sábalos y apunta datos de gran interés económico que revelan ya el aprovechamiento y los beneficios que el concejo de Xerez obtenía del río hace 400 años. La pesca de sábalos, “la Almona”, que se realizaba mediante diferentes artes utilizando velos, trasmallos o con la instalación de tablas a modo de represa en los arcos del puente de Cartuja, continuaría en este mismo lugar hasta bien entrado el siglo XIX.



Con respecto a los molinos que menciona Martín de Roa, en 1617 apenas llevaban 35 años construidos. Como señala el historiador Manuel Romero Bejarano, entre 1581 y 1582 se edificaron a cargo del cordobés Hernán Ruiz III, maestro mayor de obras de la ciudad de Córdoba. Si bien en los años siguientes sería preciso realizar numerosas reparaciones en el azud, lo cierto es que la ciudad pudo contar desde entonces con sus flamantes “molynos de la puente”, tal como nos lo recuerda la lápida que aún podemos ver junto a uno de sus arcos en la trasera de la actual Venta de Cartuja. Estos Molinos de la Villa, estuvieron en funcionamiento hasta 1895, año en que las instalaciones quedaron inutilizadas por una riada, siendo sus últimos arrendatarios la familia de D. Miguel Primo de Rivera.(4)



El Portal, Sidueña y la desembocadura.

Dejando atrás el Puente de Cartuja y las riberas del Monasterio, el padre Roa continúa su descripción dando noticias del puerto de Jerez: El Portal.

(…) Corre deſde aquí acercandoſe a la ciudad, haſta llegar al Portal: aſsi llaman el puerto donde fe cargan, i descargan las mercaderias, que vienen, o ſalen de Xerez, apartado della como dos millas: lugar de registro. Naveganle carabelas, i vaſos de hasta cien toneladas, con gran beneficio de naturales, i eſtrangeros, que tienen ordinaria contratación.



El tortuoso cauce del río debido a los numerosos meandros entre Jerez y El Puerto, el muelle del Portal y el arrecife que desde Jerez comunicaba con este embarcadero, eran temas recurrentes que preocupaban a la ciudad.

Así, en la misma década en la que Martín de Roa nos ofrece su descripción del Guadalete en la que ya resalta la importancia del puerto jerezano, el capitán Cristóbal de Rojas, ingeniero de la Corte, visita la ciudad (1612) y plantea a los caballeros veinticuatro una serie de mejoras para facilitar la navegabilidad del río, proponiendo cortar su curso en dos puntos para enderezarlo y eliminar así varios meandros. En 1618, el Cabildo propone la construcción de un nuevo embarcadero, según el modelo del sevillano de la Torre del Oro, y apenas unos años después, el italiano Julio César Fontana presentará en 1621 un proyecto para levantar un nuevo muelle en El Portal (4). La importancia del puerto de Jerez queda también patente en el tamaño de las embarcaciones que llegaban hasta él, carabelas y vasos de hasta cien toneladas de peso, de ahí la permanente preocupación de mejorar la navegabilidad del río, las instalaciones portuarias y los accesos hasta El Portal por parte de comerciantes, vinateros y el propio concejo.



El recorrido termina con la descripción del curso bajo: (…) Proſigue el Rio ſu curſo por las famoſas huertas de Cidueña (terreno de los mas fértiles i mas ermoſos del Orbe) hasta descargar en el Occeano de Cadiz, dexando formado en fu entrada el gran Puerto de Santa Maria, que antiguamente llamaron de Mneſteo Capitan griego fundador de aquella ciudad. Seguriſsimo abrigo en peligrosos temporales a las galeras, i navios de aquella coſta. Suſtenta en toda fu corriente azeñas, i molinos en grande numero, i beneficio de los lugares vecinos. Toda la tierra que baña es por eſtremo fértil, apazible, tēplada en el invierno, i no rigurosa en el eſtio”.



