26 abril 2020

“Por los campos de Jerez” con Pedro I el Cruel.
Un romance para una desdichada reina.



“Por los campos de Jerez / a caza va el rey don Pedro;
allegóse a una laguna, / allí quiso ver un vuelo.”
Con estos versos, situando con claridad y desde el comienzo el lugar donde transcurren los hechos que describe, comienza un antiguo romance poco conocido con “los campos de Jerez” como telón de fondo.

Una laguna, escenas de caza, un rey malvado, una desdichada reina encerrada en un castillo con la muerte como destino irremediable, una misteriosa aparición, una trágica profecía y una historia fantástica. Estos son los ingredientes de un curioso romance que tiene por protagonistas a al rey Pedro I y a su esposa, la reina Doña Blanca de Borbón y como escenario una laguna situada entre Jerez y Medina.

Un rey cruel.

En 1350, tras la muerte de su padre Alfonso XI, llega al trono de Castilla y León Pedro I, conocido para la historia con los sobrenombres de el Justiciero, el Severo… y El Cruel.

Mucho se ha escrito sobre este personaje que accedió al reinado a la edad de dieciséis años, cuando las circunstancias políticas y económicas de Castilla eran ciertamente complejas. Son tiempos en los que el reino se resiente de los estragos de la peste negra y de los problemas ocasionados por el descenso de la producción, el aumento de precios y las tensiones creadas por las rebeliones de la nobleza. Tres años más tarde contrae matrimonio con Blanca de Borbón, nieta del rey de Francia, una joven que a sus 18 años llega a Valladolid para sus esponsales después de una larga travesía de siete meses. El enlace había sido pactado para consolidar la alianza castellano-francesa.

No abundaremos en la desgraciada vida que aguarda a la reina, abandonada por su marido dos días después de la boda tras acusarla de amores falsos durante el viaje (1), cuando al parecer las razones fueron el impago de la dote acordada, así como la relación que el rey mantenía con María de Padilla, su amante y madre de cuatro de los nueve hijos que tuvo.
Sea como fuere, Doña Blanca empezara un triste peregrinar de presidio en presidio que la llevará a estar cautiva durante siete años hasta que su marido “mandola matar y era de edad de 25 años cuando murió y era blanca y rubia y de buen donaire, y de buen seso y rezaba cada día sus oras muy devotamente" (2).



Pedro I tuvo también, como su esposa, una corta vida, muriendo en 1369 a los treinta y cinco años. En 1353, cuando el rey dicta orden de prisión sobre doña Blanca anda enfrentado en permanentes luchas con la nobleza cuyas ambiciones consigue frenar. Tres años después, los nobles se levantarán de nuevo contra el rey aprovechando la guerra que entabla con Aragón. Su hermano bastardo Enrique de Trastamara, quien le disputa el trono castellano y está exiliado en Francia, acudirá junto a las tropas aragonesas y francesas a combatir contra Pedro I, quien finalmente caerá asesinado en la famosa batalla de Montiel. En estos últimos años de su reinado, exacerbado por la inestabilidad política, llevó a cabo una sangrienta persecución contra buena parte de la nobleza en su guerra civil con los partidarios de su hermanastro dejando un reguero de víctimas que acrecentarían su fama de cruel. Ordenó decapitaciones en Toledo y Soria, mandó matar a su hermano don Fadrique, maestre de Santiago y al hijo de Alfonso IV de Aragón así como a la madre del monarca, Leonor de Castilla. La amante de su padre Alfonso XI, Leonor de Guzmán, corrió la misma suerte al igual que otros muchos de sus contendientes a quienes ajustició.

No  es de extrañar que tanto por el trato que dio a sus rivales, como por los crímenes que cometió y por los asesinatos que ordenó, exista una leyenda negra en torno a Pedro I, acrecentada por lo relatado en la Crónica de su reinado. El canciller Pedro López de Ayala, su autor, estuvo durante muchos años al servicio del rey, para pasarse posteriormente al bando de Enrique de Trastamara en 1366, pues al decir del propio cronista “…viendo que los fechos de don Pedro no iban de buena guisa, determinaron partirse dél”. López de Ayala llegó dejó escrito de Pedro I que “Por el rey matar omnes, non llaman justiçiero, ca sería nombre falso: más propio es carnicero” (3). De esta manera, frente al apelativo de “El Justiciero” que le atribuyeron sus seguidores, la historia se ha decantado por el de “El Cruel” para calificar a este rey, del que el romancero tradicional se ha hecho eco representándolo como una uno de las figuras más perversas de nuestros siglos medievales.



El romancero y la leyenda negra de Pedro I.

Como registro de la memoria colectiva de un pueblo, los romances han rescatado no sólo los personajes protagonistas de los hechos históricos más destacados, sino que también “nos han acercado a los sentimientos y a la vida de la gente corriente, expresados con una frescura que aún hoy nos sorprende” (4). No cabe duda de que en su día fueron un poderoso instrumento de propaganda, y que por esta razón, un personaje como Pedro I El Cruel no podía salir bien parado en los relatos que de él ha transmitido el romancero histórico castellano, en el que los romances relativos a su reinado y a los hechos que protagonizó ocupan un lugar destacado siendo, en su inmensa mayoría, contrarios a su figura.

