Durante los siglos medievales nuestro territorio fue un espacio fronterizo, escenario de numerosos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. No es de extrañar por ello que unos y otros construyeran castillos y fortalezas, torres y atalayas repartidas por la campiña y las serranías en torno a Jerez, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Los orígenes, funciones y tipología constructiva de cada una de ellas son muy variados pero, en líneas generales, obedecen a un propósito defensivo y de control del territorio, estando
ubicadas en puntos estratégicos (sierras, cerros sobresalientes, peñones rocosos) desde los que se divisa un amplio horizonte y desde los que, en muchos casos, se tiene contacto visual con otras torres y fortalezas.
El historiador
Bartolomé Gutiérrez señala en relación a su disposición espacial, y al papel que desempeñaban en la defensa de la ciudad estas construcciones militares, que “
…son puestas en tal disposición que se ven unas a otras; y estas y las de la costa, que pertenecen a otras poblaciones (como las de tierra adentro) eran atalayas para enemigos, avisándose de unas a otras con los hachos encendidos; de modo que en corto espacio de tiempo, se noticiaban las novedades que ocurrían en toda la costa y su comarca; distinguiendo la urgencia según el modo de la señal con ahumadas o con luces y otras diferencias”. (1)
Para comunicar posibles amenazas, los castillos, atalayas y torres de almenara se valían de fuegos y ahumadas, permitiendo así la conexión de puntos distantes del alfoz, incluidas las zonas costeras, con la ciudad. En nuestro “recorrido” de hoy nos proponemos visitar aquellas de las que se conserva algún vestigio, así como otras de cuya existencia se guarda memoria en las fuentes documentales.
Torres en la campiña.
De entre las levantadas en época islámica, destaca la de
Torrecera, una torre vigía construida en tapial y levantada por los almohades, probablemente en las primeras décadas del s. XIIII. La torre, que aún mantiene en pie tres de sus muros, está ubicada en el Cerro del Castillo, una pequeña elevación visible desde grandes distancias, en conexión visual con la ciudad y con Medina Sidonia. Desde su altura domina un amplio espacio de la vega baja del Guadalete así como el valle del arroyo Salado de Paterna, vía de comunicación natural con Alcalá y la zona sur de la provincia. Esta ruta fue seguida, entre otros, por Alfonso
XI y su ejército en 1333 para la toma de Gibraltar.
De esta misma época puede ser también la cerca, también de tapial, que rodea la torre ubicada en las cumbres de la Sierra de
Gibalbín, si bien los restos que se conservan de este torreón, reconstruido en distintos momentos, son de época cristiana. En sus lienzos, todavía pueden observarse grandes sillares procedentes de la ciudad romana que se levantó en las cumbres y las
faldas de esta sierra junto al cercano cortijo de La Mazmorra, de los que aún se aprecian las ruinas de distintas construcciones. A los pies de esta sierra aún se conservan también vestigios de otra antigua torre vigía:
la Torre de la Hinojosa o de Pedro Díaz. Integrados en el actual
cortijo de La Torre de Pedro Díaz, aún pueden apreciarse los sillares y muros e tapial de la que fuera una sólida torres que despunta entre el caserío que la rodea.
También de época andalusí, como la anterior, fue la torre de
Mesas de Asta, fabricada con tapiales y de cuya existencia hay constancia desde el siglo XIII hasta bien entrado el s. XVIII, aunque en la actualidad nada se conserva de ella. Esta torre debió estar en conexión
con la que se alzaba en
Los Alíjares, ubicada en un cerro que domina el antiguo camino de Sanlúcar y cuya base forma hoy parte de las construcciones del actual
cortijo de Alíjar. Algo parecido sucede con la
Torre de Macharnudo, también de origen medieval, que hoy vemos completamente remozada formando parte de las dependencias de la viña El Majuelo. Esta torre, levantada sobre un cerro que domina un gran territorio, enlaza visualmente con las de Gibalbín, Mesas de Asta, Alíjar y Espartinas, permitiendo el control de un amplio territorio.
Castillos y fortalezas.