Nuestro escritor no escatima adjetivos para describir las huertas de Sidueña, en torno a la torre de Doña Blanca, paraje donde los manantiales de la Piedad han permitido desde antiguo regar huertas y mantener frondosas arboledas. No en balde, este lugar estuvo a punto de ser elegido como emplazamiento para la construcción del Monasterio de La Cartuja por estos motivos.

La descripción termina con las referencias al “gran Puerto de Santa María”, al modo en el que ya se recoge en las crónicas alfonsíes, a su fundación por el mítico “Menesteo” y a las bondades de la ría del Guadalete, que sirvió de invernadero y sede de la flota de Galeras Reales durante los siglos XVI y XVII así como de la Capitanía General del Mar Océano.



En parecidos términos se expresa unas décadas después Fray Esteban Rallón quien añade que en El Puerto de Santa María “… los Excmos. Duques de Medinaceli tienen hoy su corte y donde nuestro famoso Guadalete hace puerto y segura bahía a las galeras de España”.(6)



Cierra Martín de Roa esta curiosa estampa, que nos permite imaginar cómo pudo ser el río Guadalete a comienzos del XVII, con una descripción muy común en todas las obras de la historiografía clásica al referirse, sin nombrarlos, a los Campos Elíseos: “la tierra es por extremo fértil, apacible, templada en invierno, y no rigurosa en el estío”… Las tierras que cruza el mítico Letheo, el río del Olvido, nuestro Guadalete.


Para saber más:
(1) Martín de Roa (1617):Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsímil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, p. 2
(3) Romero Bejarano, M.: La construcción del Puente de Cartuja (II), Diario de Jerez, 06/12/2010.
(4) García Lázaro, J. y A.: Una inscripción histórica que vuelve a la “luz”. www.entornoajerez.com, 03/06/2012.
(5) De los Ríos Martínez, E.: Los informes de Cristóbal de Rojas y Julio César Fontana para hacer un muelle y un puente sobre el rio Guadalete en Jerez de la Frontera, Laboratorio de Arte: Revista del Departamento de Historia del Arte, Nº. 14, 2001, págs. 13-26.
(6) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez… vol. I, p. 2


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Rio Guadalete, Paisajes con Historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/02/2016

21 febrero 2016

Los sifones de la Junta de los Ríos.
Una obra de ingeniería centenaria del Patrimonio Hidráulico Andaluz.




Los sistemas de captación de aguas de Baelo Claudia y su factoría de salazones (Tarifa), el Molino de Mareas del Río Arillo (Cádiz), la Fábrica de Mantas de Mario, en la Ribera de Gaidovar (Grazalema), el acueducto atirantado de Tempul en La Barca (Jerez), los aljibes árabes del Castillo y el canal del Hozgarganta para la real Fábrica de Artillería (ambos en Jimena), los restos del acueducto romano de Tempul, el Puente Zuazo (San Fernando) y los Baños del Alcázar de Jerez son elementos del patrimonio histórico, monumental, arqueológico e industrial que tienen una característica común: forman parte del selecto grupo de la decena de obras e ingenios de la provincia de Cádiz incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía (1). Con este reconocimiento la Consejería de Medio Ambiente, a través de la Agencia Andaluza del Agua, ha querido distinguir de manera destacada, entre otros muchos ejemplos repartidos por toda nuestra geografía, antiguas obras hidráulicas singulares o construcciones más recientes, ejemplo de aplicaciones industriales del agua o notables muestras de la arquitectura popular, industrial o de las obras públicas. A la lista anterior hay que añadir uno más: los sifones en arco del Guadalete y Majaceite en la Junta de los Ríos a los que dedicamos hoy nuestro paseo “en torno a Jerez”. Veamos sus orígenes y su pequeña historia.