Como ejemplo, hemos traído el que tiene por título “Romance del rey don Pedro el Cruel” que se centra en la desdichada suerte de doña Blanca y que tiene “los campos de Jerez “como marco en el que se desenvuelve un fantástico suceso.

En él se cuenta como el rey sale de caza por los alrededores de Jerez y en las cercanías de una laguna se le aparece un pastor quien le profetiza toda clase de desgracias si no vuelve con Doña Blanca, su legítima esposa, a quien mantiene presa. El romance está plagado de elementos fantásticos y prodigiosos, como la muerte de un ave que cae a los pies del rey, la aparición del pastor en el interior de un bulto negro que cae del cielo, su extraño aspecto… En la mano el pastor lleva una serpiente (animal que se asocia al diablo) y un puñal, como anunció a don Pedro de la muerte que tendrá a manos de su hermanastro don Enrique en Montiel. La mortaja en el hombro, la calavera en el cuello y el perro aullando que trae de la mano, son también avisos de



muerte. La profecía se cierra con la amenaza –de no volver con Doña Blanca, quien le daría una heredera- de males para las hijas que había tenido con María de Padilla, su amante, y con el anunció de su propia muerte. Finalmente el pastor desaparece (5). El romance dice así:








“Por los campos de Jerez a caza va el rey don Pedro:
en llegando a una laguna, allí quiso ver un vuelo.
Vido volar una garza, desparóle un sacre nuevo,
remontárale un neblí, a sus piés cayera muerto.
A sus piés cayó el neblí, túvolo por mal agüero.
Tanto volaba la garza, parece llegar al cielo.
Por donde la garza sube vió bajar un bulto negro;
mientras mas se acerca el bulto, más temor le va poniendo:
con el abajarse tanto, parece llegar al suelo
delante de su caballo a cinco pasos de trecho:
dél salió un pastorcico, sale llorando y gimiendo,
la cabeza desgreñada, revuelto tráe el cabello,
con los piés llenos de abrojos y el cuerpo lleno de vello;
en su mano una culebra y en la otra un puñal sangriento;
en el hombro una mortaja, una calavera al cuello:
a su lado de trailla traia un perro negro:
los aullidos que daba a todos ponian gran miedo,
y a grandes voces decia: Morirás, el rey don Pedro,
que mataste sin justicia los mejores de tu reino:
mataste tu propio hermano el Maestre, sin consejo,
y desterraste a tu madre: a Dios darás cuenta de ello.
Tienes presa a doña Blanca, enojaste ha Dios por ello,
que si tornas a quererla darte ha Dios un heredero,
y si no, por cierto sepas te vendrá desman por ello;
serán malas las tus hijas por tu culpa y mal gobierno,
y tu hermano don Henrique te habrá de heredar el reino:
morirás a puñaladas: tu casa será el infierno.
Todo esto recontado, despereció el bulto negro”
El romance, incluido en la monumental “Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos”, editado a mediados del XIX (6), corresponde a la versión de Juan de Timoneda en su Rosa española (1573), incluyéndose también en esta misma antología otra versión anterior que figura en la “Silva de romances” (Zaragoza, 1550), que aunque se asemeja mucho a la primera presenta un trágico final, ya que termina con la muerte de Doña Blanca:

…Quieres mal a doña Blanca,—a Dios ensañas por ello;
perderás por ello el reino. Si quieres volver con ella,
darte ha Dios un heredero. El rey fué mucho turbado,
mandó el pastor fuese preso; mandó hacer gran pesquisa
si la reina fuera en esto. El pastor se les soltara,
nadie sabe qué se ha hecho. Mandó matar a la reina
ese día a un caballero, pareciéndole acababa
con su muerte el mal agüero.
Una fantástica aparición.

En ambos casos el romance parece tomar como referencia un suceso recogido en la Crónica del rey don Pedro I de Castilla del Canciller Pedro López de Ayala donde se cuenta que: «E acaesció que un día, estando ella en la prisión do murió, llegó un ome que parescía pastor, e fué al rey Don Pedro donde andaba a caza en aquella comarca de Xerés e de Medina, do la Reyna estaba presa, e díxole que Dios le enviaba a decir que fuese cierto que el mal que él facía a la reyna Doña Blanca su mujer que le avía de ser muy acaloñado, e que en esto non pusiese dubda... E el Rey fue muy espantado, e fizo prender al ome que esto le dixo, e tovo que la reyna Doña Blanca le enviaba decir estas palabras: e luego envió a Martín López de Córdoba, su camarero, e a Mateos Fernandez, su chanciller del sello de la puridad, a Medina Sidonia, do la Reyna estaba presa, e que ficiesen pesquisa cómo veniera aquel ome, e si le enviara la Reyna. E llegaron sin sospecha a la villa, e fueron luego a do la Reyna yacía en prisión en una torre, e falláronla que estaba las rodillas en tierra e faciendo oración; e cuidó que la iban a matar, e lloraba, e acomendóse a Dios. E ellos le dixeron que el Rey quería saber de un ome que le fuera a decir ciertas palabras, cómo fuera e por cuyo mandado: e preguntáronle si ella le enviara; e ella dixo que nunca tal ome viera. Otrosí las guardas que estaban y que la tenían presa dixeron que non podría ser que la Reyna enviase tal ome, ca nunca dexaron a ningund ome estar do ella estaba. E según esto, paresce que fué obra de Dios, e así lo tovieron todos os que lo vieron e oyeron. E el ome estovo preso algunos días, e después soltáronle, e nunca más dél sopieron» (7). Como puede comprobarse, el contenido de ambos romances con lo referido en la Crónica es más que evidente.

