A Alberto M. Cuadrado Román, in memoriam
Estas semanas en las que las intensas lluvias han llenado de grandes lagunas los alrededores de Jerez y se han cubierto con extensas láminas de agua muchos parajes próximos al casco
urbano, hemos vuelto a recuperar, siquiera por unos días los paisajes de nuestra geografía antigua en los que, como acreditan distintas fuentes documentales, los esteros penetraban hasta las cercanías de la ciudad. Y como no podía ser de otro modo, hemos recordado los trabajos del añorado compañero,
Alberto Manuel Cuadro Román, miembro del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. En uno de ellos, titulado “
Los canales de Jerez” (1) recreaba algunos de estos enclaves marcados por los antiguos cursos fluviales, por los esteros y marismas en torno a Jerez. Como un sencillo homenaje a sus documentadas aportaciones, hemos recorrido algunos de estos parajes.
Por el Arroyo del Carrillo.
Los lectores que en estos días pasados hayan circulado por la autovía Jerez-El Puerto habrán reparado, a buen seguro, en las grandes balsas de agua que se formaban a ambos lados de la
carretera, poco antes de llegar a la
cuesta de Matajaca. Su “causante” es el
Arroyo del Carrillo, también conocido como
Mata Rocines, un modesto tributario del Guadalete al que se une en las inmediaciones de Puerto Franco y del Cortijo de San Felipe, frente a las Calandrias.
Con apenas 10 km de recorrido, recoge las aguas de varios cursos menores que, desde las laderas de los cerros de
La Carrahola y
El Calderín, se unen en los Llanos de Mirabal y Santa Isabel. En este lugar, a los pies del
Cerro Colores, donde se encuentra el Colegio y Residencia Escolar de Sordos, se forma una gran laguna, a la derecha de la carretera, en la antigua llanura de inundación del arroyo que, como hemos comprobado, tiene incontrolables crecidas.
El arroyo del Carrillo cruza bajo la autovía por dos grandes tubos de desagüe que apenas pueden dar salida a los extraordinarios caudales embalsados por los terraplenes de esta obra.
Desde aquí, el arroyo atraviesa la antigua
Trocha de El Puerto, pasando por el
viejo puente de Mata Rocines del que se tiene constancia de su existencia en el s. XVIII (2). Su rosca de ladrillo se ha visto casi superada en estos días por los crecidos caudales del arroyo que han
inundado los llanos colindantes al cortijo
Espanta Rodrigo, convertidos en una inmensa laguna donde el agua ha llegado a cortar el camino de acceso al mismo en los momentos de mayor crecida.
Desde este lugar, el arroyo del Carrillo discurre por la amplia vaguada que se extiende a los pies de la Sierra de San Cristóbal, al sur, y que limitan al norte los cerros de Torrox y Parpalana.
La
Cañada del Carrillo, que corre en paralelo a su curso, se llegó a
inundar totalmente durante varios días, ya que la anchura ocupada por la lámina de agua ha sido en muchos puntos de decenas de metros, impidiendo el paso a las fincas colindantes, como ha recogido los medios de comunicación. Los diques sobre los que cruzan estos llanos la conducción del acueducto de los Hurones, camino de los Depósitos de San Cristóbal, han represado también la gran balsa de agua que se extendía junto a las instalaciones del
Rancho de la Bola, inundando la totalidad de la cañada.
En el cruce con la carretera que desde El Portal va hasta El Puerto, el desbordamiento del arroyo cubrió con una extensa lámina de agua el bosquete de eucaliptos que se extiende a los pies de la
Sierra de San Cristóbal, como podían ver los viajeros que circulaban por esta vía, dejando tras de sí una gran capa de lodo.
Desde las
cumbres de esta sierra pudimos tomar fotos panorámicas del desbordamiento del Arroyo del Carrillo, que mostraba a las claras una amplia banda de terreno inundado entre la Ronda Oeste y el Guadalete, descubriendo ante nosotros lo que en tiempos remotos fue un amplio estero que, en comunicación con el río, estaba sometido al influjo de las mareas.
Por el tramo final de este arroyo, hasta su confluencia con el punto donde se ubicó la conocida
Barca de Puerto Franco (3), se proyectó el arranque del canal que en el siglo XVII pretendía unir el Guadalete con el Guadalquivir (4)
Por el Guadajabaque.
Estos días de lluvia han servido también para recordar que un antiguo río, el
Guadajabaque, maltratado y transformado por el crecimiento urbano hasta su casi total desaparición, seguía estando presente en las cercanías de Jerez, mostrándose activo tratando de recuperar su antiguo cauce en muchos rincones.
Este curioso topónimo, rescatado hace apenas dos décadas para dar nombre a las nuevas urbanizaciones levantadas junto a la
laguna de Torrox, da desde siglos nombre a un río que, con apenas 12-13 km. de recorrido, es tributario del Guadalete al que se unía en las cercanías del antiguo embarcadero de El Portal. Su nombre, de origen árabe (
Wadt as-sabak o “
río de las redes”) apunta ya a su antigua conexión con un estero del Guadalete que en el Jerez andalusí era utilizado para la pesca (5).
