11 septiembre 2021

Las aguas del olvido.
Un paseo con Antonio Muñoz Molina por el Guadalete y sus mitos.



Nadie cruzaba el río, aunque estaba muy cerca la otra orilla, tal vez porque la mirada no podía encontrar en ella nada que no hubiera a este lado, y porque quien cruza un río parece que deba exigir alguna compensación simbólica, que en este caso quedaba descartada por la cercanía y la similitud. Todo era igual a ambos lados, las mismas dunas y yerbazales tendidos por el viento del mar, el mismo brillo salino en las crestas de arena. El perro, Saúl, cruzó el río por la mañana, persiguiendo algo que Márquez había arrojado a la otra orilla con un rápido ademán en el que entonces no advertí premeditación, sino una de esas decisiones baldías que dicta el tedio. Saúl nadó ávida y ruidosamente, alzando el hocico sobre el agua revuelta, y cuando emergió al otro lado pareció que se hubiera extraviado. Sacudiéndose la pelambre empapada deambuló por la orilla y estuvo ladrando un rato con quejidos de lobo, sin atender al silbido ni a las voces de Márquez. A media tarde me di cuenta de que aún no había regresado.

Esta mañana, mientras tomábamos el aperitivo en la penumbra de la biblioteca, Márquez me dijo el nombre del río, Guadalete, y apeló a un par de diccionarios geográficos para explicarme su etimología. Siento no haberlo escuchado entonces; supongo que si lo hubiera hecho no habría sabido evitar nada. Márquez abrió uno de sus diccionarios y buscó la palabra, deteniendo en ella su dedo índice, pero yo casi no le hice caso; atento a mi martini, a la ventana que da a la pista de tenis, a las dunas de este lado, al río. “Palabra compuesta de una doble raíz griega y árabe”, dijo Márquez, leyendo


Con este misterioso comienzo arranca el relato “Las aguas del olvido”, del escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), una de las piezas más sugerentes que integran Nada del otro mundo (1993) obra de recopilación de distintos textos de narrativa breve de este autor, uno de los mejores novelistas de nuestros tiempos (1).

Publicado por primera vez el 5 de agosto de 1987 en la edición impresa del diario El País, en la sección de Lecturas de Verano, guardábamos en nuestros archivos este relato puesto que en el cobra un especial protagonismo nuestro río, el Guadalete, y los mitos que en torno a él y al origen de su nombre se han tejido a lo largo de los siglos.

Guadalete: el río del olvido. Los ecos de un mito.



En uno de los pasajes del relato, Muñoz Molina, en boca de uno de sus personajes recuerda que etimológicamente Guadalete significa “el río del olvido”, dejándose así arrastrar por la plácida corriente de los mitos.

Y es que el nombre de nuestro río no cuenta todavía con explicaciones convincentes y fuentes documentales que confirmen su origen cierto, por lo que resulta mucho más sugerente adentrarse en ese paisaje difuso que la mitología y las leyendas se han encargado de dibujar a lo largo de los siglos y que ha estado presente en la historiografía clásica. Así, nuestros eruditos empiezan y no terminan en lo que a la atribución de nombres fabulosos a nuestro río se refiere: Eumenio, Tanagra, Belo o Belión (por la celeridad o velocidad con que corre, como decía Gamaza). Avieno lo identifica con el Chryso o Chrysauro por ser tierra rica en metales, que tomara su nombre de Gera Chrysaor, padre de Gerión, como recuerdan también Bartolomé Gutiérrez y Francisco Mesa Xinete. (2). Sin embargo, el nombre que cuenta con más adeptos es el de Lete (o el de sus formas Lethe, Leteo o Letheo), que encierra tras de sí no pocas leyendas de las que no dudaron en apropiarse los historiadores locales.

Como bien recuerda Parada y Barreto, el nombre del nuestro río fue el “culpable” de esta inevitable tendencia a situar en nuestra tierra numerosos escenarios de la mitología clásica ya



que “todo lo que se cuenta en los antiguos escritores sobre la ciudad y los campos de Tartesia, se ha aplicado á Jerez como se le ha aplicado también todos los cuentos mitológicos de la Bética, y cuanto la antigüedad nos ha transmitido de esta rica y fértil comarca: no habiendo contribuido poco a estas suposiciones el nombre del Guadalete que ha servido para suponerlo el famoso Lethe mitológico ó río del olvido" (3).

Conviene recordar que, en la mitología griega, el Lete, río del olvido, es uno los que fluye por el Hades, el inframundo donde también se encuentra el Tártaro, nuestro Infierno. El Lete o Leteo recorre los Campos Elíseos y en sus plácidas orillas vagan las almas de los muertos que, bebiendo de sus tranquilas aguas, se olvidan de todo lo que fueron en su vida terrestre. Beber las aguas del Leteo hace olvidar el pasado.



Desde antiguo, numerosos autores aluden a la vinculación de nuestro Guadalete con el mítico río Leteo. Suarez de Salazar (1610), refiriéndose a él, señala que “a este río llamaron Lethe, que es lo mismo que olvido, o muerte” (4), y Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana (1611) escribe que Guadaletevale tanto como el río del olvido” (5).