El suceso es recogido también, de estas mismas fuentes, por nuestros historiadores locales. Rallón, con algunas incorporaciones, recoge también este suceso del encuentro con del rey Pedro I con el pastor quien le advierte “… que por el mal que hacía a la reina doña Blanca su mujer, que él había de ser muy expiado por ello… aunque si él quisiese tornarse a ella y hacer vida con ella como estaba en razón, que habría de ella hija que heredase a Castilla…”. Esta versión es similar a lo relatado en romance original (1550) en el que ya se apunta el hecho de que si el rey volvía con Doña Blanca, Dios le daría un heredero. En el texto de Rallón en lugar de un varón se menciona a una hija, apareciendo también cambiado el nombre del canciller real y, así, se cuenta que el rey, “mandó llamar a Juan Fernández, su chanciller, a Medina Sidonia, donde la reina estaba, para que hiciese pesquisa y supiesen la verdad, como hubiese venido aquel hombre y si lo enviaba la reina…” (8). Bartolomé Gutiérrez lo incluye también en su “Historia de Xerez de la Frontera” (9) en similares términos.

No hace falta especular mucho para afirmar que la “laguna” del romance y la Crónica de Ayala situada entre Medina y Jerez, debe ser la que hoy conocemos como Laguna de Medina. Más confusión existe en la identificación del lugar que sirvió de prisión a la reina Doña Blanca, que en un largo itinerario de cautiverios, paso por el Castillo de Arévalo, el Alcázar de Toledo y el Castillo episcopal de Sigüenza, de donde sería trasladada a Jerez en 1359. El castillo de Medina Sidonia, el Alcázar de Jerez y la torre de Sidueña, se “disputan” haber sido la prisión de la reina. Este último lugar, conocido hoy como “Castillo de Doña Blanca”, se encuentra a medio camino entre Jerez y El Puerto de Santa María. Más seguro parece que murió a manos del ballestero del rey Juan Pérez de Rebolledo. De lo que no hay duda es de que la infortunada esposa de don Pedro I El Cruel fue enterrada en el convento de San Francisco de Jerez. De todo ello ha dado cuenta en un reciente trabajo Antonio Mariscal Trujillo (10).

La trama del romance ha inspirado también obras de teatro así como alguna novela de literatura fantástica que, al igual que aquel, sitúan la escena principal “por los campos de Jerez” (11). Esos campos donde ya no cabalgan reyes crueles y justicieros, pero en los que todavía permanece la “laguna” del romance. Ya no sobrevuelan sus cielos el halcón sacre o el halcón neblí, pero en esta misma laguna, la de Medina, aún pueden verse volar garzas.

Para saber más:
(1) Ortiz de Zúñiga escribe en sus Anales a este respecto , “El Lunes 3 de Junio de 1353 celebró el Rey sus bodas en Valladolid con la Reyna Doña Blanca de Borbón , que con tardo viage habia sido traída de Francia , en cuya espaciosa venida algunos hallaron tiempo á agravios, del honor Real, que motiváron su aborrecimiento , dexada el dia siguiente”. Ortiz de Zúñiga, D.: Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Tomo II, Lib. VI, pg. 135. Edición de 1795
(2) Rallón E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 104.
(3) La cita está tomada del Rimado de Palacio de Pedro López de Ayala, estrofa 347. Tomada del Esbozo de edición crítica de Rafael Lapesa, Biblioteca Valenciana, Generalitat Valenciana, 2010
(4) Anónimo: Romancero Viejo, Edición y prólogo de María de los Hitos Hurtados, Edaf, 2005, p. 9.
(5) Romancero. Edición de Paloma Díaz-Mas, 1994 Editorial Crítica, p. 97.
(6) Menéndez Pelayo, M.: Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos castellanos (Primavera y flor de romances) T.3., p. 67. El mismo romance se recoge en Silva de 1550, t. II, f. 78.
(7) Este pasaje está citado en la Crónica del rey don Pedro (Año XII, Cap. III) de Pedro López de Ayala
(8) Rallón E.: Historia… Obra citada, p. 104.
(9) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. II, p 220.
(10) Mariscal Trujillo. A.: Doña Blanca, Jerez en el Recuerdo, Diario de Jerez, 30 de mayo de 2016.
(11) Por ejemplo, la obra de teatro El Rey Don Pedro el Cruel. Tragedia en cuatro actos de Santiago Sevilla, o la novela Los malos años, de León Arsenal, Edhasa 2007, están ambientadas en el Romance del Rey don Pedro El Cruel.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Paisaje y literatura, Paisajes con Historia y Lagunas y humedales

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 11/12/2016

23 abril 2020


23 de abril: DÍA DEL LIBRO




Cada 23 de abril se celebra el Día del Libro y desde estas páginas de ENTORNOAJEREZ, hemos querido sumarnos a esta feliz iniciativa asomándonos a nuestro entorno cercano de la mano de los libros.

