Majarromaque.
Un paseo por sus paisajes y su historia.




Entre los poblados de colonización y las barriadas rurales repartidos por la Vega del Guadalete, siempre hemos sentido una especial atracción por Majarromaque y los paisajes de su entorno. El río, procedente de la Vega de Albardén, cambia aquí su curso al llegar a un pequeño promontorio sobre el que se emplaza el blanco y ordenado caserío de esta población.

Levantada en 1954 sobre las tierras del antiguo cortijo de Majarromaque, se le dio oficialmente el nombre de “José Antonio”, si bien este nunca llegó a cuajar ya que desde sus orígenes convivió con el antiguo y sonoro nombre del lugar que ha terminado por imponerse.

Los primeros habitantes de estos parajes.

A medio camino entre La Barca de la Florida y la Junta de los Ríos, este enclave rural se sitúa sobre una antigua terraza fluvial del Guadalete de la que dan testimonio los numerosos cantos rodados que se aprecian en los campos de cultivo próximos a la carretera o junto a las riberas del río, donde se explotaron en su día varias graveras para la extracción de áridos.



En los depósitos de estas misma terrazas, un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles (1) localizó en 1990 varios yacimientos del Paleolítico Inferior y del Paleolítico Medio con materiales líticos. En el tramo superior del yacimiento atribuido a este último periodo se obtuvieron también fragmentos óseos de bóvido (Bos primigenius), de cérvido (Cervus elaphus), y de elefante (Paleoloxodon antiquus) que nos ayudan a reconstruir el antiguo ecosistema de este territorio. El nulo rodamiento de las piezas líticas, la buena conservación de la serie dental superior del bóvido en conexión anatómica y de piezas más frágiles como vértebras y fragmentos de extremidades junto a otras que, como molares y defensas, se erosionan menos por el transporte fluvial, llevaron a concluir a los arqueólogos la posición primaria del yacimiento, lo que supone que pudiendo ser un sitio de ocupación.

En su estudio apuntan que este yacimiento de Majarromaque “ha retenido entre sus sedimentos una instantánea de la más remota historia del hombre en estas tierras. En su momento el yacimiento se colocaba en un meandro con aguas someras alejado del cauce principal del antiguo Guadalete, un sitio ideal para la aguada de los herbívoros. Un grupo de individuos que portaban consigo sus herramientas de trabajo…bien abatió o aprovechó las carcasas de un elefante, un bóvido y un ciervo” (2). Los restos encontrados nos relatan cómo después se abandonaron las dentaduras del bóvido y el cérvido y los fragmentos de los colmillos del elefante, partes todas ellas con menor aprovechamiento para el hombre del paleolítico. Una fascinante historia que nos hace recrear como pudieron ser, entre 40.000 y 100.000 años atrás, estos parajes.

Majarromaque: un paseo por la historia.



Más cercanos en el tiempo, hay que recordar que en las proximidades de Majarromaque, en un paraje junto al río conocido como cerro de Alcolea situado en la Vega de Albardén, se hallaron vestigios ibero-turdetanos y romanos. Entre los últimos, junto a los restos cerámicos, se hallaron varias tumbas así como otros elementos constructivos y una estructura abovedada de notables dimensiones relacionada con la captación y recogida de agua que actualmente se encuentra cegada (3).

Todo ello viene a confirmar la existencia de asentamientos para la explotación de estas ricas vegas ya desde la antigüedad, tal como lo atestiguan también otros enclaves rurales cercanos, habitados ya en la época romana, como Casablanca y Casinas -en la cercana Junta de los Ríos-, Vicos o Jédula.





A falta de que la arqueología lo confirme, creemos también que en estos parajes debió existir un enclave andalusí del que, como principal referencia ha persistido hasta nuestros días el topónimo de Majarromaque. Su sonoridad y su rareza encierran un hermoso origen ya que se trata de un topónimo árabe que procede de la adición de las voces “maysar” (cortijo o cortijada) y “rummak” (yegüero): “el cortijo del yegüero” (4). No deja de ser curioso que, hace ya un milenio, este rincón de la campiña era conocido por que aquí se criaban caballos, como sucede hoy en Vicos y en Garrapilos, colindantes con Majarromaque.

