Un rico patrimonio en torno a Jerez




Habitualmente, cuando nos referimos al patrimonio histórico o monumental de Jerez, tendemos a pensar en clave urbana, limitando así los elementos que integran nuestro rico legado a aquellos edificios, iglesias, monumentos, o jardines históricos que podemos admirar en la ciudad. Junto a ellos, conviene recordar que entre los Bienes Catalogados de nuestro municipio y de los de las localidades vecinas, aparecen otros muchos que se encuentran dispersos en distintos rincones de las campiñas y sierras cercanas. Una parte de ellos están amparados bajo el régimen de protección de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), constituyendo en muchos casos un referente de primer orden en el paisaje en el que se enclavan y al que se encuentran vinculados por razones históricas y culturales. Así, a modo de ejemplo, no se conciben ya lo sotos y riberas del Vado de Medina sin los perfiles del Monasterio y del viejo Puente de Cartuja.

Al encuentro del patrimonio y de la historia.

Sin lugar a dudas, el más conocido de estos elementos relevantes de nuestro patrimonio es el Monasterio de La Cartuja, que fue ya declarado Monumento Nacional en 1856, el primero de nuestra provincia en gozar de esta calificación y con planes - por fin- de apertura a las visitas ciudadanas. De gran interés son también las torres, atalayas y castillos repartidos por la campiña, incluidos todos ellos en la categoría de “Monumento” y entre los que destacan el castillo de Berroquejo, el torreón de Torre Cera, las torres de Macharnudo, Gibalbín o Melgarejo (en proceso de consolidación, tras el derrumbe de uno de sus muros), todas ellas en Jerez. Muy ligados a nuestra historia están también los castillos de Tempul y Gigonza, en San José del Valle, o el de Doña Blanca en las tierras portuenses de Sidueña. Por su singularidad, destaca en esta relación de Bienes Catalogados la Cueva de las Motillas, complejo de cavidades kársticas que albergan pinturas rupestres del paleolítico superior, ubicada en las proximidades de La Sauceda, en los confines más orientales del término municipal jerezano,

La base de datos del patrimonio inmueble del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, incluye un buen número de yacimientos en los alrededores de Jerez y otras localidades cercanas entre los que figuran apasando por la Edad del Cobre, la Época romana o la andalusí.

Entre todos ellos merecen subrayarse Zonas Arqueológicas como la de Mesas de Asta, el Poblado de las Cumbres (en la Sierra de San Cristóbal) , o el Castillo de Doña Blanca, estas dos últimas en El Puerto. El yacimiento de Asta Regia, ubicado en la barriada rural de Mesas de Asta, duerme el sueño de los justos desde 1956, año en el que D. Manuel Esteve llevara a cabo la última campaña de excavaciones. Con presencia ininterrumpida desde el neolítico hasta el periodo califal de la época islámica, Mesas de Asta es un enclave de primer orden para conocer nuestra propia historia. Lo mismo puede decirse de la Sierra de Gibalbín, en cuyas laderas y cumbres se encuentran también importantes vestigios arqueológicos (La Mazmorra), al igual que sucede en otros muchos puntos del término. Como ejemplo mencionaremos los restos del antiguo acueducto romano de Tempul a Gades, una de las más notables obras de ingeniería de la antigüedad, que aún se conservan en algunos parajes de nuestras sierras y campiñas. Estos yacimientos merecerían ser investigados, conocidos y puestos en valor para que, como ya sucede en otros lugares de nuestro país, contribuyeran también al desarrollo de los núcleos rurales y el territorio donde se ubican.

Un singular patrimonio etnográfico y cultural.

Junto a los ya mencionados, queremos recabar la atención del lector sobre otros elementos de nuestro legado histórico y etnográfico disperso en la zona rural que, a nuestro modesto entender, debiera también contar con algún tipo de protección por sus valores singulares. Nos referimos, por ejemplo, al rico patrimonio ligado a la cultura del vino, a las viñas y las bodegas. Convendría a tal respecto, promover iniciativas como la que hace unos años planteara Casto Sánchez Mellado -“Jerez, Ciudad del Vino”- que incluía un completo estudio para que se declarase Bien de Interés Cultural, de manera genérica, al conjunto patrimonial, etnográfico y cultural ligado al vino.