En el punto más alejado del extenso alfoz jerezano se levantaba el
Castillo de Tempul a cuyos pies se encontraba una aldea que, con la fortaleza y sus términos, fueron puestos por Alfonso XI bajo la jurisdicción directa del concejo jerezano en el siglo XIV. El castillo, jugó un importante papel en la época
medieval y aún en la actualidad se conservan los restos de algunos muros y el arranque de una de sus torres. Su emplazamiento, en un lugar muy próximo al copioso manantial, era de gran importancia estratégica en las luchas de frontera. La fortaleza, encaramada sobre un peñasco de roca ofítica, era de acceso muy difícil, controlándose desde este punto el paso natural del río
Majaceite, que corre a sus pies, y las comunicaciones con la Serranía. Hay que recordar que hasta la toma de Jimena y posteriormente de Cardela y de las demás fortalezas de la Serranía de Grazalema, bien entrado el siglo XV, el sector más oriental de los términos de Jerez fueron una frontera inestable con el reino nazarí de Granada, por lo que el Castillo de Tempul jugó un papel estratégico en la defensa del alfoz jerezano.
Entre los castillos medievales mejor conservados en la actualidad en el entorno rural de la campiña destaca el de
Gigonza. Ubicado en las faldas de la Sierra del Valle, aún se mantienen en pie sus recios torreones y su cerca almenada. En su entorno existió una aldea medieval y
durante el siglo XIX y el primer tercio del XX acogió también un establecimiento balneario que se aprovechaban de sus manantiales de aguas sulfurosas. Desde Gigonza existe conexión visual con Torrecera, así como con los castillos de Arcos y Medina controlándose también las vías de comunicación entre ambas poblaciones.
Tras la conquista de Jerez por Alfonso X, se levantarán otras fortalezas y torres para el control de la zona de frontera y la defensa del territorio y se
aprovecharán y reforzarán algunas de las ya existentes. De época cristiana es ya la
Torre de Sidueña, posteriormente conocida como
Castillo de Doña Blanca, ubicada a los pies de la Sierra de San Cristóbal, sobre el antiguo emplazamiento de la Shidûna andalusí, en una colina que domina el estuario del Guadalete, bajo la que se encuentran también los restos de un enclave fenicio presente aquí desde la primera mitad del siglo VIII a.C. La Torre ocupaba un lugar estratégico en el camino que unía Jerez y el Puerto de Santa María, siendo construida entre los siglos XIV y XV. Utilizada también como ermita, debió ejercer un papel de control sobre las embarcaciones que remontaban el Guadalete, navegable entonces hasta La Corta. Esta torre, conservada en la actualidad y recientemente restaurada, debió estar en conexión con la existente en las cumbres de la
Sierra de San Cristóbal, ya desaparecida. Esta última, por su privilegiado enclave entre Jerez y el mar, jugó un papel fundamental para dar aviso a la ciudad de las amenazas procedentes de la costa al enlazar visualmente con la
Torre de la Atalaya (también conocida
como de la “Vela”, del Reloj” y del “Concejo”, adosada a la Iglesia de San Dionisio. Del valor estratégico de la desaparecida torre de San Cristóbal da cuenta Fray Esteban Rallón en su
Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera, al referirse a ella como “
…el castillo y atalaya, árbitro del océano y de la tierra, índice de la paz y de la guerra que con sus fuegos y albarradas avisa a nuestra ciudad y su comarca de lo uno y lo otro”. (2)
Torres en los caminos de la sierra.
En el camino de Arcos, dominando los Llanos de Caulina y los accesos a la Sierra se levanta la
Torre de Melgarejo. Hasta mediados del XIX, estuvo rodeada de un recinto murado (parcialmente destruido y muy reformado) y en los siglos medievales llegó a contar con dependencias subterráneas y foso. Esta torre, que fue construida probablemente en el s. XIV, formaba parte del sistema defensivo y de alerta de la ciudad en los siglos medievales y desde ella se enlazaba visualmente con la mayoría de las situadas en el sector norte del alfoz jerezano. Fernán Caballero, en su novela Lucas Garcia (1852), nos aporta una curiosa descripción de la torre y de sus leyendas.
Lamentablemente, en el verano de 2018, su esquina de poniente sufrió un desplome, viniéndose abajo parte de sus muros, dejando a la vista la bóveda de cañón de una de las antiguas salas el castillo. El cono de derrubios formado a los pies de los muros presagiaba la ruina de esta parte del castillo, de no ser por la rápida intervención de la propiedad que protegió muros y techos para evitar su progreso. De la misma manera, a lo largo de este año han realizado tareas de consolidación y limpieza de los muros de la torre. Esperamos que en un futuro cercano se puedan restaurar los elementos dañados para lo que no vendría mal tampoco las ayudas de la administración, al tratarse de un BIC.
