La “Torre de Cera”.
Una torre vigía del Jerez andalusí (I).




Dominando las tierras del bajo Guadalete desde Arcos hasta los Llanos de la Ina, el Cerro del Castillo, en Torrecera, es un hito paisajístico de primer orden presidido en su cima por una torre almenara de época islámica, cuyos viejos muros de tapial son visibles desde la lejanía.

La torre formaba parte del sistema defensivo en torno al Jerez andalusí y su origen hay que buscarlo, tal vez, en la expansión demográfica que, como ha señalado Laureano Aguilar, experimenta la región a partir del siglo XII. Como consecuencia d ello se consolidan un buen número de aldeas y alquerías, algunas de ellas fortificadas, repartidas por el extenso alfoz de nuestra ciudad (1). Aunque se desconoce cuándo fue levantada, se atribuye su construcción a las primeras décadas del XIII. De lo que no cabe duda es del papel destacado que debió jugar en la defensa del territorio por el dominio visual que desde ella se tiene del curso medio del Guadalete y de sus vegas y campiñas circundantes.

El emplazamiento estratégico de esta torre vigía estuvo vinculado también al control de una importante vía de comunicación de gran importancia hasta los siglos medievales. Se trata de la ruta que ponía en conexión las campiñas sevillanas y las riberas del Guadalquivir con el Campo de Gibraltar a través de la Sierra de Gibalbín y la vega Baja del Guadalete. En este sector, la mencionada vía, cruzaba el río por el Vado de Sera, a los pies de la torre, para continuar a través del valle del Salado de Paterna en dirección a Alcalá de los Gazules y Medina Sidonia siguiendo en parte el trazado de la actual Cañada de Los Arquillos.

Tras los rastros de Xera y Ceret en la historiografía clásica.

Desde antiguo, tanto las ruinas del torreón como los topónimos vinculados a ellas (“Cera” o “Torre de Cera”), reclamaron la atención de la historiografía tradicional y desataron las especulaciones de los historiadores locales, queriendo ver en este emplazamiento el de antiguas ciudades relacionadas con nuestro pasado remoto.

Así, por citar sólo algunos ejemplos, Fray Esteban Rallón, vincula este lugar a la Xera mencionada por Estéfano de Bizancio geógrafo del s. V d. C., que recoge a su vez los testimonios de Teopompo, historiador griego del s. IV a. C. El texto de éste último (Xēra, polis peri tas Herakleious stelas), muy discutido, alude a una ciudad, Xera, cercana a las columnas de Hércules.



A diferencia de los eruditos locales, que quisieron ver en ella la más remota referencia histórica al emplazamiento de la actual Jerez, el padre Rallón descarta ya a mediados del XVII estas teorías y para ello, acude a una argucia no menos disparatada: buscarle a esa posible ciudad de Xera otra ubicación.



El lugar mencionado por Estéfano Bizantino, escribe, “… no es nuestra ciudad, sino un sitio despoblado, que hoy conserva el mismo nombre, y se llama la Torre de Cera, donde se descubren ruinas de edificios antiguos, y en quien concurre mejor que con nuestro Xerez” (2).

El historiador Bartolomé Gutiérrez (1787), al ocuparse de las torres y fortalezas repartidas por el término de Jerez menciona la de Cera, recordando que otros autores asocian este topónimo al de Ceret: “Más al occidente en otro alto cero está la torre de Cera ó del Serrallo,… es también fuerte más no tanto como la de Jigonza, en este sitio nos apropian el de la antigua Ceret, por estar en tierras de labor y la moneda de este nombre gravar las dos espigas, como símbolo de la feracidad del terreno…” (3).

Xera y Ceret, nada menos, fueron situadas en estas ruinas por algunos de aquellos historiadores locales que, a buen seguro, nunca visitaron el lugar, ya que hubiese bastado observar sus muros para ver en ellos similitudes claras con la cerca islámica de la ciudad de Jerez, que todos identificaban como “obra de moros”.



Habrá que esperar al siglo XIX para que otros estudiosos como Parada y Barreto (1876) tiren por tierra estas tesis de la historiografía tradicional: “La suposición de que Cerét debía corresponder al sitio que ocupa la torre de Cera; que ha sido la opinión más generalmente admitida en razón de la analogía de ambas palabras, es a nuestro modo de ver inadmisible. El nombre de Torre de Cera no se encuentra mencionado sino posteriormente a la conquista del territorio jerezano y pudo haber tomado tal nombre del apellido de algún caballero de los que acompañaban a Alonso el Sabio, a quien acaso le fue dada por el Rey o tuviera ocasión de dejar por cualquier hecho, recordando su nombre en tal castillo” (4).

Con Alfonso XI en el Vado de Sera.

Sea como fuere, el enclave de la Torre de Cera jugó durante los siglos medievales un importante papel defensivo y de control del territorio, primero para los musulmanes y después, tras la conquista de Jerez por Alfonso X el Sabio, para los nuevos pobladores cristianos.