En relación con estas cuestiones, consideramos también de gran interés las numerosas construcciones repartidas por la campiña (cortijos, casas de viña, haciendas de olivar…), magníficos ejemplos de arquitectura popular en unos casos, o edificios de gran valor arquitectónico en otros. Por citar sólo algunos de ellos, mencionaremos la casa de la Viña de Cerro Nuevo, el cortijo y Ermita de Salto al Cielo, vinculada en su día a La Cartuja, la Viña El Majuelo y el conjunto de edificaciones en torno a la torre de Macharnudo, o los cortijos de El Marrufo y La Alcaría, ya en el ámbito serrano de nuestro término.

Perdida ya la Ermita del Mimbral bajo las aguas de la presa de Guadalcacín, sería necesario proteger y restaurar como se merece la Ermita de La Ina, del siglo XIV y de traza mudéjar, que se encuentra muy alterada, fruto de diferentes intervenciones “urgentes” ante el estado de deterioro y abandono que padecía.



Muy ligadas también a la ciudad, las viejas Canteras de la Sierra de San Cristóbal, auténticas “catedrales subterráneas” como las definiera César Manrique, por su vinculación histórica a obras arquitectónicas de gran valor (catedrales de Sevilla y Jerez, casas señoriales del entorno de la Bahía…) y por sus propios valores, bien merecerían un mayor cuidado y una mejor protección antes de que acaben enterradas por escombros y basuras.

Desde nuestro interés por lo “pequeño” y por esos elementos que a veces pasan desapercibidos, no queremos olvidarnos del rico patrimonio etnográfico disperso en los cortijos, haciendas, casas de viñas y lagares repartidos por el entorno de la campiña. Muchas de estas edificaciones rurales conservan elementos singulares como forjados, rejas, veletas, paneles cerámicos y azulejos devocionales, pozos y abrevaderos, plazas tentaderos y plazas de toros, palomares,… que encierran también un notable interés patrimonial y etnográfico que conviene preservar y conocer.

Patrimonio hidráulico y obras públicas singulares.

Relativamente cercanos en el tiempo, pero no por ello de menor importancia histórica y cultural, los elementos patrimoniales ligados a obras de ingeniería o a la arquitectura industrial, están siendo protegidos en numerosos puntos del país. Tal vez, con esta misma consideración, debieran dotarse de algún tipo de protección a los distintos elementos del Acueducto de Tempul (1864-69) que se conservan a lo largo de sus 46 km. de recorrido (manantiales, estanques, depósitos, minas, puentes-acueductos, puentes-sifones, casetas de registro,..). Conviene recordar que pronto se cumplirán ciento cincuenta años de su construcción. Proyectado por Ángel Mayo, fue considerada durante décadas una obra de ingeniería ejemplar y tomada como modelo para otras obras de abastecimiento y traída de aguas. Uno de los puentes del acueducto, el de San Patricio en La Barca de La Florida (1925), se debe al ingeniero Eduardo Torroja, y fue la primera obra de nuestro país en la que se utilizó el hormigón pretensando. Aunque sólo fuera por esa razón, que la hace figurar en todos los trabajos de historia de la arquitectura, merecería ya su inclusión en el inventario de Bienes Catalogados como lo ha conseguido otra obra del mismo autor: la gran Bodega Tío Pepe, proyectada en 1960, un año antes de su muerte.

Construidos en el siglo XX, tienen también gran interés patrimonial los canales, puentes, sifones y acueductos vinculados a los regadíos del Guadalcacín; o las conducciones de agua potable del acueducto de Los Hurones, que pueden verse en muchos puntos de la campiña. Los sifones del Majaceite y Guadalete en la Junta de los Ríos, son sin duda las obras más notables y, como el puente atirantado de Torroja, están incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Aunque menos
relevantes, el puente-acueducto de los Llanos de la Ina, o los de Arroyodulce, el Zumajo y El Alamillo, el puente-arco de La Barca… son también algunas de estas obras a proteger por su estrecha vinculación con los paisajes de la campiña.

