Artículo publicado el 10/12/2017
Como ya conocen nuestros lectores, en estas páginas de “entornoajerez” nos gusta pasear sin prisas por los rincones menos transitados de la campiña, recreándonos en los paisajes y en la historia. Y para ello nada mejor que recorrer esas poco frecuentadas
carreteras secundarias que se adentran por los parajes serranos, en los amplios espacios marismeños o las que, en los alrededores de la ciudad, nos permiten acercarnos a los tradicionales pagos de viñas.
Hoy les proponemos un paseo por la conocida como
carretera de La Tablas (CA-3100), una vía de 4 km de recorrido perteneciente a la red provincial (1) que une la Autovía de Sanlúcar con la carretera de El Barroso, también conocida como de Bonanza, de “Las Viñas” o “del Calvario” (2). Un siglo atrás, este camino era denominado
Cañada de Marihernández y por su primer tramo discurría también, desde mediados del siglo
XIX -como veremos- el
Ferrocarril de Jerez a Bonanza. La carretera cruza hoy un hermoso paraje dejando a sus lados afamados
pagos de viña, aunque lamentablemente ya se han perdido muchas de ellas. Así, a la derecha de la ruta se extienden, por este orden, los viñedos de los pagos de
San Julián,
Zarzuela y
Añina mientras que a la izquierda lo hacen los de
Marihernández,
Las Tablas y
Añina (3). ¿Nos acompañan?
Tras las huellas de Roma.
Nuestro recorrido comienza tomando el desvío señalizado en la autovía de Sanlúcar que deja a la derecha la viña
Santa Honorata. Pintado en los tejados de sus lagares, como era tradicional hace unas décadas, se aprecia desde la carretera el nombre de la casa propietaria de estos
viñedos:
Sánchez Romate. Junto a la bodega está el carril de acceso al cercano enclave diseminado de
El Polila que con Las Tablas y Añina forman una misma barriada rural. Este lugar toma el nombre de un conocido
ventorrillo que a comienzos de la década de los 60 del siglo pasado se abrió en la zona. Por el apodo de “El Polila” era conocido su propietario, llegado de Trebujena, en torno a cuya venta se establecieron otras viviendas (4).
Ya en la carretera de Las Tablas, sale a nuestro encuentro, a la izquierda, la antigua viña de
Candelero, que cuenta hoy con un establecimiento de hostelería, un “
mosto”, que figura, junto al de Añina, entre los más renombrados de la campiña. En sus accesos, el paseante podrá observar una curiosa muestra de
antigua maquinaria agrícola que se utilizaba en las faenas de la viña y la bodega, entre las que destaca una singular prensa. No en balde, la viña de Candelero, cuenta con más de un siglo y medio de historia a sus espaldas siendo una de las pocas de estos pagos que no ha cambiado de nombre tal como puede comprobarse en los planos y mapas de época.
Según distintos autores, este camino por el que ahora se traza la carretera pudo ser el que recorría hace 20 siglos la
Vía Augusta, una de las más importantes de cuantas cruzaban la Bética (5). Partiendo de
Gades (Cádiz) y pasando por el
Portus Gaditanus (El Puerto de Santa María), esta antigua vía romana atravesaba las tierras de Añina en dirección a
Hasta Regia para continuar después su largo recorrido hacia Roma. En épocas no muy lejanas, a mediados del siglo XIX,
el mapa provincial de Francisco Coello (1868) aún daba constancia de ello señalando en estos parajes su hipotético trazado con la leyenda “
vestigios de la vía romana” (6). Todavía hoy, la fotografía aérea nos revela el trayecto que seguía entre El Barroso y el cortijo de Tabajete hasta las inmediaciones de las Mesas de Asta, donde se encontraba la ciudad romana de
Hasta Regia (7).