Un sueño llamado pantano

En el comienzo de todo estuvo la plaga de filoxera que en junio de 1894 se detectó en nuestra campiña y que en pocos años asoló el viñedo jerezano. La comarca atravesó entonces una grave crisis y como consecuencia del declive del campo y de la falta de trabajo se acentuaron los conflictos sociales. No es de extrañar por ello que, en estos turbulentos años de finales del XIX, se alzaran voces que clamaban por buscar alternativas al monocultivo de la vid. Todas las propuestas pasaban, invariablemente, por la puesta en regadío de las mejores tierras del término, para lo que sería necesario construir un pantano, un viejo sueño de la sociedad jerezana.

Tras la autorización definitiva del gobierno de la nación para levantar una presa sobre el cauce del río Majaceite, se encargó el proyecto al ingeniero Pedro González Quijano, quien en 1905 lo presentó para su aprobación por la administración. En 1906 comienzan las obras del embalse que se prolongarían durante más de una década, entrando finalmente en servicio en 1917. Junto a la presa, González Quijano proyectó también una amplia red de canales para llevar el agua a todos los rincones de la extensa Zona Regable cuya superficie prevista era de casi 12.000 hectáreas.

Según explica en 1916 el propio ingeniero en uno de sus artículos: “Para el riego de esta zona se proyectan los canales principales… Parte el más importante de la Angostura misma, siguiendo la margen izquierda… llega a la confluencia (de los ríos), donde se bifurca en dos: el más caudaloso atraviesa el Guadalete mediante un sifón, y el otro continúa su desarrollo por las laderas de la izquierda, hasta los llanos de Aina y vertiendo los sobrantes en el arroyo de Bocanegra. A la salida del sifón a la Junta de los Ríos, y al llegar al arroyo de los Charcos se divide de nuevo, marchando un ramal a regar las vegas del río y siguiendo otro en dirección a Gédula, remontando el arroyo de este nombre en trinchera cada vez más profunda, hasta internarse al fin en túnel por debajo de Gedulilla, para reaparecer de nuevo a cielo abierto en el arroyo de Montecorto, cuyo curso sigue hasta llegar a la vista de los llanos de Caulina”. (2)

Los sifones en arco: una obra de ingeniería centenaria.



El problema mayor que suponía este diseño de red de canales era sin duda el paso de los ríos Majaceite y Guadalete. Para ello, el ingeniero había proyectado aprovechar el viejo puente de la carretera Arcos-Vejer que cruzaba el Guadalete, apenas unas decenas de metros, aguas abajo, del punto donde se une al Majaceite. La gran tubería del sifón, se alojaría así en un cajón de hormigón armado que se apoyaría en las pilas del puente y sobre él se situaría la calzada (ver ilustraciones). Este proyecto inicial, realizado en 1915, aprovechaba las cinco pilas con las que el puente se apoyaba en el cauce del río, salvando vanos de 18 metros. La idea, sin embargo, no acababa de convencer al ingeniero porque obligaba a elevar mucho la rasante de la carretera y porque, a su juicio, “… el emplazamiento del puente era poco afortunado. Situado en la misma confluencia, estaba expuesto a las avenidas de una u otra corriente, no siempre completamente concordantes, lo que podría hacer variar y reforzar, en condiciones difíciles de prever, la fuerza de socavación”. Prueba de ello es que el río ya había destruido uno de los arcos del antiguo puente, que hubo de reconstruirse en 1906. Sus intuiciones estaban bien fundamentadas y en marzo de 1917, una extraordinaria avenida del Guadalete, con una fuerza y un caudal que no se recordaba, arrastró el primitivo puente de la Junta de los Ríos, así como los de Villamartín y Arcos y el que cruzaba el río en La Florida, hacia Jerez, con la tubería de abastecimiento del manantial del Tempul (3).

Así las cosas, la opción adoptada era tan novedosa como atrevida para la ingeniería de la época: construir una gruesa tubería formando dos grandes arcos sobre ambos ríos, a modo de puente, para salvar con ellos el valle. El propio González Quijano lo explica en un artículo que escribe para la Revista de Obras Públicas (1923) dando cuenta de los pormenores de la obra: “el paso de los ríos ha exigido así dos arcos: el del Majaceite situado en la dirección general del sifón, que atraviesa normalmente el río, y el del Guadalete, un poco desviado, aunque ligándose al resto del trazado por amplias curvas… Entre los ríos, y a uno y otro lado, el sifón se apoya sobre el terreno natural, por intermedio de una cama…” (4).



