Por el camino de Jerez a Arcos.
Un recorrido en 1744.




En “entornoajerez” nos gusta transitar por los carriles y antiguas cañadas de la campiña, por esos viejos y olvidados caminos en los que aún es posible descubrir algunos testimonios de la importancia que en el pasado jugaron en las comunicaciones entre poblaciones cercanas.

En nuestro paseo de hoy nos vamos a trasladar a mediados del siglo XVIII, de la mano de un curioso manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional, dado a conocer hace unos años por el historiador Antonio Domínguez Ortiz. De autor desconocido, lleva por título “Descripción de caminos y pueblos de Andalucía”, y fue escrito en torno a 1744 como apunta José Jurado Sánchez, quien ha estudiado este interesante documento que nos permite conocer la estructura de la red viaria de buena parte de la provincia (1). Para ser fieles al texto realizaremos nuestro “viaje” partiendo de Arcos para entrar en Jerez por los “callejones de las viñas”.

Cinco leguas de camino.



La descripción del camino, saliendo de Arcos, comienza aportando unos datos generales sobre la distancia entre ambas poblaciones y las características del terreno que atraviesa: “Hay desde Arcos a Xerez 5 leguas. El terreno es bueno; a la media legua está poblado de olivar, dos leguas de tierra limpia de lavor y como 3 cuartos de legua poblados de viña y olivar, sin otro monte alguno, a lo que se sigue para entrar en Xerez unos callejones, como de media legua, formados de las cercas de viñas, olivares, etc.” (2)



La distancia por carretera que hoy día hay entre ambas poblaciones es de 32 km, y algo menor (29 km) por la autovía de reciente construcción, por lo que las 5 leguas (unos 29 km) se aproxima bastante a la actual, aunque el trayecto, como veremos, se trazaba por distintos lugares. También el paisaje agrícola guarda algunas semejanzas y así, al salir de Arcos, tras bajar la cuesta de Valdejudíos las laderas de los cerros junto a la carretera están cubiertas en parte con el extenso olivar de Macharaví. Más adelante, en el camino hacia Jédula, también nos encontramos con amplias extensiones de tierra “limpia y de labor”, como a mediados del s. XVIII que pertenecen a los cortijos de La Torre, La Cantarera, Cortijo Nuevo, Jédula, ... Entre Vicos y La Peñuela, completando también las dos leguas que se apuntan en el manuscrito, se repiten las lomas de tierras de secano, apareciendo las primeras viñas en La Cartuja de Alcántara, lejos aún de la ciudad de Jerez, a diferencia de las de los callejones que se mencionan en el relato dieciochesco.

El paso de ríos y arroyos.



La red hidrográfica también está presente en esta suerte de “guía de viajes” ya que la eventualidad de tener que cruzar ríos y arroyos y la existencia de vados, pasadas o puentes era un asunto de vital importancia para un viajero. Así se indica que: “A la media legua hay el arroyo salado de esta ciudad (Arcos), que pasa por una puente pequeña de ladrillo y mampostería, es el mismo camino que se encuentra al principio del camino que va a Las Cabezas. Así mismo, a las 3 leguas y media se encuentra el arroyo que llaman del Gato, termino de Xerez; tiene su origen en las tierras que llaman Quartillos, que son pobladas de olivar y viña, y desagua en el arroyo de Sepúlveda. A las 4 leguas y media hay otro que llaman el Valadejo, tiene una calzada para pasarse, su origen en las marismas de Lebrija y Trebujena y desagua en el río de San Pedro".

El arroyo salado al que se alude no es otro que el Salado de Espera, que cruza actualmente la carretera y la autopista en el punto conocido como Venta La Mina, un singular paraje así denominado porque desde mediados del siglo XIX y hasta comienzos del XX se explotó allí una mina de azufre. Este arroyo, que se une al Guadalete en las cercanías de la Junta de los Ríos, ha tenido siempre furiosas crecidas que lo hacían intransitable en la época de lluvias. No es de extrañar por ello que, al menos desde el siglo XVII, haya contado con pequeños puentes o alcantarillas para cruzarlo. En la actualidad aún se mantiene en pie la “puente pequeña de ladrillo y mampostería” a la que se alude en nuestra “guía de viajes” cuya visita recomendamos al lector.