No es de extrañar por ello la aparición en estos parajes de restos romanos. De algunos nos daba cuenta ya en el siglo XVIII el historiador Bartolomé Gutiérrez quien al hacer balance de los vestigios arqueológicos jerezanos relata: “
De estas Romanas memorias tenemos otras dos lápidas halladas a una legua de Xerez, en el pago llamado de San Julián. Agostando en la viña de D. Gerónimo Mures, Presvítero, descubrieron una Bóbeda ó Sepulcro de bien labrada Arquitectura con dos lápidas en los estremos, y sobre él una piedra ó Losa grande sin rótulo pero las otras dos estaban escritas con un epitafio cada una que contenían los enterramientos de Padre e hijo” (8). Una de estas lápidas tenía grabado el nombre de
LVCIUS, mientras que la otra, en caracteres latinos rezaba “En este sitio reposa
Lucio Alpidio hijo de Lucio. Séate la tierra ligera” (9).
Otra posible muestra de esta antigua presencia romana en la zona es el propio topónimo “
Añina”. Al igual que sucede con Balbaina, al que se pone en relación con las posesiones de la familia de los Balbo, de la Gades romana; según distintos autores el nombre de Añina, de origen latino, apunta a un posible nomen possessoris, el de un romano llamado
Annius (o
Anius), nombre que consta en la epigrafía gaditana y que tal vez fuera uno de los primeros propietarios de viñas de la zona (10).
Continuando con nuestro camino, y dejando atrás Candelero, la carretera inicia ahora un suave descenso que deja a la derecha las tierras del
pago de San Julián. Una puerta enrejada nos anuncia el camino de acceso a la antigua
viña Las Conchas. Juan Pedro Simó desvelaba como este curioso patronímico femenino era debido a cuatro mujeres de nombre “Concha”, pertenecientes a la familia Pérez-Lila, antigua propietaria de la hacienda (11), que tiene su caserío principal en
El Paraíso, una hermosa estancia rodeada de una frondosa arboleda y un cuidado jardín, visible desde la Cañada de Cantarranas.
Algo más adelante, frente a las primeras casas de Las Tablas y lindando con Las Conchas, una portada reclama nuestra atención: “
Phelipe Zarzana Spínola”. Se trata del acceso a los cuidados viñedos de
Ximénez-Spínola que, desde el s. XVIII vienen cultivando en exclusiva la variedad Pedro Ximénez, produciendo unos vinos sencillamente excepcionales, situados ya entre los de mayor calidad del marco.
Las Tablas. Un curioso pasado ferroviario.
Como se ha dicho, el primer tramo de la carretera por la que venimos recorriendo estos paisajes, sigue la huella de la antigua Cañada de Marihernández, pero como dato curioso, hace tan sólo cincuenta años podía verse también, junto al camino, la traza del
Ferrocarril de Jerez a Bonanza que, con 29 km de recorrido, tenía parada en Las Tablas, donde se construyó un
apeadero en el km 11,5 de la línea. Como nos recuerda el investigador
Francisco Sánchez Martínez, el mejor estudioso de nuestro pasado ferroviario, “
el apeadero fue abierto al servicio cuando se inauguró el trozo de Alcubilla a Sanlúcar el 30 de agosto de 1877 y se cerró cuando fue clausurada la línea el 1 de octubre de 1965, posteriormente fue demolido” (12). Se ha cumplido por tanto el
150 aniversario de la puesta en marcha de aquella línea que permitió que, durante casi un siglo, el tren circulara por estos pagos transportando hasta el embarcadero de Bonanza las botas de los caldos jerezanos y prestando un gran servicio a los trabajadores de las viñas de estos pagos.
Recuerda el citado autor que ya desde sus inicios todos sus trenes en ambos sentidos (hasta
8 servicios en 1878) paraban en el apeadero de Las Tablas “
debido posiblemente al número de viticultores que se desplazarían a trabajar en las viñas colindantes” (13). Hasta tal punto debió estar concurrido el apeadero que la Dirección de los Ferrocarriles Andaluces reclamó ya en 1878 vigilancia de una pareja de guardias de la
Guardia Rural jerezana en la estación de Las Tablas para que estuviesen presentes en las horas de salidas y llegadas de los trenes, al objeto de “observar un buen orden”, como sucedió. Una muestra de la
permanente utilización de esta pequeña estación-apeadero fue la construcción en 1931 por parte del Ayuntamiento de una
variante que desde el
camino vecinal del Barroso (actual carretera del Calvario) enlazaba con la Estación de Las Tablas, esa misma vía que se conocería después como carretera de Añina-Las Tablas (14). Como recuerdo de aquel concurrido apeadero nos queda la imagen conservada por el
Club Ferroviario Jerezano (15).