Antes de ser encauzada en los sifones, el agua llega hasta este lugar procedente de la presa de Guadalcacín, 8 km río arriba, a través del canal principal que discurre literalmente “colgado” en las laderas de la orilla izquierda del Majaceite a algo más de 23 m de altura sobre el nivel del río. En ese punto se construyó la boca de carga del sifón, en un ensanchamiento del canal que fue regulado por grandes compuertas. El ingeniero, describiendo las características de su obra señala que “la sección interior del tubo es de 2,50 m., con una velocidad media de 1,43 m, por segundo da paso a un caudal de 7 metros cúbicos/segundo



El espesor de las paredes que reposa sobre las camas es de 0,30 m.
” Este espesor de los tramos horizontales se ve engrosado en los arcos, cuya armadura interior está constituida por aros transversales unidos longitudinalmente por gruesas varillas de hierro recubiertos de hormigón. Los arcos tienen una luz de 40 m. salvando así el cauce de los ríos sin apoyos centrales. El espesor de la gruesa tubería de hormigón que forma los sifones varía de 46 cm. en los arranques, hasta 28 en la clave, el punto más alto de los arcos. Sobre ellos se alza una caseta o castillete que protege las ventosas, que no son sino tubos verticales colocados sobre los arcos que permiten la salida del aire que pudiera almacenarse en el interior de la conducción, evitando así, el “golpe de ariete” que pudiera producir en la estructura. Hasta estas casillas, visibles hoy entre las copas de los sauces y álamos que forman la galería del bosque de ribera, se accede través de una singular y empinada escalinata “defendida por barandillas”.

Una solución técnica novedosa.



La construcción de los sifones, conocidos popularmente como “las morcillas”, supuso en su época una importante innovación técnica, puesto que la forma tradicional de “U” que adoptan este tipo de obras para salvar el cauce de los ríos apoyando sus tuberías en un puente (“venter”), fue aquí desechada por el ingeniero. La solución novedosa por la que se optó fue la contraria, utilizar para la disposición de la conducción la forma de “U” invertida, con lo que las tuberías describen un “puente-arco” (5). Proyectados en 1915, se iniciaron sus cimentaciones en 1916, siendo necesario utilizar en esta obra el “tren de aire comprimido del Servicio Central Hidráulico”, que permitió inyectar el hormigón, a través de la gruesa capa de acarreos de arena y grava del río, hasta llegar a la roca de base de “arcillas azules”.



Las obras sufrieron un parón de más de tres años por “las dificultades experimentadas en los años posteriores para obtener el regular suministro de hierros y cemento, debidas a las perturbaciones acarreadas por la guerra (I Guerra Mundial)”. Reanudadas en 1920 se terminaron en 1921 y se pusieron en servicio en 1922. Para la construcción de los arcos fue preciso instalar una enorme cimbra (ver ilustración) en la que se apoyaron los encofrados de las tuberías, lo que permitió que en poco más de mes y medio se terminara esta fase del proyecto.

Tras su construcción, los sifones fueron un lugar de visita por lugareños y vecinos de los pueblos cercanos, así como por técnicos e ingenieros de toda España. Las excursiones y visitas a la Junta de los Ríos a conocer a conocer los puentes-arco, denominados popularmente como “morcillas” fueron muy frecuentes, existiendo numerosas fotografías de grupos, familias y excursionistas, al pie de las escaleras o en las inmediaciones de los sifones, que fueron también objeto de reportajes en las revistas especializadas de distintos países.