Para ello hemos traído una pequeña muestra de algunas de las publicaciones que en los últimos años están relacionadas con la campiña de Jerez y el medio rural en cualquiera de sus facetas.

Algunos de estos libros están relacionados con los pueblos de colonización o con las barriadas rurales, otros con los espacios naturales, con el río Guadalete, con la historia, la etnografía o el patrimonio.

En esta pequeña selección hemos querido incluir también algunas novelas que transcurren en estos escenarios de todos conocidos o que tienen como telón de fondo los paisajes de los pueblos y las gentes de nuestro entorno rural.

De algunos de ellos, disponibles en internet, se ofrecen también los enlaces para dscargarse las publiaciones en formato PDF, una razón más para asomarse a nuestra biblioteca de "Entornoajerez"
¡Feliz Día del Libro"

ENLACE: Algunos libros para conocer el entorno rural de Jerez

22 abril 2020


22 de Abril. DÍA DE LA TIERRA




Cada 22 de abril se celebra el DIA DE LA TIERRA.

... También de la "nuestra". De los hermosos paisajes -más hermosos que nunca, ahora en primavera- que nos esperan. Aquí mismo, al lado de casa, sin ir más lejos.
Para disfrutarlos como nunca.
Más que nunca.

16 abril 2020

Salimos y saldremos.
Un repaso a la historia epidemiológica de Jerez.




Por José Rodríguez Carrión, Médico.

Sí, así es, y confiemos así será. Muchas veces pasó Jerez calamidades, no como ésta, sino mucho peores, y de todas salió adelante. Ahora, si Dios quiere, también saldremos. No les quepa duda. La historia se repetirá y Jerez volverá a levantarse de lo que quede tras la epidemia. Volveremos a nuestra rutina, y en pocos años olvidaremos, una vez más, la gran enseñanza de esta y otras epidemias que diezmaron nuestra población y nuestra economía: que cuando se pierde la salud, todos lo demás que poseemos no es sino algo inservible, que de nada nos protege. Y cuando hayan pasado unos años y tengamos la vacuna, esto será una batallita más que contar a quienes nos sucedan y decirles… yo estuve allí, y sobreviví.

Pero por desgracia volveremos a olvidar la inversión en Salud Pública y en prevención, porque sus resultados no son palpables de inmediato y ningún político quiere invertir a futuro para que el rédito lo recoja otro cuando ocurra una calamidad. Olvidaremos de nuevo que un sanitario, de la especialidad que sea, es más importante para nuestras vidas que muchos famosos con sueldos impensables por entretenernos los domingos. Los sanitarios volverán a su quehacer diario, salvar vidas. Lo harán con sus salarios de miseria y seguirán formándose cada día a costa de su peculio para estar preparados cuando llegue otra de estas, que llegará (ojalá tarde, pero llegará), y suplir con sus conocimientos la ignorancia de quienes obligados por el cortoplacismo de sus estancias en el poder necesitan los votos de hoy, y no a los ciudadanos de mañana, que vaya usted a saber lo que votarán. Pero si algo demuestran las múltiples epidemias padecidas por Jerez a lo largo de su historia es que esta es cíclica y se repite, y siempre debemos, o al menos deberíamos aprender cosas:

La primera y más importante, que de todas ellas (la peste de 1348, 1518, 1600, 1648… las tercianas y cuartanas de 1784, la fiebre amarilla de 1800, 1804, 1820, el cólera morbo de 1834 y 1854, o la gripe de 1918), se consiguió salir y la ciudad cambió, con sus pros y sus contras, pero siguiendo adelante. De hecho, aquí estamos, ¿no? ¡No olvidemos eso… salimos y saldremos!

La segunda, que llámese Yersinia Pestis, Vibrio Cholerae, Fiebre Amarilla, Paludismo, Gripe o Coronavirus, ninguna de estas bacterias o virus distingue de clases sociales. Son por sí mismo igualitarias y nos demuestran que la salud sigue siendo lo más importante, te llames Bill Gates o Pepe Carrión. Así lo describió ya en noviembre de 1800, el anónimo autor del Manuscrito Riquelme que describió la terrible epidemia de Fiebre Amarilla que diezmó la ciudad de Jerez y en la que él mismo murió: “… dicen que pronto daremos a Dios acción de gracias, pero no paro de ver y oir pasar el carro de los muertos. Esta sí que es la Gran Justicia. Igual para todos. Mañana volverá la de los hombres, y de esta tomará ejemplo, pues no es posible que se olvide lo que estamos viendo y sufriendo”.

Hoy afortunadamente, al menos aquí, la cosa no llega a esos extremos, pero por los medios informativos sabemos que “el bicho” no entiende de clase social, credo, color de sangre ni rimbombancia de apellido. Afecta a todos por igual, o al menos así lo parece. Importante sería para sacar conclusiones y aprendizajes a futuro, que como preconiza la Dra. Traverso, al acabar esto, que ya va quedando menos, se analizará cómo afectó la epidemia en función del Código Postal en que se vive. Cosa distinta será que a los políticos les interese saberlo y más complicado, que quieran contárnoslo.

