Cuando en Jerez nos referimos a los “montes”, casi todo el mundo lo asocia a los
Montes de Propios, ese amplio territorio serrano de propiedad municipal que ocupa las tierras orientales de nuestro vasto término. Incluidos en el Parque Natural de Los Alcornocales, los Montes de
Jerez se extienden sobre una superficie aproximada de 6.820 hectáreas repartidas en dos grandes fincas, La Jarda, de 6.000, y Montifarti, de 820 (1). La Sierra de Las Cabras, el Picacho de la Sierra del Aljibe o la Sierra de La Gallina están en todo o en parte contenidos en su demarcación dando a este enclave natural un aspecto montañoso y agreste al que contribuyen también los bosques de alcornoque que se extienden por estos parajes.
Sin embargo, en nuestro paseo de hoy por los paisajes y la historia, “entornoajerez”, no vamos a hablarles de estos Montes… sino de los “otros”. De esos “Montes” muy singulares que figuran en nuestra toponimia dando nombre a distintos rincones de nuestras campiñas y sierras y que en muchos casos no están referidos a relieves abruptos, pero que encierran también muchas historias. ¿Nos acompañan?
Montealto y Montealegre.
Entre esos otros “montes” más próximos a la ciudad, nos encontramos los de Montealto y Montealegre. Con 95 m de altitud,
Montealto es uno de los lugares más elevados de las
cercanías del casco histórico de Jerez, seguido muy de cerca por el cerro del Calvario (85 m), lugar este último donde en 1866 se construyeron los Depósitos de Agua del Acueducto de Tempul. Enclavado en el antiguo pago de
Rabatún, y limitado a este y oeste por los caminos de Lebrija y de Trebujena, el cerro de Montealto domina un amplio panorama, especialmente en dirección norte. A sus pies corre el
Arroyo del Zorro, tributario del Arroyo de la Loba (o Guadajabaque), que aún en los años lluviosos vemos inundando
las zonas bajas en torno a la zona comercial de Área Sur.
En tiempos remotos penetraba por estos cauces un antiguo estero que, a modo de
caño mareal, se inundaba al estar conectado con el paleoestuario del Guadalete a través del
Guadajabaque. No es de extrañar que esta privilegiada posición geográfica reclamará ya desde la antigüedad la atención de las distintas culturas que se asentaron en el entorno de Jerez. Así lo atestiguan los hallazgos realizados en el yacimiento de
Los Villares, en la parte más elevada del cerro de Montealto, excavado por la arqueóloga Esther López Rosendo entre 2003 y 2005 donde salió a la luz un asentamiento con vestigios que
cubren un periodo muy amplio, desde la Edad de Cobre hasta las épocas tartésica y romana. De especial interés son los restos de un
alfar y un enclave agrícola romanos, además de la existencia de una necrópolis (1). De la misma manera, el topónimo de
Rabatún (que parece derivar del árabe
ribat-al-Yun) apunta, según distintos autores, a la posible existencia en este paraje de una
rábita, un puesto de vigilancia y defensa medieval, asociado tal vez al control de un camino de acceso
al Jerez islámico, aprovechando su singular posición geográfica (2).
La excepcional situación de Montealto como máxima altura de las proximidades del casco urbano, fue también determinante para que en este emplazamiento se instalaran a finales de la década de los 60 del siglo pasado dos grandes
Depósitos Reguladores de 10.000 m3 de capacidad cada uno, pertenecientes a la red de abastecimiento de agua de la
Zona Gaditana, destinados a atender las necesidades urbanas de Jerez (3). Un bosquete de pinos los oculta hoy a la vista del paseante marcando, desde la lejanía, esta “máxima elevación” cercana a la ciudad.
Montealegre es también el topónimo que da nombre a un antiguo y afamado pago de viñas y que en la actualidad denomina a un amplio sector de tierras de las cercanías de la ciudad
delimitado por la Ronda Este, el arroyo de la Canaleja, la autopista Sevilla Cádiz y la carretera de Cartuja. Con alturas máximas de
56 m, Montealegre no guarda en su territorio ninguna elevación que sobresalga de manera relevante, sino que se trata más bien de una amplia meseta, formada por conglomerados, arenas y limos del
Plioceno, cubierta en su superficie por arenas finas rojas con arcillas. Estos últimos, más modernos, fueron depositados en el
Pleistoceno (4) y forman un suelo característico, de tierra rojiza, en el que hasta el siglo pasado predominaban las viñas. Tan solo en su vertiente oriental, la que da a la autopista, se aprecian
cortados y grandes desniveles, tallados por las aguas del arroyo Salado, al igual
que ha hecho el de La Canaleja, en su sector norte, en las proximidades de la barriada de La Teja.
