Estos días en los que el otoño apunta ya a su fin y en los que las lluvias pasadas han hecho que nuestros campos y montes se vistan de verde, invitan a que los amantes del senderismo se animen a volver a disfrutar de las muchas rutas que pueden realizarse por la campiña y la sierra.
La que hoy les proponemos discurre por la
Sierra del Aljibe, territorio a caballo entre las provincias de Cádiz y Málaga, donde confluyen los términos municipales de Alcalá de los
Gazules, Jerez y Cortes de la Frontera. El
Pico del Aljibe es la altura más destacada de los montes y sierras que pertenecen al
Parque Natural de Los Alcornocales y con sus 1092 m de altitud, es también una de las principales cumbres gaditanas, superada tan sólo por las de la Sierra de Grazalema.
El itinerario parte del antiguo
poblado de La Sauceda, un lugar cargado de historia al que dedicaremos otro artículo, situado en tierras del municipio malagueño de
Cortes de la Frontera, al pie de la carretera que une
Jimena con el
Puerto de Gáliz, apenas a cuatro km de este último enclave.
Muy cerca del aparcamiento habilitado junto a esta vía, un cartel nos anuncia la entrada al
Núcleo Recreativo Ambiental La Sauceda y otro nos indica el
Sendero del Pico del Aljibe, apenas pasamos la cancela que se abre junto a una casa que sirve de oficina de recepción. De inmediato cruzaremos un pequeño puente junto al que se ha instalado un curioso reloj de sol y dejándonos llevar por la senda, a unos 1200 m.
llegaremos hasta una zona de cabañas habilitadas para turismo rural. El camino discurre entre verdes prados en los que aparecen ya los primeros
alcornoques y quejigos, sobre cuyos troncos reclaman nuestra atención el verdor de los musgos y de los pequeños helechos que crecen en sus horquillas:
los polipodios.
En el poblado de La Sauceda.
Llegamos así en un cómodo paseo hasta otra cancela (“
siempre cerrada, ganado suelto”). Tras sortearla el sendero nos conduce, ente escobones de llamativas flores amarillas, jaras y gamones, hasta el interior del
bosque de alcornoques.
El paseante curioso podrá observar en el borde del camino, a la derecha, unas
piedras de molino que nos anuncian la cercanía de los restos de un antiguo
molino harinero. Reconoceremos su
alberca por los muros visibles junto al sendero, poco antes de llegar a las primeras
cabañas que pertenecieron a los antiguos habitantes de La Sauceda, de las que se han restaurado una treintena. Caminando entre ellas llegaremos al
arroyo Pasada Llana que desde el comienzo de la ruta nos ha acompañado a nuestra derecha y que cruzaremos por un rústico
puente de madera. Desde aquí, el sendero sube entre las cabañas que se distribuyen por este lugar en tres
enclaves (La Ermita, La Pasada y La Rasera) y que fueron habilitadas en 1979, recuperando así algunas de las muchas que constituían este antiguo poblado.
La Sauceda tiene una larga
historia a sus espaldas que cobra especial importancia en los siglos medievales y, posteriormente, en los siglos XVI y XVII cuando sirve de refugio a los
monfíes. Originariamente, los monfíes (voz de origen árabe equivalente a “desterrados”) fueron moriscos rebeldes que huyeron a las sierras. Hay constancia de que tras la represión castellana de
1570, se refugiaron ya monfíes en
La Sauceda y otros lugares de la Serranía de Ronda donde permanecieron hasta bien entrado el siglo XVII (1).
El historiador
Rallón relata cómo el 4 de septiembre de
1628 “
proveyó la ciudad (de Jerez)… que fuese son Álvaro Pérez de Acuña y Bartolomé Román, veinticuatros, a la sierra con gente a allanar la de los monfíes”, ordenando a quien se encuentre con ellos “
… que los prendan si pudiesen y dándolos por bandidos los puedan herir y matar como hombres de mala vida, banderizados y levantados contra la justicia y ninguno los traten ni comuniquen, so graves penas”. Los monfíes eran salteadores y se dedicaban también al robo de ganado en la campiña, refugiándose posteriormente en los lugares más intrincados de la sierra, siendo La Sauceda uno de sus lugares favoritos. Pese a las persecuciones que sufrían se escabullían por el buen conocimiento de este difícil terreno “cifrando toda su defensa en mudar puestos y esconderse por las breñas y sitios ásperos”. El mismo autor señala como en
1640, el problema
persistía y “
se hallaba Xerez con nuevos cuidados originados de la libertad con que los bandidos de la sierra –que se llaman monfíes- traían inquieta toda la comarca, saliendo de lo montuoso de la sierra a la tierra llana, en la cual cometían insultos y maldades” (2). El propio
Miguel de Cervantes en
El coloquio de los perros, alude a estos rebeldes refugiados en La Sauceda, a quienes denomina “
los bravos de Andalucía” (3).
Siguiendo nuestro camino, y dejando atrás las historias de aquellos monfíes, que conocían el monte y el bosque como nadie, llegamos a una pequeña explanada presidida por las ruinas de la antigua
ermita del poblado de La Sauceda edificada posiblemente en 1923, como señala una inscripción en la parte superior del campanario, y destruida por los
bombardeos de la aviación franquista en noviembre de 1936. Conviene recordar como en las primeras décadas del siglo XX La Sauceda era un núcleo rural muy poblado por familias que vivían de los aprovechamientos del monte. Pastores, corcheros, carboneros, arrieros… formaron allí una
concurrida comunidad que sirvió de refugio, en los primeros meses del golpe militar, a quienes desde los pueblos cercanos (Jimena, Alcalá, Ubrique, Cortes), de la campiña de Jerez y de distintos rincones de las sierras de Grazalema y Ronda, huían de la represión franquista. Las represalias contra los habitantes del poblado y quienes se refugiaban en él fueron brutales y en el cercano cortijo de
El Marrufo, convertido en centro de detención, tortura y ejecución, fueron asesinados hombres, mujeres y niños. Entre 300 y 600 personas se cree que pueden estar enterradas en la que es
la mayor fosa común de Andalucía (4).