Peste, tercianas, viruelas...

La historia nos muestra que en epidemias anteriores, fueron los arrabales (collaciones de Santiago y San Miguel), donde se concentraban los temporeros que acudían a las labores agrícolas, los más azotados. Juan Daza, que vivió en primera persona la Peste que afligió la ciudad entre 1518 y 1523, lo narra así: “en el mes de abril andaba ya la pestilencia y se encendia asy como se enciende el fuego y como entro mayo cada dia yva creciendo en gran manera que un dia enterravan diez y otro dia treinta y… ovo semana que se enterraron quatrocientos cuerpos y mas… que unos ydos y otros muertos y otros huidos no avia gente ninguna enla cibdad…” ¿les suena?

Pues sí, de aquella, también salimos, para llegar a otra terrible, también de peste en 1600, en la cual falleció el Hermano Juan Pecador (hoy San Juan Grande) atendiendo enfermos en su Hospital de la Candelaria (La Salle de Cristina). Y trabajo no habría de faltarle, pues según las Actas Capitulares (AC) de julio de ese año, entre el 1 de abril y el 12 de junio, fueron afectadas más de 2.000 personas, y en las AC de 30 de agosto, se recoge que ya eran más de 5.000 los afectados. Y también se salió de aquello.

Y en 1648, de nuevo nos visitó la peste descrita por los médicos en las AC de marzo de 1649 de la siguiente escueta manera… “no ha habido barrio ni arrabal en que no haya munchos muertos y enfermos del contagio”. Sin embargo, también Jerez se recuperó de aquella calamidad. Y con la llegada de la Ilustración, se vivieron años más o menos saludables hasta la epidemia de tercianas y viruelas de 1785, que de nuevo puso de manifiesto la situación de la ciudad, descrita por los propios médicos como “… la extensión de sus términos, fertilidad de sus campos, y abundantes cosechas, con la falta de proporciones para la comodidad de la vida en la mayoría del vecindario… parece imposible unir riqueza y mendicidad… problema fácil de resolver, si reflexamos que Xerez produce la miseria de sus propias abundancias”. Y añaden algo que serviría para hoy “… si Xerez no tiene otro giro q.e su agricultura y en ella tiene todas su riquezas, si por ella se sostiene la mayor parte de su vecindario ¿qué será de esta quando aquella no la ocupe? ¿Qué se hará de tan gran porción del pueblo si se descuidan las Artes y se pone solo atención en la agricultura y cria del ganado? Perecer en la miseria, respondemos nosotros como ha sucedido en Xerez en la presente epidemia”.

Pero conseguimos salir también de esta, para enfrentarnos a la peor de todas: la Fiebre Amarilla. Diezmó la ciudad en 1800 y en menor medida varios años después.

Fiebre Amarilla, Cólera Morbo y Gripe Española.

Según datos de la propia Junta de Sanidad, enfermaron 46.000 personas y fallecieron más de 10.000. Si tenemos en cuenta de que según el Censo de Floridablanca de 1787, la población de Jerez en esa fecha era de 44.382 habitantes, darían por hecho que enfermó toda la población y falleció en torno al 20%. No sería extraño, teniendo en cuenta que el número de muertos de los que hay constancia documental fueron 5.491.

Maltrecho y renqueante, también salió Jerez de esta terrible epidemia, y de las siguientes, para afrontar la del Cólera Morbo de 1834 y luego la de 1854, en la que según nos cuenta el profesor Caro Cancela, enfermó casi el 10% de la población (4.437), y de estos murieron uno de cada cuatro. Como toda epidemia deja héroes, en esta ocasión, fue el alcalde Rafael Rivero de la Tijera quien lideró las medidas que hicieron posible el confinamiento, curación y posterior recuperación de la ciudad.

Ya en pleno siglo XX, será la denominada Gripe Española la que azotará la ciudad en 1918. Ahora, si no aquella, su prima hermana, lo hace cada año. Ahora la llamamos Gripe A, B o C, y cada año la esperamos para combatirla como mejor podemos. Ojalá en poco tiempo este virus coronado forme parte de ese calendario estacional para el que cada año nos preparamos.

Aislamiento, hospitales y sanitarios “héroes”.

La tercera enseñanza que debemos extraer de nuestra historia epidemiológica, es que siempre las medidas fueron similares: el aislamiento. Desde el cierre de las entradas de la ciudad en la peste, la fiebre amarilla o el cólera, a pesar de la oposición en ocasiones del gobierno central, hasta aventuras más osadas como la de aprovechar que El Puerto tenía peste en 1648 y había que protegerse, para construir un canal que unió los ríos Salado (S. Pedro) y Guadalete haciéndolos navegables hasta Cádiz y conseguir así llevar los productos para América sin pasar por el vecino. Así lo demuestra el interesantísimo documento “Discurso demostrable en desengaño de las causas que dieron motivo a abrir la comunicación de el Salado al río Guadalete”. Pero esa es otra historia de la que hablaremos otro día. Hoy, cada uno de nosotros hemos construido nuestra propia aduana en la puerta de nuestro hogar para protegernos de la infección. Pero a pesar de los miedos, la solidaridad hace cada día saltar esa muralla ficticia para preguntar al vecino si necesita algo, o para ayudar en lo que se pueda. ¿Cómo no vamos a salir de esta? ¡Y lo principal es que saldremos mejores!