González Quijano, quien fuera también ingeniero y director de la presa de Guadalcacín, obtuvo por esta obra un gran reconocimiento. En su glosa sobre los ingenieros hidráulicos de la España del Siglo XX, el profesor Mendoza Gimeno destaca de González Quijano que fue “profesor de Hidráulica Teórica de la Escuela de Ingenieros de Caminos y hombre de tal sabiduría científica en todos los órdenes que transcendió más allá de nuestras fronteras; autor del notable sifón invertido en el río Guadalete, maravilloso ejemplo de lo que la técnica hidráulica alcanza cuando se pone al servicio de una potente imaginación como la suya” (6). La novedosa solución adoptada por nuestro ingeniero estuvo fundamentada técnicamente en laboriosos cálculos, de los que ofrece curiosos apuntes en un segundo artículo sobre la obra que escribe para la Revista de Obras Públicas, en 1924. González Quijano da en él prolijas explicaciones matemáticas sobre los cálculos realizados para la elección de la curva que adoptan los arcos, o para determinar el grosor de las paredes y la estructura de la armadura interna de los sifones (7).



Más allá de su inclusión en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de la provincia de Cádiz, esta obra, de cuyo inicio se cumple este año un siglo y que mereció en su día todos los elogios de la comunidad técnica y científica, ha obtenido el mayor de los reconocimientos: su pervivencia en el tiempo.



Aquí están hoy, prestando los mismos servicios para los que fue diseñada hace cien años, las populares “morcillas, los sifones en arco del Majaceite y Guadalete, asomando los castilletes de sus claves por entre las copas de la alameda en el hermoso paraje de la Junta de los Ríos.

Nota: El sifón del Guadalete se encuentra dentro de las instalaciones de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, junto a la conocida Venta de la Junta de los Ríos, siendo necesario solicitar permiso para acceder a ellas. El Sifón del Majaceite es visible desde los accesos al antiguo puente de hierro y podemos aproximarnos hasta sus cercanías a través de un sendero que corre en paralelo a la ribera. En todo caso, el acceso sin permiso no está permitido.

Para saber más:
(1) Bestué Cardiel, I. y González Tascón, I.: Breve Guía del Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Agencia Andaluza del Agua. Consejería de Medio Ambiente. Sevilla, 2006.
(2) González Quijano, P.: Alrededor del Pantano. Revista de Obras Públicas. 1916, Tomo I, p. 19.
(3) García Lázaro, A.: El Guadalete, Cuadernos de Jerez. Cuaderno del profesor. Ayuntamiento de Jerez, 1989.
(4) González Quijano. P.: “Sifón del Guadalete”. Revista de Obras Públicas. 1923 pp. 231-236
(5) Bestué Cardiel, I. y González Tascón,I.: Breve Guía… pp. 86-87
(6) Mendoza Gimeno, J.L.: Los Ingenieros Hidráulicos en España. Revista de Obras Públicas, junio, 1961, pp. 364-367
(7) González Quijano, P.: “Sifón del Guadalete II”. Revista de Obras Públicas. 1924, Febrero, pp. 37-40.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Rio Guadalete, Patrimonio en el medio rural, Obras Públicas

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/02/2016

14 febrero 2016

Humedales en torno a Jerez (y 3).
Un recorrido por las lagunas salobres, marismas y balsas.




Para terminar este recorrido que iniciamos hace dos semanas por la geografía de los humedales en torno a Jerez, vamos a ocuparnos hoy de las pequeñas lagunas salobres, así como de las zonas de marismas cercanas a la ciudad. Junto a ellas mencionaremos también algunas de las balsas y pantanetas que en las últimas décadas se han construido en toda la campiña y que, pese a ser “humedales artificiales”, se han ido naturalizando progresivamente.

Las pequeñas lagunas salobres.