A propósito de este apelativo, conviene recordar que los árabes usaban la voz “maysar” para referirse a este tipo de propiedades rústicas. El vocablo ha dado origen, entre otras, a las formas “machar” o



“majar” presentes en muchos de los nombres de antiguas aldeas y caseríos diseminados por nuestras campiñas, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días como este de Majarromaque o los de Macharnudo, Majarrazotán o Macharaví. Como señala el profesor V. Martínez Enamorado, “distintos autores han interpretado el machar como un tipo de explotación agraria que no es suficientemente amplia para confundirla como un núcleo de población o también como una unidad agraria elemental” (5). A diferencia de la alquería (“qarya”), para la que se propone una cierta entidad de población y una unidad de propiedad, el cortijo árabe (“maysar”) es un núcleo de orden inferior, dependiente de una ciudad o alquería, destinado básicamente a la producción agropecuaria. (6)

No nos debe extrañar la presencia andalusí en este lugar ya que la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos de la vega del Guadalete y de los secanos y dehesas de la campiña, trajo de la mano la ocupación de numerosos enclaves en las cercanías del río.



Entre ellos destacó Qalsāna (Calsena), ciudad árabe que estuvo ubicada en la cercana Junta de los Ríos, en las proximidades del cortijo de Casinas. Esta ciudad llegó a ser capital de la Cora de Sidonia y cobró importancia, como Šarīš (Jerez), a partir del declive de Šidūna (Castillo de Doña Blanca) tras las incursiones normandas del año 844, trasladándose posteriormente la capitalidad al interior de la provincia, a Calsena, que fue por este motivo una gran ciudad desde mediados del s. IX y durante el s. X (7).



Es posible que en el entorno de Calsena, al calor de su pujanza y de su protección, se establecieran en esos siglos alquerías y pequeñas explotaciones rurales como la de Jédula y, tal vez, la de Majarromaque. Y ahí están también los topónimos de origen andalusí Albardén y Alcolea (“el castillejo” o la pequeña fortaleza…) dando pistas de las que nos ocuparemos en otra ocasión.

Macharrama, Matharrami, Marrumaque.

Sea como fuere, lo cierto es que ya desde los siglos XIII y XIV, encontramos en las fuentes documentales referencias a Majarromaque en formas castellanizadas. Así, en la “Carta de previllexio de Alfonso X” (1274), estableciendo los términos de Jerez, aparecen las primeras menciones: “do parte término Matharrami, que finca a Jerez” (8).



Como Macharrama se menciona ya en el s. XIV en la “Carta de previlexio donando el castillo de Tenpul” (9) donde se señalan los mojones entre Jerez y Tempul que en esta zona se trazaban “…fasta la Torrecilla que está sobre el Rio del Sotillo é caba adelante el Aldea del Alvadin atraviesa el Rio de Guadalete y va á mojon cubierto de Macharrama” (10). En los siglos medievales la aldea de Majarrocán se encontraba en el donadío y dehesa de Majarromaque, repartida entre los castellanos en 1269 (11).



Durante los siglos medievales, predominaban en el entorno de Majorramaque las dehesas de encinas y el monte bajo, y ya con este nombre nos lo encontramos a comienzos del siglo XVII en la relación de los primeros seis grandes cotos de caza mayor y menor que el Ayuntamiento de Jerez crea y por los que consigue considerables rentas para las arcas municipales. Este coto abarcaba “desde Majarromaque hasta los molinos del Sotillo” (12) aprovechando las buenas condiciones para el refugio de los animales de caza que proporcionaban las espesuras vegetales de las riberas del Guadalete y los escarpes a ambos lados del río.

Con diferentes formas según las fuentes documentales se recoge también el nombre en los siglos XIX y comienzos del XX. Así, como Marramaque o Marramaqui aparece en los planos catastrales de 1897 (13). Pero sin duda, el más popular y conocido ha sido el nombre de Marrumaque, que aún es usado por muchos y que es el que figura en el primer mapa topográfico oficial de 1917 (14). Curiosamente, esta forma es la que mejor enlaza con el primitivo topónimo andalusí derivado de “rummak” (el yegüero).