La alcantarilla del Salado, a los pies de los cerros del Guijo, junto a la antigua Venta La Mina, era también conocida como Puente de Valdejudíos, mientras que en otras fuentes es denominada como “alcantarilla de Matajaca”, o incluso como “alcantarilla de Jerez”. Al menos desde 1611 ya consta la existencia de un puente en este lugar del camino de Arcos a Jerez (3), así como otras referencias a su reparación y reconstrucción a lo largo de los siglos XVII y XVIII (4).

Aunque en la Descripción no se hace mención a otros arroyos que el camino de Arcos debió también cruzar (los de Jédula, Arroyo Dulce y Canillas) sí que repara en el “arroyo que llaman del Gato”. Este arroyo, que figura ya en todos los mapas de los siglos XVIII y XIX, pasa hoy día desapercibido a los viajeros. Tiene su origen, como bien apunta el texto, en “las tierras que llaman Quartillos”, entregando sus aguas al “arroyo de Sepúlveda” que no es otro que el actual arroyo Salado de Caulina. La cabecera del arroyo del Gato la encontramos junto al cortijo de Alcántara, cercano a Cuartillo, donde una hermosa galería de olmos lo escoltan en su primer tramo. Curso abajo es embalsado en la zona trasera del Circuito de Velocidad y del Campo de Golf de Montecastillo, al que abastece de agua de riego. Canalizado después por un modesto desagüe abierto entre los aparcamientos del Circuito, se une al Salado de Caulina en las tierras de la antigua finca de Sepúlveda, que en otros tiempos dieron nombre a este último arroyo. Como se ve, el antiguo



camino de Arcos en el s. XVIII, seguía a partir de la Torre de Melgarejo la traza de la actual Cañada de Bornos que discurra junto a la carretera que hoy en día comunica Estella del Marqués con el Circuito. Evitaba así el cruce de Los Llanos de Caulina que en aquel siglo era una tierra encharcadiza e inculta, cubierta por palmares y juncales, que sólo permitía su tránsito en la estación seca.

Desde el arroyo del Gato, y ya a solo media legua de Jerez (algo menos de tres km), la “guía” nos indica que el camino se encontraba con otro arroyo que “llaman el Valadejo,” y que éste “tiene una calzada para pasarse”. El Valadejo (metátesis de Badalejo o Albadalejo), no es otro que el actual arroyo Salado de Caulina. El descansadero de Albadalejo (todavía conserva este nombre) es el paraje en el que se edificaría en parte el pueblo de Estella del Marqués, y el que daba nombre a este rincón de la campiña surcado por el arroyo Salado. Para cruzarlo existían dos puentes (como puede verse en todos los mapas de los siglos XVIII y XIX, ya que, en este lugar, junto a la actual Venta La Cueva y al Vivero Los Cántaros, el arroyo se bifurcaba en dos brazos, que volvían a unirse aguas abajo, buscando ya el Guadalete en un curso paralelo a la autopista.



Como dato curioso (erróneo en este caso), el texto señala que el arroyo tiene su origen en las marismas de Lebrija y Trebujena, aunque en realidad procede de la confluencia de los pequeños cursos fluviales que bajan de la sierra de Gibalbín. Los altos de Montegil forman una divisoria que impide la comunicación de estas aguas con las de las marismas, que vierten ya al Guadalquivir. De gran interés resulta también la afirmación de que el Valadejo… “desagua en el río de San Pedro” en lugar de en el Guadalete, al que se une junto al Monasterio de La Cartuja, a la altura de Viveros Olmedo. La explicación de este cambio de nombre hay que buscarla en el hecho de que el Guadalete presentaba hasta mediados del s. XVII dos brazos en su estuario: el que desembocaba en El Puerto de Santa María, y el conocido como “madre vieja” o Albadalejo que en 1648 el Cabildo jerezano (bajo el auspicio de la cofradía de San pedro) comunicaron con un canal para darle salida a la Bahía de Cádiz en las cercanías de Puerto Real (5). Este brazo (que luego sería cortado) pasaría a llamarse desde entonces río San Pedro.