Entre las más conocidas destaca la de Las Salinillas junto a Estella del Marqués. Ubicada en los llanos de La Catalana, esta pequeña laguna se encuentra junto al Arroyo Salado, permaneciendo su lámina de agua durante casi todo el año. En los meses del estío puede verse desde la carretera que une Estella con Lomopardo, en una hondonada entre viñedos, la capa blanca de la sal que cubre su cubeta. Estas pequeñas lagunas saladas -como los arroyos “salados” que proliferan por toda nuestra geografía- están repartidas por muchos rincones de la campiña y delatan, incluso con sus nombres, la peculiar característica de sus aguas. Por señalar sólo algunos otros parajes donde también podemos encontrarlas, mencionaremos la que puede observarse junto al Arroyo del Zorro, al inicio de la carretera del Calvario, a mano izquierda.



En los meses de verano, cuando el agua se evapora, nos muestra su fondo blanquecino, cubierto por una delgada capa de sal que delata la naturaleza salobre de sus aguas. Este rincón entre viñas, conocido también como el de Estella con el nombre de Las Salinillas, es quizás uno de los más representativos de los que pueden visitarse en los alrededores de Jerez. Otra zona donde se forman pequeñas lagunas estacionales con presencia de la vegetación propia de terrenos ricos en sal, las encontramos junto a la Cañada del Amarguillo, en las proximidades del cortijo El Barroso, en la zona de Puerto Escondido, o a los pies de las Viñas de La Polanca y La Constancia. Las Salinillas de Jédula, junto al cortijo de Vicos, la Cañada de Morales, en las proximidades de Cuartillo, las hondonadas de Salto al Cielo, el Rincón de La Tapa, o la Cañada




del Carrillo
muy cerca del cortijode Espanta Rodrigo, son otros tantos lugares donde podremos ver pequeñas lagunas estacionales de carácter salobre. Todas ellas tienen en común que la naturaleza del suelo sobre el que se asientan, o las laderas que forma parte de su cuenca de recepción, están constituidas por materiales de edad triásica, de carácter margoso, ricos en yesos y sales que confieren a las aguas su especial característica.

Las albinas.

De gran interés son también las pequeñas lagunas o charcas que se forman en los parajes montanos del



sector oriental del término de Jerez. Enclavada en el parque Natural de los Alcornocales, la zona de los Montes de Propios y el conjunto de pequeñas sierras colindantes, en las que predominan los suelos silíceos, guarda celosamente entre sus bosques de quejigos y alcornoques pequeños reductos aguanosos, de gran importancia para la vida animal. Aunque hay también algunas balsas y represas artificiales, nos referimos aquí a las



charcas naturales, de apenas unos centenares de metros cuadrados, conocidas con el nombre de albinas. Este hidrónimo, como nos recuerda el diccionario de la RAE, se aplica también a los “esteros y lagunas que se forman con las aguas del mar en las tierras bajas que están inmediatas a él”, así como a la “sal que queda en estas lagunas” que confiere ese color blanco o “albino” a su superficie cuando el agua se evapora. Sin embargo, en los parajes serranos, se conoce también con el nombre de “albinas”, a las pequeñas zonas encharcadas que se concentran en las vaguadas de las vegas y en los llanos que se abren en el bosque, cuyo suelo arcilloso actúa como base impermeable que permite la acumulación de agua. Situadas en la mayoría de los casos al pie de la falda de un monte, “estas pequeñas hondonadas recogen las aguas de escorrentía, o aquellas que se desbordan desde algún nacimiento cercano. Denominadas genéricamente vallicares,... pueden funcionar eficazmente debido a la importante concentración de arcilla que impermeabiliza el terreno. Cuando la concentración es alta y la pluviosidad abundante, el agua se acumula. De esta manera se forma una charca, casi siempre somera y de contorno irregular, que se mantendrá durante varios meses del año, para, finalmente, desaparecer por evaporación o lento drenaje” (1). Mientras persiste el agua, estas zonas de prados encharcados son impracticables para el ganado. Sin embargo, cuando el agua desaparece, “de su superficie brota un pasto blanquecino. Debido a esta peculiaridad es por lo que en el lugar se conozca al vallicar con el nombre de albina”. Si en los esteros era la capa blanca de sal que quedaba en las charcas la que justificaba el nombre de “albinas”, en la sierra, son las flores blancas y el pasto blanquecino de gramíneas (vallico) que brota en estas praderas encharcadizas, el que bautiza a estas pequeñas lagunas de aguas someras que se forman durante el invierno y la primavera. Por citar solamente algunas, mencionaremos la charca de El Picacho, al pie de este monte, o la de La Jarda. También son conocidas otras charcas artificiales como la de “Los Establos”, y “La Presilla”. Esta última se alimenta de las aguas de los arroyos de La Gallina y de El Parral. La conocida como “Laguna de Las Moreras”, recoge el agua de varios torrentes que corren por las laderas de Montenegro y está flanqueda por hermosos fresnos.