Junto a estas manifestaciones de la ingeniería y de la arquitectura industrial, no podemos dejar de subrayar los puentes sobre el


Guadalete y el Majaceite. Entre los más antiguos, figuran aquellos de hierro, construidos con vigas en celosía y piezas unidas mediante roblones remachados y que aún sobreviven, luchando contra el óxido, el olvido y el vandalismo en Villamartín o en la Junta de los Ríos. Estos puentes (nuestros “Puentes de Madison”, si se nos permite la expresión) debieran ser protegidos o “salvados” como el que se rescató “in extremis” en el Puerto de Santa María sobre el Guadalete que proyectara Ángel Mayo para la línea del ferrocarril al Trocadero. El Puente de San Miguel en Arcos o el Puente de Hierro en La Barca, auténtico símbolo de esta localidad, han corrido mejor suerte y han sido objeto de restauraciones en estos últimos años, que debieran completarse mediante alguna medida de protección patrimonial.

Y dejamos para el final el Puente de Cartuja. Levantado en la primera mitad del siglo XVI, es el más antiguo que se conserva en la cuenca y el único construido con cantos. Auténtico monumento cuajado de historia, historia en sí mismo, del que se cumple el próximo año el V centenario del inicio de su construcción y para el que distintos colectivos y asociaciones de la ciudad solicitan la declaración de B.I.C.

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UN RECORRIDO POR LAS GAÑANÍAS DE LA CAMPIÑA

Atendiendo a la amable invitación de la sección de Flamenco del Ateneo de Jerez, el próximo jueves 19 de septiembre, a las 19:30, haremos un recorrido por las gañanías de la campiña jerezana. Hablaremos de su historia, de las condiciones de vida de los jornaleros del campo y de la visión que de ello nos dejaron diferentes autores. La asistencia es libre hasta completar aforo.

El Molino de marea de Goyena.
Un paseo por las marismas de Las Aletas.




Para los amantes de los paseos tranquilos, por lugares escasamente frecuentados y de fácil recorrido, nada mejor que aventurarse por los parajes marismeños en torno a Jerez. Pese a tratarse de rincones cercanos a la ciudad, son por lo general poco conocidos y en su aparente monotonía de líneas horizontales y dilatadas vistas, albergan curiosas sorpresas. Como muestra de ello, proponemos a nuestros lectores una visita a las marismas colindantes con el Río San Pedro, a las que puede accederse por diferentes carriles y pistas que se abren en la carretera que une el Puente de Cartuja con Puerto Real, también conocida como “carretera de Bolaños”. Se trata de un camino milenario que conoció el paso de la Vía Augusta y, siglos más tarde, el de la Cañada Real de La Isla y Cádiz.

Un paseo por las marismas de Las Aletas.

En estos parajes de extensas marismas confluyen los términos municipales de Puerto Real, El Puerto de Santa María y Jerez. Son las tierras del Rincón de La Tapa, de Doña Blanca, de Las Salinas, de las marismas de Cetina, de las Aletas… que ocupan el antiguo estuario del Guadalete, colmatado por los aportes del río en los dos últimos milenios. A mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, el Instituto Nacional de Colonización puso en marcha un proceso de desecación y transformación de estas fincas con las que se pretendía compensar a los propietarios de los terrenos donde se instalaría la Base Naval de Rota. La vocación “salinera” y “marismeña” de estos espacios chocaría enseguida con los proyectos agrícolas que se saldarían con un solemne fracaso. De ello dieron cuenta en apenas dos décadas los canales destruidos, las compuertas inutilizadas, los campos desecados en los que afloraba la sal, la destrucción del entorno natural, las vastas soledades de estos terrenos que, si en un tiempo fueron marismas llenas de vida, en poco tiempo se vieron transformados en campos muertos.



Hace unos años se planearon nuevos usos para estos espacios en el sector de las marismas desecadas de Las Aletas, próximas a Puerto Real, un enclave donde llegó a anunciarse la construcción de un gran polígono industrial y tecnológico -que hoy sigue paralizado- y que contó desde el principio con la oposición de no pocos colectivos conservacionistas y ecologistas por afectar a suelos protegidos en el entorno del Parque Natural de la Bahía de Cádiz.

Un espejismo en las marismas: el Molino de Marea de Goyena.