Los cortijos del camino de Arcos a Jerez.



Pero dejemos los arroyos y volvamos de nuevo al camino para fijarnos en los cortijos que describe esta “guía de viajeros”. Partiendo de Arcos, “…. A los 3 cuartos de legua está el cortijo de Yllena; a las 2 el de Jedala; a las 4 el de Melgarejo, y a la izquierda otro de Jedala, a las 2 leguas de esta ciudad; a 3 el de Bicos, a las 3,5 el de la Peñuela y a las 4 el de los Aziagos, y otros muchos que no son de nombre”.

El cortijo de Yllena (o de Illena, en otras fuentes) ya desaparecido con este nombre (6), es el actual cortijo de La Torre oculto a los viajeros que circulan por la carretera, tras las lomas cercanas al cortijo de La Cantarera, a la derecha del camino. Por sus tierras aún se conserva la vieja traza del ferrocarril de la Sierra que comunica con la antigua estación de Jédula. Más adelante, tras dos leguas de recorrido, el camino de



Arcos dejaba a ambos lados los cortijos de “Jedala”. Se trata de los actuales de Jédula (a la izquierda) y Jedulilla (a la derecha), ambos absorbidos por el casco urbano de esta poblada pedanía arcense, pero que hasta mediados de los cincuenta del siglo pasado aún podían verse aislados entre sus tierras de labor.



Continuando el camino, y a una legua de ambos, estaba a la izquierda el de “Bicos”, actual cortijo de Vicos sede de la Yeguada militar, por cuyas cercanías atravesaba antes de llegar a La Peñuela. Este último fue siempre uno de los de más renombre de la campiña por la extensión de sus propiedades y por su poblado caserío. En el XVIII y hasta casi mediados del pasado siglo, las de La Peñuela fueron tierras de olivares, como



lo fueron las de sus vecinos Alcántara y Cartuja de Alcántara, fundos todos que pertenecieron al monasterio cartujano, si bien en este último se plantaron también viñas. Por último, la “guía” menciona el cortijo de los “Aziagos”, el actual de Los Garciagos, donde en los años 80 del siglo pasado se construyeron el circuito de Velocidad y el campo de Golf de Montecastillo. En estas tierras de cerros cubiertos de monte bajo, se explotaron durante varios siglos canteras de caliza y de rocas de yeso para la fabricación de cal y yeso en sus conocidas caleras.



Después de recorrer cinco leguas, el camino de Arcos entraba en Xerez por unos “callejones, como de media legua, formados de las cercas de viñas, olivares” cuyo trazado debió corresponder en parte con el primer tramo de la actual carretera de Cortes, a la salida de los puentes de Albadalejo que como se ha dicho estuvieron situados en el paraje en el que hoy se encuentra el puente de la autopista que conduce a Estella del Marqués. Aunque el camino descrito no coincide a partir de la Torre de Melgarejo con el que sigue la actual carretera de Arcos, hay que recordar que también existió otra variante, más directa, que cruzaba los Llanos de Caulina, si bien, como se ha dicho, en la estación lluviosa no podía ser utilizado.



Así lo deja patente el conocido mapa de Tomás López (7) que ilustra este artículo y donde se reflejan las dos variantes de este camino centenario que hoy hemos querido recorrer como lo hicieron los viajeros del siglo XVIII.