Conviene recordar que la vía de comunicación ya mencionada y que discurre paralela al curso del Salado de Paterna, a los pies de la torre, ha sido utilizada como paso natural entre estas tierras desde la más remota antigüedad.



En las cercanías se ubicaba una de las obras más notables del acueducto romano de Tempul a Gades, el sifón de Los arquillos, algunos de cuyos vestigios aún son visibles hoy día, habiendo sido objeto de recientes estudios por parte de los investigadores del proyecto AQUADUCTA. No hay que olvidar que desde la torre de Torrecera existe también conexión visual con las torres de entrada y salida del sifón del acueducto que se alzan en sendas lomas en los cercanos cortijos de Los Isletes y Los Arquillos.

En el Medievo este camino pudo ser, a juicio del profesor F. Hernández, la ruta seguida por Musa b. Nusayr en sus primera incursión, tras la victoria de Tarik en 711, quien según este autor, cruzaría el Guadalete por el Vado de Sera en su avance hacia las campiñas sevillanas, una vez conquistada Medina Sidonia (5). Como señala el profesor Juan Abellán, este mismo lugar fue paso obligado en el Jerez andalusí para las rutas que se dirigían a Vejer y Medina (por el camino de Algeciras descrito ya por al-Idrisi) y, especialmente, a Alcalá de los Gazules, pasando por Los Arquillos (6).



En algunas fuentes medievales cristianas como la Crónica de Alfonso XI, se subraya de nuevo la importancia de este lugar. Así, por ejemplo, en su camino hacia Alcalá de los Gazules, en el marco de una operación militar para liberar a la fortaleza de Gibraltar del cerco al que le había sometido el infante Abu-Malik, Alfonso XI acampará con sus tropas a orillas del Guadalete el 23 de junio de 1333. Habían cruzado por el Vado de Sera, como refleja la Crónica, para continuar al día siguiente en paralelo al Salado de Paterna, tomando la dirección de Alcalá. (7 y 8).

En estos siglos en los que el valle del Guadalete fue tierra de frontera, la Torre de Sera o de Cera, como se la llamará a partir de la dominación cristiana, formará parte del cinturón de torres vigía, atalayas o almenaras distribuidas por la campiña, con muchas de las cuales mantenía una buena conexión visual. Así, entre las torres, fortalezas o castillos que quedaban en su campo de visión, citamos las de Gigonza (a 12 km, al este), el castillo de Medina Sidonia (a 15 km al sur) o el de Torre Estrella (a 19 km al SE). Algo más lejos se divisa el castillo de Arcos (21 km NE), Jerez (19 km al O) o la Sierra de San Cristóbal (18 km al O) en cuya cumbre existió otra torre almenara. En el horizonte, hacia el Norte, se divisa también la Sierra de Gibalbín, a 25 km, que contaba con una de las torres vigías de mayor importancia estratégica en la época medieval, cuyos restos aún se conservan.

(Continuará en la próxima entrada)
Para saber más:
(1) Aguilar Moya, L.: “Jerez islámico”, en D. Caro Cancela (coord.), Historia de Jerez de la Frontera I. De los orígenes a la época medieval, Cádiz, 1999, pg. 243-244.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 13.
(3) Gutiérrez, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo II. BUC. Jerez, 1989, vol I, pg. 35.
(4) Parada y Barreto D. I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera . Edición facsímil. Extramuros, Sevilla, 2007.Pg. 11.
(5) López Fernández, M.: De Sevilla al Campo de Gibraltar. Los itinerarios de Alfonso XI en sus campañas del Estrecho. Historia Instituciones y Documentos, 33, (2006) p. 317.
(6) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. Pg. 41
(7) Catalán Menéndez-Pidal, D.: Gran crónica de Alfonso XI. Edición crítica y estudio. Madrid: Seminario Menéndez Pidal. Ed. Gredos, Madrid, 1976. Vol 2 Pg.43
(8) López Fernández, M.: El itinerario del ejército castellano para descercar Gibraltar en 1333.
Espacio, tiempo y forma. Serie III. Historia medieval, nº 18, 2002. Pg. 185-208


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LAS TORRES MEDIEVALES DEL ENTORNO DE JEREZ: XXVII Jornadas de Historia de Jerez

El Centro de Estudios Históricos Jerezanos, junto al Centro de Profesorado de Jerez organiza un año más (y ya van XXVII), las Jornadas de Historia de Jerez, una cita imprescindible para los amantes de la historia y para todos aquellos interesados por nuestra ciudad.

En esta ocasión, el tema elegido  ha sido el de JEREZ Y LAS TORRES MEDIEVALES DE SU ENTORNO: HISTORIA, ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO, que será desarrollado con diferentes ponencias entre los días 30 de mayo y 4 de junio, y que será completado también con dos salidas de campo.

En otras ocasiones nos hemos ocupado en este blog de ENTORNOAJEREZ de algunas de estas torres que cumplieron un papel fundamental en el control del alfoz. Los enlaces de estos textos y reportajes fotográficos los adjuntamos por si fueran de interés de los lectores.

