A nuestro querido amigo J. Antonio Gómez Machuca
Ahora que los días son largos y el buen tiempo invita a salir de paseo (real o virtual, siempre dentro de los límites marcados por el confinamiento), les proponemos ir al encuentro de la primavera dando un cómodo paseo junto al río en uno de los tramos más cercanos a la ciudad y de fácil acceso: las riberas del Guadalete en Lomopardo. Partiendo de la Venta de Cartuja o de la barriada rural de Lomopardo iniciaremos nuestro recorrido en un sendero que arranca a los pies de los nuevos puentes de la autovía de Los Barrios o del mismo Puente de Cartuja, algo más abajo. El itinerario recorre 1,5 km por las orillas del río, “aguas arriba”, por lo que la distancia total será de unos 3 km que podremos realizar sin esfuerzo en poco más de una hora. En ocasiones iremos caminando junto al río, entre la arboleda, y en otras, por el linde de los campos de cultivo o por el carril que circunda la ribera.
En el tramo inicial, aún pueden observarse grandes pies de eucaliptos, árbol que llegó a dominar completamente los sotos fluviales desplazando a las especies autóctonas. Los trabajos de restauración de riberas que se vienen realizando desde hace unos años, han traído como consecuencia la tala de eucaliptos para favorecer la regeneración natural de la alameda original del río y evitar los aterramientos de lodos que provocaban estos grandes árboles, muchos de los cuales habían crecido en el interior del cauce. Diferentes carteles a lo largo del recorrido (prohibiendo el pastoreo) nos informan de que en esta orilla se ha realizado también una repoblación forestal con especies propias de ribera, como delatan los tubos de protección de los plantones que veremos a lo largo de todo el recorrido.
Apenas iniciado nuestro paseo nos llamará la atención que desde el puente de Cartuja y durante casi trescientos metros, el río se bifurca en dos canales dejando en su zona central una pequeña “isla” alargada en forma de huso que ha sido repoblada con álamos, fresnos y sauces. Salvo en los periodos de lluvia y en los meses del invierno, esta “isla” es accesible ya que el cauce secundario del río, el más próximo a nuestra senda, permanece seco pudiéndose pasear por él.
Por este lugar debió circular también el antiguo canal de derivación de aguas hacia el Molino de la Villa (actual Venta de Cartuja) que estuvo en funcionamiento hasta finales del siglo XIX, tal como muestran las fotografías de la época.
Entre los sotos ribereños.
A la sombra del espeso dosel vegetal que forman los álamos y los eucaliptos, la ribera está aquí cubierta por un amplio cortejo de especies herbáceas entre las que llama la atención el aro, de lustrosas hojas verdes y llamativa inflorescencia en forma de espiga en la que destaca su eje carnoso al que envuelve una espata y que nos recuerda por su parecido a las flores de las calas.
Apenas hemos recorrido doscientos metros se incorpora a la ribera el colector que procede de la pequeña depuradora de Lomopardo. En este punto una rampa baja hasta la misma orilla del río -que ya discurre en un solo cauce-, por la que podremos continuar nuestro paseo. La vegetación se aclara y los taludes de la ribera pierden su altura. Aparecen aquí los primeros sauces y tarajes que forman un pequeño bosquete con ejemplares añosos y de buen porte.
Junto a la orilla, podremos ver especies vegetales propias de zonas húmedas como carrizos, aneas (con sus típicos “puritos”) y juncos. Desde finales del invierno el suelo está tapizado por los primeros brotes de una herbácea muy abundante en los claros de la ribera, la altabaca o matamoscas, que avanzada la primavera nos ofrecerá sus vistosas flores amarillas.
El cauce del río se estrecha y en algunos puntos las ramas de los álamos de ambas orillas se entrelazan formando un auténtico dosel vegetal. Un claro en la arboleda nos permitirá ver el cerro de Lomopardo con el caserío de esta barriada rural a sus pies. En este punto llamará nuestra atención un pequeño poste metálico que con las iniciales de C.H.G. marca el deslinde de la ribera, separando así las parcelas de cultivo de la zona incluida en el Dominio Público Hidráulico y que, por tanto, nos pertenece a todos.
Unos parajes llenos de historia.
