UN "ENCALADO A LA HISTORIA"
El hito megalítico de La Lancha El Pilón un año después


En estos tiempos confusos hay quien se dedica a “BLANQUEAR LA HISTORIA”. Otros, sin embargo, son mucho más expeditivos y, directamente, la ENCALAN. Si, así de fácil, con su cubo de cal y brocha en mano, pintan un menhir, un hito megalítico reconocido como Bien de Interés Cultural y lo dejan blanco reluciente.

Aunque suene un poco a pitorreo, esto es lo que denunciamos justo el año pasado por estas fechas en nuestro blog (https://www.entornoajerez.com/2022/09/el-menhir-de-la-lancha-blanqueando-y.html), de lo que se hicieron eco en los días siguientes más de una veintena de diarios de prensa escrita y digital de nuestro país y seis cadenas de televisión de ámbito nacional. A lo largo de estos meses la noticia (ya antigua) ha sido retomada en distintos programas dedicados a “antologías del disparate”, a “deterioro del patrimonio histórico-cultural” y otros temas parecidos.



Un año después, hemos vuelto al lugar, un apartado rincón al que se llega por la carretera provincial CAP-5234, una deliciosa vía secundaria que une la de Arcos a El Bosque con la de Villamartín a Prado del Rey y que atraviesa el paraje de La Sevillana, una vez que se han dejado atrás la tierras del Regantío y las colas del del pantano de Bornos. Y allí sigue “nuestro” menhir, tanto o más resplandeciente que la primera vez que lo vimos, como si el sol de agosto (o una nueva mano de pintura…) le hubiesen hecho más blanco.

Allí luce, desde lejos, como un faro, en un paisaje que se abre a los horizontes de los llanos de Villamartín y la Sierra de Grazalema. Junto a la carretera queda el antiguo Descansadero de las Palomas donde se cruzan la Cañada de las Carboneras y la Cañada Real de Ronda. En este lugar, a la izquierda de la carretera (en dirección a Villamartín), nos llamará la atención ese gran bloque de piedra que marca el camino de acceso al cortijo del Convento, y que destaca con rotundidad entre los cultivos de cereal por su blancor: el Menhir de la Lancha El Pilón (1).
 

Por refrescar la memoria del lector, recordaremos que, como informamos el año pasado a los medios de comunicación, se trata de un hito megalítico hincado verticalmente sobre el terreno que, con una altura máxima de 1,77 m, “se inserta en un túmulo de en torno a 1,80 m de diámetro” que no ha sido excavado y que podría deparar valiosos testimonios. Cuando lo visitamos por primera vez, hace más de diez años, lo hicimos atraído por la descripción que de él hacían los autores de un interesante estudio (2) publicado en “Arqueología y Cuaternario”, un libro homenaje a Francisco Giles Pacheco. Entonces podían verse con claridad algunos detalles que se adivinaban en las caras de este gran bloque de arenisca, aún después del desgaste que la erosión había ocasionado en su superficie. Así, se observaban huellas de abrasión en una de sus caras que, como se indicaba en el citado estudio, “se disponen en sentido semicircular, a 1,80 m del suelo actual, produciendo una imagen esteliforme de carácter antropomorfo”. En la descripción se añadía también que “tanto la cara Oeste, que da al camino actual, como la cara Norte ,presentan pequeñas cazoletas de origen natural, documentando la búsqueda intencional de piezas que sugerían motivos reconocibles por los constructores del momento”. El menhir de La Lancha ya se mencionaba en antiguos documentos de deslinde, en un lugar ya definido y localizado por distintas crónicas desde finales del siglo XV, porque su singular presencia en este paisaje, desde milenios atrás, no podía pasar desapercibida (3).




















En los años posteriores, y en distintas ocasiones, llevé a algunos amigos por esta carretera secundaria que tanto me gusta recorrer sin prisas y todos, sin excepción, quedaban sorprendidos ante este menhir que nos retrotrae a la ocupación del hombre en la más remota antigüedad en un territorio en el que se descubrió también el cercano y famoso dolmen de Alberite o el más modesto, pero no menos interesante de Las Rosas.

Pues bien, sirva todo este largo preámbulo para decir que, hace unos días volvimos al lugar… para comprobar que todo seguía igual y que ni el megalito se había limpiado, ni se había señalizado ni se había protegido… ni nada de nada. Si hace un año calificábamos de despropósito aquel “encalado” de la historia, y reclamábamos para el algún tipo de protección, señalización y limpieza, un año después tenemos que hablar de desidia, de abandono, de despreocupación por el patrimonio y de desprecio por la historia.