El núcleo rural de Las Tablas comenzó a desarrollarse a partir de la década de los 20 del siglo pasado cuando en torno al apeadero comenzaron a construirse las primeras chozas de los jornaleros de las viñas, en el llano conocido como
Descansadero de las Tablas.
Este lugar, donde hoy se levanta la barriada, era un amplio espacio público de “
10 aranzadas de extensión” situado en el cruce de la Cañada de las Tablas (que venía desde Montana) con la de Marihernández (16). Sin embargo, estos parajes tuvieron ya desde antiguo una importante
población diseminada. De los pagos cercanos a la ciudad, las tierras de Añina, San Julián y Las Tablas siempre se encontraron entre las que contaban con más casas de viña, muchas con población estable. Por citar sólo algunos datos, recordaremos que, en el
Nomenclátor de 1850, época de expansión del viñedo, se citan para Añina 55 viviendas, 33 para San Julián y 3 para El Barroso. Las Tablas no aparece todavía como diseminado. A
finales de siglo, en 1892 se cuentan ya en Añina 74 edificios diseminados con 174 habitantes. San Julián tiene 21 edificios con 144 habitantes (17). En la década de los noventa del siglo pasado, entre los tres núcleos que integran la barriada rural de las Tablas, sumaban 500 vecinos. Hoy cuenta con unos 300 habitantes que se multiplican cada fin de semana con los muchos visitantes de sus conocidas ventas para degustar el mosto, el ajo campero y la berza. No en balde aquí se celebra desde 2004 en diciembre la popular Fiesta del Mosto, cita gastronómica ineludible que atrae cada año cientos de visitantes, como ha vuelto a suceder el pasado viernes 8 de diciembre en su XIV edición.
Por el pago de Añina.
Saliendo de Las Tablas, la carretera deja a la derecha la viña
La Zarzuela, una finca segregada de Las Conchas, que cuenta con renovadas instalaciones de la mano de la empresa
Spirit Sherry y donde se realizan interesantes actividades de
enoturismo. Junto a ella están también las tierras de la antigua viña de la Vera Cruz que hoy se presenta ante el paseante en su portada con el nombre de “G.L.”.
La carretera sube ahora, camino de Añina, por una pequeña cuesta dejando a ambos lados tradicionales viñedos. A la izquierda, casi oculta entre los cipreses la
Casa Viña del Alcalde, que fuera del editor y escritor
Vicente Fernández de Bobadilla. Esta viña es la "protagonista" de su primer libro:
"Huésped de mi viña", publicado en 1950 y que ha conocido recientemente una reedición en cuya portada figura un hermoso dibujo de esta viña.
Su autor fue uno de los máximos responsables de la prestigiosa revista Selecciones del Reader Digest, de la que llegó a ser vicepresidente y director de la edición para España e Iberoamérica. En su obra, recoge unas deliciosas descripciones de la vida en la viña, de sus tareas y de los paisajes de estos pagos de Las Tablas y de Añina.
A la izquierda del camino, aislado entre las cepas, llama la atención del paseante un antiguo caserón (
Casa de María) desde el que se observa un amplio panorama.
Llegamos así al pequeño núcleo rural de
Añina, construido en el descansadero del mismo nombre donde se
cruzan la carretera de Las Tablas con la
Hijuela de Añina.
Como se ha comentado, el nombre de Añina puede tener origen latino, lo que podría confirmar la antigua ocupación de estas tierras de albariza para el cultivo de la vid hace ya veinte siglos.
De lo que si hay constancia documental es de la presencia de viñedos en el Pago de San Julián, al menos desde
1392 y en Añina desde finales del
siglo XV, por lo que los paisajes de vides y la elaboración de mostos y vinos viene desde antiguo (18).