Por último, las epidemias padecidas en Jerez nos dejan otra enseñanza. Los sanitarios siempre estuvieron a su suerte, siempre fueron unos héroes, y a pesar de caer unos tras otros en muchas epidemias (el 8 de febrero de 1649 se recogen en las AC que los médicos que entran a curar en el hospital mueren antes de cumplir el mes que se les paga por adelantado, y tras la epidemia de 1800 solo quedó un miembro de la Junta de Sanidad), siempre estuvieron, están y seguirán estando ahí, para garantizar nuestra salud aún a costa de la suya. Tiempo habrá de escribir sobre las condiciones en que lo hacen y medios con los que cuentan. Los jerezanos, siempre por delante, no paran de inventar y fabricar aquello que pueda protegerlos supliendo los déficits que puedan tener los gobernantes.

Tampoco el sistema hospitalario y su capacidad escapa al acontecer histórico, si bien aquí tenemos buenas noticias. A lo largo de los siglos hubo que ir construyendo sobre la marcha hospitales de campaña para acoger a los contagiados en las distintas epidemias. En el Tinte (zona de Madre de Dios) para los afectados de peste, en el Lazareto de las Cuatro Norias (Camino de Espera), para los de la fiebre amarilla.

De aquellas epidemias sacamos enseñanzas como la necesidad de evitar entierros por doquier y construir cementerios generales, como el que durante años se ubicó en el Muladar de Santo Domingo, o centralizar la acogida de enfermos en hospitales generales, como el de Santa Isabel, primero de esta guisa y predecesor del actual Hospital General. Un hospital que se ha mostrado preparado y capaz para lo que se venía encima, y que nos da la tranquilidad, junto a todos y cada uno de quienes de una u otra forma ayudan a hacernos la vida más fácil en estos días, de que una vez más en nuestra historia de las epidemias, los jerezanos salimos de aquellas, y ahora… ¡saldremos de esta!

Referencias documentales:
-Rodríguez Carrión, J. Estudio Epidemiológico de la Peste en Jerez 1648-1650. Tesis de Licenciatura. 1986.
-Ibidem. Medicina y Sociedad en el jerez de la Ilustración. Tesis Doctoral. 1993
-Ibidem. El Lazareto de la Cuatro Norias de Jerez de la Frontera. Premio J. León de Carranza. Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz. 1983
-Ibidem. Jerez, 1800. Epidemia de Fiebre Amarilla. CEHJ. 1980
-Ibidem. Apuntes históricos del Hospital de la Candelaria de Jerez. Todo Hospital. 1984.
-Caro Cancela, D. El cólera Morbo en Jerez. La epidemia de 1854. Trocadero, 1 (3), 117-155. 1991.
-Sancho de Sopranis, H. Estracto de las ocurrencias de la peste que aflixió a esta ciudad (Jerez de la frontera) en el año 1518 hasta el de 1523, por Juan Daza. SEHJ, nº 1. 1938.


Publicado en Diario de Jerez el 12 de abril de 2020 y reproducido con autorización del autor, a quien agradecemos su cortesía.

11 abril 2020


Cruces en el paisaje




La Semana Santa es sin duda el mejor momento para admirar y contemplar, en las calles y en los templos, el rico patrimonio artístico de nuestras hermandades y cofradías. Para muchos, supone también un periodo de descanso en el que podemos aprovechar para descubrir distintos rincones de nuestro entorno cercano, muchos de ellos poco conocidos, que esconden pequeñas sorpresas. Sin embargo, este año, confinados como estamos sin poder hacer ni una cosa ni otra, rescatamos para ustedes una entrada de años anteriores en la que les proponemos algunos de estos parajes o lugares que, por aquello de la "semana de pasión", hemos querido que tuvieran como elemento común la presencia de la “cruz”.

Cruces en la toponimia

Desde tiempo inmemorial ha sido costumbre situar cruces a orillas de los caminos a la salida de los pueblos y ciudades, en lugares elevados, en la cumbre de cerros y montes sobresalientes o en los puertecillos por los que las antiguas hijuelas y cañadas atravesaban los parajes serranos.



La cruz o las cruces, además de su carácter simbólico, religioso o conmemorativo suponían un hito, una referencia en el paisaje que, en muchas ocasiones ha dejado también su huella en la toponimia. Este es el caso de una de las cruces más llamativas y conocidas de nuestra campiña, la situada en lo más alto de la Sierra del Valle. Como nos apunta nuestro amigo Juan García, “desde su instalación en la primera década del s. XX el entonces denominado Cerro del Águila paso a ser conocido como Monte de la Cruz. Esta singular cruz de hierro se debe a la iniciativa de la Comunidad Salesiana que se instala en El Valle en 1909 bajo los auspicios de los hermanos Vicente y Rafael Romero. Este último era sacerdote y miembro del cabildo de la catedral de Jerez. Con el apoyo de D. Rafael, conocido cariñosamente por los vallenses como “el Abuelito”, instalan una cruz en la cima del monte y la bendicen e inauguran el 5 de mayo de 1910” (1). La cruz, desde cuya base se divisa un soberbio panorama, será desde entonces el símbolo de esta sierra y del pueblo.