Pon nuestra parte, agradecemos a los compañeros del CEHJ y del CEP que hayan contado con nosotros para guiar una de las salidas, la que tendrá lugar el jueves 2 de junio. En ella realizaremos un recorrido por nuestra campiña visitando la Torre de Cera, y parando junto a la torre de Berroquejo. Desde ahí nos dirigiremos a la Sierra de San Cristóbal dónde se emplazaba también una torre atalaya, visitando las cumbres.

A lo largo del recorrido comentaremos cuestiones relacionadas con el contexto histórico del Jerez medieval, la frontera y sus determinantes geográficos, y haremos también alusión al paisaje medieval y a otras torres como las de Alijar, Casa alta, Torrox, Doña Blanca...  ¡No se lo pierdan!


ENLACES DE INTERÉS EN ENTORNO A JEREZ RELACIONADOS CONEL TEMA:




 

Con Vicente Blasco Ibáñez por la campiña jerezana.
Los paisajes que recorrió el autor de La Bodega




En otras ocasiones nos hemos ocupado en Entornoajerez, de los hermosos paisajes y rincones de nuestra campiña, de la mano de pasajes literarios o de las descripciones de viajeros ilustres que nos visitaron, algunas tan idealizadas e irreales. Junto a ellas, queremos también traer a estas páginas otras descripciones menos amables, pero tanto o más valiosas si cabe que aquellas, y que nos ayudan también a comprender lo que fuimos y lo que somos.

Una de estas visiones es la que nos ofrece el escrito valenciano Vicente Blasco Ibáñez en su novela La Bodega (1905). Formando parte de las filas de Unión Republicana, partido por el que ocupó un escaño en el Congreso de los Diputados entre 1898 y 1907, visitará Jerez por primera vez en mayo de 1902 acompañando a Alejandro Lerroux quien había venido a la ciudad para participar en un mitin político. Ese mismo año, dos meses más tarde, muere en un hospital de caridad de nuestra ciudad, Ramón de Cala, el célebre político republicano que en los últimos años de su vida, olvidado por todos, conocerá de cerca esa miseria que denunció especialmente en uno de sus libros.

No sabemos si Blasco Ibáñez llegó a entrevistarse con Ramón de Cala en esa primera visita, aunque estamos seguros de que le habría sido de gran utilidad para sus propósitos ya que dos años más tarde, en julio de 1904 volverá a nuestra provincia, en su condición de diputado, para conocer sobre el terreno los problemas de algunos pueblos y, en especial, la forma de vida de los jornaleros del campo de la que éste daba ya buena cuenta en su obra titulada El problema de la Miseria (1884).

Durante su estancia en Jerez, alojado en el Hotel Los Cisnes, Vicente Blasco Ibáñez aprovechará para documentarse y recabar datos de primera mano que le serán de gran utilidad en la nueva novela que proyecta: “La Bodega” (1). En ella pretende reflejar la realidad social de la vida de los jornaleros en la campiña jerezana que, en el último tercio del siglo XIX estuvo marcada por la aparición del anarquismo o episodios convulsos como los de la Mano Negra o la marcha de campesinos sobre Jerez de 1892. Como nos recuerda J. Luis Jiménez, con esta visita Blasco pretende recoger información “…sobre las circunstancias sociales y económicas en las que vivía el jornalero jerezano. De informarle en detalle se encargarían… dos grandes personajes de la ciudad, el cirujano, Fermín Aranda, y el sindicalista, Manuel Moreno Mendoza, que llegaría a ser alcalde de Jerez en la corporación municipal republicana”. (2)

Acompañado por Moreno Mendoza, líder obrero nacido en Medina Sidonia, cuyos padres habían sido jornaleros del campo y habían sufrido las duras condiciones de vida en las gañanías, Blasco Ibáñez recorrerá la campiña jerezana visitando algunos cortijos y viñas de nuestro entorno. Moreno Mendoza es entonces, junto a Fermín Aranda, una de las figuras más destacada del republicanismo jerezano. Líder jornalero, masón y sindicalista, quien sería en 1931 alcalde republicano de Jerez, es en 1904 editor del periódico La Unión Obrera. Eco de la clase trabajadora (3). Aspectos estos que no pasan desapercibidos para el escrito valenciano, quien acude también a la provincia con el propósito de dar un impulso al republicanismo.

La bodega: un libro plagado de referencias sobre nuestro entorno.



Fruto de estas observaciones directas de Blasco, en La Bodega descubriremos luego numerosas reflexiones y consideraciones de índole política y social sobre las condiciones de vida de los gañanes o sobre la explotación de los jornaleros por la oligarquía terrateniente y bodeguera que en el libro aparece nombrada como la familia “Dupont”. De la misma manera, por sus páginas desfilan también algunos conflictos sociales de la época como los sucesos de La Mano Negra o los ecos del Asalto Campesino a Jerez de 1892, y no faltan tampoco figuras políticas del momento como “Fernando Salvatierra”, que no es otro que el mítico anarquista gaditano Fermín Salvochea. En el personaje de “El Maestrico”, algunos han querido ver rasgos de la biografía del propio Manuel Moreno Mendoza, quien será su principal informante junto al médico republicano Fermín Aranda.