Si entonces podíamos ser “bien pensados” y achacar al desconocimiento del  valor de este elemento patrimonial, aquel “blanqueado”, hoy no podemos sino reprochar a “quien corresponda” (Delegación Provincial de Cultura, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Arcos…) su falta de actuación para devolver a su estado original, señalizar y proteger, este elemento del patrimonio cultural (tal vez de cinco milenios de antigüedad) que hoy sigue cubierto de una capa de cal, para vergüenza de todos.

NOTAS
 (1) Luis Iglesias García, José María Gutiérrez López, Ernesto Pangusión Cigales, Virgilio Martínez Enamorado, Lorenzo Enríquez Jarén y Antonio Bru Madroñal.:  “Sobre los límites del Campo de Matrera”, en  José María Gutiérrez López y  Virgilio Martínez Enamorado (Editores)  A los pies de Matrera (Villamartín, Cádiz). Un estudio arqueológico del oriente de Siduna, 2015, p p.487

(2) Bueno Ramírez, P, De Balbín Behrmann, R., Gutiérrez López, J.Mª y Enríquez Jarén, L. , 2010.: “Hitos visibles de megalitismo gaditano”, en Mata Almonte, E. (Coord.), Cuaternario y arqueología: Homenaje a Francisco Giles Pacheco, Cádiz, pp. 212-214.

(3) OSUNA, C. 3459, D/ y OSUNA, C.3459, D8. Citado en la referencia 1.













Una leyenda para un castillo.
En la Torre de Melgarejo con Fernán Caballero.




Publicada el 4/1/2014

Ahora que la Torre de Melgarejo lleva unos años que amenaza ruina, recuperamos parte de su historia, tal como la escribimos hace ahora unos años:

A veces, de manera inesperada, la literatura puede ser una fuente de primer orden para el conocimiento de nuestros paisajes y de su historia. Así, de la mano de ciertos textos literarios descubrimos el aspecto que ofrecían en el pasado parajes y rincones de nuestro entorno, edificios o monumentos que, alterados en la actualidad por el inexorable paso del tiempo, o víctimas de la desidia y de la incuria, se perderían para siempre en el olvido de no haber sido retenidos en las páginas de un libro. En muchas ocasiones algunos fragmentos de cuentos y relatos incorporan también personajes reales o imaginarios, historias ciertas o leyendas a estos escenarios de manera que, ya para siempre, unos y otros pasan a formar parte inseparable de un mismo paisaje.

Es lo que sucede en la visita que hoy les proponemos. Nuestra guía en esta ocasión es la célebre escritora Cecilia Böhl de Faber y Larrea, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero. El lugar elegido para este paseo literario por la historia y la literatura es el Castillo de Melgarejo y sus alrededores. Estamos en 1852 y hemos salido de Jerez en dirección hacia Arcos. El carruaje que traslada a nuestra autora discurre entre los palmitares de los dilatados y monótonos Llanos de Caulina y, poco antes de subir la cuesta hacia el camino de la Sierra, hace una parada. Un viejo torreón llama entonces su atención…. Pero dejemos que sea “Doña Cecilia” quien nos lo describa, tal como lo hace en el comienzo de “Lucas García”, cuento que forma parte de su obra “Cuadros de costumbres” publicada en 1862. (1)

Saliendo de Jerez en dirección á los montes de Ronda, que se van escalonando gradualmente, como para formarle un adecuado pedestal al bien denominado San Cristóbal, se atraviesa una extensa llanura, que lleva el nombre de Llanos de Caulina. El uniforme y desnudo camino, después arrastrarse dos leguas por entre palmitos, hace alto al pié de la primera elevación de terreno, donde se tiende al sol un perezoso arroyo, que en verano se estanta (sic) y trueca sus aguas en fango.



Vese á la derecha el castillo de Melgarejo, que es de las pocas construcciones moriscas, que no han llegado á destruir el tiempo y la impericia, su fiel auxiliadora en la destrucción. El tiempo hace ruinas, las agrupa, las corona de guirnaldas y adorna con follaje, como si de ellas hiciese su recreo y su lugar de descanso. Pero la impericia aun á las ruinas hostiliza; como el bárbaro que no da cuartel al vencido; porque su recreo es el polvo, su descanso el yermo, su fin la nada.