El jesuita Martín de Roa (1617), en una deliciosa descripción geográfica del Guadalete, se deja llevar de la mano del nombre del río relacionando nuestra comarca con los escenarios de los mitos griegos. Así, refiriéndose al territorio que recorre escribe que: “Toda la tierra que baña es por estremo fertil, apazible, templada en el ibierno, i no rigurosa en el estio. De aquí fue la invención de los Campos Elisios, donde fingieron los Poetas, que olvidadas las almas de las miserias de la vida pasada, gozavan de otra feliz, y bienaventurada: siendo asi… que ninguna otra cosa querían significar con esto, sino que eran dichosos i bienaventurados aquellos, a quien cupo en suerte la abitacion desta tierra: cuya lindeza, frescura i conmodidades, tales, i tantas eran, que gustandolas los Griegos inventores destas



fabulas, avian olvidado su patria, i avezindadose en esta. De aquí tomó primero el nombre de Lethe, o de olvido, que es lo mismo. Confirmole después, según escriven algunos de nuestros Autores, con las pazes que allí juraron los Cartagineses, i andaluzes de la costa, anegando en sus aguas la memoria de las injurias pasadas
” (6).

En este breve relato, apunta ya Martín de Roa las distintas variantes a las que se atribuye el nombre de “río del olvido”. La primera es su mítica vinculación con el Leteo que atraviesa los Campos Elíseos que hace olvidar el pasado a quien bebe sus aguas. La segunda interpretación apunta a como las bondades del territorio que baña, retienen a sus visitantes haciéndoles olvidarse de sus familias y de su tierras. La tercera, las treguas y acuerdos de paz que en sus orillas establecieron los cartagineses y los antiguos pobladores de la región, lo que supuso el “olvido” de las guerras y contiendas mantenidas por el dominio del territorio. Estas versiones se repetirán, con diferentes variantes y añadidos, en todos los autores que desde el siglo XVI se refirieron al “río del olvido”.

Uno de los muchos testimonios que abundan en estas versiones es el que aporta, casi por las mismas fechas, el escritor y mitógrafo franciscano Baltasar de Vitoria en su Teatro de los dioses de la gentilidad (1620). Refiriéndose a Caronte escribe que “El río en que este fiero Barquero trae su Barca se llama Leteo: es nombre Griego, y en Latín corresponde a oblivio, que quiere decir olvido”. Tras señalar las distintas localizaciones apuntadas por autores clásicos se inclina por que “la más cierta opinión de todas, es que el río de Guadalete, que entra en la baya del Puerto de Santa María, y Cádiz, es el Leteo; y esto se confirma con la etymología del vocablo, que antiguamente no se llamaba sino Lete, que quiere decir olvido, a la qual palabra, los Árabes Moros que ocuparon España, le añadieron esta palabra, Guada, que quiere dezir río; y así Guadalete quiere dezir Rio Leteo…. El mencionado autor apunta también otra fuente de autoridad, haciendo alusión del relato del historiador romano Lucio Aneo Floro: “Y confirma bien esta opinión lo que dize Lucio Floro que los soldados de Decio Bruto rehusaron pasar el Río Guadalete, temiendo olvidarse de su patria Roma, de sus hijos y mugeres; y llámale este autor refiriendo esto Flumen oblivionis” (7).

En las orillas del Leteo.



Junto a los testimonios de muchos autores que identifican por la similitud fonética nuestro Guadalete con aquel mítico Lete o Leteo, no faltan tampoco quienes reservan este nombre para el Limia, río gallego a cuyas aguas se atribuyen también las mismas propiedades de hacer olvidar el pasado a quien las cruza y bebe y en cuyas orillas sitúan también el episodio descrito por Lucio Floro. Éste, por su fuerte carácter simbólico, ha sido uno de los más repetidos por los historiadores. En él se alude a un hecho protagonizado por el general romano Décimo Junio Bruto (siglo II a.C.) quien en sus acciones militares contra los rebeldes indígenas, llegó hasta las orillas del legendario Leteo (nuestro Guadalete para unos o el Limia para otros). Los soldados se negaron entonces a cruzar sus aguas por temor a olvidarse de su identidad, de sus mujeres e hijos y de su patria. Junio Bruto tomó entonces el estandarte de la legión, cruzó las aguas del Leteo y, desde la otra orilla comenzó a llamar uno a uno a sus soldados. Mencionó sus nombres y sus lugares de origen, convenciéndolos de que no tenían que temer olvidar nada al cruzar sus aguas, con lo que, libres de los prejuicios del mito, así lo hicieron (8).

Otra de las leyendas ligadas a nuestro Guadalete y a la vinculación de su etimología con el olvido, es la que hace alusión al hecho de que en sus orillas firmaron paces y treguas, olvidando las rencillas pasadas los cartagineses y sus aliados afincados en las Islas Gaditanas, con los Menesteos e indígenas, ocupantes de los territorios situados en la orilla derecha del río. Muy repetida en la historiografía clásica, traemos aquí el relato recogido por Rallón, en su Historia de Xerez, donde la descripción de la escena alcanza tintes épicos.