No es de extrañar por ello que desde este conocimiento directo del terreno, junto a la descripción de la “cuestión social” que constituye el núcleo de la novela, La Bodega esté plagada de referencias al paisaje e incluya descripciones de muchos rincones de la Campiña. Así, tanto en los nombres ficticios de los personajes, como en los escenarios reales que, de manera



más o menos explícita, se describen, es posible descubrir estas vinculaciones con el contexto y el entorno jerezano. Por citar sólo algunos ejemplos, Zarandilla o Matacardillo, son topónimos de sendos parajes que el autor utiliza como nombres o apodos de algunos de estos



personajes; la viña de Marchamalo, la propiedad emblemática de Pablo Dupont se asocia fácilmente a la de Macharnudo; el cortijo de Matanzuela, las dehesas cercanas donde se crían las toradas que Blasco describe en su novela, los llanos de Caulina… son parajes y lugares que perviven en la actualidad con estos mismos nombres. El Ventorrillo del Grajo puede asociarse a cualquiera de los más populares por aquella época, al de El Cuervo, por ejemplo. El de El Mojo es posterior.

La dura vida vida de los jornaleros del campo.

La Bodega es una novela de gran calado social pero también, en buena medida, una obra cargada de referencias históricas, sociológicas y antropológicas. Por esta razón, hemos querido rescatar algunos pasajes que ponen el acento en la descripción de las gañanías, donde el autor relata



con gran fidelidad las condiciones de vida de los jornaleros del campo. De especial crudeza es el relativo a la alimentación:

En verano, durante la recolección, les daban un potaje de garbanzos, manjar extraordinario, del que se acordaban todo el año. En los meses restantes, la comida se componía de pan, sólo de pan. Pan seco en la mano y pan en la cazuela en forma de gazpacho fresco o caliente, como si en el mundo no existiera para los pobres otra cosa que el trigo. Una panilla escasa de aceite, lo que podía contener la punta de un cuerno, servía para diez hombres. Había que añadir unos dientes de ajo y un pellizco de sal, y con esto el amo daba por alimentados a unos hombres que necesitaban renovar sus energías agotadas por el trabajo y el clima. Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno. Los hombres tiraban de sus cucharas de cuerno, formando amplio círculo en torno de él…

A mediodía era el gazpacho frío, preparado en el mismo campo. Pan también, pero nadando en un caldo de vinagre, que casi siempre era vino de la cosecha anterior, que se había torcido. Únicamente los zagales y los gañanes en toda la pujanza de su juventud, le metían la cuchara en las mañanas de invierno, engulléndose este refresco, mientras el vientecillo frío les hería las espaldas. Los hombres maduros, los veteranos del trabajo, con el estómago quebrantado por largos años de esta alimentación, manteníanse a distancia, rumiando un mendrugo seco.

Y por la noche, cuando regresaban a la gañanía para dormir, otro gazpacho caliente: pan guisado y pan seco, lo mismo que por la mañana. Al morir en el cortijo alguna res cuyas carnes no podían aprovecharse, se regalaba a los braceros, y los cólicos de la intoxicación alteraban por la noche el amontonamiento de carne adormilada en la gañanía. Otras veces, los que eran más brutales en su batalla con el hambre, si conseguían matar a pedradas en el campo un cuervo o algún otro pajarraco de rapiña, conducíanlo en triunfo al cortijo y lo guisaban, celebrando con una risa desesperada este banquete extraordinario
”.



Desconocemos si Blasco Ibáñez tuvo algún contacto con Ramón de Cala (cosa que dudamos). De lo que si estamos seguro es que conocía su libro “El problema de la Miseria” ya que esta última descripción sobre la comida de los gañanes parece estar inspirada en este otro pasaje de Ramón de Cala en el que relata la “alimentación de los jornaleros del campo: “Por la mañana el ajo, especie de sopa con aceite, que ni para los candiles, sal, pimiento y agua caliente. Al mediodía gazpacho con los mismos ingredientes en frío, y la agregación de vinagre, que parece legía, según está de turbio y mal formado. A la noche se repite el ajo. Y así un día y otro día, y todos los del año, como no sea que la suerte depare en alguno el festín de una res muerte de enfermedad o por accidente, cuya res se guisa y se devora en perjuicio de los buitres”. Como ven Blasco se ha inspirado, en lo esencial, en el relato de Cala. (4)

Niños yunteros en la campiña jerezana: los “rempujeros”.