Una parada en Añina, que cuenta también con un famoso “
mosto” donde degustar los productos de la campiña, puede ser el pretexto para pasear por el camino que conduce a la
Viña El Álamo, desde cuyo tramo final puede contemplarse un hermoso paisaje con las tierras de Montana, Prunes y Tabajete en el horizonte; o mejor aún, hacerlo por la Hijuela de Añina, que arranca junto al
Mosto Añina por la que el paseante puede conectar con la cañada de
Cantarranas. En ambos casos podremos observar los curiosos
pozos de viña que se conservan a orillas del camino. Con bóveda de ladrillo y encalados de blanco, o construidos en sillares de arenisca de la Sierra de San Cristóbal, los pozos son ya valiosas muestras del
patrimonio rural de la campiña que se están perdiendo con el tiempo y que bien merecerían conservarse ya que dan valor al paisaje del viñedo donde se asientan.
Siguiendo nuestro camino, vamos dejando a los lados antiguas casas de viña de nombres populares como
La Blanquita-Las Boneas, a la izquierda, o
Santa Luisa a la derecha, por citar sólo algunas. Pasado el km 1, a la izquierda de la carretera, se conserva una de las más antiguas que mantiene aún la fisonomía tradicional:
El Almendral. Algo más lejos, adivinamos oculta entre cipreses sobre una colina la antigua viña
El Aljibe, que se cuenta también entre las más nombradas de estos pagos como atestiguan los antiguos planos y mapas.
Nuestro camino llega a su fin y frente a nosotros vemos ya las dependencias del cortijo de
El Barroso donde la carretera de las Tablas se une a la de Las Viñas o del Calvario. Este lugar, donde tradicionalmente hace su parada (“rengue”) la hermandad del Rocío de Jerez, era un importante descansadero de ganado conocido como
Prado del Toro. Frente a él, a la derecha de la ruta, en su tramo final la finca colindante con la carretera lleva el curioso nombre de
Haza del Mármol, un topónimo que de nuevo nos remite a la historia y a la presencia romana en estas tierras de Añina. El viajero podrá observar aquí, casi llegando al cruce, dos antiquísimos
pozos con abrevaderos. Junto a ellos se descubrió en
1893 una importante inscripción romana de la que sólo pudo extraerse un fragmento, tal como se relata en el escrito que el entonces archivero municipal de Jerez,
D. Agustín Muñoz Gómez, remite a
Fidel Fita, presidente de la Real Academia de la Historia relatando el hallazgo.
En su carta, nuestro archivero informa de una "
preciosísima reliquia epigráfica del siglo IV con calco”, señalando también que ”
existe otra parte, pero es muy difícil recuperar". Al parecer,
había tenido conocimiento de ella en una visita a casa de
D. Juan Fadrique Lassaletta y Salazar, su descubridor, en cuya finca de El Higuerón los trabajadores encontraron la inscripción (“el mármol”) que localizaron aproximadamente “
…en el vallado… frente al pozo del cortijo del Barroso”. Lamentablemente sólo pudieron tomar de ella un pequeño fragmento ya que, como recuerda Muñoz y Gómez en su carta a Fita: “
Respecto á la importante lápida cristiana de “Hasta Regia”…al excavar para reformar el vallado, salió en lo más hondo de la excavación la piedra; comprendiéndose que, no pudiendo los operarios quitarla, por lo grande, procuraron partirla de cualquier modo. Según nuestro archivero, el texto legible en el fragmento de lápida recuperada decía lo siguiente: “(Roma) la Sacra Roma, dióle la vida, el aliento y nombre: Así el (Dios) uno y trino conceda gozar del cielo...” (19).
Ya en el cruce de la carretera del Calvario, una vez terminado nuestro recorrido, regresamos a Jerez dejando atrás las tierras de Las Tablas y de Añina a las que volveremos de nuevo en primavera, cuando las viñas empiecen a pintar de verde las albarizas de estos hermosos paisajes cargados de historia.