Flanquean los ángulos del castillo cuatro torres cuadradas, las cuales, así como las murallas de todo el recinto, están coronadas de bien formadas almenas, que se alinean uniformes, firmes y sin mella, como los dientes de una hermosa boca
”.

El castillo de Melgarejo

El castillo de Melgarejo, obra tal vez del siglo XIV, cumplía un importante papel en el control territorial de este sector del alfoz y, especialmente, de los llanos de Caulina y de los caminos que conducían a la sierra por Arcos y Bornos. Formó parte del sistema defensivo que integraban un buen número de torres y atalayas dispuestas en torno a la ciudad y desde él se establecía conexión visual con las torres de Santiago de Fe (Mesas de Santiago), Pedro Díaz o Hinojosa, Gibalbín y Espartinas, entre otras.

En esos mismos años en el que lo retrata Fernán Caballero, mediando el siglo XIX, otro ilustre personaje, Pedro de Madrazo y Kuntz, escritor, pintor y crítico de arte, repara también en el castillo de Melgarejo cuando se encuentra recorriendo la provincia preparando su libro “Sevilla y Cádiz”, que verá la luz en 1856. Su descripción del castillo –al que nombra como Margarejo- es más detallada que la que apunta Fernán Caballero, no en balde está destinada a una guía sobre las provincias de Cádiz y Sevilla, que forma parte de un amplio proyecto editorial: “España, sus monumentos y artes, su naturaleza y su historia”. Madrazo nos deja en ella estas precisas referencias:



Este castillo es un robusto torreón del cual arranca un lienzo de muralla que circuye un gran patio, por donde se llega a una pequeña puerta que da ingreso al interior de la fortaleza. El torreón es de dos cuerpos, cuadrangular el inferior y octogonal el superior, el cual está coronado de almenas dispuestas de dos en dos sobre sendos arcos cuyo parapeto estaba sostenido en matacanes. La pequeña puerta mencionada tiene en su dintel un escudo con la cruz de Calatrava, y se eleva sobre un pretil, debajo del cual hay un gran arco ojival que conduce a una espaciosa bóveda. El salón que cae encima, principal del castillo, tiene una bóveda con pechinas en degradación. A la derecha del torreón hay un cuerpo de fábrica que presenta una ventanita de arco de herradura tapiada”. (2)

En 1901, el historiador arcense Miguel Macheño retrata ya el deterioro del castillo y las primeras grandes modificaciones que sufre su edificio que se acentuarán a lo largo del siglo XX: “sobre una no muy elevada eminencia que domina la extensa planicie de Caulina, se levanta el morisco castillo.
El recinto murado conserva aun algunas maltratadas almenas, y en el centro se alza esbelta la torre poligonal á la que da entrada un hermoso arco de herradura. Convertida hoy en cortijo la que fue vigilante atalaya, sus actuales dueños la afean y desfiguran cada día con innovaciones en que atienden más á la propia comodidad que al buen gusto y a la propiedad histórica. Entre otros anacronismos, recientemente aparece por debajo de un elegante ajimez de angrelados arcos, un feo y amazacotado cierro de cristales pintado de verde!. Hasta hace unas décadas aún se podía ver el cierro en la parte trasera del muro. Al menos consuela saber que el ajimez debe conservarse camuflado o cubierto tras ella…
(3)

Una imagen bastante aproximada del aspecto de la fachada principal del castillo que contemplaron Fernán Caballero y Madrazo, es la que nos ofrece la fotografía que de él se incluye en el Catálogo de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Cádiz, (1908), de Enrique Romero de Torres y que aquí reproducimos. En ella ya se aprecian, no obstante los signos de su transformación en casa de labor observándose los restos de construcciones adosadas. (4)