Siempre que venimos a La Sauceda, aprovechamos para visitar el cercano cementerio donde están enterrados los cuerpos exhumados en El Marrufo, para rendir tributo a la memoria de las víctimas.
Por el sendero de El Aljibe.
Dejamos atrás la ermita para proseguir nuestro camino y nos dirigimos hacia un llano vecino en cuyo centro se ha reconstruido un viejo
horno de pan, en torno al que se levantan otras construcciones y una fuente donde podremos aprovisionarnos de agua.
Desde este mismo lugar parte el sendero bien señalizado que, tras sortear una angarilla, se bifurca, desviándose a la derecha hacia la
Laguna del Moral. Seguiremos por el de la izquierda en dirección al
Pico del Aljibe entre un denso
bosque de alcornoques y quejigos en el que llama la atención el magnífico porte de algunos ejemplares, así como algunos árboles con ramas tronchadas o troncos caídos, por efecto de los temporales de viento y nieve. El
arroyo nos acompaña durante todo el recorrido y en sus orillas no faltan
ojaranzos,
adelfas,
sauces,
fresnos. El ojaranzo o rododendro es, con sus hojas de un verde intenso y lustroso y sus llamativas flores de pétalos grandes y rosados, una de los atractivos del itinerario.
En un punto de nuestro ascenso, el sendero se va separando progresivamente de la orilla del arroyo, ganando altura, para pasar a los pies de
grandes bloques de arenisca que quedan a nuestra derecha. Estas curiosas rocas guardan a sus espaldas un pequeño secreto: los restos de otro
viejo molino harinero, sobre cuyos muros arruinados crecen musgos, hiedras, helechos… Entre los bloques y lajas se adivina lo que en su día fue el
canal que conducía las aguas hasta el
cubo del molino y, oculto por la vegetación, aún puede verse el
arco de piedra bajo el que la fuerza del agua movió, hace décadas, el rodezno.
Siguiendo nuestro ascenso llegaremos a una
pista forestal que tiene su origen en la carretera, junto al punto donde iniciamos el itinerario, y que recorre las laderas de umbría de esta sierra hasta salir a la vía que une Alcalá con el Puerto de Gáliz. Por esta pista (que tiene un
depósito de agua junto al sendero) seguiremos subiendo, en un cómodo paseo, a través de un denso alcornocal cuyas laderas se encuentran tapizadas por los omnipresentes
helechos comunes que lo cubren todo. Tras un suave recorrido de algo menos de un kilómetro, encontraremos a la izquierda de la pista un arroyo cuyo cauce ha sido cortado
con un murete que forma un pequeño
salto de agua. Justo en este lugar, una indicación nos señala el ”
Sendero del Pico del Aljibe”, debiendo desviarnos a la izquierda, abandonando la
pista por la que habíamos venido subiendo, para internarnos de nuevo en el bosque e iniciar un ascenso muy empinado entre alcornoques, quejigos y cantos de arenisca.
Camino de las cumbres.
Estamos ante el tramo más duro del camino y si hasta aquí el itinerario estaba marcado con postes y señales blancas pintadas en las rocas, ahora deberemos fijarnos en
los
hitos, esos pequeños montones de piedras, que de vez en cuando nos marcan el sendero. En otoño e invierno, después de las lluvias, la senda se presenta en algunos puntos rezumando agua y con firme resbaladizo, por lo que habrá que extremar las precauciones para evitar caídas. A las especies vegetales que nos han acompañado durante todo el recorrido se suman en este tramo
acebos y
robles, especies ambas que sólo podemos ver en contados lugares de algunos montes de la provincia de Cádiz. En las zonas encharcadas, y húmedas de las laderas, atraerán nuestra atención los ranúnculos, cuyas llamativas flores amarillas contrastan con el lustroso
verdor de sus hojas. Dignas de destacar son también las distintas especies de orquídeas que encontraremos en el recorrido o las romuleas, o las saxífragas, o los ruscos…. En las más expuestas no faltan tampoco jaras, aulagas, retamas, escobones, jaguarzos… (5).
Al llegar a un
pequeño claro en cuyos linderos abundan los majuelos, el suelo se encharca por la presencia de un manantial que
brota cercano como delatan los juncos. En este lugar pueden verse cilindros de malla que protegen plantones de una
repoblación forestal. La pendiente disminuye, y el sendero, cómodo y bien marcado, se ensancha y discurre entonces por un bosque menos denso y más aclarado con
alcornoques más jóvenes, entre los que crecen también
robles de escaso porte. El horizonte se despeja y frente a nosotros, a la derecha, en dirección suroeste, vemos ya cercanos los bloques rocosos que presiden las
cumbres del Aljibe, entre un denso matorral en el que, si realizamos la visita en primavera, destacan los tonos rosados de la
brecina en flor.
Continuaremos por el camino hasta llegar a un
cercado de piedra que separa las provincias de Cádiz y Málaga y los montes y términos de Cortes y Alcalá. Tras cruzar la alambrada, habremos llegado a la zona de cumbres de la Sierra.
Continuará la próxima semana: “En las cumbres del Aljibe”.