Durante los años que vivimos en el barrio de la Azucarera de Jédula, entre 1972 y 1980, lo primero que veíamos cada mañana al levantarnos era la silueta inconfundible de la Sierra de
Grazalema. Orientada al este, nuestra ventana nos ofrecía un día sí y otro también el juego del sol, siempre cambiante, asomándose entre los perfiles de aquellos montes, sin nombre para nosotros todavía.
Unos años después, a finales de los 70, cayó en nuestras manos en la Biblioteca del Instituto de Estudios Gaditanos un libro recién publicado que nos abrió de par en par las puertas de la sierra, mostrándonos los caminos poco transitados que empezaban a trazarse por aquellas montañas que, por la razones comentadas nos resultaban
tan familiares. Aquel trabajo llevaba por título “
La Serranía de Grazalema. Guía excursionista y montañera” (1), siendo pionero en su género, considerado hoy todo un clásico. Su autor, el profesor y montañero
Manuel Gil Monreal, a quien conocimos después y de cuyas descripciones aprendimos los primeros pasos por estos montes, le “ponía” por fin nombre a aquellos omnipresentes perfiles que desde la campiña de Jerez o la Bahía de Cádiz son el telón de fondo de la provincia.
En 1984, Gil Monreal, junto a otros compañeros, publicará también el primer mapa de cordales de la Sierra de Grazalema donde aparece uno de sus precisos dibujos, que aquí presentamos como
homenaje a este montañero y amigo fallecido hoy, 17 de diciembre de 2021..
En él se esquematizan los relieves más sobresalientes de la Sierra de Cádiz, tal como los vemos desde las tierras situadas al oeste, la campiña de Jerez y la Bahía de Cádiz. (2)
Cuatro siglos atrás: la Serranía de Grazalema en una carta náutica del XVI
Sirva esta introducción para proponerle al lector una mirada. Sitúese en un lugar abierto y despejado, oriéntese hacia el este – mejor si es al amanecer- y, si puede, elija un punto con algo de altura que le permita otear el paisaje sin obstáculos ante su vista. A poco que lo intente descubrirá a lo lejos, cerrando el horizonte, los
perfiles de la Sierra de Cádiz presididos por la mole del
Torreón, el pico más alto de la
Sierra del Pinar que los antiguos conocían también como
San Cristóbal. Esos mismos perfiles que minuciosa y precisamente se dibujan por primera vez, hace casi 40 años, por Manuel Gil Monreal.
Curiosamente, son los mismos que cuatro siglos atrás reflejó el holandés
Ioannes Doetecum -pintor, grabador y cartógrafo- en su “
Andaluzia ora marítima…”, una singular carta para navegantes donde se representa la fachada atlántica andaluza. La carta forma parte de uno de
los atlas náuticos más famosos de su época, siendo tal vez el primero que alcanzó una gran difusión:
Spieghel der Zeevaert. Este Espejo del Navegante, obra del cartógrafo alemán
Lucas Jans Waghenaer, fue editado por primera vez en Leyden en 1584.
Durante toda la segunda mitad del siglo XVI Ioannes Doetecum y su hermano Lucas, con quien firma mucha de sus obras, realizan numerosos trabajos (acuarelas, cuadros, estampas, cartas náuticas, mapas y vistas de ciudades…). Uno de estos trabajos como grabadores es la carta dedicada a la costa andaluza a la que hacemos referencia y, aunque desconocemos la fecha exacta de su elaboración, debió ser
realizada entre 1580 y 1584, fechas en las que fueron trazadas otras de las hojas de este atlas.
Junto a otros avances técnicos en la elaboración de mapas, el Espejo del Navegante supone para los marinos de la época el primer atlas que compendia un completo conjunto de cartas náuticas, derroteros, datos de distancias y sondas, así como consejos prácticos de navegación por las costas de las que se ocupa.
Uno de estos elementos que aporta la carta de Ioannes Doetecum es la de
los perfiles de las montañas observables desde la costa, dato que supone para los pilotos una importante ayuda para la navegación.
Como reza la leyenda (“
Andaluzia ora marítima…”) esta singular carta náutica refleja el espacio
costero comprendido entre la desembocadura del Guadiana y la costa gaditana. Este hermoso y colorista mapa, donde se dan la mano el latín, el holandés, el alemán y el castellano, aporta interesantes datos sobre las
poblaciones del litoral, los estuarios fluviales, los puertos… pero lo traemos aquí porque es tal vez el primero en el que aparecen reflejados con nitidez y precisión los
perfiles de la Sierra de Cádiz, así como los del Peñón de Gibraltar. Y ello por una razón práctica de primer orden ya que estos relieves,
divisables desde grandes distancias, constituyen referencias visuales y seguras para los navegantes.