Otro de los pasajes de La Bodega, nos recuerda a la figura del “niño yuntero”, a la que dedica un conocido poema Miguel Hernández. Es el que se refiere a los “rempujeros”: …“Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga, del hambre engañada. A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de rempujeros, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias. Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos, Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas. Y cuando no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos…



La descripción del interior de las estancias donde los jornaleros hacían su vida, las gañanías, figuran también en varios pasajes de La Bodega. En el que sigue, el mítico anarquista Fernando Salvatierra, recién salido de la cárcel, llega por la noche a un cortijo y contempla la gañanía:



…“El aspecto de la gañanía, el amontonamiento de la gente, evocó en la memoria de Salvatierra el recuerdo del presidio. Las misma paredes enjabelgadas, pero aquí menos blancas, ahumadas por el vaho nauseabundo del combustible animal, rezumando grasa por el continuo roce de los cuerpos sucios.



Iguales escarpias en los muros, y colgando de ellas, todo el ajuar de la miseria, alforjas, mantas, jergones destripados, blusas multicolores, sombreros mugrientos, zapatos pesados de innumerables remiendos con clavos agudos… Los más dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura
”.

Apenas 25 años antes, Ramón de Cala describía las gañanías diciendo de ellas que eran “un departamento… no tan ventilado, ni tan higiénico como el establo de los bueyes, ni como la zahúrda de los cerdos. Desván en lo grande, no en lo alto, con poyetes de piedra corridos a lo largo de las paredes, que a la vez sirven de asiento y de cama, y por muelle colchón una estera. En medio, o en un extremo, está el fogari, donde arde rara vez leña, y de ordinario excremento de los bueyes. Que expide una humareda asfixiante”. (4)

El completo y rotundo estudio realizado por Juan Cabral Bustillo y Antonio Cabral Chamorro sobre Las gañanías de la campiña gaditana 1900-1930, en el que se analizan el estado de las gañanías de 72 cortijos de Jerez y 11 de Arcos en los años 1931-1932, tomando como referencia la información proporcionada por la Inspección de Sanidad del Ayuntamiento jerezano, confirma en buena medida los testimonios que se traslucen en La Bodega. Después de todo lo anterior, no es de extrañar que Blasco Ibáñez, en boca de uno de sus personajes exprese lo siguiente:



Zarandilla, que había presenciado todo esto, indignábase de que tachasen de holgazanes a los braceros. ¿Por qué habían de trabajar más? ¿Qué aliciente les ofrecía el trabajo…?...

-Y la tierra Rafaé, es jembra, y a las jembras, pa que sean agradecías y se porten bien, hay que quererlas. Y el hombre no puede queré a una tierra que no es suya. Sólo deja el sudor y la sangre sobre los terrones de que puede sacar el pan. ¿Digo mal, muchacho?




Como ya hemos escrito en otras ocasiones, cada vez que recorremos la campiña en torno a Jerez y estamos ante una gañanía… sentimos un profundo respeto en recuerdo de aquellos jornaleros del campo, de su explotación y de las penosas condiciones de vida que sufrieron. Que no se olviden y que no se repitan.

Para saber más:
(1) Blasco Ibáñez, Vicente.: La bodega. Plaza Janés Editores, 1979. A esta edición se refieren las citas.
(2) Jiménez García, J.L.: El Jerez y los escritores viajeros. www.jerezdecine.com
(3) Morales Benítez, A.: Prensa, masonería y republicanismo. Manuel Moreno Mendoza (1862-1936). Ayuntamiento de Jerez, 2008.
(4) Ramón de Cala: El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos (1884) Edición Facsímil (2002), pp. 92-94. Editada por el Ayuntamiento de Jerez y coordinada por Joaquín Carrera Moreno, a quien agradecemos las referencias a la obra de Ramón de Cala y las condiciones de vida de los jornaleros del campo.
(5) Cabral Bustillos, J. y Cabral Chamorro, A.: Las gañanías de la campiña gaditana, 1900-1930: Una contribución al estudio de las condiciones de trabajo de los obreros agrícolas andaluces. Historia social, nº 9, 1991, pp. 3-16

Procedencia de las ilustraciones:
Vicente Blasco Ibáñez: wikiquote.org/wiki
Manuel Moreno Mendoza: tarifaweb
Fermín Aranda: commons.wikimedia.org/wiki
Fermín Salvochea: El Blog de Fita
Gañanía de 'El Sotillo': Cortijos, haciendas y lagares de la Provincia de Cádiz
Gañanía de El Chorreadero Viejo. S. José del Valle: Arte informado


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: El paisaje y su gente, El paisaje en la Literatura y Canción triste de las gañanías.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 18/05/2014

Caballos, yeguas y potros en la campiña.
Un recorrido por la toponimia de nuestro término.




Por segundo año consecutivo estamos asistiendo a una edición muy especial de la Feria del Caballo: una Feria sin celebración en el recinto ferial, y sin que el caballo, su gran protagonista, haya podido hacer presencia en el González Hontoria ni en la ciudad.