Con la construcción del poblado de colonización a comienzos de los 50 del siglo pasado, se le dio a este enclave el nombre de José Antonio, si bien nunca ha dejado de conocerse por su hermoso nombre de origen andalusí: Majarromaque, el cortijo del yegüero.



Majarromaque en la literatura.

Tal vez por la sonoridad de su nombre o tal vez por la curiosidad que despierta el mismo, lo cierto es que Majarromaque, este peculiar y llamativo topónimo, ha sido llevado también a la literatura en diferentes obras.

La referencia más reciente la hallamos en la magnífica novela Llamé al cielo y no me oyó, publicada en 2015, de la que es autor el abogado y escritor jerezano Juan Pedro Cosano. En uno de sus capítulos se relata la historia de Isabel Ruiz Vela, sirvienta de uno de los personajes de ficción de este relato que transcurre en el Jerez de mediados del S. XVIII: don Juan Bautista Basurto y Espinosa de los Monteros, señor de Majarromaque, caballero veinticuatro de Jerez y regidor perpetuo de su concejo (15).

También el escritor Sebastián Rubiales, en un hermoso libro titulado Los lugares prohibidos –lugares, que en palabras del propio autor, son más bien “imaginariamente deseados”- dedica uno de los capítulos a Majarromaque:

"Hay nombres rotundos. Palabras cuyos sonidos tienen en sí mismos significados; como si la sucesión de letras y fonemas, su orden exacto, fuera indicando la naturaleza del lugar al que se refieren. Majarromaque suena como un tiroteo que espanta una bandada de palomas torcaces. Evoca un revuelo de plumas blancas y pólvora seca. Alpiste, cebada y panizo…“.

En este mismo capítulo, el autor evoca sus recuerdos de infancia, dejándonos unas bellas imágenes en las que describe las sensaciones que, en una visita a Majarromaque, le produce su encuentro con un pozo:

"El camino de entrada al caserío se eleva poco a poco y, en su costado derecho, aprovechando el desnivel, se acomoda una construcción cilíndrica, rematada por un techo semicircular, en cuyo interior hay una fuente. Una tarde de chicharra entré por una abertura parecida a un ventanuco. La fuente murmuraba sobre el depósito que retenía el agua. Cuatro o cinco carpas rojas y grises se movían despacio abriendo la boca para coger oxígeno. Lentamente. En la oscuridad del pequeño recinto el frescor de la humedad acariciaba la piel y se concentraba un olor de romero y de lavanda. Cuando introduje los pies en el agua, la frescura me inundó el alma. Como un descendimiento de la conciencia hacia los territorios en los que no se sufre. Un sedante para los sentidos.

Las carpas se movían despacio, ignorantes y confiadas. Las carpas, rojas y grises. Grises y rojas. La emoción serena, casi alegría, que comencé a sentir estuvo a punto de arrojarme al agua. Me refresqué la cara y los brazos. Bebí el agua clara. Evoqué el encuentro con la Verónica, cuando la mujer le ofrece, al Cristo, un paño para enjugarle el sudor y las lágrimas.



Sobre un poyete me quedé dormido, soñando con la luz de la luna en un bosque de álamos blancos junto al río y aromas de lavanda y romero, y con una bandada de palomas torcaces. Soñé que no me despertaba. Y no me desperté. Desde entonces jamás he regresado de este sueño en el que permanezco voluntariamente. Al abrigo de las horas, y del sol, y del viento.” (16)


…Un pozo. Un humilde y viejo pozo. Aunque ahora no nadan las carpas en sus aguas secretas, este pozo de Majarromaque, que resiste al tiempo al pie de la carretera, nos traerá ya siempre las hermosas imágenes que en “Los lugares prohibidos” nos ha dejado Sebastián Rubiales.