Estos parajes próximos al Puente de Cartuja y al Cerro de Lomopardo por los que cruza nuestro sendero han sido también testigos del paso de la historia. El Vado de Medina, lugar por el que desde tiempo inmemorial se franqueaba el río, fue siempre una encrucijada de los caminos que unían la campiña con las tierras del Estrecho y de la Bahía de Cádiz. En las cumbres de estos cerros, antes de que una cantera quebrara sus perfiles, se localizó un yacimiento con vestigios del Paleolítico Inferior y Medio. La historiografía tradicional jerezana y los relatos literarios de algunos viajeros de los siglos XVIII y XIX (A. Ponz, A. de Latour…), sitúan también en estos mismos rincones los escenarios de la mítica Batalla de Guadalete (711).
En el siglo XIV estas colinas de Lomopardo, conocidas también como Cabeza del Real, vieron acampar las tropas del caudillo Abd al-Malik, hijo de Abul Hassan, rey de Marruecos, quien instaló en este lugar su campamento durante las operaciones de asedio a la ciudad de Jerez (1339). Los historiadores locales (Gonzalo de Padilla, M. de Roa, E.Rallón, B.Gutiérrez…) dieron carácter de leyenda a las hazañas que en estos parajes protagonizó el jerezano Diego Fernández de Herrera quien, vestido a la usanza árabe y arriesgando su vida, logró internarse en el campamento musulmán dando muerte al “Infante Tuerto”, como era conocido Abd al-Malik. En los años siguientes a este suceso las laderas del Cerro del Real y estas mismas riberas del Guadalete colindantes con el vado de Medina y el Salado verían acampar en diferentes ocasiones al ejército de Alfonso XI (1340, 1342 y 1349) en las campañas que el monarca castellano realizó contra Tarifa, Algeciras y Gibraltar. En los siglos medievales se ubicó en estas mismas tierras la Dehesa de la Cabeza del Real, donde pastaban los bueyes del Monasterio de la Cartuja al que pertenecían, así como la aldea del mismo nombre, a los pies del cerro.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, estos parajes cobrarían de nuevo cierto protagonismo de la mano de distintos proyectos para la traída de agua potable a la ciudad. El ingeniero francés Pablo Rohault de Fleury y, pocos años después, el español Ángel Mayo planearon la posibilidad de captar el agua del río Guadalete en el azud del Molino de Cartuja, aguas arriba del puente, para elevarla después mediante una máquina de vapor a un gran depósito que se construiría en el Cerro de Lomopardo. Desde este lugar, por gravedad, llegaría hasta Jerez a través de un sifón que cruzaría los Llanos de la Catalana. Finalmente, la poca calidad de las aguas en este punto del río, hizo desestimar los proyectos. Pero dejemos atrás la historia y retomemos nuestro camino…
Por las alamedas del Guadalete.
Apenas llevamos recorrido 800 m., el cauce da un giro de noventa grados frente a unos grandes montones de tierra blanca cubiertos ahora de flores silvestres. Aparecen aquí, junto a la orilla, los primeros fresnos y la alameda adquiere mayor espesura cubriéndose su sotobosque de zarzales. Algo más adelante, se une a la ribera un carril que baja desde la cercana carretera de Lomopardo por el que seguiremos otros doscientos metros hasta la entrada a una finca agrícola. El cortijo ocupa la parte central del interior de un amplio meandro que el río describe a los pies de unos pequeños cerros. Sus tierras fueron, hace tan sólo unas décadas, un hermoso naranjal del que hoy sólo quedan los ejemplares que escoltan el camino hasta la casa.
Desde la entrada del cortijo continuaremos el sendero a la orilla del río, por el carril que discurre junto a la alameda, tras haber recorrido ya hasta este punto un kilómetro desde que iniciamos nuestro paseo.
Los sotos ribereños adquieren aquí gran espesura y, de vez en cuando, se observan algunos pequeños claros de antiguos huertos que en otros tiempos se abrieron entre la arboleda. Por todas partes se desarrolla un enmarañado zarzal, en el que no faltan los rosales silvestres, las zarzaparrillas y, en especial, las zarzamoras con sus flores blancas y ligeramente rosadas que se transformarán después en las llamativas y sabrosas moras. De ellas darán cuenta no pocas especies de aves que viven en el bosque galería y que, desde que iniciamos nuestro paseo, habremos venido escuchando cantar entre los árboles.