Comenzaron a marchar los dos campos por las dos orillas de el Guadalete. El de los cartagineses salió de Cadiz por tierra, y ocupó la ribera oriental de este río, hasta llegar en frente de la sierra que hoy llamamos de San Cristóbal. Los del Puerto (Menesteos) salieron por la opuesta, y llegaron a donde están hoy las huertas de Sidueña, y se pusieron los dos ejércitos a la vista, teniendo el río en medio, y aguardando cada uno a que el enemigo lo esguazase para comenzar la batalla. Los cartagineses, que no entendieron que el negocio llegara a aquel estado, ni que los menesteos pudieran agregar tan poderoso ejército,



trataron de tregua por algunas horas, en las cuales comenzaron a moverse tratos de paz; y quebrado el primer furor, se concertaron sin llegar a las manos. Hiciéronse las paces… y para que fueran firmes, juraron los unos y los otros que en general olvidarían las injurias, ofensas y agravios pasados, sin que quedase memoria, ni rencor, ni satisfaccion; quedando tan sin acuerdo, como si no hubieran sucedido
”. A partir de entonces, escribe Rallón, llamaron al río “con el nombre Letes… que quiere decir agua de olvido, el cual le dura hasta nuestro tiempo, con el adito de Guada, que los moros le pusieron en su lengua arábiga, llamandole Guadalete" (9).

Las aguas del olvido: con Antonio Muñoz Molina por el Guadalete.



El Guadalete fluye en la actualidad placido y lento a su paso por Jerez y al dejar atrás El Portal, divaga por una extensa marisma antes de llegar a El Puerto de Santa María para unirse al océano. En sus aguas navegan también los mitos y leyendas que se han ido creando en veinticinco siglos de historia y que ya para siempre lo asocian al “Río del olvido”. El simbolismo de esta idea (quien lo cruza y bebe sus aguas olvida su pasado) inspiró sin duda a Antonio Muñoz Molina para escribir el relato “Las aguas del Olvido”, con el que iniciamos este artículo, y en el que se recrea en nuestro río y sus mitos.

Con un trasfondo de suspense, el autor logra crear una atmósfera envuelta por un aire de misterio donde el narrador descubre que en su origen etimológico, el nombre del Guadalete guarda una grave advertencia: quien cruce sus aguas perderá la memoria de cuanto ha sido. Y eso es lo que les sucede inexorablemente, uno tras otro, a sus personajes. El perro Saúl, al lanzarse al río persiguiendo un objeto que su dueño ha lanzado a la otra orilla, saldrá del agua desorientado y extraviado. Una sirvienta del hotel donde transcurre la historia, nadará una noche hasta la ribera opuesta del Guadalete para un encuentro amorosa y, a la vuelta, regresará habiendo olvidado todo lo que sabía. Un marido celoso, Márquez, encontrará la forma de deshacerse del amante de su mujer haciéndole cruzar el río, consiguiendo así que deje atrás su memoria y no reconozca a nadie… El propio Márquez, protagonista del relato –junto al Guadalete- atraviesa finalmente “las aguas del olvido” en una suerte de suicidio, para desprenderse así de sus desdichas y su anodina vida, consciente de que cuando vuelva no recordará nada de su vida anterior….

Y es que, al identificar el Guadalete con el Leteo y recrearse en su etimología de “río del olvido”, Muñoz Molina pone la clave de su relato en la fuerte carga simbólica del mito porque, como escribe: “el río del olvido…era la frontera entre el reino de los vivos y el de los muertos. Quien lo cruza pierde la memoria”.



No dejen ustedes de leer este hermoso relato, mejor a orillas de nuestro Guadalete. Pero por si acaso absténganse de cruzarlo…

Para saber más:
(1) Muñoz Molina, A.: “Las aguas del olvido”, en Nada del otro mundo, Seix Barral, Biblioteca Breve, 1993. Publicado por primera vez en El País, Relatos de verano, 05/08/1987.
(2) De las Cuevas, J. y J.: Puerto Serrano, Departamento de Publicaciones de la Diputación provincial de Cádiz, 1964, pp. 23-24
(3) Parada y Barreto D.I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera. Imprenta del Guadalete, Jerez, 1878, pg. IV.
(4) Suarez de Salazar, J.B.: Grandezas y antigüedades de la ciudad de Cádiz, 1610, lib. I, cap. V, pg. 62-63., disponible en internet.
(5) Covarrubias, S.: Tesoro de la lengua castellana, 1611, pg. 452, voz Guadalete
(6) Martín de Roa (1617): “Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsímil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap XVI, pp. 54-55.
(7 ) Baltasar de Vitoria: Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Edición de 1646, Libro 4, Cap. 7, pp. 396-397. Citado también en Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, p. 144.
(8) Así lo cuenta también, con algunas variaciones, Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, pp. 144-145.
(9) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, p. 40.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El paisaje en la literatura, Paisajes con Historia, Río Guadalete

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 27/11/2016

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