Para saber más:
(1) Equipo de Investigación Proyecto Guadalete 1984-1994. Integrado por Francisco Giles Pacheco, Esperanza Mata Almonte, Antonio Santiago Pérez, José María Gutiérrez López y Luis Aguilera Rodríguez.
(2) Equipo de Investigación Proyecto Guadalete 1984-1994: Antonio Santiago Pérez, José María Gutiérrez López, Francisco Giles Pacheco, Esperanza Mata Almonte y Luis Aguilera Rodríguez: Cuaderno de Arqueología: El Registro arqueológico de los primeros grupos humanos en la comarca de Jerez y su contexto en el sur de la península. Resultados de un Proyecto de Investigación. Centro de Estudios Históricos Jerezanos, Diputación Provincial de Cádiz y Ayuntamiento de Jerez. Educación y Cultura. Separata de la Revista de Historia de Jerez, nº 7, 2001, p. 19-20
(3) Carta Arqueológica de Arcos. Ayuntamiento de Arcos, 2009, Vol. III, pp. 223-230. El yacimiento de El Albardén es citado también por G. Chic García en “Lacca” . Habis, 10-11, 1979-1980, pp. 255-276.
(4) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, p. 279,
(5) Gutiérrez López, J.Mª y Martínez Enamorado, V.: “Matrera (Villamartín): una fortaleza andalusí en el alfoz de Arcos”. I Congreso de Historia de Arcos de la Frontera. Ayuntamiento de Arcos, 2003, p. 114-115.
(6) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. P. 78.
(7) Borrego Soto, M.A.: La capital itinerante: Sidonia entre los siglos VIII y X. Presea ediciones, Jerez, 2013.
(8) CARTA DE PREVILLEXIO DE ALFONSO X (Estableciendo los términos de Jerez). Cuéllar, 3 de agosto, 1274. Archivo de la Catedral de Cádiz. Manuscrito, cortijo de los Siletes. Fols 214r-230r. Citado por: MARTINEZ RUIZ, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pg. 118.
(9) “Y ba al moxón cubierto de Macharrama” Carta de previlexio donando el castillo de Tenpul. Sevilla, 30 de diciembre de 1351. Archivo de la Catedral de Cádiz. Citado por: MARTINEZ RUIZ, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pg. 120
(10) Gutiérrez, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo I. BUC .Jerez, 1989, vol. I, pg. 192.
(11) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, pág. 279
(12) Pérez Cebada, J.D. (2009): Regulación cinegética y extinción de especies. Jerez, siglos XV-XIX. En Revista de Historia de Jerez nº 14-15, 2008/2009. pp. 211-212.
(13) Archivo Histórico Provincial de Cádiz.: Trabajos Topográficos. Provincia de Cádiz. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera. Escala 1:25.000, 1897
(14) Mapa del IGN, Hoja 1048, edición de 1917.
(15) Juan Pedro Cosano: Llamé al cielo y no me oyó. Ed. Martínez Roca, 2015
(16) Sebastián Rubiales Bonilla: Los lugares prohibidos. Ed. Renacimiento. 2006


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar en Paisajes con Historia, Toponimia, El paisaje en la literatura, Fuentes, manantiales y pozos.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 24/01/2016

Con Vicente Blasco Ibáñez por la campiña jerezana.
Los paisajes que recorrió el autor de La Bodega




En otras ocasiones nos hemos ocupado en Entornoajerez, de los hermosos paisajes y rincones de nuestra campiña, de la mano de pasajes literarios o de las descripciones de viajeros ilustres que nos visitaron, algunas tan idealizadas e irreales. Junto a ellas, queremos también traer a estas páginas otras descripciones menos amables, pero tanto o más valiosas si cabe que aquellas, y que nos ayudan también a comprender lo que fuimos y lo que somos.

Una de estas visiones es la que nos ofrece el escrito valenciano Vicente Blasco Ibáñez en su novela La Bodega (1905). Formando parte de las filas de Unión Republicana, partido por el que ocupó un escaño en el Congreso de los Diputados entre 1898 y 1907, visitará Jerez por primera vez en mayo de 1902 acompañando a Alejandro Lerroux quien había venido a la ciudad para participar en un mitin político. Ese mismo año, dos meses más tarde, muere en un hospital de caridad de nuestra ciudad, Ramón de Cala, el célebre político republicano que en los últimos años de su vida, olvidado por todos, conocerá de cerca esa miseria que denunció especialmente en uno de sus libros.