Si bien es verdad que en la década anterior,
Joris Hoefnagel había realizado las primeras estampas en las que aparecían –y se reconocían con cierta fidelidad- las montañas
de los alrededores de Zahara y Bornos, esta primera representación gráfica de toda la serranía que nos aporta
Ioannes Doetecum apunta con gran acierto los elementos más relevantes del conjunto montañoso. La leyenda de la carta se refiere a la Serranía como “
Montañas de Granada”, pero en sus perfiles se reconoce con claridad, de izquierda a derecha Sierra Margarita, Loma Becerra o Zafalgar, la mole de la Sierra del Pinar que destaca en el horizonte, tal vez la sierra de Albarracín, delante de aquella…
Igualmente definidas se presentan las cumbres del Endrinal, apuntándose también, de manera menos clara El Caillo, Los Pinos… Habría que esperar más de cuatro siglos para que los dibujos de
Manuel Gil Monreal trazaran una imagen más precisa de los perfiles de la Sierra.
La Sierra del Pinar: faro de los navegantes.
La carta de I. Doetecum, al reflejar la silueta de nuestras montañas no hizo sino utilizar de manera práctica algo que los navegantes ya venían haciendo desde la antigüedad: orientarse por esa referencia visual que cierra al este el horizonte de las tierras gaditanas, ese “faro pétreo” e imponente que la mole rocosa del
Torreón o
Pinar, con sus
1654 m. de altitud, supone para quienes se acercan a nuestras costas.
Ya en el siglo XVII, el historiador
Fray Esteban Rallón, al referirse al nacimiento del río Guadalete, menciona esta sierra, incluyéndola en la cordillera de montañas de la que forman parte las sierras granadinas, como se especifica también en la carta náutica ya mencionada. Dice Rallón que “
constante cosa es que el Guadalete nace al pie de la que hoy llamamos sierra de Ronda o de el Pinar que es la parte más prominente de los montes Orospedas (así los llama Florián de Ocampo) y comienzan en el Estrecho de Gibraltar desde donde se dilatan hasta Granada, llamándola hoy en su principio la Serranía de Ronda, y en su fin las Alpujarras…; de modo que todo Guadalete nace en las faldas de esta sierra a quien el moro llamaba Montebur porque en su tiempo tenía aquel nombre…" (3).
Una de las muchas referencias a la Sierra del Pinar como hito visual para los marinos la aporta
Madoz (1850): “
El punto más culminante de todas las sierras de la provincia es la llamada de San Cristóbal, que nace o se levanta desde otras sierras bien elevadas, sobre la v. de Grazalema, y va a morir en la del Pinar: es la primera que distinguen los navegantes cuando regresan de América, y desde su cúspide, con el auxilio de un buen telescopio, se distinguen, el cabo de San Vicente y las ciudades de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga y Gibraltar. (4). En esta descripción aparece nombrada como San Cristóbal, denominación con la que también se conocía a las cumbres del Pinar.
El insigne geólogo
José Mac-Pherson, apunta también unas décadas más tarde, al escribir su “Bosquejo geológico de la provincia de Cádiz”, esta misma idea: “
La Sierra del Pinar está formada de dos trozos distintos separados por la depresión que forma el Puerto del Pinar… El primero y más importante es el trozo del que forma parte el mencionado Cerro del Pinar, atalaya de los navegantes y conocido por ellos con el nombre de Cerro de San Cristóbal. Este era el primer punto de la Península Ibérica que se divisaba cuando los antiguos galeones venían de retorno del Nuevo Mundo”. (5)
Unos años después,
F. de Asís Vera y Chilier, quien se apoyará para sus trabajos en gran medida en la obra de Mac-Pherson, vincula otra vez el San Cristóbal (o Pinar) a los navegantes, atribuyéndole incluso a estos el nombre con el que se conoce al monte: “
Frente á la sierra del Endrinal y formando el otro lado del puerto, se levanta el áspero e imponente picacho de la Cruz de San Cristóbal a 1.562 m. sobre el nivel del mar, enclavado en la masa del cerro del Pinar, punto culminante de toda la provincia.
Este cerro es parte de la sierra del Pinar comprendido entre los puertos de Royal y del Algamazón y que con sus dos contrafuertes las sierras de la Silla y Albarracín, es uno de los lugares más amenos. Su arbolado es muy corpulento. La sierra del Pinar está formada de dos trozos distintos, separados por la depresión que forma el puerto del Pinar, de los cuales el más importante es el llamado cerro del Pinar, nombrado por los navegantes cerro de San Cristóbal”. (6)
De lo que no cabe duda es que, los inconfundibles perfiles de la Sierra de Grazalema han sido desde antiguo una referencia en el paisaje, para quienes navegan por la fachada atlántica gaditana, y para los que desde la campiña, o la sierra, “navegamos por los mares interiores” de esta provincia donde hay un “faro” con el que orientarse: la Sierra del Pinar.
Esa que hace más de cuatro siglos, Ioannes Doetecum dejó reflejado en sus cartas. La misma que desde hace cuatro décadas comenzó a ser conocida para todos los aficionados a la naturaleza y al senderismo de la mano de los trabajos y publicaciones de un pionero de nuestras montañas,
Manuel Gil Monreal, de quien se cumple hoy un año de su fallecimiento y en cuyo recuerdo hemos querido rescatar estas líneas.