Junto a los álamos, abundan en este rincón los fresnos reconocibles por sus hojas compuestas y por sus ramilletes de sámaras colgantes. La alameda adquiere en este tramo un gran desarrollo y en muchos puntos apenas podemos ver el río por la espesura que adquiere la vegetación acompañante donde abundan también los tarajes y, en menor medida, los sauces. En primavera nos llamará la atención, cubriendo el suelo o flotando en el río, una capa blanca formada por los penachos lanosos de los amentos (las inflorescencias colgantes de los álamos) que lo cubren todo. Estos pelillos de aspecto algodonoso, se desprenden tapizando de blanco las riberas y las orillas de los campos cercanos, como si de una nevada se tratase.
Nuestra senda discurre ya por el interior del meandro de Lomopardo y cuando hemos recorrido unos trescientos metros desde la puerta del cortijo, llegaremos al lecho de una antigua cantera. Tras la explotación de una gravera en la parte más próxima al río, de la que se extrajeron arenas y gravas, quedó como huella en el paisaje un claro desnivel, ahora ocupado por los campos de cultivo, que se encharca con las grandes lluvias y las crecidas, formándose una lagunilla temporal en la que podremos observar las aves típicas de las zonas húmedas. En algunos de estos rincones se han establecido huertos que si penetran en la arboleda, como sucede en la orilla opuesta del río, pueden suponer una amenaza a la vegetación de ribera.
Ya en el seno del meandro, después de recorrer 1,5 Km. desde el punto de partida, la vereda se termina en una deliciosa alameda donde la espesura de la vegetación forma un bosquete de gran belleza plástica e interés botánico donde a las especies anteriormente citadas se suman
otras como clemátides o nueza negra que, junto a las zarzaparrilla enmarañan estos sotos fluviales.
Debemos elegir el camino de regreso. Si lo hacemos por la misma ruta, ya conocemos el sendero. Si optamos por una variante, a la altura de la curva del río, podremos regresar por otro camino alternativo, añadiendo sólo quinientos metros más a nuestro recorrido.
Seguiremos para ello el carril que sube hasta la cercana carretera de Lomopardo para después de pasar por esta barriada rural, regresar al punto de partida, junto a la Venta de Cartuja. En este tramo podremos observar el contraste entre los suelos de color rojizo -margas y yesos de edad triásica- y las tierras de colores claros -albarizas o moronitas-, rocas de las que podremos observar detenidamente su textura rocosa en los cortados junto a la carretera de Lomopardo.
En el tramo inicial, aún pueden observarse grandes pies de eucaliptos, árbol que llegó a dominar completamente los sotos fluviales desplazando a las especies autóctonas. Los trabajos de restauración de riberas que se vienen realizando desde hace unos años, han traído como consecuencia la tala de eucaliptos para favorecer la regeneración natural de la alameda original del río y evitar los aterramientos de lodos que provocaban estos grandes árboles, muchos de los cuales habían crecido en el interior del cauce. Diferentes carteles a lo largo del recorrido (prohibiendo el pastoreo) nos informan de que en esta orilla se ha realizado también una repoblación forestal con especies propias de ribera, como delatan los tubos de protección de los plantones que veremos a lo largo de todo el recorrido.
Apenas iniciado nuestro paseo nos llamará la atención que desde el puente de Cartuja y durante casi trescientos metros, el río se bifurca en dos canales dejando en su zona central una pequeña “isla” alargada en forma de huso que ha sido repoblada con álamos, fresnos y sauces. Salvo en los periodos de lluvia y en los meses del invierno, esta “isla” es accesible ya que el cauce secundario del río, el más próximo a nuestra senda, permanece seco pudiéndose pasear por él.
Por este lugar debió circular también el antiguo canal de derivación de aguas hacia el Molino de la Villa (actual Venta de Cartuja) que estuvo en funcionamiento hasta finales del siglo XIX, tal como muestran las fotografías de la época.
Entre los sotos ribereños.