Para saber más:
(1) Jurado Sánchez, J.:Descripción de caminos y pueblos de Andalucía”, Editoriales Andaluzas Unidas, S.A. Sevilla 1989.
(2) Jurado Sánchez, J.:Descripción…” pp. 66-67. Todos los entrecomillados referidos a este manuscrito han sido extraídos literalmente de estas dos páginas.
(3) Mancheño y Olivares, Miguel: Apuntes para una Historia de Arcos de la Frontera. Edición de María José Richarte García. Servicio de Publicaciones de la UCA y Excmo. Ayto. de Arcos. 2002. Vol. I. pg. 160.
(4) García Lázaro, A. y J.: La alcantarilla del Salado. UN viejo puente con cuatro siglos de historia, www.entornoajerez.com, publicada el 27 de abril de 2012.
(5) López Amador J.J. y Pérez Fernández E.: El Puerto Gaditano de Balbo. El Puerto de Santa María. Cádiz. Ediciones El Boletín. 2013, pp. 189-190
(6) Pérez Regordán, M.: Nomenclátor de Arcos de la Frontera. El Campo. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, 199, pp. 194 y 273.
(7) López T.: Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Algar, Tempul y despoblados y pueblos confinantes…1787. En este trabajo hemos manejado la versión digitalizada por nuestro amigo Francisco Zuleta Alejandre conservándose otro original en el AMJF, C. 13, nº 27. 33 x 42 cms.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Paisajes con Historia, En torno a Arcos, Carreteras secundarias.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 5/11/2017

Escenas medievales de caza en torno a Jerez.
De montería con Don Alfonso el Onceno.




Como todos los años, cada vez que salimos al campo en plena temporada de caza y escuchamos en los lugares más intrincados de nuestros montes los disparos de escopeta de los cazadores, volvemos a recordar que las sierras y bosques, los parajes montañosos y los espacios forestales están habitados por especies singulares que ahora se incluyen genéricamente bajo el nombre de “caza mayor”. Cabra montés, venado, corzo, gamo, muflón o jabalí, son las más relevantes de cuantas podemos encontrar en los parajes naturales y en los cotos de la geografía gaditana.

Desde la más remota antigüedad queda constancia de que en las tierras de la provincia de Cádiz la caza fue una actividad de gran importancia. En muchas de las pinturas rupestres de las cuevas y abrigos de las sierras del sur, pueden verse representaciones de animales y escenas relacionadas con la caza como sucede, por citar sólo algunas, en las cuevas del Ciervo o de Bacinete (Los Barrios), en la Cueva de las Palomas o en la de Atlanterra (Tarifa) y, especialmente, en la Cueva del Tajo de las Figuras en Benalup-Casas Viejas. De todo ello el lector interesado podrá encontrar magníficas imágenes en los trabajos desarrollados por Lothar Bergmann y sus colaboradores de los que hemos tomado la ilustración correspondiente a esta cueva (1).

Escenas medievales de caza en nuestras campiñas y montes.



Los testimonios escritos más sobresalientes sobre la caza en nuestra zona corresponden a los siglos medievales, teniéndose ya constancia de la importancia de las actividades cinegéticas en nuestro territorio durante la época andalusí. Tal como señala el profesor Abellán, la zona era un excelente lugar para la caza de aves, tanto es así que “…una laguna al sur de Jerez era conocida como “La laguna de las Aves”, identificándose este espacio con la actual Laguna de Medina (2). Otro testimonio citado por este autor lo ofrece Ibn Hayyan, quien recoge de las crónicas de al-Razi que el emir “Abd al Rahman II solía venir a Sidonia a cazar grullas” aves que, por cierto, ya no frecuentan en gran número nuestros humedales (3). Abellán apunta también otra referencia de la misma fuente donde se pone de manifiesto como “…el emir Abdarrhman b. Alhakam salió a cazar grullas, de lo que gustaba mucho, tras regresar de una lejana campaña que había hecho, y alargó su partida de caza, según costumbre que tenía, de modo que a veces llegaba a la cora de Sidonia o a Cádiz y otros lugares más lejos, pero esta vez se excedió, siendo época de invierno y temporada de grullas, hasta el punto de desazonarse sus compañeros, a los que causo fastidio” (4). Es muy probable que este segundo humedal pudiera ser la antigua laguna de La Janda.