No sabemos si Blasco Ibáñez llegó a entrevistarse con Ramón de Cala en esa primera visita, aunque estamos seguros de que le habría sido de gran utilidad para sus propósitos ya que dos años más tarde, en julio de 1904 volverá a nuestra provincia, en su condición de diputado, para conocer sobre el terreno los problemas de algunos pueblos y, en especial, la forma de vida de los jornaleros del campo de la que éste daba ya buena cuenta en su obra titulada El problema de la Miseria (1884).

Durante su estancia en Jerez, alojado en el Hotel Los Cisnes, Vicente Blasco Ibáñez aprovechará para documentarse y recabar datos de primera mano que le serán de gran utilidad en la nueva novela que proyecta: “La Bodega” (1). En ella pretende reflejar la realidad social de la vida de los jornaleros en la campiña jerezana que, en el último tercio del siglo XIX estuvo marcada por la aparición del anarquismo o episodios convulsos como los de la Mano Negra o la marcha de campesinos sobre Jerez de 1892. Como nos recuerda J. Luis Jiménez, con esta visita Blasco pretende recoger información “…sobre las circunstancias sociales y económicas en las que vivía el jornalero jerezano. De informarle en detalle se encargarían… dos grandes personajes de la ciudad, el cirujano, Fermín Aranda, y el sindicalista, Manuel Moreno Mendoza, que llegaría a ser alcalde de Jerez en la corporación municipal republicana”. (2)

Acompañado por Moreno Mendoza, líder obrero nacido en Medina Sidonia, cuyos padres habían sido jornaleros del campo y habían sufrido las duras condiciones de vida en las gañanías, Blasco Ibáñez recorrerá la campiña jerezana visitando algunos cortijos y viñas de nuestro entorno. Moreno Mendoza es entonces, junto a Fermín Aranda, una de las figuras más destacada del republicanismo jerezano. Líder jornalero, masón y sindicalista, quien sería en 1931 alcalde republicano de Jerez, es en 1904 editor del periódico La Unión Obrera. Eco de la clase trabajadora (3). Aspectos estos que no pasan desapercibidos para el escrito valenciano, quien acude también a la provincia con el propósito de dar un impulso al republicanismo.

La bodega: un libro plagado de referencias sobre nuestro entorno.



Fruto de estas observaciones directas de Blasco, en La Bodega descubriremos luego numerosas reflexiones y consideraciones de índole política y social sobre las condiciones de vida de los gañanes o sobre la explotación de los jornaleros por la oligarquía terrateniente y bodeguera que en el libro aparece nombrada como la familia “Dupont”. De la misma manera, por sus páginas desfilan también algunos conflictos sociales de la época como los sucesos de La Mano Negra o los ecos del Asalto Campesino a Jerez de 1892, y no faltan tampoco figuras políticas del momento como “Fernando Salvatierra”, que no es otro que el mítico anarquista gaditano Fermín Salvochea. En el personaje de “El Maestrico”, algunos han querido ver rasgos de la biografía del propio Manuel Moreno Mendoza, quien será su principal informante junto al médico republicano Fermín Aranda.

No es de extrañar por ello que desde este conocimiento directo del terreno, junto a la descripción de la “cuestión social” que constituye el núcleo de la novela, La Bodega esté plagada de referencias al paisaje e incluya descripciones de muchos rincones de la Campiña. Así, tanto en los nombres ficticios de los personajes, como en los escenarios reales que, de manera



más o menos explícita, se describen, es posible descubrir estas vinculaciones con el contexto y el entorno jerezano. Por citar sólo algunos ejemplos, Zarandilla o Matacardillo, son topónimos de sendos parajes que el autor utiliza como nombres o apodos de algunos de estos



personajes; la viña de Marchamalo, la propiedad emblemática de Pablo Dupont se asocia fácilmente a la de Macharnudo; el cortijo de Matanzuela, las dehesas cercanas donde se crían las toradas que Blasco describe en su novela, los llanos de Caulina… son parajes y lugares que perviven en la actualidad con estos mismos nombres. El Ventorrillo del Grajo puede asociarse a cualquiera de los más populares por aquella época, al de El Cuervo, por ejemplo. El de El Mojo es posterior.