Modestamente, queremos desde estas páginas de "entornoajerez" rendirle nuestro particular homenaje, invitándoles a un paseo por el término municipal jerezano para rastrear en los parajes de nuestro entorno, esa geografía del caballo que descubrimos de la mano de la toponimia y de la historia. ¿Nos acompañan?

Caballos en la toponimia de la campiña.



Frente a lo que pudiera pensarse, no abundan los topónimos que mencionen explícitamente al caballo. Buena parte de ellos tenemos que buscarlos en los paisajes serranos de nuestros montes. Así, en las faldas del Picacho que miran al norte, nace el Arroyo del Caballo, o de la Garganta del Caballo, que recoge las aguas de otros cursos menores para entregarlas al embalse de Guadalcacín, entre los cortijos de Picado y Garcisobaco. El arroyo cruza por un sector de los Montes de Jerez separando las dehesas de Montifarti y Montifartillo. La carretera que une el Puerto de Las Palomas con el Puerto de Gáliz cruza por este arroyo serrano cuyo valle cerrado es un típico exponente de los “canutos” que encontramos en el Parque Natural de los Alcornocales al que pertenecen estos terrenos. Próximo a estos lugares está también el Lomo del Caballo, un espolón rocoso que se forma en las faldas del Picacho en dirección al Puerto de las Palomas, separando los términos de Jerez y Alcalá de los Gazules. Frente al cortijo de Vicos se encuentra también el Arroyo de los Caballos, que baja de las laderas del Cerro de Vicos.



Ya en la campiña encontramos varios lugares donde se repite un mismo topónimo de Haza del Caballo. En Tabajete, junto a las estancias del cortijo, se denomina con este nombre un sector del mismo colindante con las marismas de Asta y Tabajete. Lo mismo sucede en el cortijo de El Troval, donde el Haza del Caballo da nombre a las tierras que vemos junto a la carretera que une Nueva Jarilla con la Torre de Melgarejo, en cuyo extremo sur hay una cantera de arenisca. Otro tanto sucede en la carretera de Morabita, frente a El Bujón, donde una parte de las tierras del cortijo de Casablanca son conocidas como Haza del Caballo. Tal vez este nombre repetido en otros puntos de la campiña, puede hacer alusión a la porción de tierra sin cultivar que se destinaba en muchas fincas para el ganado de labor y donde pastaban bueyes y caballos.



En las tierras de albariza no podía faltar la Viña El Caballo, ubicada en el pago de Balbaina, en el cruce de la carretera de Rota con la Cañada de las Huertas. Colindante con las viñas de Santa Cruz o el Calderín, su casa principal se construyó en 1865 como cabecera y centro de la gran explotación de las bodegas Osborne. En la actualidad comparte a la vez los usos de casa de labor, edificio social de la empresa y casa de recreo de sus propietarios. Junto al caserío destaca un hermoso jardín privado que “realza la condición señorial y social de la viña” (1).

Caballería y caballerías en la campiña.

Son también frecuentes los topónimos en los que aparece la expresión caballería o caballerías que en estos casos sólo apuntan indirectamente, a la presencia de caballos en los lugares a los que dan nombre. En los ejemplos que hemos localizado, su utilización obedece a distintas razones. En varios de ellos, como nos informa el diccionario de la RAE, la “caballería” está referida a una medida agraria de superficie del terreno al que alude que es “equivalente a 60 fanegas o a 3863 áreas aproximadamente”, es decir, casi cuarenta hectáreas. En otros, adquiere el significado de “porción de tierra que se repartía a los caballeros que habían contribuido a la conquista o a la colonización de un territorio” o de “la suerte de tierra que, por la Corona, los señores o las comunidades, se daban en usufructo a quien se comprometía a sostener en guerra o en paz un hombre de armas con su caballo”.

En las fuentes documentales medievales hallamos algunos ejemplos de esta acepción de “caballería” como pago a los servicios prestados a la corona. Así, en el último cuarto del siglo XV, nos recuerda el historiador Esteban Rallón que “… por este tiempo hizo merced el rey a Martín de Vera, hijo del valiente alcaide de Jimena Pedro de Vera, del castillo y casa del Berrueco de Medina y de cien caballerías de tierra en su contorno. Presentó esta gracia en el cabildo y la ciudad se opuso a ello, como perniciosa a sus vecinos” (2). Y no es de extrañar la reacción del concejo jerezano ante la gran superficie entregada por Enrique IV a Martín Gómez de Vera.



Años después, los Reyes Católicos, atendiendo a las quejas del cabildo, “rebajarían” finalmente la donación a 20 caballerías (3). Otro ejemplo en el que “caballería” hace alusión a medida de superficie y que se emplea como el terreno que se cede a cambio de un impuesto es el que nos apunta el profesor Emilio Martín, en el caso de los intentos por parte de la corona castellana de crear nuevas poblaciones en las tierras comunales del alfoz jerezano. Así, en 1503 se pregonó a los interesados: “Sepan todos que la reyna, nuestra sennora, manda poblar dos lugares en el término de esta çibdad de Xeres: el vno en la Fuente del Rey y el otro en la Vega del Vicario. E que el caballero se le dé vna cauallería de tierra para labrar por pan e al peón vna peonía… e paguen a esta çibdad de terradgo vn cahis de trigo por cauallería de tierra de cada vno anno” (4).