Como ninguna otra fuente medieval, la Crónica de D. Alfonso el Onceno, recoge esta pasión de los poderosos por la caza y la especial predilección de este rey por su práctica. El historiador local Fray Esteban Rallón, tomando referencias de esta Crónica, nos recuerda en su Historia de Jerez que en 1342, cuando el rey Alfonso XI se dirige a cercar Algeciras “…hecha la masa del ejército, salió de nuestra ciudad a 5 de julio de este año, e hizo su primer alojamiento de la otra banda del Guadalete y el día siguiente descansó junto a la Laguna de Medina, dónde se embarcó en una laguna y fue a tirar a los cisnes, que había muchos en ella” (5). El interés por la caza y los “cazaderos” de nuestro entorno se vuelve a poner de manifiesto cuando el mismo rey, en 1349, se dirige hacia el sur con un poderoso ejército para tratar de poner cerco a Gibraltar, deteniéndose de nuevo en un lugar ya conocido para él, la Laguna de Medina, “a tirar a los cisnes como la vez pasada” (6).



Entre los numerosos testimonios sobre la caza en otros lugares próximos, mencionaremos como los Ponce de León, Duques de Arcos, utilizaban también la Sierra de Cádiz como cazadero, en especial los montes de Benamahoma en los que, en el siglo XV, se tiene constancia de la presencia de osos, amén de jabalíes, lobos, corzos y venados, por citar sólo las especies más relevantes. De entre todos ellos, como nos recuerdan los hermanos De Las Cuevas, las piezas más codiciadas eran los “puercos” o jabalíes a los que se cazaba con la ayuda de perros “…lebreles, o alanos en traíllas, luchan con los jabalíes, “como si fuesen dos hombres de armas”. Por muy lejos que queden los monteros conocen, en el silencio de la noche, que los lebreles se han agarrado a las orejas… Acudían, entonces y mataban a los jabalíes, hundiéndoles una daga en el corazón”. Las aficiones venatorias de los duques de Arcos en “el bosque de Benamahoma”, les llevará a construir un palacete o residencia de caza que dará lugar, con el paso del tiempo a la actual población de El Bosque (7).

Entre los siglos XIII y XV, buena parte de los montes y espacios forestales de la provincia quedarán como “tierra de frontera”, de modo que, como acertadamente han señalado Cueto Álvarez de Sotomayor y Sánchez García “…la provincia quedará dividida por un eje NE-SW, espacio de “tierra de nadie” consecuencia del hecho fronterizo entre dos ámbitos diferentes “castellano e islámico. En la mayor parte de nuestra geografía se produjo una coincidencia entre frontera natural y frontera política, al coincidir esta última con las zonas de contacto entre las tierras bajas y las áreas montañosas.” Ello provocará la lógica despoblación parcial de buena parte del campo que traerá consigo la aparición de grandes espacios vacíos en las zonas interiores y montañosas. De acuerdo con estos autores “…como consecuencia de este despoblamiento, durante el siglo XIII se produce un notable retroceso de los cultivos en beneficio de la vegetación espontánea… Con el avance del bosque y el matorral se produce una expansión de la fauna salvaje propia del territorio, entre las que estacan especies como el oso, el jabalí, los cérvidos (ciervo y corzo) y el lobo” (8).

De caza con don Alonso el Onceno por los montes de Jerez.

Para conocer el estado de nuestros bosques y montes en los siglos en los que fuimos “tierra de frontera”, existe una fuente de excepcional interés: el Libro de la Montería. Atribuido a Alfonso XI y escrito entre 1340 y 1350, es un testimonio de primer orden sobre la riqueza cinegética de las sierras gaditanas, haciendo especial hincapié en los montes del sur de la provincia. De su lectura, se deduce la presencia en las áreas montañosas próximas a Jerez de especies tan significativas como el oso (extinguido en el siglo XVI), jabalíes, corzos y venados o el lobo, cuyos últimos ejemplares en la provincia se cazaron en los Montes de Jerez hace casi un siglo (9). Por citar sólo algunos de estos interesantes pasajes contenidos en esa monumental obra, traemos aquí el que recoge las referencias a una parte de los términos de Arcos y de Tempul, sobre la que el lector interesado podrá encontrar más información en los trabajos de los profesores Pérez Cebada y Martín Gutiérrez:


El monte de Dos Hermanas es bueno de puerco en verano; la Foz de Guillena es buen monte de puerco en verano; el Bodonal de Gil Gómez es buen monte de puerco en verano; el Labadín es buen monte de puerco en verano; Atrera es buen monte de puerco en verano; la Xara de Algar es buen monte de osso et de puerco en verano. E es la bozería en cabo de la Foz, que no passe contra la Sierra de las Cabras, e porque es el monte grande, ha menester, que estén monteros con canes para renovar e para que dessennen, que digan a que parte quiere ir el venado. E son las armadas en la ladera del Alcornocal” (10).