La dura vida vida de los jornaleros del campo.

La Bodega es una novela de gran calado social pero también, en buena medida, una obra cargada de referencias históricas, sociológicas y antropológicas. Por esta razón, hemos querido rescatar algunos pasajes que ponen el acento en la descripción de las gañanías, donde el autor relata



con gran fidelidad las condiciones de vida de los jornaleros del campo. De especial crudeza es el relativo a la alimentación:

En verano, durante la recolección, les daban un potaje de garbanzos, manjar extraordinario, del que se acordaban todo el año. En los meses restantes, la comida se componía de pan, sólo de pan. Pan seco en la mano y pan en la cazuela en forma de gazpacho fresco o caliente, como si en el mundo no existiera para los pobres otra cosa que el trigo. Una panilla escasa de aceite, lo que podía contener la punta de un cuerno, servía para diez hombres. Había que añadir unos dientes de ajo y un pellizco de sal, y con esto el amo daba por alimentados a unos hombres que necesitaban renovar sus energías agotadas por el trabajo y el clima. Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno. Los hombres tiraban de sus cucharas de cuerno, formando amplio círculo en torno de él…

A mediodía era el gazpacho frío, preparado en el mismo campo. Pan también, pero nadando en un caldo de vinagre, que casi siempre era vino de la cosecha anterior, que se había torcido. Únicamente los zagales y los gañanes en toda la pujanza de su juventud, le metían la cuchara en las mañanas de invierno, engulléndose este refresco, mientras el vientecillo frío les hería las espaldas. Los hombres maduros, los veteranos del trabajo, con el estómago quebrantado por largos años de esta alimentación, manteníanse a distancia, rumiando un mendrugo seco.

Y por la noche, cuando regresaban a la gañanía para dormir, otro gazpacho caliente: pan guisado y pan seco, lo mismo que por la mañana. Al morir en el cortijo alguna res cuyas carnes no podían aprovecharse, se regalaba a los braceros, y los cólicos de la intoxicación alteraban por la noche el amontonamiento de carne adormilada en la gañanía. Otras veces, los que eran más brutales en su batalla con el hambre, si conseguían matar a pedradas en el campo un cuervo o algún otro pajarraco de rapiña, conducíanlo en triunfo al cortijo y lo guisaban, celebrando con una risa desesperada este banquete extraordinario
”.



Desconocemos si Blasco Ibáñez tuvo algún contacto con Ramón de Cala (cosa que dudamos). De lo que si estamos seguro es que conocía su libro “El problema de la Miseria” ya que esta última descripción sobre la comida de los gañanes parece estar inspirada en este otro pasaje de Ramón de Cala en el que relata la “alimentación de los jornaleros del campo: “Por la mañana el ajo, especie de sopa con aceite, que ni para los candiles, sal, pimiento y agua caliente. Al mediodía gazpacho con los mismos ingredientes en frío, y la agregación de vinagre, que parece legía, según está de turbio y mal formado. A la noche se repite el ajo. Y así un día y otro día, y todos los del año, como no sea que la suerte depare en alguno el festín de una res muerte de enfermedad o por accidente, cuya res se guisa y se devora en perjuicio de los buitres”. Como ven Blasco se ha inspirado, en lo esencial, en el relato de Cala. (4)

Niños yunteros en la campiña jerezana: los “rempujeros”.

Otro de los pasajes de La Bodega, nos recuerda a la figura del “niño yuntero”, a la que dedica un conocido poema Miguel Hernández. Es el que se refiere a los “rempujeros”: …“Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga, del hambre engañada. A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de rempujeros, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias. Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos, Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas. Y cuando no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos…



La descripción del interior de las estancias donde los jornaleros hacían su vida, las gañanías, figuran también en varios pasajes de La Bodega. En el que sigue, el mítico anarquista Fernando Salvatierra, recién salido de la cárcel, llega por la noche a un cortijo y contempla la gañanía:



…“El aspecto de la gañanía, el amontonamiento de la gente, evocó en la memoria de Salvatierra el recuerdo del presidio. Las misma paredes enjabelgadas, pero aquí menos blancas, ahumadas por el vaho nauseabundo del combustible animal, rezumando grasa por el continuo roce de los cuerpos sucios.