Por citar sólo algunos ejemplos de nuestra campiña donde aún se conservan estos topónimos, mencionaremos el paraje conocido como La Caballería, entre los cortijos de Mojón Blanco y Los Villares, próximo también al aeródromo de Trebujena. Se trata de un espacio llano que conecta con las marismas del Bujón y de Mesas de Asta, colindante con Monasterejos, drenado en la actualidad por el Caño de El Bujón. La Caballería y La Caballería de Infante, son también sendos lugares situados a orillas el Arroyo del Alquitón, junto al Castillo de Gigonza. Caballerías de Casa Jauría, da nombre a un rincón de la campiña, ubicado entre los cortijos de Las Piletas, Los Arquillos y Lomo del Orégano, ya en los límites con los términos de Medina y Paterna, en un espacio por el que discurría la antigua cañada que unía Jerez con esta última población.



Como Caballerías de la Zarza, se conoce también a un paraje situado junto a la carretera de Jerez a Puerto Real, que sigue el trazado por el borde de la marisma de la antigua Cañada Real de la Isla y Cadiz. En él se conserva un antiguo puente (denominado “puente romano”) sobre el Arroyo Salado de Puerto Real, próximo a la conocida granja de cocodrilos “Kariba”.



Por último, en las proximidades de la Laguna de Medina, junto a la Cañada Real de Lomopardo, conocida también como “Puerta verde de Jerez”, encontramos las tierras del Caserío de Las Caballerías y del Cortijo de Las Caballerías Altas. En el primero, el olivar cubre buena parte de su superficie que linda con la laguna. El segundo, vecino de las tierras de Martelilla, está próximo a El Mojo.



Buena parte de estas “caballerías” citadas se sitúan en tierras que lo fueron de baldíos y monte bajo, por lo que cabe pensar en su posible entrega o reparto en tiempos pretéritos a quienes prestaron algún tipo de servicio en la conquista o colonización del territorio.

Yeguas y potros.

En esta geografía de los lugares vinculados al caballo no podemos olvidarnos de las dehesas. Las dehesas de uso comunal o concejiles surgieron por iniciativa de los concejos que solicitaban a la corona el permiso para acotar determinadas zonas al objeto de reservarlas como pastos para los animales de labor: bueyes, caballos, yeguas, potros… Por lo general, las dehesas contaban con amplios espacios abiertos entre los que no faltaban los árboles que, según la naturaleza del suelo, solían ser encinas, acebuches, alcornoques o quejigos. Para su ubicación se buscaba también su proximidad a las vías pecuarias que discurrían por el término, así como la existencia de agua, bien por las cercanías de un río, arroyo o laguna importante, bien porque en estos espacios se contara con fuentes o pozos.

En la campiña de Jerez, las dehesas concejiles contaban con cierta especialización que llevaba a la reserva de distintos espacios a determinadas especies ganaderas (5). Así, en lo que al ganado caballar se refiere, destacamos la Dehesa de los Potros o del Cubo, ubicada junto a la antigua aldea de Albadalejo, en las proximidades de la actual población Estella del Marqués. Las tierras de esta dehesa estaban cruzadas por el Arroyo Salado y en sus cercanías estaba la laguna de Torres, conocida también como de Sepúlveda, desecada a mediados del pasado siglo. En la actualidad conserva aún el nombre de Los Potros una de las fincas de este mismo paraje, situada junto a la carretera que une Estella con El Circuito (antigua Cañada de Bornos), dedicada a cultivos hortícolas de primor.

Lo mismo sucede con la Dehesa de Las Quinientas o de Los Potros, espacio comunal que en los siglos medievales acogía yeguas, potros y caballos de los jerezanos. Situada en una amplia zona llana, en la margen izquierda del Guadalete, junto a la Cañada de la Isla y de Cádiz, contaba con amplias zonas de pastos con bosquetes de encinas y sotos fluviales, además de con los humedales de La Isleta, Bocanegra y Las Quinientas.



Actualmente, la finca Los Potros, situada en las proximidades del Puente de Cartuja, junto a la planta elevadora del canal del bajo Guadalete, conserva aún el nombre que estos parajes tuvieron hace siglos.

Algo parecido sucede con la Dehesa de las Yeguas, espacio forestal y marismeño en el término de Puerto Real, que formó parte en su día del alfoz jerezano hasta la segregación de estas tierras con la fundación por los Reyes Católicos de aquella población. Las Yeguas es hoy un pinar de pino piñonero situado junto a las marismas de Cetina y el Río San Pedro y constituye un espacio de esparcimiento y ocio para las poblaciones del entorno de la Bahía.

