Entre Benamahoma y El Bosque, ceñido por los ríos Majaceite y Tavizna, se alza el monte Albarracín, un lomo alargado en dirección Norte-Sur integrado por cerros calizos que llegan a alcanzar en su punto más alto 975 m. de altitud. El recorrido que hoy les proponemos, partiendo desde Benamahoma, es una de las muchas vías posibles para acceder a la cima de este monte desde la que obtendremos magníficas vistas de muchos rincones de este sector de la provincia, y en especial de las cumbres de la Sierra del Pinar, que se alzan cercanas frente a nosotros. No en balde, muchos denominan al Albarracín como el “mirador de la Sierra de Cádiz”.
Saliendo de esta población en dirección a los Llanos del Campo, y poco antes de llegar a la Fuente del Descansadero, la carretera da una curva pronunciada a la izquierda. Justo en este punto, a la derecha, veremos una cancela verde junto a una cabreriza, lugar donde se inicia la senda de acceso al Albarracín.
Salvo en su tramo final, donde el paseante encontrará las mayores pendientes, el camino no presenta grandes dificultades para salvar los 2,5 km que nos separan del vértice geodésico del Albarracín, en cuyo recorrido invertiremos poco más de dos horas (ida). Los hermosos parajes que atraviesa, los restos de antiguas casas aisladas en el monte, las magníficas vistas que contemplaremos y el encuentro con la historia de este rincón serrano a buen seguro que compensaran el esfuerzo invertido en la travesía.
Caminando entre el bosque.
Iniciamos nuestra ruta una soleada mañana de finales de primavera dejando atrás la cancela que marca el inicio del camino. Un cartel nos aconseja que no abandonemos los senderos ya que el lugar es frecuentado por cazadores, siendo preciso atender las indicaciones que nos previenen de ello. Un joven cabrero sale a nuestro encuentro y aprovechamos para charlar con él sobre su trabajo y sobre el éxito de los quesos de la serranía de la mano de los conocidos “payoyos” que, a su entender, no se ha traducido en un incremento en el precio de la leche, “que se sigue pagando igual de mal que siempre”. Dejando el cercado de ganado a nuestra derecha, retomamos el camino que en estos tramos iniciales se encuentra bien marcada por el paso frecuente de vacas y cabras y, en menor medida, de cazadores y senderistas.
La vereda asciende suavemente entre el roquedo calizo de las faldas del monte Albarracín sombreada por la copa de grandes encinas, algarrobos y quejigos que forman en estas empinadas laderas de umbría un bosque cerrado. Al poco, apenas ganamos algo de altura, divisamos a nuestra derecha el pueblo de Benamahoma. La senda serpentea ahora entre grandes bloques rocosos, apreciándose en algunos lugares pequeños muretes de piedra que sujetan algunas rampas y que antaño facilitaban el paso de las bestias de carga, habida cuenta de que por este tramo inicial subían los arrieros y carboneros hasta la cercana Casa de las Zahurdas.
En una de las vueltas del camino, se abre a la izquierda una pequeña oquedad en la pared rocosa, un abrigo que en tiempos pasados debió de servir de refugio a los pastores. En otra, el tronco de una gran encina arrancada por el viento, corta parcialmente el paso. Por muchos rincones, vemos pacer las vacas que en sus idas y venidas trazan por todas partes pequeñas sendas que pueden confundirnos en este tramo del camino, donde habremos de estar atento a algunos hitos de piedras apiladas que nos indican en todo momento la dirección correcta.
A medida que vamos ascendiendo podemos contemplar, a vista de pájaro, el blanco caserío de Benamahoma con el telón de fondo que ponen las moles de la Sierra del Labradillo y la Sierra del Pinar. Entre ambas montañas, se apuntan las cumbres de Zafalgar donde despunta el cerro del Pilar.
En la Casa de las Zahurdas.
Cuando apenas llevamos media hora de camino y hemos recorrido unos 800 m. desde que iniciamos la ruta, el boque se aclara y deja paso a una suave ladera con prados, entre los que vemos ejemplares aislados de encinas, lentiscos, algarrobos o espinos y que nos anuncian la cercanía de la Casa de las Zahurdas. Al poco, descubrimos los restos de esta antigua vivienda rural, a la izquierda del sendero, en un hermoso paraje donde crece un bosquete de grandes eucaliptos, plantados aquí por los últimos vaqueros que habitaron la casa, hace unos cuarenta años.
La de las Zahurdas era una típica casa serrana entre cuyas ruinas aún es posible descubrir algunos de los elementos que caracterizaban a estas construcciones aisladas en el monte, que aún se conservan en muchos rincones de la Sierra. Por su aspecto y tipología, debió edificarse en la segunda mitad del siglo XIX, tiempos prósperos para las Huertas de Benamahoma en los que se levantaron también molinos, batanes y martinetes. La casa ya figura en uno de los primeros mapas trazados sobre la zona, el de geólogo Juan Gavala Laborde, en 1917. Un año después, cuando se publica la primera edición del Mapa Topográfico Nacional, también se recoge esta casa con este topónimo de “Las Zahurdas”, que apunta su origen ganadero.