La Albina de Las Flores, evoca ya en su nombre un hermoso paraje. La laguna del Quejigal es sin duda nuestra preferida por encontrarse en un paraje idílico, en medio de un bosque mixto de alcornoques y quejigos a los pies de los imponentes Tajos del Sol.

Por las marismas de Jerez.



Si de la campiña fuimos a la sierra, de los Montes de Propios volvemos ahora hasta las cercanías del Guadalquivir y de la Bahía de Cádiz, al extremo más occidental del término municipal para visitar, en este rápido recorrido geográfico, las zonas de marismas que se extienden en torno a Jerez. Junto a la desembocadura y el estuario del Guadalete, encontramos los amplios horizontes marismeños de La Tapa, Doña Blanca, Cetina, Vega de



los Pérez
, Las Aletas… donde las tierras de Puerto Real, El Puerto de Santa María y Jerez se confunden. Más al norte, lindando ya con Lebrija y Trebujena, los humedales son aquí los conocidos caños y esteros, inmensas láminas de agua por las que el mar penetra, a través del Guadalquivir, hasta los pies del cerro de Las Mesas de Asta, donde hace ya más de dos mil años, los antiguos pobladores pescaban y navegaban por estos brazos de agua



salada. Las marismas son nombradas aquí con los topónimos de los lugares que bañan. Hablamos así de las marismas de Mesas de Asta, de las de Rajaldabas, Morabita, Maritata, Tabajete, Bujón, Capita… Hermosos nombres que conforman una geografía de humedales de gran valor ecológico y paisajístico. Entre ellas sobresalen las marismas de Casablanca, próximas a la localidad de El Cuervo y al cortijo del mismo nombre, que por sus rasgos sobresalientes, fueron incorporadas en 2008 al inventario de Humedales de Andalucía.



Balsas y pantanetas: los nuevos “humedales artificiales”.



Y para terminar este recorrido, no queremos dejar de mencionar los que podríamos denominar como “humedales artificiales”.

Incluimos aquí esos espacios que deben su origen a la inundación de lechos de canteras y graveras abandonadas o a la construcción de pequeños embalses para regar los secanos de la campiña transformados ya en hermosos viñedos y olivares.

Casi un centenar de estos enclaves húmedos aparecen repartidos por todos los rincones de nuestros campos, algunos de los cuales se han “naturalizado” y, funcionalmente, actúan casi como pequeñas lagunas siendo refugio de no pocas especies animales (2). En las orillas del Río Guadalete encontramos algunos de estos nuevos humedales que, de manera permanente o estacional, se han formado al inundarse los lechos de antiguas graveras. Es el caso de las “lagunas” de los Caños de Aduzar o de las Villas, que ocupan el seno de dos meandros en los llanos de Las Villas y Las Quinientas y, al encontrarse en conexión con el río, conservan durante todo el año su lámina de agua acogiendo una variada avifauna.



Junto al río están también el Tarajal de El Portal, o las zonas encharcadas (en épocas de lluvia) de Berlanguilla, el Albardén, Lomopardo o Las Veguetillas, por citar sólo algunas, ocupando todas ellas los lechos de antiguas graveras que no fueron restauradas adecuadamente.