Estos días en los que ya se muestran en el paisaje los signos de la primavera hemos vuelto a las marismas de Cetina y Las Aletas recordando la primera vez que, hace más de diez años, paseando por las orillas del río San Pedro vimos, como si de un espejismo se tratara, las ruinas del Molino de Goyena, perdidas, casi camufladas, en un recóndito rincón de estas vastas soledades del estuario. Se trata de un singular molino de marea cuya historia se remonta doscientos cincuenta años atrás.

A mediados del siglo XVIII, Cádiz, La Isla de León y su entorno, viven momentos de gran esplendor de la mano de la actividad comercial y militar ligada al traslado de la Casa de Contratación y a la omnipresencia de la Marina. En la década de los cuarenta de este siglo ya encontramos afincado en Cádiz a Juan Esteban de Goyena y Jijante. De origen navarro (Murillo el Fruto, 1707), Goyena ocupará el cargo de Director de las Reales Provisiones de Víveres de la ciudad de Cádiz y su Partido, como señala el investigador Julio Molina Font en su libro “Molinos de Marea de la Bahía de Cádiz”, de obligada consulta para acercarnos al conocimiento de este rico patrimonio, y al que recurrimos para trazar la historia de este molino.

Nuestro personaje es el máximo responsable de la intendencia de una ciudad que, con su cercana área de influencia, se cuenta entonces entre las más importantes del país. Ante las necesidades de víveres y provisiones, Goyena promueve la construcción de un molino harinero, cercano a la Bahía, para lo que en 1754 solicita permiso al cabildo de la villa de Puerto Real al objeto levantarlo en terrenos de propiedad municipal. El lugar elegido es una zona de esteros, el caño de la Marina, conectada con el Río San Pedro, un punto que se encuentra bien comunicado con las poblaciones cercanas a las que ha de abastecer y en especial con los puertos y embarcaderos de la Bahía.

La concesión se autoriza cediéndose 40 aranzadas para levantar un “molino de pan moler”, con sus almacenes y estanques, que aprovecharía la fuerza de las mareas para mover sus piedras. Aunque la navegación por el río San Pedro estaba vedada en la época, se atiende también su petición -“por razones de utilidad para la “Real Hacienda y al Común de la Villa”- de que puedan transportarse por el río los granos que constituirían su materia prima y las harinas fabricadas en el molino. Las barcas y barcazas, los inconfundibles faluchos de vela latina, los viejos candrays de dos proas… surcarán durante décadas el San Pedro y el Caño de la Marina en continuos viajes entre los puertos y el molino, aprovechando el flujo de las mareas, trayendo y llevando trigos, harinas y salvados.

Juan Esteban de Goyena desarrolló así una actividad industrial, que junto a sus cargos oficiales, debió procurarle una holgada posición económica (a juzgar por sus generosas contribuciones a la iglesia de su pueblo natal) y una distinguida posición social, de la que es un ejemplo su ingresó en la orden de Calatrava en 1757.

A su muerte, el molino y sus posesiones debieron pasar a su hijo Juan Antonio Goyena y Laiglesia quien fue también, como su padre, caballero calatravo. Hay constancia de que las propiedades de la familia fueron heredadas por uno de sus nietos, José Ramón de Goyena y Sayol quien aparece como contribuyente en Puerto Real en diferentes ejercicios entre 1829 y 1849, donde figura así mismo su tributación por varias casas, una posada, pinar y manchones. Tal como apunta Molina Font, en 1867 el molino deja de pertenecer a la familia Goyena y es arrendado por Francisco Chozas, pasando posteriormente a manos de don José Manuel Derqui Lozano, ultimo propietario conocido quien lo dedica a la pesca de estero.

Un molino de marea singular.



El molino, que inicialmente fue conocido con el nombre de su constructor, Goyena, era denominado en el último tercio del siglo XIX con el nombre de “La Albina” (1867), topónimo que hace alusión a los esteros o lagunas que se forman con las aguas del mar en las tierras bajas, como las del paraje en el que se enclava esta construcción. Posteriormente, y en alusión a uno de sus arrendatarios, fue conocido también como Molino de Chozas (plano del Catastro de 1897). Otro de sus nombres fue el de Molino de Galacho, nombre con el que se designan las barranqueras excavadas por el agua al correr por las pendientes del terreno. Cercano a Goyena todavía se encuentra el Arroyo Barranco de Puerto Real, tributario del San Pedro. Sea como fuere, el nombre de Goyena es el que durante más tiempo (más de un siglo) ha identificado a este curioso molino de marea de seis piedras.