Ya más cerca de nuestro tiempo, Manuel Esteve, en su ya clásica obra Jerez de la Frontera. Guía Oficial de Arte (1953), nos apunta otras descripción del castillo, ya bastante deteriorado destacando que “… su gran patio de armas y torre cuadrada que en su planta superior se transforma en octógono, coronada de almenas y en la que aún perduran restos de los primitivos matacanes, que se eleva junto a la puerta que, aun cuando reformada, conserva sobre ella el paso de ronda, flanqueado en el interior y exterior por almenas y con el escudo de los Melgarejo, a los que perteneciera, encima del arco de entrada y de los que otro existe en uno de los lados de la torre, en cuya fachada lateral derecha hasta hace unos años existió una ventana con arco de herradura. Este castillo…aun cuando muy reformado, pues es casa de labor, conserva diversos departamentos, mas es fácil hacerse idea de su forma primitiva”. Descripción muy similar, como vemos, a la que hiciera Madrazo un siglo antes. (5)

Un siglo y medio después, aunque el castillo conserva todavía su estampa altiva, poco queda ya de sus torres cuadradas y de sus muros almenados, “sin mella”, como apuntaba nuestra escritora. Se adivinan aún, entre las dependencias del cortijo actual adosadas a la cerca, los que en otros tiempos fueron lienzos del recinto murado que hacían de este enclave una plaza fuerte. Como apuntaban José y Jesús de las Cuevas¿No habría forma de quitarle estos aditamentos e intentar lavarle la cara un poco, en razón de toda la historia que ha vivido?” (6).

Una leyenda para un castillo.

Pero sigamos el relato de Fernán Caballero en “Lucas García” con la leyenda que guardan estos muros y que, ya para siempre, formarán parte de él:

Este castillo fue denominado de Melgarejo, por haber sido conquistado por un caballero jerezano de este nombre. La manera como llevó á cabo esta hazaña, es tan curiosa que no resistimos al deseo de referirla, para aquellos que no estén al cabo de las hazañas parciales de que abundan los anales de Jerez.

Ocupaban este castillo, por los años de mil trescientos y tantos, ciento y cincuenta moros con sus familias. Vestían de blanco, al uso de su nación, y montaban caballos tordos. Encerrados como se hallaban, procurábanse el sustento, haciendo de noche correrías, y trayéndose todo el botín que podían recoger.

Melgarejo se propuso conquistar el fuerte castillo, que rodeaba un ancho foso, que á la sazón ha dejado de existir, y que fué la zanja que los mismos moros abrieron para servirles después de sepultura. Prometió el caballero cristiano la libertad á un esclavo que tenia si se consagraba á secundarlo en la empresa que meditaba. Convenidos amo y criado, encargó el primero al segundo, muy buen jinete, que enseñase á saltar fosos á una yegua, singularmente ligera, que poseía, ensanchando el foso gradualmente, hasta que llegase á tener la anchura del que cercaba el castillo sarraceno.



Conseguido esto, reunió Melgarejo sus parciales, los disfrazó de moros, haciéndoles cubrir sus caballos con mantas blancas, y una noche que habían salido los defensores del castillo, se dirigió con los suyos hacia él. Los que estaban esperando á los moros, vieron acercarse esta hueste sin recelo, tomándola por la que aguardaban. Cuando la cristiana estuvo cerca, reconocieron su error, y quisieron levantar el puente: mas ya el esclavo de Melgarejo, montado en su ligera yegua, había saltado el foso y cortado las cuerdas de la compuerta; por lo que no pudieron alzarla, y los jerezanos se hicieron dueños de la fortaleza.

Este fuerte castillo, -por el que ha pasado el tiempo destrozador sin dejar mas huella que la que dejaría la pisada de un pájaro,- transpone á uno con tal fuerza de ilusión á lo pasado, que se extraña no ver tremolarse en sus torres el pendón de la media luna, y se echa de menos detrás de cada almena, un blanco turbante. ¡Qué sitio tan á propósito es este para la representación de un simulacro ó de un torneo entre moros y cristianos!
” (1)

Aún se cuenta sobre La Torre otra leyenda, la de la “Amarga Cena” (que da también nombre a la calle que está junto al castillo) y que, a diferencia de la anterior, es la que popularmente está asociada a sus muros. Escribía Juan Pedro Simó hace unos años que el relato se remonta a los tiempos de Alfonso X El Sabio. “Perdida la ciudad de Jerez, los moros se retiraron. En su huida, moros



disfrazados rebanaron el pescuezo al conde y a mandos cristianos que celebraban en ese momento una cena en la estancia principal de la torre. La historia dice que este acontecimiento fue conocido por 'Melgarejo', que en su traducción al castellano significaba 'Cena amarga'
“ (7). Esta es también la versión del guarda de la finca y de los vecinos de Torremelgarejo. Como ven, demasiado cruenta y un tanto desvariada en cuanto a la “traducción”…



Nosotros preferimos quedarnos con la de Fernán Caballero y cada vez que pasamos por Torremelgarejo volvemos la vista hacia su castillo coronado con la “media luna” de la veleta que, como queriendo satisfacer los deseos de Doña Cecilia, se colocó en lo más alto de la torre. Sobre las almenas no se ven “blancos turbantes” pero no faltan nunca las negras siluetas de las grajillas y, sobre todo, el aleteo de las palomas bravías, auténticas señoras del torreón.