Entre los embalses de uso agrícola presentes en todos los rincones de la campiña, destaca el de Jarilla-Jareta. Esta pantaneta, visible desde la carretera que de La Torre de Melgarejo conduce a Gibalbín, se encuentra incluida en el PGMOU dentro de los espacios “naturales” calificados como Unidades de Alto Interés Paisajístico y Ambiental. Y es que en la práctica, actúa funcionalmente como un humedal natural, donde no faltan las típicas especies de aves propias de estos enclaves. En el cinturón perilagunar crecen también carrizos y eneas, tarajes y juncos e incluso una pequeña olmeda que da al lugar el aspecto de un auténtico humedal. Muy próxima a la anterior, al otro lado de la carretera se ubica en el cortijo de Jara otra laguna que ocupa el foso de una antigua cantera y con la que se riegan los olivares de la finca. La de Jara guarda grandes similitudes con la



Laguna del Cuadrejón, pequeño humedal naturalizado en el lecho de la que fuera una explotación de arenisca. Próxima a Nueva Jarilla y a la autopista de Sevilla, está rodeada de un cinturón de vegetación palustre donde destacan los tarajes.



Entre las pantanetas de mayor superficie de la campiña se encuentran la de Fuente Rey, situada entre el cortijo del mismo nombre y el de Campanero, visible desde la Autovía de Medina, y la del cortijo de Torrecera. Esta última, represa en una hondonada al pie del cerro del Castillo, entre la Bodega Entrechuelos y el caserío del cortijo, las aguas de escorrentía de varios arroyos que son utilizadas para el regadío de viñedos y olivares. Esta misma finca posee un segundo embalse de menores proporciones en el Arroyo de los Fosos. De medianas dimensiones es también el ubicado en el cortijo de la Torre de Pedro Díaz, que recoge las aguas de los arroyos del Cotero y Los Nacimientillos y constituye un punto húmedo de gran interés a mitad de camino entre Gibalbín y los llanos de Caulina, en cuyas arboledas halla refugio una interesante comunidad de aves. La pantaneta del cortijo de Los Ballesteros retiene las aguas del Arroyo del Chivo.



El embalse del Gato, en las proximidades del Circuito de Velocidad y del campo de golf de Montecastillo, es uno de los mayores, represando las aguas del conocido Arroyo del Gato que viene desde el cortijo de Alcántara y Cuartillos.



Otros de estos pequeños embalses son el del arroyo de las Cruces, junto al Cortesano; el de La Greduela, que recoge las escasas aguas del arroyo de Morales en la finca de Salto al Cielo; el de Chipipe, junto al cortijo del mismo nombre; el del Pellejero, en el Cortijo de la Sierra, junto a Romanina; el de Los Comuneros, próximo a la laguna del Tejón o el del cortijo Doñana, en las proximidades de la Junta de los Ríos. De gran encanto eran también las pequeñas lagunetas del centro ecuestre Los Lagos, junto a la laguna de Medina, que hoy presentan un estado de dejadez en las instalaciones de sus orillas. Si como señalábamos en las anteriores entradas, la desaparición de antiguas lagunas fue un hecho durante los “años duros” del desarrollismo, también es cierto que estos nuevos enclaves húmedos “artificiales” han adquirido ya una relativa importancia como hábitat para muchas especies de aves y, con sus limitaciones, suponen ya una contribución importante en el paisaje de la campiña.

Para saber más:
(1) VV.AA.: Guía de los Montes de Propios de Jerez de la Frontera. Biblioteca de Urbanismo y Cultura. Ayuntamiento de Jerez, 1989. Págs. 105-107.
(2) Atlas Hidrogeológico de la provincia de Cádiz. Diputación Provincial de Cádiz. 1985.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar en Lagunas y Humedales, Toponimia, Rutas e itinerarios, Parajes Naturales, Humedales en torno a Jerez (1). Un recorrido por las principales lagunas cercanas a la ciudad. y Las lagunas “perdidas”. Humedales en torno a Jerez (2).

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 14/02/2016