Iguales escarpias en los muros, y colgando de ellas, todo el ajuar de la miseria, alforjas, mantas, jergones destripados, blusas multicolores, sombreros mugrientos, zapatos pesados de innumerables remiendos con clavos agudos… Los más dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura
”.

Apenas 25 años antes, Ramón de Cala describía las gañanías diciendo de ellas que eran “un departamento… no tan ventilado, ni tan higiénico como el establo de los bueyes, ni como la zahúrda de los cerdos. Desván en lo grande, no en lo alto, con poyetes de piedra corridos a lo largo de las paredes, que a la vez sirven de asiento y de cama, y por muelle colchón una estera. En medio, o en un extremo, está el fogari, donde arde rara vez leña, y de ordinario excremento de los bueyes. Que expide una humareda asfixiante”. (4)

El completo y rotundo estudio realizado por Juan Cabral Bustillo y Antonio Cabral Chamorro sobre Las gañanías de la campiña gaditana 1900-1930, en el que se analizan el estado de las gañanías de 72 cortijos de Jerez y 11 de Arcos en los años 1931-1932, tomando como referencia la información proporcionada por la Inspección de Sanidad del Ayuntamiento jerezano, confirma en buena medida los testimonios que se traslucen en La Bodega. Después de todo lo anterior, no es de extrañar que Blasco Ibáñez, en boca de uno de sus personajes exprese lo siguiente:



Zarandilla, que había presenciado todo esto, indignábase de que tachasen de holgazanes a los braceros. ¿Por qué habían de trabajar más? ¿Qué aliciente les ofrecía el trabajo…?...

-Y la tierra Rafaé, es jembra, y a las jembras, pa que sean agradecías y se porten bien, hay que quererlas. Y el hombre no puede queré a una tierra que no es suya. Sólo deja el sudor y la sangre sobre los terrones de que puede sacar el pan. ¿Digo mal, muchacho?




Como ya hemos escrito en otras ocasiones, cada vez que recorremos la campiña en torno a Jerez y estamos ante una gañanía… sentimos un profundo respeto en recuerdo de aquellos jornaleros del campo, de su explotación y de las penosas condiciones de vida que sufrieron. Que no se olviden y que no se repitan.

Para saber más:
(1) Blasco Ibáñez, Vicente.: La bodega. Plaza Janés Editores, 1979. A esta edición se refieren las citas.
(2) Jiménez García, J.L.: El Jerez y los escritores viajeros. www.jerezdecine.com
(3) Morales Benítez, A.: Prensa, masonería y republicanismo. Manuel Moreno Mendoza (1862-1936). Ayuntamiento de Jerez, 2008.
(4) Ramón de Cala: El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos (1884) Edición Facsímil (2002), pp. 92-94. Editada por el Ayuntamiento de Jerez y coordinada por Joaquín Carrera Moreno, a quien agradecemos las referencias a la obra de Ramón de Cala y las condiciones de vida de los jornaleros del campo.
(5) Cabral Bustillos, J. y Cabral Chamorro, A.: Las gañanías de la campiña gaditana, 1900-1930: Una contribución al estudio de las condiciones de trabajo de los obreros agrícolas andaluces. Historia social, nº 9, 1991, pp. 3-16

Procedencia de las ilustraciones:
Vicente Blasco Ibáñez: wikiquote.org/wiki
Manuel Moreno Mendoza: tarifaweb
Fermín Aranda: commons.wikimedia.org/wiki
Fermín Salvochea: El Blog de Fita
Gañanía de 'El Sotillo': Cortijos, haciendas y lagares de la Provincia de Cádiz
Gañanía de El Chorreadero Viejo. S. José del Valle: Arte informado


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: El paisaje y su gente, El paisaje en la Literatura y Canción triste de las gañanías.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 18/05/2014

 
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