Situado al sur del Guadalete, el
Castilllo de Berroquejo controlaba los caminos hacia Medina y Vejer, siendo su ubicación de gran valor estratégico al ser este territorio el paso obligado para las rutas que unían el Estrecho con las campiñas. Emplazado sobre un peñasco calizo de difícil acceso, en un paraje cercano a Fuente Rey, aún hoy se conserva parte de su cerca y los muros de una de sus torres, desde la que se mantiene contacto visual con los castillos de Medina y Torre Estrella. El castillo Berroquejo es nombrado en las Crónicas de Alfonso XI y durante el primer tercio del siglo XIV verá acampar las tropas castellanas a sus pies en varias de las expediciones militares hacia Tarifa, Algeciras y Gibraltar.
Junto a los anteriores, se tiene también noticia de otras fortalezas y atalayas, ya desaparecidas. Una de las más referidas en la historiografía jerezana es la
Torre de Santiago de Fé o
de Efé (como escribe B. Gutiérrez) que se alzaba en el paraje de
Las Mesas de Santiago, junto al camino de Bornos, en el emplazamiento que hoy ocupa el Cortijo de las Mesas de Santiago,
donde hubo también una aldea medieval. Desde esta torre se enlazaba visualmente con las de Torremelgarejo, Gibalbín y Torre de Pedro Díaz, y se controlaban también los caminos de Bornos, Espera y el que se dirigía a Alocaz y las Cabezas por Gibalbín.
La
Torre del Sotillo estuvo ubicada en el paraje de este nombre, junto al Río Guadalete en el lugar que actualmente ocupa la Cartuja, levantada probablemente sobre alguna de las pequeñas elevaciones próximas al río y desde las que se controlaba el paso natural conocido como “vado de Medina”. La
Torre de Martín Dávila, de la que no se conservan restos, estuvo también próxima a otro vado del río. Se tiene constancia documental de otras atalayas ubicadas en
La Suara,
La Jarda, las Mesas de
Soto Gordo (junto a Algar),
Espartinas…
En el
Cerro de la Torre, pequeña elevación que domina el valle del Arroyo Salado de Paterna, frente al Cortijo de Los Arquillos, se conservan también restos de una antigua torre y de otra más en el citado cortijo. En ambos casos, nada tienen que ver estas construcciones con instalaciones militares o de control del territorio, sino que están asociadas al acueducto romano del Tempul.
El profesor
Emilio Martín Gutiérrez nos recuerda que las Ordenanzas Municipales de 1450 dedicadas a la guerra, prestan gran importancia al mantenimiento de estas atalayas: “
Yten, que se de orden como en el tienpo que ouiere rebato, todos los ganados e los omes que estouieren en el campo, lo sepan por almenara o ahumadas fechas en los lugares do puedan ser vistas. E que luego que por ellos fueren vistas, dexen todas las fasiendas e se vengan a la çibdad… E para esto aya omes deputados e tengan cargo de faser las dichas almenaras e ahumadas cada uno en su lugar çierto, cada que les fuere mandado. E que tenga cargo los que primero vieren las dichas almenaras e ahumadas de llamar e apellidar a los otros çercanos dellos que no las vieren. E los que este cargo tosieren, porque mejor lo fagan, sean quitos de otros seuicios. E los lugares donde las tales personas deuen estar, son estos: en san Cristóual, en la Cabeça del Real, en la Torre de Diego Dias, en la Cabeça de Esprynas, en el Torrejón de asta, en el Cabeça de Macharnudo”. (3)
El rico legado histórico y cultural que suponen las torres y castillos repartidos por la campiña corre serio peligro de terminar por desaparecer si no se plantean intervenciones de consolidación, restauración y puesta en valor de los elementos más relevantes..Con independencia de las distintas figuras de protección de algunos de los castillos y torres mencionados, todos ellos están incluidos en la declaración genérica de Bienes de Interés Cultural de 1985. Lamentablemente, el inexorable paso del tiempo y la falta de actuación de los propietarios y de las administraciones, nos viene a recordar que para frenar el deterioro de nuestro patrimonio, hacen falta algo más que normas.