En su entorno, donde hoy sólo vemos las marismas desecadas de Las Aletas, estuvo también el “Pinar de Goyena” y, en dirección a la Dehesa de Las Yeguas, el “Bosque de Goyena”. Todos estos significativos topónimos pueden descubrirse en el mapa “Contornos de Cádiz” de Francisco Coello (1868) perteneciente al "Atlas de España y sus posesiones de ultramar" que este cartógrafo elaboró como complemento del "Diccionario geográfico-estadístico-histórico" de Pascual Madoz (1845-1850). El citado mapa nos muestra la zona donde se enclava el molino de Goyena en un momento en el que acababa de construir el primer puente colgante sobre el río San Pedro (1846) o las líneas férreas de Jerez al Trocadero (1856) y de Jerez a Cádiz (1861). Y junto a todo ello, testigo del progreso que avanza deprisa por estas tierras, el viejo molino de marea que cuenta ya en sus piedras cuando Francisco Coello traza su preciso mapa, con más de un siglo de existencia.



En la actualidad, si el paseante se acerca a las ruinas del Molino desde Las Aletas, descubre aún en pie, sobre el antiguo caño de La Marina, alimentado por las aguas mareales del río San Pedro, restos de sus muros, y edificaciones, tajamares, arcos, embalses... Dejemos que Molina Font, nos lo describa: “La sala de molienda tenía forma rectangular con varias edificaciones añadidas en su cara suroeste que servirían como vivienda del molinero y almacenes de granos.



Estaba construida su fábrica de piedra ostionera de cantería. En la actualidad se conserva toda la estructura de los bajos del molino como cárcavos y canal de entrada custodiados de elegantes tajamares de forma de medias pirámides. El muro de cerramiento situado en su cara oeste todavía se sostiene en pie gracias a los tajamares... que le sirven de contrafuertes, abriéndose en él tres vanos de ventanas, uno pequeño y dos de mayor tamaño. Este molino constaba de seis piedras molturadoras y un arco como canal de entrada de agua que se encuentra a la derecha de su cara oeste, construido como todo el edificio de piedra de cantería sobriamente talladas
”.

Si visitamos el lugar en la bajamar podemos hacernos una idea del funcionamiento del molino. En su parte trasera, aguas arriba del caño, pueden apreciarse los muros que rodeaban el embalse donde se retenía el agua con la pleamar. Al bajar la marea, comenzaba el vaciado del agua retenida conducida por los pequeños tajamares interiores (que aún se conservan) hacia las bocas de entrada de los saetillos, que aparecen aquí tapados por pequeñas compuertas. Los saetillos eran las estrechas canalizaciones por donde las aguas vaciantes circulaba a gran velocidad aprovechando la corriente originada por el desnivel existente en la bajamar. El chorro incidía a gran presión, de forma tangencial, sobre los álabes o palas del rodezno, una rueda metálica que al girar trasmitía el movimiento a la piedra situada en su parte superior, ya en la sala de molienda.



Con cada pleamar se llenaba de nuevo el embalse y en cada bajamar podían entrar de nuevo en funcionamiento los rodeznos y las piedras, con lo que los molinos, como este de Goyena, tenían energía asegurada de manera cíclica, cada seis horas de acuerdo al ritmo de las mareas.



Con todo, la parte más llamativa del molino es la fachada delantera de la sala de molienda, donde se albergaron seis piedras, que aún se mantiene en pie gracias a los sólidos y curiosos tajamares, labrados en grandes bloques de piedra ostionera que han sobrevivido al paso de los siglos. Junto a ellos se aprecian también los muros de la ría hasta la que llegaban los faluchos y los candrays cargados de trigo y partían llevando la harina a los puertos cercanos o a los grandes barcos anclados en la bahía.

En uno de los flancos aún se aprecia el pequeño muelle de embarque, construido con grandes sillares a modo de graderío.

