Que el territorio, sus recursos y sus paisajes influyen sobremanera en la vida de quienes lo habitan y pueden llegar a condicionar sus relaciones con el medio y con sus vecinos, es una idea asentada desde antiguo. Que ello determine además su carácter, a modo de “impronta”, o que el hecho de ser de un determinado lugar deje en sus nativos una “huella” o “marca” especial, es ya otra cuestión bastante más discutible.
“La viña y el potro los criamos nosotros”.
Aunque se ha escrito mucho del “chauvinismo jerezano”, de las “esencias del jerezano de pro”, de esa desmesurada exaltación de todo “lo nuestro” frente a lo que puede venir de fuera… aún está por hacer ese estudio sociológico amplio y riguroso que profundice en el significado de lo que algunos han denominado “jerezanismo”, un territorio poblado de tópicos.
En su libro “Teoría sobre los jerezanos y sus duendes”, publicado en 2007 por Almuzara, el escritor jerezano Carlos Jurado Caballero realiza un valiente recorrido, cargado de fina ironía, por ese auténtico “campo minado” que son los mitos y tópicos jerezanos (1).
Tras su lectura, descubrimos no obstante, que algunos de ellos están tremendamente arraigados en el “imaginario colectivo” de la ciudad y de muchos de sus pobladores. Entre los elementos simbólicos de identificación que forman ya parte del ADN local se encuentran, sin lugar a dudas y con todo fundamento, el vino, la viña y el caballo.
Aquel hiriente dicho de “en Jerez no se puede ser más que señorito o caballo” ponía el acento en nuestras desigualdades sociales y apuntaba también al caballo (y al “señorito”) como elemento definitorio de un territorio. De manera más gráfica aún, los hermanos De las Cuevas en su novela “Historia de una finca”, resaltan esta vinculación de una ciudad con sus principales recursos y su entorno, con aquella afirmación que da la vuelta a un antiguo refrán –“la viña y el potro que los críe otro”- y que supone toda una declaración de identidad jerezana: “la viña y el potro, los criamos nosotros”.
Xerez es la Montaña de Andalucía.
Este confuso espacio de los tópicos, las identidades locales y de los símbolos propios de la ciudad -que dejamos para los sociólogos- pueden descubrirse ya, siglos atrás, en algunas de las obras de nuestra historiografía clásica. Como ejemplo traemos hoy la estampa que de ello nos brinda Fray Esteban Rallón en su “Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación”.
En el Capítulo XVII de esta obra, titulado “Vecindad de esta ciudad y lo que su clima naturalmente inclina a los que nacen en ella”, Rallón hace un apunte de la sociedad jerezana de la época y echa mano después de algunos de los tópicos ya clásicos, al exaltar el carácter de sus habitantes y su estrecha vinculación con el caballo. Se trata de una notable muestra de exaltación de estos valores locales, escrita a mediados del s. XVII, que bien puede ya inscribirse entre las más antiguas manifestaciones de “jerezanismo”. Lean, lean: (las negritas son nuestras)
“Aunque en principio no fue esta ciudad poblada de más de dos mil vecinos, que en poco más o menos se contienen todas las partidas del repartimiento, tiene hoy habitación para más de catorce mil, por lo mucho que se han alargado sus arrabales y porque dentro de la ciudad se han partido muchas de las casas. Al principio se distinguían con facilidad las familias de los hijosdalgos y la de los peones, y hoy es muy dificultoso de hacer porque, habiendo aquellos partido entre sí las heredades de sus padres que no vincularon a dos generaciones, vinieron a hallarse en tan mediano estado de hacienda que tuvieron que casar sus hijos e hijas con hijos e hijas de aquellos; así por haber muchos más bien acomodados de hacienda que ellos, como por ser de aquellos primeros en quien el rancio de la sangre cristiana, heredada de sus padres, conservó el pundonor castellano, a quien llamaban patricios, y son los primeros después de los hidalgos, y a quienes llamamos cristianos viejos, ranciosos, y gozan del estado más alto de la plebe.
De este modo se interpretaron unos con otros, de modo que hoy es raro el que por un lado no alcanza uno o dos costados de sangre noble y muchos de los que hoy se hallan sin bienes ni fortuna los tiene todos los cuatro, porque muchos de ellos, conocen por nobles. De estos hay tantos que, con toda seguridad, se puede tener por hidalgo el que es originario de Xerez, y es sumamente desgraciado el que no alcanza parte de sangre noble, y como ya dijimos en otra parte, se puede con mucha razón decir que Xerez es la Montaña de Andalucía” (2).
Con esta curiosa imagen de “la Montaña de Andalucía”, se está haciendo alusión a las tierras de Santander, conocidas también como "La Montaña", que pasaban por ser la cuna de la "hidalguía" española por antonomasia, como bien nos recuerda Jesús González de la Peña . Pero no quedan aquí los piropos que Fray Esteban Rallón dedica a Jerez y al describir a sus pobladores, subraya también su vinculación con las tareas de la milicia y con el campo, bien justificadas sin duda por los tres siglos largos en los que nuestro territorio lo fue de frontera con los musulmanes, así como por la gran extensión de su alfoz: “…A estos y a los demás que nacen en esta ciudad, inclina naturalmente su constelación a la milicia y a la agricultura, antes que a las letras y a la mercancía; y generalmente vemos que Palas y Ceres se llevan, tras de sí, la mayor parte de la ciudad antes que Minerva y Mercurio”. Curiosamente en 1606, medio siglo antes que Rallón, Gonzalo de Padilla escribe en su Historia de Xerez de la Frontera sobre esta misma cuestión, si bien su “jerezanismo” extiende las cualidades excelentes de sus habitantes a todos los terrenos: “Son en general los naturales de esta ciudad de buenos ingenios y acuden a las facultades a que se inclinan con aprovechamiento, el que se aplica a las armas bueno y práctico soldado, y el que a las letras curioso y docto”. (3)
Una identidad ligada al caballo desde antiguo.
En lo que sí parecen ponerse de acuerdo ambos historiadores a la hora de resaltar las glorias de nuestra ciudad, es en la calidad de nuestros caballos y en las habilidades de los jerezanos en su manejo. Así, Gonzalo de Padilla afirma que “…Sobre todo tiene Xerez la primacía en criar cavallos por el cuidado grande que pone en examinar los que se han de hechar las yeguas que sin eceptuar persona va siempre por sus cavales el examen de ellos e graves penas a los quebrantadores de las ordenanzas que ay, y su magestad también las tiene en mandar por sus cédulas que se tengan gran cuenta en ello, assi los cavallos de Xerez son nombrados e tenidos en mucho en todas partes” (4).
Por su parte, Fray Esteban Rallón abunda en esta cualidad y apunta a la destreza natural del jerezano con los equinos, por lo que no nos debe extrañar que aún hoy en día (si bien con menos exageración), la nuestra sea la “Ciudad del Caballo”, dejando claro que es un asunto que viene de lejos: “…La mucha abundancia de caballos que se crían en sus fértiles campiñas, y la comodidad de sustentarlos, es causa de que el servicio común de ella se componga de este género de animales, y de que no se críe ningún hombre en ella que desde muchacho no se sepa poner a caballo, aunque sea de la gente más ordinaria, porque la necesidad les hace que aprendan a tenerse en él” (4). Ahí queda eso…
Que disfruten ustedes de la Feria del Caballo.
Para saber más:
- Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV, pp. 181-182.
- Jurado Caballero, C. : Teoría sobre los jerezanos y sus duendes. Almuzara, 2007.
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.
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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 02/05/2016