Sus muros, aún en pie, delatan que fue una casa grande y espaciosa, de dos alturas, con graneros, habitaciones, cocina, cuadras y establos… Entre otros mucho detalles, se conservan en ella algunas rejas y ventanas, los restos de la bóveda de un horno de pan, los huecos de sus alacenas o lo que debió ser un curioso fregadero de barro vidriado… El tejado, arruinado ya, aún deja ver la clásica teja árabe dispuesta en dos hileras, para combatir mejor el impacto de la lluvia sobre los muros, a la manera que aún hoy podemos ver en muchas viviendas serranas.
Junto a la casa se conservan pequeños muros de piedra que forman rellanos aterrazados y que en su día debieron acoger pequeños huertos. Se descubren también algunos árboles frutales, destacando entre todos ellos un llamativo almendro cuyo tronco retorcido, modelado tal vez por el abrazo implacable de las hiedras, nos recuerda a las columnas salomónicas.
En las cercanías de la casa hay un gran pozo que mantiene un buen nivel de agua, con el que se alimentaba un pilón donde en otros tiempos abrevaba el ganado. En los últimos años se le ha añadido una de esas “bañeras” omnipresentes en todos los rincones serranos, que tanto afea la escena campestre. Muy próxima a las ruinas hay también otra pequeña construcción junto a la que encontramos un segundo pozo, sombreado por encinas y algarrobos, algo más pequeño que el anterior, pero más rústico y profundo, junto al que se conserva un viejo pilón de piedra tallado de una pieza en un gran bloque de piedra caliza. En los alrededores de Las Zahúrdas pueden verse restos de otras construcciones. Así, unos 150 m ladera arriba se adivinan los muros de una cabreriza, todavía en uso, y unos 200 m vaguada abajo, en dirección sureste, se encuentran las ruinas de otra casa.
Todo ello no hace sino confirmarnos como hace apenas medio siglo, muchas familias vivían del monte y del bosque. Este paraje, de suaves laderas y hermosos prados salpicados de árboles y rodeado de montes escarpados, tiene un encanto especial y a pesar de estar algo aislado, debió de ser un lugar más frecuentado en tiempos pasados para los arrieros que transitaban entre las cercanas Huertas de Benamahoma y las de Tavizna. A estas últimas, situadas a menos de 3 km en dirección sur, llegamos siguiendo la vaguada que se forma a los pies de la Casa de las Zahurdas y que se entalla entre las faldas del Cerro Ponce (a la derecha), y el lomo rocoso conocido como Albarracinejo (a la izquierda).
Caminado por el monte.
Después de un pequeño descanso retomamos nuestra ruta dejando atrás este apacible paraje, para subir desde aquí hasta el pequeño lomo que corona los prados en dirección al monte Albarracín, que ahora se nos oculta parcialmente. Dejamos atrás la Casa de las Zahurdas, arruinada en los últimos quince años, recordando con nostalgia los tiempos en los que aún estaba habitable y conservaba sus techumbres, tal como nos muestra la fotografía de 1988, cedida por nuestro amigo José Manuel Amarillo.
En nuestro camino pasamos por la cercana cabreriza, aún en uso, donde se encierra el ganado que vemos pastando por los alrededores. Ascendemos ahora por una suave ladera en la que afloran los estratos rocosos de calizas liásicas, casi verticales, que forman estas sierras. Desde lo alto se nos ofrece un hermoso espectáculo y, si volvemos la vista atrás, admiraremos frente a nosotros las imponentes cumbres de la Serranía de Grazalema entre las que sobresalen, de izquierda a derecha, la Sierra del Labradillo, la de Zafalgar, el collado donde se abre el Puerto del Pinar, la mole del Torreón presidiendo la Sierra del Pinar y las cumbres del Endrinal, por citar sólo los relieves más sobresalientes que constituyen las mayores alturas de la provincia y el núcleo montañoso del Parque Natural de la Sierra de Grazalema que desde aquí contemplamos en la cercanía.
En dirección este se levantan ante nosotros las empinadas faldas del Monte Albarracín, a la derecha, y del Cerro Ponce, unido al anterior, algo más a la izquierda. Ambas cumbres se encuentran separadas por un amplio collado por el que discurre la senda que nos llevará hasta las cumbres. Abundan en estas laderas encinas, algarrobos, acebuches, lentiscos, espinos…, parasitados estos últimos, en muchos casos, por el inconfundible muérdago. Algunos de estos arbustos han adoptado un inusual porte arbóreo y, como podrá comprobar el paseante, presentan una curiosa copa de forma aparasolada, modelada por el ramoneo de vacas y cabras que en las épocas en las que el pasto escasea, aprovechan también los brotes tiernos de las ramas de lentisco, de espino o de labiérnago. Como nos decía un pastor, “en los años secos, cuando escasea el forraje, el ganado se come hasta la leña”.
(Continuará)...
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.
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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 11/06/2017
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