El texto no puede ser más explícito y rico en información y, aunque han pasado casi siete siglos desde que fue escrito, reconocemos en él los escenarios en los que se llevaban a cabo estas monterías medievales. Para la caza del jabalí (“puerco”) ahí estaba ya, con ese mismo nombre, la Sierra de Dos Hermanas, con sus cumbres calizas gemelas a las que debe su nombre, cubiertas con una densa vegetación, como pueden verse ahora, antes de que la cantera que se explota en su base termine por desfigurar su hermosa silueta.

La Foz de Guillena es el nombre con el que en los documentos medievales se conoce a la Angostura del Majaceite (11), lugar en el que se levanta la presa de Guadalcacín. Esta estrecha hoz (“foz”), que forma el cauce del río a los pies de Sierra Valleja conformaba un embudo natural muy apto para las monterías y para canalizar las piezas de caza mayor hacia la estrecha angostura del río, donde a comienzos del siglo XX se construiría el primer pantano de la provincia.

Aún en la actualidad se mantiene el topónimo de Cañada del Puerto de Guillen que da nombre a una vía pecuaria que une los llanos de El Sotillo con la carretera que desde San José del Valle lleva hasta Guadalcacín II, a la altura de la Hacienda La Presa. Este paraje, como el anterior, de sierras abruptas próximas a un cauce fluvial, reúne los requisitos para albergar grandes mamíferos.

De más difícil ubicación es el Bodonal de Gil Gómez al que algunos autores sitúan en el entorno de Arcos o incluso en Montegil (12). Conviene recordar que la voz “bodonal” hace alusión a un terreno encenagado o a un espacio encharcado cubierto de espadañas u otras plantas palustres (13), por lo que este espacio debió situarse, a nuestro entender, en las cercanías de las vegas de Elvira, en las proximidades de El Mimbral, de la Junta de los Ríos o en otros rincones de tierras llanas y encharcables entre los términos de Tempul y Arcos cercanas al Guadalete o al Guadalcazacín o Majaceite, al igual que los otros montes y lugares a los que se hace alusión en este capítulo del Libro de la Monterías. Tal es el caso, por ejemplo, del monte de Labadín, que se corresponde con el actual paraje de El Abadín, próximo a la Junta de los Ríos, donde estuvo ubicada la aldea medieval del mismo nombre y donde aún se conserva una amplia zona cubierta de monte bajo (14).



El monte de Atrera, aún mantiene su nombre en las Dehesas de Atrera, un hermoso y agreste territorio poblado de bosques de encinas, quejigos y alcornoques que comparten los cortijos Atrera de Alcornocosa y Atrera de Santa María.



Enclavados en el Parque Natural de los Alcornocales, estos montes en los que aún hoy se cobran piezas de caza mayor, están situados entre la carretera de El Bosque-Algar y el pantano de los Hurones. La Xara de Algar no es otra que la Jara o “bosque” de Algar (15) que todavía podemos reconocer en los montes que rodean esta población, terrenos abruptos donde no faltan las masas forestales y el matorral del monte mediterráneo denso y bien conservado donde en los siglos medievales hallaban cobijo el jabalí y el oso. El cabo de la Foz se corresponde con la actual Boca de la Foz, estrecho desfiladero entre las sierras de La Sal y de Las Cabras, también citada en el Libro de la Montería. Este último paraje es donde se describe la escena que nos hace transportarnos a la Edad Media y donde se desvelan las estrategias usadas para la caza del venado.