Estos materiales arenosos son muy permeables funcionando a nivel geológico como una gran “esponja”, por lo que el acuífero de Montealegre, que tiene en su suelo una gran capa de arcillas impermeables, es un verdadero depósito de reserva de aguas subterráneas. Desde antiguo se han explotado mediante grandes
pozos o han aflorado al exterior de manera natural a través de fuentes y manantiales, allí donde existen cortes del terreno que lo permiten. Algunos de ellos son conocidos desde hace siglos si bien la mayoría presentan hoy en día un caudal muy menguado o han desaparecido. Entre los más notables citaremos los manantiales de
La Canaleja o
El Clérigo, ya perdidos, el de
La Teja, en la finca homónima o la
Fuente de Pedro Díaz, destruida con las obras de la Ronda que aún sigue manando en las proximidades de Monte Sierra. También se conservan la
Fuente de La Vaquera, en la vertiente oriental que mira a Lomopardo, la de
Albadalejo, en las proximidades del puente de Estella del Marqués o el más
conocido de todos, el de
Los Albarizones que en el siglo XVI se canalizó hasta Jerez con acueducto que terminaba en la Fuente de la Alcubilla (5).
La abundancia de agua favoreció desde antiguo la existencia de huertas, árboles frutales y arboledas en estos parajes de ahí que el nombre de Montealegre no pueda ser más apropiado para definir a ese “
lugar ameno” por excelencia, donde todavía se mantienen
viñedos,
huertos tradicionales, y numerosos
recreos con
jardines y
árboles ornamentales. Y esto es así desde hace siglo. Ya a mediados del XVII, el historiador
Fray Esteban Rallón, describiendo los alrededores de La Cartuja apunta que “
…Por la parte del norte se halla esa casa amparada de los rigores del cierzo, con los cerros que llaman de Montealegre, que se merecieron este nombre así por su eminencia, que señorea nuestra ciudad, como por su fertilidad. Esta todo vestido… de olivares, viñas, higuerales y diversos frutales, arroja de si diversas fuentes como la de la Baquera, la de Pedro Díaz, la del Badalejo y Alcubilla, y otras de menos nombre; y aunque por la parte que mira al convento no hay alguna que pueda valerse, ha suplido la industria y el arte la falta de la naturaleza con diversos barrenos que sele han dado, juntando y recogiendo con minas tan buena cantidad de agua, que tiene para sus claustros y oficina y, aunque no con mucha sobra, la bastante para la necesidad y hermosura como lo vemos” (6).
Joaquín Portillo, se expresaba en similares términos con respecto a las bondades de Montealegre “
cuyo nombre se mereció justamente no solo por su elevación y buena vista que manifiesta a sus moradores, sino igualmente por su fertilidad” (7).
Aún hoy día, es una delicia
pasear por los caminos de Montealegre, o hacerlo por los alrededores de los Albarizones o La Cartuja, por la Hijuela de la Araña, entre Huertas, o por la del Serrallo, hasta el Monasterio. A todas estas posibilidades hay que unir, desde 2016, una nueva ruta habilitada para el senderismo y los paseos en bici o a caballo que utiliza el antiguo camino de servicio del
Canal del Guadalcacín.
Partiendo de la rotonda nº 5 de la avenida rey Juan Carlos I, junto a la barriada de La Teja, esta ruta de casi cuatro kilómetros, discurre por el sector oriental de Montealegre y llega hasta las proximidades de Viveros Olmedo.
En su tramo inicial discurre por lo más alto de las “cornisas de Montealegre”, desde donde obtendremos magníficas vistas, para bajar después hasta la base de los cortados, y acercarse a las orillas del Arroyo Salado.
Montifarti y Montenegro.
Algo más alejados de la ciudad se encuentran otros dos parajes en los que nos encontramos topónimos que hacen alusión a “montes”: Montifarti y Montenegro.
Montifarti, da nombre a
una finca integrada en los Montes de Propios de Jerez, colindante con la Sierra de las Cabras. También conocida como Montifarte, en el origen de su nombre se encuentra una curiosa historia relacionada con un no menos curioso personaje,
Abū’l-Jayr al-Išbīlī, (“el sevillano”) uno de los más afamados botánicos y agrónomos andalusíes de su tiempo. Como “
jardinero”
del rey al-Mutamid, (S. XI), visitó nuestros montes en busca de especies vegetales de utilidad medicinal y, en especial, de unos enebros singulares que crecían en las cercanías de la fortaleza de
Tempul (
hins Tubayl), próxima a los famosos manantiales (8). En uno de sus tratados en el que describe las hojas, madera y semillas de estos enebros, así como sus propiedades para las afecciones del corazón escribe: “
Yo he visto esta especie al sur de Arcos (Arkus), en el monte Munt Fart, que domina sobre una aldea que se llama Taqbl, en la ladera de la parte de poniente, sobre tierra roja…” (9). Como ha estudiado el profesor
Joaquín Bustamante, el
yabal Munt Fart no es sino el actual “Montifarti” y, por extensión, toda la
Sierra de las Cabras. Según este autor el nombre deriva del árabe “
fart”: “abundante”, “bien provisto” y se trata de un “romancismo sustrático”. “
El hecho de repetir /gabal/, “monte” junto a /munt/ “monte”, demuestra que /Munt Fart/ es un topónimo sustrático, cuya significación primera no es consciente ya para el hablante de árabe andalusí. Como cuando en español supuestamente repetimos “rio Guadalquivir…" (10).