En otros casos, las cruces eran mucho más modestas y, aunque no se conservan, debieron existir junto a la Cañada de la Sierra a su paso por las cercanías de Cuartillo. No en balde, las tierras de Salto al Cielo fueron conocidas tiempo atrás como Dehesa de Las Cruces y de la Parrilla, siendo adquiridas en el primer tercio del siglo XVIII por el Monasterio de La Cartuja para ampliar sus posesiones. En ellas se levantaría a comienzos de la centuria siguiente la conocida ermita de Salto al Cielo. Una modesta cruz preside todavía la linterna que se alza sobre la media naranja de la ermita, visible desde un amplio sector de la vega baja del Guadalete.

Muy cerca de este lugar corren las aguas del Arroyo de Las Cruces, topónimo en el que perdura la antigua denominación de estos parajes. Este arroyo tiene su origen en las proximidades de la planta potabilizadora de Cuartillo. Sobre él se traza el Puente de las Cruces, con tres grandes arcos de sillares de cantería, que construyera el ingeniero Ángel Mayo en 1868 para dar paso por esta zona al Acueducto de Tempul (2). El arroyo atraviesa las tierras de Las Majadillas y Salto al Cielo para, después de embalsarse en las cercanías del Rancho de El Cortesano, unirse al arroyo de Cuerpo de Hombre en San Isidro, donde desemboca en el Guadalete.



Otro arroyo con el nombre de Las Cruces, nace en las faldas de la Sierra del Valle y atraviesa por tierras de Las Salinillas, el Algarrobillo y del Rancho Las Cruces, colindante con a la Cañada de las Salinillas que une el Valle con Gigonza.

En muchos pueblos de la provincia es frecuente el topónimo “Puerto de las Cruces”, al igual que en Jerez. En la mayoría de las ocasiones, este nombre tuvo su fundamento en la existencia de cruces de piedra o de madera que se situaron en los pasos de los caminos por parajes serranos, en los collados o en lugares abiertos junto a los puertos. Este es el caso del Puerto de las Cruces en la Dehesa de La Atalaya (próxima al embalse de Los Hurones), por el que cruzaba la Cañada de la Higuera que, desde tierras de Algar se dirigía a Ubrique.

Aún se mantiene también el nombre del Puerto de la Cruz, para el de un puertecillo existente en la carretera que une el Puerto de Gáliz y el Mojón de la Víbora entre El Marrufo y el Canuto del Lobo, en las proximidades de las Casa del Abanto. Con este mismo nombre se conservan también en los caminos serranos otros puertos en la Dehesa de la Alcaría y en la de Benahú, y con el de Piedra de la Cruz o de las Cruces, otros tantos parajes en las dehesas de Fasana (donde confluyen los arroyos de La Sauceda y Pasada Blanca) y de Garganta Millán, todos ellos en el rincón más oriental del término, lindando ya con los de Cortes y Ubrique. En tiempos pasados, tal como nos recuerda A. López Cepero, existió también un Quejigo de la Cruz en la Dehesa del Cándalo (3).



Más transitado en la actualidad es el Puerto de la Cruz, paraje situado en el acceso a la barriada rural vallense de Alcornocalejo o Briole donde se cruzan la carretera que desde san José del Valle se dirige al embalse de Guadalcacín y la Cañada de la Peruela o de Briole. Por este lugar discurría una de las principales vías pecuarias del término y se trazó en la antigüedad el acueducto romano de Tempul a Gades a través de una galería subterránea. Muchos siglos después, este puerto vería pasar las conducciones del acueducto de Tempul a Jerez, uno de cuyas torretas de acceso vemos aún junto al Puerto.



Muy conocido es también el Puerto de las Cruces que se encuentra en el límite de los términos municipales de Jerez y El Puerto de Santa María, en un paraje situado junto a los accesos a los Depósitos de la Sierra de San Cristóbal. Aún perviven aquí dos columnas apoyadas en sendos pedestales, en los que faltan las cruces que las coronaban y que estaban situadas a las orillas del camino real ente Jerez y El Puerto. Este paraje de Las Cruces ha quedado ya para siempre en la literatura en la obra Caín, del Padre Coloma (1873) donde describe este rincón, los caminos que lo transitaban, y los paisajes del valle de Sidueña (4).

Cruces en los viñedos.

No faltan tampoco en el viñedo jerezano o en las tierras de cereal otras referencias a las cruces. Entre ellas pueden citarse la antigua viña de La Vera Cruz, en el pago de Zarzuela, junto a la actual barriada rural de Añina o La Cruz del Husillo, situada en el pago de Marihernández, junto a Las Tablas, aunque en este caso se hace referencia en el nombre a la denominación con la que se conoce la cruz formada por el brazo horizontal y el tornillo de hierro o madera que se utiliza para el movimiento de las prensas. La antigua viña Santa Cruz, ya desaparecida, cedió su nombre al actual Polígono Industrial Santa Cruz, en la carretera de Sevilla, levantado en los terrenos de aquellos viñedos. El Haza de la Cruz da nombre todavía a sendas parcelas de tierras de secano situadas en Las mesas de Santiago y Mesas de Asta.