A través de los vanos del muro, por los huecos de las ventanas de lo que fue su sólido edificio, se recortan al fondo, los perfiles de los bloques de apartamentos de Valdelagrana, la Bahía de Cádiz, las soledades de la marisma...

En estos tiempos se habla mucho de poner en valor el patrimonio histórico, arquitectónico y etnográfico de nuestros espacios naturales, como un recurso que podría atraer el turismo cultural y como complemento a la oferta de sol y playa ya existente en la Bahía. Por esta razón, creemos que pueden ser también el momento de recuperar el viejo Molino de Goyena, como se ha hecho con el existente en El Puerto



de Santa María. Antes de que el tiempo y la desidia arruinen definitivamente sus muros, podría acometerse su restauración, la regeneración de su entorno, el rescate de su historia... De esa historia que durante siglos han escrito los molinos de marea de la Bahía que hoy conocemos mejor gracias a trabajos como los de Julio Molina Font.

Para saber más:
- Molina Font, Julio (2001): Molinos de Marea de la Bahía de Cádiz (siglos XVI-XIX). Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía. Pgs. 92-96.
- Diccionario Geográfico Estadístico Histórico MADOZ. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. Incluye el mapa de Francisco Coello: “Contornos de Cádiz”. Mapa escala 1:100.000.


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El molino de marea de El Puerto de Santa María

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 16/03/2014

Tiempo de vendimia
Un paseo por los pagos de viñas de Jerez (y II).




Estos días de septiembre en los que las faenas de la vendimia nos han vuelto a recordar la antigua y estrecha vinculación de la ciudad con las viñas, nos hemos asomado a estos hermosos parajes de la campiña para pasear por los antiguos pagos.

Si la semana pasada iniciamos nuestro recorrido por los viñedos que se encontraban a ambos lados de las carreteras de Sevilla, Morabita y Trebujena, hoy vamos a terminar este itinerario visitando los pagos de los rincones noroeste, sur y este de nuestro término municipal, colindantes ya con los de Sanlúcar, Rota y El Puerto. ¿Nos acompañan?



Por la “Carretera del Calvario”.

La conocida como carretera del Calvario, “Carretera de Las Viñas” o camino de Bonanza, por la que desde Jerez se llega al Guadalquivir, es de obligado recorrido para admirar el paisaje del viñedo de nuestra campiña, al ser una de las que cruza un mayor número de pagos. El del Cerro de Santiago, que encontramos a la izquierda de la ruta, apenas salimos de la ciudad, tiene en sus faldas los viñedos de Cerro Nuevo y Cerro Viejo, presididos por sendas casas de viñas construidas en el siglo XIX. La de Cerro Nuevo, levantada en 1839 por la familia Pemartín, se



atribuye al arquitecto francés Garnier, autor de la Opera de París y pasa por ser una de las más singulares y señoriales de todo el Marco. Perteneció al escritor José María Pemán quien escribió en este lugar buena parte de su obra.



A la espalda de estas viñas y también en las laderas del Cerro de Santiago, destaca La Constancia, visibles desde la carretera. La Polanca, Santa Leonor, La Capitana, La Sobajanera… son otras tantas viñas, alguna con su casa ya arruinada, que el viajero puede encontrar en este rincón de la campiña.

A la izquierda de la carretera, apenas cruzamos la Ronda Oeste, queda el pago de Corchuelo en cuyo cerro destaca la viña de Vistahermosa.



Junto a una hermosa y remozada casa de viña del XIX, se alzan aquí las nuevas bodegas de Luis Pérez desde las que se domina buena parte de los viñedos de este sector de la campiña, con la ciudad de Jerez al fondo. En el cruce con la Cañada de Cantarranas, nuestra ruta deja a la derecha las tierras del pago del Amarguillo, cruzadas por el arroyo y cañada del mismo nombre que lindan con las tierras de Macharnudo Bajo.