Y es que, tras su lectura, resulta fácil imaginarse a los monteros en el cabo de la Foz, en la entrada de la garganta de Boca de la Foz, con sus canes, lebreles y alanos, dando voces para



conducir a los venados al lugar adecuado y evitar que se internaran en el denso alcornocal de las sierras cercanas. Eran las “armadas”, filas de cazadores que con sus gritos (“bozería”) y la ayuda de sus perros, espantaban a los ciervos, a los corzos y a los jabalíes, para conducirlos a la entrada de la garganta, como si de un gigantesco embudo natural se tratara, donde les aguardaban lanceros y ballesteros.

Escenas medievales de caza, en esos mismos parajes, en torno a Jerez, donde siete siglos después aún se conservan los mismos topónimos y los mismos montes poblados de corzos, venados y jabalíes (sólo en algunos cotos), aunque ya no quede en ellos más que el recuerdo de los osos y lobos que antaño vivieron en estos parajes.

Para saber más:
(1) Una excelente selección de pinturas rupestres de las cuevas y abrigos de la provincia de Cádiz y en especial de las que representan escenas de caza, puede verse en la web Arte Sureño: el arte rupestre del extremo sur de la península Ibérica. Disponible en el enlace: http://www.arte-sur.com/index.htm. De esta página hemos las imágenes de la cueva del Tajo de las Figuras.
(2) Abellán Pérez, J.: Poblamiento y administración provincial en al-Andalus. La cora de Sidonia”. Ed. Sarriá, Málaga, 2004. pp. 141.
(3) Ibidem, p. 141
(4) Abellán Pérez, J.: Poblamiento…, ob. cit., pp.141-142
(5) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 72.
(6) Ibidem, p. 85
(7) De las Cuevas José y Jesús.: El Bosque. Diputación de Cádiz. 1979. pp. 11-12.
(8) Cueto Álvarez de Sotomayor. M y Sánchez García, J.M.: Cádiz. Descripción e Historia de sus masas forestales. En “Segundo Inventario Forestal 1986-1995. Cádiz”. Ministerio de Medio Ambiente. 1997, pp.: 45-46. De este segundo autor, se recomienda también la serie de tres artículos: Sánchez García, J.M.: Caza mayor en la provincia de Cádiz. Diario de Jerez, 26,28 y 29 de diciembre de 1999.
(9) García Lázaro A. y J.: Los últimos lobos de nuestros montes, http://www.entornoajerez.com/, 25 de febrero de 2009. Disponible en el siguiente enlace: http://www.entornoajerez.com/2009/02/los-ultimos-lobos-de-nuestros-montes.html. De gran interés es también el reportaje de la revista Mundo Gráfico de 14/01/1914, sobre la caza del último lobo en la provincia de Cádiz.
(10) Pérez Cebada, J.D. (2009): Regulación cinegética y extinción de especies. Jerez, siglos XV-XIX. En Revista de Historia de Jerez nº 14-15, 2008/2009. pp. 211-212.
(11) Valverde, J.A.: Anotaciones a Libro de la Montería del Rey Alfonso XI, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2010, p. 1174. En esta excelente obra, donde se analiza toda la toponimia contenida en el Libro de la Montería, se identifica la Foz de Guillena con el cortijo de Illena, junto al Guijo y al Salado en Arcos, de lo que discrepamos toda vez que está suficientemente documentada en numerosas fuentes la identificación de este lugar con la Angostura del Majaceite. Al respecto puede verse, por ejemplo, Martín Gutiérrez, E.:Los paisajes de la frontera de Arcos a finales del siglo XIII”, en González Jiménez M. y Sánchez Saus, R. (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. USE y Ayto. de Arcos, 2016, p. 179.
(12) Valverde, J.A.: Anotaciones…, ob. cit., p. 1174.
(13) Casado de Otaola S. y Montes del Olmo C.: Guía de lagos y humedales de España. J.M. Reyero Editor. Madrid, 1995, p. 245.
(14) Martín Gutiérrez, E.:Los paisajes… ob. cit., pp. 190-191.
(15) Ibidem, p. 194.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Flora y fauna, Parajes naturales, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 31/12/2017

 
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