Junto a todas ellas, se conserva también la conocida viña La Santa Cruz, ubicada en el pago de Balbaina, entre la cañada de Las Huertas y la carretera de Rota, adquirida hace unos años por la empresa Huerta de Albalá. En la parte más alta de la ladera del cerro donde se asienta esta antigua viña, se alza una sencilla cruz de hierro sobre un pedestal que despunta entre los trigales.





Cruceros monumentales y pequeñas cruces.

En este recorrido por las cruces de la campiña no queremos dejar de mencionar dos de los cruceros más sobresalientes de cuantos podemos admirar en las cercanías de la ciudad. Uno de ellos, el más conocido, es el situado en el patio exterior de La Cartuja, conocido como Cruz de la Defensión. Este hermoso crucero fue visitado por el conocido pintor y dibujante francés Gustavo Doré quien lo incluyó, junto a otros grabados de la ciudad, en su conocida obra L´Espagne, moeurs et paysages (1862). En palabras del profesor Antonio Aguayo, “se trata de una hermosa cruz pétrea, que conmemora la victoria de las tropas cristianas sobre las sarracenas, gracias a la intervención milagrosa de la Virgen, que da lugar al nombre de Defensión, que adopta la cartuja jerezana”. Apunta este autor que la cruz se levanta bajo el priorato de Tomás Rodríguez, constituyendo “una bella obra del Renacimiento jerezano” (5).

Menos conocido es el Crucero de Alcántara, que se levanta en un llamativo montículo, cubierto de vegetación, situado en las inmediaciones de la carretera de Arcos entre los cortijos de Cartuja de Alcántara y La Peñuela. El observador puede adivinar entre las copas de la frondosa arboleda que crece sobre las laderas del cerro, la silueta de una cruz que despunta ligeramente sobre la espesura vegetal que parece protegerla. Se trata de un crucero mandado levantar por D. Salvador Díez, antiguo propietario de la finca de Cartuja de Alcántara e inaugurado en 1911. Como reza la lápida que figura en su base, la cruz fue bendecida por el arzobispo de Sevilla, D. Enrique Almaraz y Santos “con gran asistencia de clero y fieles… el día 24 de octubre de 1911, concediendo 100 días de indulgencia por cada Padre Nuestro o Credo que se rece delante de ella en memoria de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo” (6).



Para cerrar este recorrido que tiene como hilo conductor las cruces y sus referencias geográficas y materiales en distintos rincones de nuestra campiña, destacamos también la gran cruz que se alza en el monumento al Sagrado Corazón de Jesús levantado en la viña el Majuelo. Presidiendo uno de los viñedos de más nombradía del Marco de Jerez, y sobre un gran pedestal cilíndrico, llama la atención del visitante una figura monumental de Cristo con la mano derecha levantada y la izquierda sujetando una gran cruz de piedra que tiene grabada la leyenda “In hoc signo vinces”.



En las veletas y en las rejas, sobre los pozos y las puertas, en los paneles cerámicos, en las hornacinas de muchos cortijos… por todas partes cruces. Grandes unas y otras pequeñas, casi diminutas, como las que encontramos en los muros o en el interior de nuestras capillas y oratorios rurales. A modo de ejemplo, en la Ermita de la Ina, una "cruz de la victoria", recuerda la hazaña de Diego Fernández de Herrera y la batalla que en estos llanos se libró entre los jerezanos y los musulmanes en el siglo XIV. En el interior de esta misma ermita, podemos admirar un "vía crucis" que ha sido plasmado en sencillos azulejos presididos por una pequeña cruz.

Para saber más:
(1) Información facilitada por nuestro amigo Juan García Gutiérrez.
(2) Memoria relativa a las obras del Acueducto de Tempul para el abastecimiento de aguas a Jerez de la Frontera, por D. Ángel Mayo. Anales de Obras Públicas, nº 3, 1877. Pgs. 59, 63 y 64.
(3) López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000
(4) García Lázaro A. y J.:Por las tierras de Sidueña con el Padre coloma”. Blog “Entornoajerez”. 31/03/2009. Sobre la novela Caín puede consultarse: López Romero, José.: Edición de Caín del Padre Luis Coloma. Biblioteca Virtual Cervantes. También puede consultarse en Biblioteca on-line del C.E.H.J.. 2007.
(5) Aguayo Cobo, A.: Arquitectura religiosa del renacimiento en Jerez II. Cartuja de la Defensión. Convento de Santo Domingo. UCA, 2006, pp. 23-24. Sobre este crucero hemos escrito: García Lázaro A. y J.:Con Gustavo Doré en el patio de La Cartuja”. Blog “Entornoajerez”. 05/10/2014.
(6) García Lázaro A. y J.:El crucero de la Cartuja de Alcántara cumple cien años”. Blog “Entornoajerez”. 24/10/2011.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 29/03/2015