En los siglos medievales aparece ya con diferentes variantes como Guadaxabaque, Guadajabaque, Guadabajaque y Guadabaxaque, todas ellas con referencias en las fuentes documentales (6).
Este río ya
“desaparecido” por las grandes transformaciones de su cauce en el pasado siglo, tiene su origen en la confluencia de los
arroyos del Amarguillo y
del Zorro (o de
la Loba, que pasa a los pies del cerro de Santiago).
A partir del paraje de Las Salinillas, en las proximidades de Área Sur, discurre en paralelo a la antigua Cañada de la Loba (también llamada de Guadajabaque, Corchuelo y Moro) cruzando la autovía de Sanlúcar y bordeando la zona trasera de las
bodegas de Williams & Humbert.
Desde este paraje, donde aún mantiene algunos sotos de tarajes y pozas encharcadas buena parte del año, es canalizado bajo la autovía de El Puerto, para ser conducido a la nueva “
laguna de Torrox”, desde la que un aliviadero subterráneo conduce sus aguas hasta el Guadalete.
Antiguamente recibía las aguas del
arroyo de Curtidores que tenía su origen en pleno casco histórico. Desde finales del siglo XIX se le conoció también por el nombre de
arroyo de Morales y con la construcción del Polígono Industrial El Portal en la década de los sesenta del pasado siglo, se canalizó su curso con un colector subterráneo, olvidándose hasta su nombre (7).
Sin embargo, cuando las grandes lluvias hacen su aparición,
el antiguo Guadajabaque “resucita”, mostrándose como un arroyo de violentas crecidas que recoge las aguas de una cuenca
de más de 4.500 hectáreas del sector noroccidental que rodea a la ciudad.
Y para “verlo en acción” fuimos a su encuentro a las proximidades de la carretera del Calvario, donde el
arroyo del Amarguillo se desbordaba en las proximidades de La Constancia. A los pies de Cerro Nuevo y Cerro Viejo, el
arroyo del Zorro o de La Loba bajaba también muy crecido, y juntos los dos, en las inmediaciones del camino que conduce a las Bodegas de Luis Pérez, transformado ya su curso en el Guadajabaque,
inundaban el paraje de Las Salinillas desaguando bajo la Ronda Oeste en una gran laguna que desde el centro comercial de
Área Sur se extendía hasta la carretera
de Sanlúcar, rozando sus aguas el tablero de los puentes construidos sobre su modesto cauce, ahora desbordado.
Junto a la
Bodega de Williams & Humbert, el Guadajabaque bajaba rebosante, con el brío que tuvo en tiempos pasados, antes de que transformaran su antiguo cauce. Sus aguas turbulentas, cargadas de los lodos que arrastra en su curso, se depositarán en la laguna de Torrox, aterrando poco a poco su vaso. Para verlo en perspectiva, aún subimos hasta el
Olivar de Colores, desde el que pudimos contemplar buena parte de su recorrido y desde el que,
viéndolo vivo, como el río que fue, pudimos recordar aquellos viejos proyectos por los que, a través de su cauce, se proyectó ya en el siglo XVII
un canal de casi 34 km. por el que unir el Guadalete y el Guadalquivir (8).
Por el Salado y La Catalana.
Procedente de las laderas de la sierra de Gibalbín que miran al sur, diferentes cursos menores se unen en la cabecera de Caulina dando lugar al
arroyo Salado de Caulina. Su tramo final corre en paralelo a la vaguada de la autopista Sevilla-Cádiz, desembocando en el Guadalete entre Viveros Olmedo y La Cartuja.
El valle de este arroyo, de origen tectónico, se estrecha entre La Cartuja y Lomopardo, ensanchándose en una amplia llanura conocida como
Llanos de Caulina. Esta
depresión aluvial en la que se encaja el Salado fue durante el Plio-Pleistoceno,
dos millones de años atrás, un
brazo del Guadalquivir que, a través del Caño de Casablanca y el arroyo de Romanina, se unía por el valle del Salado con el
estuario del Guadalete en las cercanías del actual monasterio de La Cartuja. Durante el Cuaternario, hace aproximadamente 1,5 millones de años, nuevas fallas y pliegues crearon la actual divisoria entre ambas cuencas, al norte de Caulina, abandonándose este brazo del Betis que funcionó hasta su progresivo aterramiento, como un estero, con penetración marina desde el Guadalete (9).
Con esta historia geológica, no es de extrañar que, cada vez que se producen grandes lluvias, buena parte de los Llanos de Caulina
se inunden en muchos puntos junto a las riberas del Salado, a pesar de los canales de drenaje que se practicaron en la segunda mitad del siglo pasado. Hace sólo unos años, en el
invierno de 2009-2010, el arroyo se desbordó anegando buena parte de los Llanos y cortando la autopista (10).