Para saber más:
(1) Hemos extraído los fragmentos entrecomillados del cuento “Lucas García”, de Fernán Caballero, incluido en su obra “Cuadros de costumbres” pp. 209-210), editada en Leipzig, 1865, disponible en internet.
(2) Pedro de Madrazo.:. Recuerdos y bellezas de España. Sevilla y Cádiz, Imprenta de Cipriano López, 1856. p.586. Otra edición de esta misma obra puede consultarse en Ed. Daniel Cortezo y Cª. Barcelona, 1884, p.803.
(3) Mancheño y Olivares, Miguel: Antigüedades del Partido Judicial de Arcos de la Frontera y pueblos que existieron en él. Imprenta del Arcobricense, 1901, pp. 147-148.
(4) Romero de Torres, Enrique.: Catálogo de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Cádiz. 1908, Tomo VIII. Manuscrito con fotografías.
(5) Esteve Guerrero, Manuel.: Jerez de la Frontera. Guía Oficial de arte. Segunda Edición refundida y ampliada. Jerez Gráfico, 1952, p. 203.
(6) De las Cuevas J. y J.: Arcos de la Frontera. Diputación de Cádiz. 1985. Pg 13
(7) Simó J.Pedro.: La soledad de La Torre. Diario de Jerez, 02/05/2010

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con El paisaje en la literatura y Paisajes con historia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 4/01/2014

Tu nombre me sabe a viña
Un paseo por los pagos de viñas de Jerez (y II).




Estos días en los que las faenas de la vendimia nos han vuelto a recordar la antigua y estrecha vinculación de la ciudad con las viñas, nos hemos asomado a estos hermosos parajes de la campiña para pasear por los antiguos pagos.

Si la semana pasada iniciamos nuestro recorrido por los viñedos que se encontraban a ambos lados de las carreteras de Sevilla, Morabita y Trebujena, hoy vamos a terminar este itinerario visitando los pagos de los rincones noroeste, sur y este de nuestro término municipal, colindantes ya con los de Sanlúcar, Rota y El Puerto. ¿Nos acompañan?



Por la “Carretera del Calvario”.

La conocida como carretera del Calvario, “Carretera de Las Viñas” o camino de Bonanza, por la que desde Jerez se llega al Guadalquivir, es de obligado recorrido para admirar el paisaje del viñedo de nuestra campiña, al ser una de las que cruza un mayor número de pagos. El del Cerro de Santiago, que encontramos a la izquierda de la ruta, apenas salimos de la ciudad, tiene en sus faldas los viñedos de Cerro Nuevo y Cerro Viejo, presididos por sendas casas de viñas construidas en el siglo XIX. La de Cerro Nuevo, levantada en 1839 por la familia Pemartín, se



atribuye al arquitecto francés Garnier, autor de la Opera de París y pasa por ser una de las más singulares y señoriales de todo el Marco. Perteneció al escritor José María Pemán quien escribió en este lugar buena parte de su obra.



A la espalda de estas viñas y también en las laderas del Cerro de Santiago, destaca La Constancia, visibles desde la carretera. La Polanca, Santa Leonor, La Capitana, La Sobajanera… son otras tantas viñas, alguna con su casa ya arruinada, que el viajero puede encontrar en este rincón de la campiña.

A la izquierda de la carretera, apenas cruzamos la Ronda Oeste, queda el pago de Corchuelo en cuyo cerro destaca la viña de Vistahermosa.



Junto a una hermosa y remozada casa de viña del XIX, se alzan aquí las nuevas bodegas de Luis Pérez desde las que se domina buena parte de los viñedos de este sector de la campiña, con la ciudad de Jerez al fondo. En el cruce con la Cañada de Cantarranas, nuestra ruta deja a la derecha las tierras del pago del Amarguillo, cruzadas por el arroyo y cañada del mismo nombre que lindan con las tierras de Macharnudo Bajo.