A la sombra del espeso dosel vegetal que forman los álamos y los eucaliptos, la ribera está aquí cubierta por un amplio cortejo de especies herbáceas entre las que llama la atención el aro, de lustrosas hojas verdes y llamativa inflorescencia en forma de espiga en la que destaca su eje carnoso al que envuelve una espata y que nos recuerda por su parecido a las flores de las calas.
Apenas hemos recorrido doscientos metros se incorpora a la ribera el colector que procede de la pequeña depuradora de Lomopardo. En este punto una rampa baja hasta la misma orilla del río -que ya discurre en un solo cauce-, por la que podremos continuar nuestro paseo. La vegetación se aclara y los taludes de la ribera pierden su altura. Aparecen aquí los primeros sauces y tarajes que forman un pequeño bosquete con ejemplares añosos y de buen porte.
Junto a la orilla, podremos ver especies vegetales propias de zonas húmedas como carrizos, aneas (con sus típicos “puritos”) y juncos. Desde finales del invierno el suelo está tapizado por los primeros brotes de una herbácea muy abundante en los claros de la ribera, la altabaca o matamoscas, que avanzada la primavera nos ofrecerá sus vistosas flores amarillas.
El cauce del río se estrecha y en algunos puntos las ramas de los álamos de ambas orillas se entrelazan formando un auténtico dosel vegetal. Un claro en la arboleda nos permitirá ver el cerro de Lomopardo con el caserío de esta barriada rural a sus pies. En este punto llamará nuestra atención un pequeño poste metálico que con las iniciales de C.H.G. marca el deslinde de la ribera, separando así las parcelas de cultivo de la zona incluida en el Dominio Público Hidráulico y que, por tanto, nos pertenece a todos.
Unos parajes llenos de historia.
Estos parajes próximos al Puente de Cartuja y al Cerro de Lomopardo por los que cruza nuestro sendero han sido también testigos del paso de la historia. El Vado de Medina, lugar por el que desde tiempo inmemorial se franqueaba el río, fue siempre una encrucijada de los caminos que unían la campiña con las tierras del Estrecho y de la Bahía de Cádiz. En las cumbres de estos cerros, antes de que una cantera quebrara sus perfiles, se localizó un yacimiento con vestigios del Paleolítico Inferior y Medio. La historiografía tradicional jerezana y los relatos literarios de algunos viajeros de los siglos XVIII y XIX (A. Ponz, A. de Latour…), sitúan también en estos mismos rincones los escenarios de la mítica Batalla de Guadalete (711).
En el siglo XIV estas colinas de Lomopardo, conocidas también como Cabeza del Real, vieron acampar las tropas del caudillo Abd al-Malik, hijo de Abul Hassan, rey de Marruecos, quien instaló en este lugar su campamento durante las operaciones de asedio a la ciudad de Jerez (1339). Los historiadores locales (Gonzalo de Padilla, M. de Roa, E.Rallón, B.Gutiérrez…) dieron carácter de leyenda a las hazañas que en estos parajes protagonizó el jerezano Diego Fernández de Herrera quien, vestido a la usanza árabe y arriesgando su vida, logró internarse en el campamento musulmán dando muerte al “Infante Tuerto”, como era conocido Abd al-Malik. En los años siguientes a este suceso las laderas del Cerro del Real y estas mismas riberas del Guadalete colindantes con el vado de Medina y el Salado verían acampar en diferentes ocasiones al ejército de Alfonso XI (1340, 1342 y 1349) en las campañas que el monarca castellano realizó contra Tarifa, Algeciras y Gibraltar. En los siglos medievales se ubicó en estas mismas tierras la Dehesa de la Cabeza del Real, donde pastaban los bueyes del Monasterio de la Cartuja al que pertenecían, así como la aldea del mismo nombre, a los pies del cerro.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, estos parajes cobrarían de nuevo cierto protagonismo de la mano de distintos proyectos para la traída de agua potable a la ciudad. El ingeniero francés Pablo Rohault de Fleury y, pocos años después, el español Ángel Mayo planearon la posibilidad de captar el agua del río Guadalete en el azud del Molino de Cartuja, aguas arriba del puente, para elevarla después mediante una máquina de vapor a un gran depósito que se construiría en el Cerro de Lomopardo. Desde este lugar, por gravedad, llegaría hasta Jerez a través de un sifón que cruzaría los Llanos de la Catalana. Finalmente, la poca calidad de las aguas en este punto del río, hizo desestimar los proyectos. Pero dejemos atrás la historia y retomemos nuestro camino…
Por las alamedas del Guadalete.