Sea como fuere,
Montifarte,
Montifarti o
Montifartillo son topónimos aún en uso que se han mantenido desde la época andalusí y de los que encontramos referencias en otras fuentes medievales como el
Libro de la Montería del rey Alfonso XI, donde al describir los lugares de caza en el entorno de la Sierra del Aljibe se apunta que “
(...)Et son las armadas la una en el abertura de cara a Montifarte; et es la otra armada en fondon de la Breña como vá Barbate Ayuso” (11).
Otro curioso topónimo relacionado con los “montes” es el de
Montenegro, un lomo montañoso de casi cuatro kilómetros de longitud, que en dirección norte-sur se alza frente a La Jarda, en los Montes de Propios de Jerez. A sus pies discurre la carretera que lleva al Puerto de Gáliz y en sus faldas se desarrolla la típica vegetación presente en los montes del P.N. de los Alcornocales, con predominio de alcornoques, quejigos, acebuches y algarrobos. En su ladera oriental, la situada frente a la entrada de La Jarda, se encuentra la
Laguna del Moral, próxima a los Tajos del Fraile, un espolón rocoso que se alza en el extremo de la Loma de Montenegro. En muchas zonas del país, este topónimo se
relaciona con montes de encinas o montes muy cerrados y, aunque en el caso que nos ocupa no está claro su origen, se apunta como posible razón de su nombre, la gran densidad de vegetación de sus faldas y la espesura del matorral y del bosque que aquí se desarrolla (12).
Monte Corto, Montegil y Montebur.
Siguiendo este recorrido histórico-geográfico por los “otros montes” de Jerez, es obligado mencionar el caso de
Montecorto (o
Monte Corto) con el que se bautiza un sector de la campiña jerezana colindante con el término de Arcos. Monte Corto da nombre a un cerro (117 m) que se alza entre el cortijo de La Peñuela y Jédula, así como a un arroyo y a dos cortijos que se ubican en sus laderas: Monte Corto Alto y
Monte Corto Bajo. A sus pies se encuentra también un curioso paraje, las Salinillas, así como un antiguo camino que une la sierra de Gibalbín con el Guadalete: la Cañada de Vicos a las Mesas de Santiago.
El profesor Martínez Ruiz, en su estudio sobre la toponimia gaditana del siglo XIII, señala que el nombre de Montecorto deriva de las formas
Muntiqurt / Muntqur que aparecen en las fuentes árabes (13). Por su
parte, el arabista y profesor Martínez Enamorado, plantea que podría tratarse de un vocablo híbrido latino-beréber con significación de “monte de las piedras” o “
monte de las peñas” (14) que encaja mejor con el paraje donde se asienta el Montecorto malagueño (localidad situada junto al peñón de Malaver, próxima a Zahara) que con el Montecorto jerezano. Si de él hay constancia cierta en las fuentes medievales como
donadío (15), aún está por demostrar su posible origen árabe, por lo que su nombre bien pudiera aludir a un monte de baja altura o de escasa vegetación.
En el caso de
Montegil, el nombre hace alusión a un cerro de 136 m situado entre Jerez y El Cuervo, junto a la carretera nacional IV. Esta elevación domina las marismas de El Cuervo
Casablanca y Morabita y en sus alrededores existen numerosos yacimientos arqueológicos. Por su posición geográfica el
Alto de Montegil albergó una torre del
telégrafo óptico, una de las 59 de las que constaba la línea Madrid-Cádiz, puesta en marcha en 1844 por el brigadier José María Mathé por encargo del Ministerio de la Gobernación. En dirección a Madrid se conectaba desde aquí visualmente con la torre del
Cerro de Cornegil (próximo al
Rancho de Majada Vieja), a mitad de camino entre El Cuervo y
Lebrija. En dirección a Jerez la conexión era con la torre de
Capirete, que estuvo situada en la actual
Viña El Telégrafo, que ha conservado en su nombre el recuerdo de aquel curioso sistema de comunicación (16). La torre de Montegil estuvo ubicada en el paraje donde hoy pueden verse grandes antenas de telecomunicaciones. Desde este punto se observa una inigualable perspectiva sobre las campiñas y marismas del bajo Guadalquivir.
En relación con el curioso nombre de
Montegil, el profesor Pascual Barea, sugiere la posible relación de este orónimo con “
montecellu”, (vocablo del latín tardío) que derivaría de monte
(mons, montis) y el sufijo -cellu, del que procede el sufijo castellano -cillo. “
Montegil equivale por tanto al castellano ‘montecillo´”, por lo que este topónimo “documentado en textos árabes y castellanos medievales, remonta a la Antigüedad tardía” (17).
Para una futura ocasión, dejamos las referencias a otros “montes” como el mítico
Montebur de la crónica de
al-Razi (s. X) identificado con la Sierra de San Cristóbal, aunque otros autores sitúan en la Sierra del Pinar (Rallón) o en Gibalbín (Abellán) (XXX). O esos otros “montes” que guardan en su nombre su origen árabe como
Gibalbín,
Gibalcor, o
Aljibe de los que nos ocuparemos en próximos paseos “en torno a Jerez”.