Frente a él, al otro lado de la carretera, las viñas se extienden también por las laderas del Cerro de Orbaneja, otro afamado pago donde sobresale la casa de viña de Santa Bárbara, que se ubica en lo más alto del puertecillo que cruza aquí nuestro camino. Tras pasarlo se desciende hacia El Higuerón y El Barroso, fincas que lo fueron de viñedos tiempo atrás aunque hoy acogen cultivos de cereal. Frente a nosotros, a la derecha de la ruta despunta aquí Cerro Pelado, otro pago con conocidas viñas como El Barrosillo, con un espléndido caserío desde el que se divisan las marismas de Tabajete y las Mesas de Asta. Tizón, con excelentes tierras o Prunes, son otros tantos pagos de esta zona. Este último, el de Prunes, está presidido en lo más alto de sus lomas, por el llamativo caserío de la que fuera viña de San José, a cuyos pies crecen los últimos viñedos del antiguo Camino de Bonanza (1).



En las viñas de las Tablas y Añina.

Entre la carretera del Calvario y la de Sanlúcar, junto a los actuales núcleos rurales de Añina, Las Tablas y Polila se encuentran renombrados y antiguos pagos de viñas como Zarzuela, Cantarranas, San Julián o Añina. Este último se vincula a través de su nombre con la presencia romana en estas tierras de la campiña. El topónimo, de origen latino, apunta a un posible nomen possessoris, el de un romano llamado Annius (o Anius), nombre que consta en la epigrafía gaditana y que tal vez fuera uno de los primeros propietarios de viñas de la zona.



Entre las barriadas rurales de Añina y Las Tablas, la carretera deja a ambos lados un paisaje de viñas que hará las delicias del paseante entre las que se encuentran las de Santa Luisa, La Blanquita, La Trinidad, El Aljibe, La Zarzuela…



Muchas de estas viñas conservan aún los antiguos pozos, que bien merecería la pena conservar como elementos que forman parte del patrimonio rural antes de que terminen por desaparecer.



Algo más adelante, frente a La Tablas, una portada reclama nuestra atención: “Phelipe Zarzana Spínola”. Se trata del acceso a los viñedos Ximénez-Spínola que, desde el siglo XVIII vienen cultivando en exclusiva la variedad Pedro Ximénez, produciendo unos vinos sencillamente excepcionales.

Nos gusta perdernos por los carriles de las viñas del pago de Añina, de Las Tablas, de san Julián… Sin duda, estas laderas de viñedos sobre albarizas, orientadas al mar, ofrecen magníficas estampas de los paisajes del viñedo jerezano.

Por la carretera de Sanlúcar.



En dirección a Sanlúcar, a la derecha del camino, los pagos de Alfaraz y San Julián, separados por la carretera de Las Tablas, albergan renombrados viñedos por los que en otros tiempos cruzaba la traza del ferrocarril camino de Bonanza. El de San Julián, próximo a la barriada El Polila, tiene conocidas viñas como las de Santa Honorata o San Julián. En el de Marihernández, más adelante, destaca la viña de La Cruz del Husillo y en el de Alfaraz la de Cerro Obregón, desde cuya casa, hoy habilitada como establecimiento hostelero, se domina una magnifica perspectiva. Balbaina y Los Cuadrados, son otros de los pagos de viñas que encontramos a la izquierda de esta carretera. Este último alberga viñas como La Soledad, El Cuadrado, La Plantalina o Viña de Dios. Frente a ellos está también el de Montana, al noroeste de Las Tablas, por cuyas tierras discurría el ferrocarril de Bonanza.



Por los viñedos de Balbaina.



Entre las carreteras de Sanlúcar y Rota, el pago de Balbaina, de claras resonancias latinas y vinculado por algunos autores a la familia romana-gaditana de los Balbo, es uno de los de mayor extensión del marco y sus viñedos reciben como pocos, la influencia de los suaves vientos procedentes del Atlántico. El Laurel, Santa Teresa, La Rabia, La Estrella, La Carpintera, La  Torre… son los nombres de algunas de las viñas de este pago que cuentan con más de un siglo de existencia y han llegado hasta nuestros días. Junto a ellas, otras más conocidas como La Esperanza, El Caballo, o La Santa Cruz o La Blanquita o El Calderín del Obispo… A buen seguro, que los paisajes de Balbaina bien merecerían una ruta turística por los carriles y cañadas que cruzan estos viñedos, con la correspondiente señalización, como se ha hecho en las vecinas viñas del mismo pago que pertenecen al término municipal de El Puerto. ¿A que esperamos para poner en valor estos hermosos parajes?