Frente a él, al otro lado de la carretera, las viñas se extienden también por las laderas del Cerro de Orbaneja, otro afamado pago donde sobresale la casa de viña de Santa Bárbara, que se ubica en lo más alto del puertecillo que cruza aquí nuestro camino. Tras pasarlo se desciende hacia El Higuerón y El Barroso, fincas que lo fueron de viñedos tiempo atrás aunque hoy acogen cultivos de cereal. Frente a nosotros, a la derecha de la ruta despunta aquí Cerro Pelado, otro pago con conocidas viñas como El Barrosillo, con un espléndido caserío desde el que se divisan las marismas de Tabajete y las Mesas de Asta. Tizón, con excelentes tierras o Prunes, son otros tantos pagos de esta zona. Este último, el de Prunes, está presidido en lo más alto de sus lomas, por el llamativo caserío de la que fuera viña de San José, a cuyos pies crecen los últimos viñedos del antiguo Camino de Bonanza (1).



En las viñas de las Tablas y Añina.

Entre la carretera del Calvario y la de Sanlúcar, junto a los actuales núcleos rurales de Añina, Las Tablas y Polila se encuentran renombrados y antiguos pagos de viñas como Zarzuela, Cantarranas, San Julián o Añina. Este último se vincula a través de su nombre con la presencia romana en estas tierras de la campiña. El topónimo, de origen latino, apunta a un posible nomen possessoris, el de un romano llamado Annius (o Anius), nombre que consta en la epigrafía gaditana y que tal vez fuera uno de los primeros propietarios de viñas de la zona.



Entre las barriadas rurales de Añina y Las Tablas, la carretera deja a ambos lados un paisaje de viñas que hará las delicias del paseante entre las que se encuentran las de Santa Luisa, La Blanquita, La Trinidad, El Aljibe, La Zarzuela…



Muchas de estas viñas conservan aún los antiguos pozos, que bien merecería la pena conservar como elementos que forman parte del patrimonio rural antes de que terminen por desaparecer.



Algo más adelante, frente a La Tablas, una portada reclama nuestra atención: “Phelipe Zarzana Spínola”. Se trata del acceso a los viñedos Ximénez-Spínola que, desde el siglo XVIII vienen cultivando en exclusiva la variedad Pedro Ximénez, produciendo unos vinos sencillamente excepcionales.

Nos gusta perdernos por los carriles de las viñas del pago de Añina, de Las Tablas, de san Julián… Sin duda, estas laderas de viñedos sobre albarizas, orientadas al mar, ofrecen magníficas estampas de los paisajes del viñedo jerezano.

Por la carretera de Sanlúcar.



En dirección a Sanlúcar, a la derecha del camino, los pagos de Alfaraz y San Julián, separados por la carretera de Las Tablas, albergan renombrados viñedos por los que en otros tiempos cruzaba la traza del ferrocarril camino de Bonanza. El de San Julián, próximo a la barriada El Polila, tiene conocidas viñas como las de Santa Honorata o San Julián. En el de Marihernández, más adelante, destaca la viña de La Cruz del Husillo y en el de Alfaraz la de Cerro Obregón, desde cuya casa, hoy habilitada como establecimiento hostelero, se domina una magnifica perspectiva. Balbaina y Los Cuadrados, son otros de los pagos de viñas que encontramos a la izquierda de esta carretera. Este último alberga viñas como La Soledad, El Cuadrado, La Plantalina o Viña de Dios. Frente a ellos está también el de Montana, al noroeste de Las Tablas, por cuyas tierras discurría el ferrocarril de Bonanza.



Por los viñedos de Balbaina.



Entre las carreteras de Sanlúcar y Rota, el pago de Balbaina, de claras resonancias latinas y vinculado por algunos autores a la familia romana-gaditana de los Balbo, es uno de los de mayor extensión del marco y sus viñedos reciben como pocos, la influencia de los suaves vientos procedentes del Atlántico. El Laurel, Santa Teresa, La Rabia, La Estrella, La Carpintera, La  Torre… son los nombres de algunas de las viñas de este pago que cuentan con más de un siglo de existencia y han llegado hasta nuestros días. Junto a ellas, otras más conocidas como La Esperanza, El Caballo, o La Santa Cruz o La Blanquita o El Calderín del Obispo… A buen seguro, que los paisajes de Balbaina bien merecerían una ruta turística por los carriles y cañadas que cruzan estos viñedos, con la correspondiente señalización, como se ha hecho en las vecinas viñas del mismo pago que pertenecen al término municipal de El Puerto. ¿A que esperamos para poner en valor estos hermosos parajes?