En los siglos medievales, como las dehesas de Los Potros, sirvió de lugar de pastos para potros y yeguas, animales estos últimos imprescindibles para el mantenimiento de la cabaña caballar y para determinadas faenas agrícolas como la trilla.

Otros topónimos vinculados a la ganadería equina.

Junto a los citados, otros topónimos de la campiña se relacionan con la ganadería equina. Así, por ejemplo, el conocido Cerro o Cabeza del Asno, pequeña loma situada frente al centro comercial Área Sur, o la conocida Cuesta de Matajaca, un paraje situado en las laderas de la Sierra de San Cristóbal, por donde discurre la carretera que une Jerez y El Puerto de Santa María. Esta famosa cuesta era uno de los tramos de mayor dificultad de la antigua Trocha del Puerto, camino que transitaban los arrieros y los viajeros a lomos de mulas y caballos ya que en sus tramos de mayor pendiente, no era apto para carretas por las anfractuosidades de la ruta.

Pero si las jacas salen mal paradas en nuestra geografía, no se quedan atrás los rocines. Eso es lo que se desprende del curioso topónimo de arroyo de Mata Rocines (que da también nombre a un antiguo puente de rosca de ladrillo), pequeño curso fluvial afluente del Guadalete, que discurre a los pies de la cuesta de Matajaca y de la Sierra de San Cristóbal y que en la actualidad es conocido como arroyo del Carrillo. Aunque ya no se conserva como topónimo, existió el paraje de Mata Asnos, un lugar próximo al Guadalete, tal vez un vado, situado en las cercanías del actual azud del Portal o Puerto Franco, en el límite del término de Jerez con el Puerto. En las ordenanzas municipales de 1510, regulando la pesca en el río se escribe que "... ningunas personas veçinos de ella ni otros algunos no pudiesen pescar en el río realengo desta çiudad de la Yna fasta Mata Asnos con tejones ni con bolantes ni atrabesar el río a agua tener e con otros artes pryuidos en las dichas ordenanças" (6).

Repartidos por toda la campiña encontramos en la actualidad numerosos cortijos, instalaciones hípicas, cuadras, yeguadas, picaderos… dedicados a la cría del caballo o a sus cuidados. Con todo, en la toponimia sólo unos pocos de estos nombres reflejan esta vinculación. Este es el caso, por ejemplo, del Cortijo de Los Establos, situado en la carretera de Trebujena, próximo al de La Mariscala, del que forma parte. Llaman la atención en este cortijo las naves alargadas, destinadas a establos de mulos, cuyos muros fueron construidos en piedra vista, en los que destacan los huecos de puertas y ventanas, enmarcados por ladrillos. Las cuadras de mulos recuerdan aquí a la tradicional disposición de las estancias destinadas a los bueyes, con hileras dobles de pesebres de madera y pavimentos de cantos rodados (7).



La Yeguada del Hierro del Bocado o de La Cartuja, ubicada en la finca Fuente del Suero conserva también un antiguo topónimo que enlaza con la estirpe de los famosos caballos cartujanos. Otros lugares de la campiña, como los cortijos de Vicos o Garrapilos, acogen a la Yeguada Militar, donde se crían los caballos de pura raza española y aunque en su nombre no exista vinculación aparente con el caballo, son referentes de primer orden a nivel nacional en lo que a la ganadería equina se refiere.



Dejamos para el final un curioso topónimo: Majarromaque, tal vez uno de los más antiguos de cuantos se conservan en nuestra campiña, muy relacionados con el mundo del caballo. Su sonoridad y su rareza encierran un hermoso origen ya que se trata de un topónimo árabe que procede de la adición de las voces “maysar” (cortijo o cortijada) y “rummak” (yegüero): “el cortijo del yegüero” (8). No deja de ser curioso que, hace ya un milenio, este rincón de la campiña era conocido por que aquí se criaban caballos, como sucede hoy en Vicos y en Garrapilos, colindantes con Majarromaque. Que tengan ustedes un buen final de feria.

Para saber más:
(1) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002. pp. 215.
(2) Rallón E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, 4 vols., edición de E. MARTÍN y A. MARÍN. Jerez de la Frontera, 1997, vol. II p. 390.
(3) García Lázaro, A. y J.: El castillo de Berroquejo. Un superviviente de las luchas de frontera. Diario de Jerez, 20/04/2014. También en http://www.entornoajerez.com/2014/04/el-castillo-de-berroquejo-un.html.
(4) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera. Territorio y Poblamiento durante la Baja Edad Media., Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2003, p. 162
(5) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pp78-79.
(6) Carmona Ruiz M.A. y Martín Gutiérrez, E.: Recopilación de las ordenanzas del Concejo de Xerez de la Frontera. siglos XV-XVI. Estudio y edición. UCA, Servicio de Publicaciones, 2010, P. 177.
(7) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares… pp. 240-241.
(8) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, p. 279,


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Toponimia, Paisajes con historia, Cortijos viñas y haciendas.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 08/05/2016

 
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