En la margen izquierda de la carretera de Rota se ubican los pagos de Carrahola y La Gallega, separados ambos por la Cañada de las Huertas. En el primero de ellos se encuentran conocidas viñas como La Capitana, El Bizarrón, Canibro o Las Mercedes. En el de La Gallega, otras como Santa Lucía, La Churumbela, La Gallega… alguna de las cuales han perdido ya sus tradicionales cultivos. Las tierras de este hermoso rincón de la campiña acogen también al pago de Los Tercios, ya en el término municipal de El Puerto de Santa María, colindante con los anteriores.

Las viñas del Sur.



Entre las carreteras de El Puerto y El Portal, al abrigo de la Sierra de San Cristóbal, junto a la actual laguna de Torrox y en las proximidades del campo de golf, los pagos de Torrox y Anaferas, se cuentan entre las escasas zonas de viñedos situadas al sur de la ciudad. Este último hace alusión en su nombre a los barros que se extraían en este lugar para hacer “anafes” (hornillos de material cerámico), vocablo también de origen árabe. La Hijuela de las coles (o de Las Anaferas) y la de Pozo Dulce, conectan la ciudad con la Cañada del Carrillo, a los pies de san Cristóbal y atraviesan estos antiguos pagos de viñas en los que aún sobreviven algunas como las de La Consolación, La Perla, Niño Jesús de Praga…Todavía hay algunas viñas en el pago de Parpalana, junto a El Portal, donde cubrieron en su días estas lomas de albariza que hoy se dedican mayoritariamente a otros cultivos Muy escasas son también en el pago de Solete, donde ataño los viñedos ocupaban toda la zona que se extiende entre Vallesequillo y Río Viejo y hoy se han reducido, de manera residual a las que se mantienen en la Hijuela de La Granja. Sólo las ruinas de las antiguas casas de viña dan fe de aquellos cultivos. También han desaparecido casi por completo en el de Gibalcón, pago colindante con la laguna de Torrox del que ya no queda ni su sonoro nombre.



Los viñedos del Este.



Atrás quedan los tiempos en los que las viñas dominaban el paisaje de grandes sectores de la zona este de Jerez, hoy absorbidos por el crecimiento urbano. Este era el caso de los pagos, ya desaparecidos de San José (junto a la carretera de Arcos), La Canaleja, Barbadillo o El Pinar, pago este último ocupado en la actualidad por extensos barrios de unifamiliares.



Ya en zonas más alejadas de la ciudad y en dirección Este encontramos manchas aisladas de albariza, arenas pliocenas o suelos margosos de “tierras blancas” donde también se cultivan viñas. Nos referimos a pagos o fincas como los de Espínola, Lomopardo, Montealegre, Cuartillos, Los Isletes, Montecorto, Cartuja de Alcántara, Torrecera



De todos ellos, de sus paisajes diversos e igualmente hermosos, nos ocuparemos en futuras salidas “entornoajerez”.

Para saber más:
(1) Pemartín, J.: Diccionario del vino de Jerez. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 1965.
(2) García de Luján, A.: La viticultura del Jerez. Mundi-Prensa Libros, S.A. Madrid, 1997, pp. 40-41.
(3) Borrego Soto, M.A.: (2008) “Poetas del Jerez Islámico”, AAM 15: 4-78
(4) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes, 2002, p. 243-244
(5) Ibidem, p. 258
(6) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera. Territorio y poblamiento durante la Baja Edad Media. S. de Publicaciones de la Universidad d Cádiz., 2003, Pg. 96
(7) González Rodríguez, R. y Ruiz Mata, D.: “Prehistoria e Historia Antigua de Jerez”, en D. Caro Cancela (coord.), Historia de Jerez de la Frontera I. De los orígenes a la época medieval, Cádiz, 1999, pg. 169.
(8) González Gordon, M.M.: Jerez-Xerez-Sherish. Ed. Gráficas del Exportador. Jerez. Edición de 1970, p. 212.
(9) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, pp. 263-264


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 18/09/2016

 
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