Apenas llevamos recorrido 800 m., el cauce da un giro de noventa grados frente a unos grandes montones de tierra blanca cubiertos ahora de flores silvestres. Aparecen aquí, junto a la orilla, los primeros fresnos y la alameda adquiere mayor espesura cubriéndose su sotobosque de zarzales. Algo más adelante, se une a la ribera un carril que baja desde la cercana carretera de Lomopardo por el que seguiremos otros doscientos metros hasta la entrada a una finca agrícola. El cortijo ocupa la parte central del interior de un amplio meandro que el río describe a los pies de unos pequeños cerros. Sus tierras fueron, hace tan sólo unas décadas, un hermoso naranjal del que hoy sólo quedan los ejemplares que escoltan el camino hasta la casa.
Desde la entrada del cortijo continuaremos el sendero a la orilla del río, por el carril que discurre junto a la alameda, tras haber recorrido ya hasta este punto un kilómetro desde que iniciamos nuestro paseo.
Los sotos ribereños adquieren aquí gran espesura y, de vez en cuando, se observan algunos pequeños claros de antiguos huertos que en otros tiempos se abrieron entre la arboleda. Por todas partes se desarrolla un enmarañado zarzal, en el que no faltan los rosales silvestres, las zarzaparrillas y, en especial, las zarzamoras con sus flores blancas y ligeramente rosadas que se transformarán después en las llamativas y sabrosas moras. De ellas darán cuenta no pocas especies de aves que viven en el bosque galería y que, desde que iniciamos nuestro paseo, habremos venido escuchando cantar entre los árboles.
Junto a los álamos, abundan en este rincón los fresnos reconocibles por sus hojas compuestas y por sus ramilletes de sámaras colgantes. La alameda adquiere en este tramo un gran desarrollo y en muchos puntos apenas podemos ver el río por la espesura que adquiere la vegetación acompañante donde abundan también los tarajes y, en menor medida, los sauces. En primavera nos llamará la atención, cubriendo el suelo o flotando en el río, una capa blanca formada por los penachos lanosos de los amentos (las inflorescencias colgantes de los álamos) que lo cubren todo. Estos pelillos de aspecto algodonoso, se desprenden tapizando de blanco las riberas y las orillas de los campos cercanos, como si de una nevada se tratase.
Nuestra senda discurre ya por el interior del meandro de Lomopardo y cuando hemos recorrido unos trescientos metros desde la puerta del cortijo, llegaremos al lecho de una antigua cantera. Tras la explotación de una gravera en la parte más próxima al río, de la que se extrajeron arenas y gravas, quedó como huella en el paisaje un claro desnivel, ahora ocupado por los campos de cultivo, que se encharca con las grandes lluvias y las crecidas, formándose una lagunilla temporal en la que podremos observar las aves típicas de las zonas húmedas. En algunos de estos rincones se han establecido huertos que si penetran en la arboleda, como sucede en la orilla opuesta del río, pueden suponer una amenaza a la vegetación de ribera.
Ya en el seno del meandro, después de recorrer 1,5 Km. desde el punto de partida, la vereda se termina en una deliciosa alameda donde la espesura de la vegetación forma un bosquete de gran belleza plástica e interés botánico donde a las especies anteriormente citadas se suman
otras como clemátides o nueza negra que, junto a las zarzaparrilla enmarañan estos sotos fluviales.
Debemos elegir el camino de regreso. Si lo hacemos por la misma ruta, ya conocemos el sendero. Si optamos por una variante, a la altura de la curva del río, podremos regresar por otro camino alternativo, añadiendo sólo quinientos metros más a nuestro recorrido.
Seguiremos para ello el carril que sube hasta la cercana carretera de Lomopardo para después de pasar por esta barriada rural, regresar al punto de partida, junto a la Venta de Cartuja. En este tramo podremos observar el contraste entre los suelos de color rojizo -margas y yesos de edad triásica- y las tierras de colores claros -albarizas o moronitas-, rocas de las que podremos observar detenidamente su textura rocosa en los cortados junto a la carretera de Lomopardo.
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.
Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 12/04/2015
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