Con las últimas lluvias, se ha podido ver el Salado rebosante a su paso por el puente de la carretera de Cortes en Estella, junto a la Venta La Cueva, habiéndose desbordado en algunos puntos aguas arriba de este lugar.
Algo más abajo, en los
Llanos de la Catalana, se han formado grandes balsas de agua y una enorme lámina en la zona conocida como
Las Salinillas (10), por la que cruzan las conducciones del acueducto de Tempul y de los Hurones, a sólo 6 m. sobre el nivel del mar.
El
arroyo de La Canaleja, tributario del anterior con el que se une en las proximidades de la barriada de
La Teja, se desbordó también en estos días, pudiendo verse junto a la
rotonda nº 5 de la Ronda Este una enorme lámina de agua que llegaba casi hasta la autopista. Hay que recordar que este arroyo es el que recoge las aguas pluviales que caen sobre buena parte de la ciudad, canalizando las escorrentías que, desde la zona norte, bajan por las calles
Porvera,
Honda y
Arcos hasta las barriadas de la
Asunción y
Zafer.
En las inmediaciones de este barrio, a la altura del antiguo acueducto de La Canaleja, los colectores subterráneos afloran a la superficie formando, aguas abajo del puente que cruza la Ronda Este,
grandes balsas de agua por desbordamiento, como las que pudimos captar el pasado sábado 10 de marzo.
Por Tabajete y las Mesas de Asta.
Otro punto sensible, cuando se suceden episodios de grandes lluvias, es el entorno de
Mesas de Asta, hasta donde nos desplazamos en los días posteriores.
Viniendo de Jerez, desde las cercanías del cortijo de Romanitos, se apreciaba ya a nuestra izquierda la antigua
marisma de las Mesas cubierta por las aguas. Poco antes de llegar, la carretera cruza el
caño de drenaje de Tabajete, que desde las cercanías de este cortijo (que dejamos a nuestra izquierda) lleva las aguas de estos llanos hasta el Guadalquivir atravesando también la
marisma de El Bujón. El caño, rebosante de agua, desbordado ya en muchos puntos, canaliza los caudales de los pequeños arroyos que cruzan los pagos de San José de Prunes, El Barroso, Pozuela…
Estas zonas bajas de Tabajete y Mesas de Asta, situadas a unos 4 m. sobre el nivel del mar, formaban parte de los antiguos
esteros que rodeaban a la histórica ciudad de
Asta Regia y de
los que ya encontramos referencias en las fuentes clásicas, en autores como
Estrabón,
Plinio el Viejo o
Marciano de Heraclea, entre otros (11). A la entrada de Mesas de Asta, asomados a la marisma, pudimos ver anegadas las tierras que en otros tiempos estuvieron ocupadas por los esteros del Betis, recordando lo escrito en el cambio de Era por el geógrafo griego Estrabón: “
los indígenas, conocedores de la naturaleza de la región y sabiendo que los esteros pueden servir para lo mismo que los ríos, han construido sus poblados y ciudades sobre aquellos, tal y como hacen en las riberas de los ríos.
Así fueron levantadas Asta, Nabrissa, Onoba…” (12). En días como estos, en los que una inmensa lámina de agua cubre todos los bajos en torno a Mesas de Asta llegando hasta las tierras del cortijo de
Espartinas, al otro lado de la marisma,
resulta fácil dar un salto en el tiempo y adivinar la antigua imagen que estos parajes debieron tener hace 20 o 25 siglos.
Desde esta barriada rural nos acercamos, siguiendo el curso embarrado y casi intransitable de la Cañada Ancha, hasta las cercanías del
cortijo del Rosario. A lo lejos, en esos dilatados horizontes que se abren hasta el Guadalquivir, pudimos divisar los grandes lagunazos que anegaban buena parte de las
marismas de Rajaldabas, colindantes con las tierras de Casarejo y del término de Sanlúcar.
En las marismas de Casablanca.
Para terminar nuestro periplo, tomamos la carretera de
Morabita, antiguo
Camino de Lebrija, desviándonos por el puerto de Capita, hasta el borde mismo de la
marisma de Casablanca.
Las lluvias de estas últimas semanas habían transformado estos parajes en un inmenso aguazal, con Gibalbín como telón de fondo (mirando hacia el este), y en el que el gran edificio del silo de trigo de la Estación de El Cuervo, parecía un gran navío sobre el espejo de las aguas que todo lo cubrían.
Ya de regreso a Jerez hicimos un alto junto al
Cortijo de Casablanca (13) para recrearnos en esta hermosa marisma, que figura en el Inventario de Humedales de Andalucía (14) y que había recobrado la vida en estos días de marzo. Aún volvimos a parar en el
Alto de Montegil para disfrutar de las inigualables vistas que desde allí
se contemplan sobre este territorio, de nuevo inundado tal como podía verse en la antigüedad y como nos recreaba en sus trabajos el recordado
Alberto M. Cuadrado Román.