En la margen izquierda de la carretera de Rota se ubican los pagos de Carrahola y La Gallega, separados ambos por la Cañada de las Huertas. En el primero de ellos se encuentran conocidas viñas como La Capitana, El Bizarrón, Canibro o Las Mercedes. En el de La Gallega, otras como Santa Lucía, La Churumbela, La Gallega… alguna de las cuales han perdido ya sus tradicionales cultivos. Las tierras de este hermoso rincón de la campiña acogen también al pago de Los Tercios, ya en el término municipal de El Puerto de Santa María, colindante con los anteriores.

Las viñas del Sur.



Entre las carreteras de El Puerto y El Portal, al abrigo de la Sierra de San Cristóbal, junto a la actual laguna de Torrox y en las proximidades del campo de golf, los pagos de Torrox y Anaferas, se cuentan entre las escasas zonas de viñedos situadas al sur de la ciudad. Este último hace alusión en su nombre a los barros que se extraían en este lugar para hacer “anafes” (hornillos de material cerámico), vocablo también de origen árabe. La Hijuela de las coles (o de Las Anaferas) y la de Pozo Dulce, conectan la ciudad con la Cañada del Carrillo, a los pies de san Cristóbal y atraviesan estos antiguos pagos de viñas en los que aún sobreviven algunas como las de La Consolación, La Perla, Niño Jesús de Praga…Todavía hay algunas viñas en el pago de Parpalana, junto a El Portal, donde cubrieron en su días estas lomas de albariza que hoy se dedican mayoritariamente a otros cultivos Muy escasas son también en el pago de Solete, donde ataño los viñedos ocupaban toda la zona que se extiende entre Vallesequillo y Río Viejo y hoy se han reducido, de manera residual a las que se mantienen en la Hijuela de La Granja. Sólo las ruinas de las antiguas casas de viña dan fe de aquellos cultivos. También han desaparecido casi por completo en el de Gibalcón, pago colindante con la laguna de Torrox del que ya no queda ni su sonoro nombre.



Los viñedos del Este.



Atrás quedan los tiempos en los que las viñas dominaban el paisaje de grandes sectores de la zona este de Jerez, hoy absorbidos por el crecimiento urbano. Este era el caso de los pagos, ya desaparecidos de San José (junto a la carretera de Arcos), La Canaleja, Barbadillo o El Pinar, pago este último ocupado en la actualidad por extensos barrios de unifamiliares.



Ya en zonas más alejadas de la ciudad y en dirección Este encontramos manchas aisladas de albariza, arenas pliocenas o suelos margosos de “tierras blancas” donde también se cultivan viñas. Nos referimos a pagos o fincas como los de Espínola, Lomopardo, Montealegre, Cuartillos, Los Isletes, La Peñuela, Montecorto, Cartuja de Alcántara, Torrecera



De todos ellos, de sus paisajes diversos e igualmente hermosos, nos ocuparemos en futuras salidas “entornoajerez”.

Para saber más:
(1) Pemartín, J.: Diccionario del vino de Jerez. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 1965.
(2) García de Luján, A.: La viticultura del Jerez. Mundi-Prensa Libros, S.A. Madrid, 1997, pp. 40-41.
(3) Borrego Soto, M.A.: (2008) “Poetas del Jerez Islámico”, AAM 15: 4-78
(4) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes, 2002, p. 243-244
(5) Ibidem, p. 258
(6) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera. Territorio y poblamiento durante la Baja Edad Media. S. de Publicaciones de la Universidad d Cádiz., 2003, Pg. 96
(7) González Rodríguez, R. y Ruiz Mata, D.: “Prehistoria e Historia Antigua de Jerez”, en D. Caro Cancela (coord.), Historia de Jerez de la Frontera I. De los orígenes a la época medieval, Cádiz, 1999, pg. 169.
(8) González Gordon, M.M.: Jerez-Xerez-Sherish. Ed. Gráficas del Exportador. Jerez. Edición de 1970, p. 212.
(9) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, pp. 263-264


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 18/09/2016

 
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