UN "ENCALADO A LA HISTORIA"
El hito megalítico de La Lancha El Pilón dos años después del blanqueado



En estos tiempos confusos hay quien se dedica a “BLANQUEAR LA HISTORIA”. Otros, sin embargo, son mucho más expeditivos y, directamente, la ENCALAN. Si, así de fácil, con su cubo de cal y brocha en mano, pintan un menhir, un hito megalítico reconocido como Bien de Interés Cultural y lo dejan blanco reluciente.

Aunque suene un poco a chiste, esto es lo que denunciamos hace ya dos años por estas fechas en nuestro blog (https://www.entornoajerez.com/2022/09/el-menhir-de-la-lancha-blanqueando-y.html), de lo que se hicieron eco en los días siguientes más de una veintena de diarios de prensa escrita y digital de nuestro país y seis cadenas de televisión de ámbito nacional.  Desde entonces la noticia (ya antigua) ha sido retomada de vez en cuando en distintos programas dedicados a “antologías del disparate”, a “deterioro del patrimonio histórico-cultural” y otros temas parecidos.



Como ya hicimos el año pasado, también en este (dos años después de "los hechos"), hemos vuelto al lugar, un apartado rincón al que se llega por la carretera provincial CAP-5234, una deliciosa vía secundaria que une la de Arcos a El Bosque con la de Villamartín a Prado del Rey y que atraviesa el paraje de La Sevillana, una vez que se han dejado atrás la tierras del Regantío y las colas del del pantano de Bornos. Y allí sigue “nuestro” menhir, tanto o más resplandeciente que la primera vez que lo vimos, como si el sol de agosto (o una nueva mano de pintura…) le hubiesen hecho más blanco.

Allí luce, tan blanco como el primer día, desde lejos, como un faro, en un paisaje que se abre a los horizontes de los llanos de Villamartín y la Sierra de Grazalema. Junto a la carretera queda el antiguo Descansadero de las Palomas donde se cruzan la Cañada de las Carboneras y la Cañada Real de Ronda. En este lugar, a la izquierda de la carretera (en dirección a Villamartín), nos llamará la atención ese gran bloque de piedra que marca el camino de acceso al cortijo del Convento, y que destaca con rotundidad entre los cultivos de cereal por su blancor: el Menhir de la Lancha El Pilón (1).
 

Por refrescar la memoria del lector, recordaremos que, como informamos el año pasado a los medios de comunicación, se trata de un hito megalítico hincado verticalmente sobre el terreno que, con una altura máxima de 1,77 m, “se inserta en un túmulo de en torno a 1,80 m de diámetro” que no ha sido excavado y que podría deparar valiosos testimonios. Cuando lo visitamos por primera vez, hace más de diez años, lo hicimos atraído por la descripción que de él hacían los autores de un interesante estudio (2) publicado en “Arqueología y Cuaternario”, un libro homenaje a Francisco Giles Pacheco. Entonces podían verse con claridad algunos detalles que se adivinaban en las caras de este gran bloque de arenisca, aún después del desgaste que la erosión había ocasionado en su superficie. Así, se observaban huellas de abrasión en una de sus caras que, como se indicaba en el citado estudio, “se disponen en sentido semicircular, a 1,80 m del suelo actual, produciendo una imagen esteliforme de carácter antropomorfo”. En la descripción se añadía también que “tanto la cara Oeste, que da al camino actual, como la cara Norte ,presentan pequeñas cazoletas de origen natural, documentando la búsqueda intencional de piezas que sugerían motivos reconocibles por los constructores del momento”. El menhir de La Lancha ya se mencionaba en antiguos documentos de deslinde, en un lugar ya definido y localizado por distintas crónicas desde finales del siglo XV, porque su singular presencia en este paisaje, desde milenios atrás, no podía pasar desapercibida (3).




















En los años posteriores, y en distintas ocasiones, llevé a algunos amigos por esta carretera secundaria que tanto me gusta recorrer sin prisas y todos, sin excepción, quedaban sorprendidos ante este menhir que nos retrotrae a la ocupación del hombre en la más remota antigüedad en un territorio en el que se descubrió también el cercano y famoso dolmen de Alberite o el más modesto, pero no menos interesante de Las Rosas.

Pues bien, sirva todo este largo preámbulo para decir que, hace unos días volvimos al lugar… para comprobar que todo seguía igual y que ni el megalito se había limpiado, ni se había señalizado ni se había protegido… ni nada de nada. Si hace un año calificábamos de despropósito aquel “encalado” de la historia, y reclamábamos para el algún tipo de protección, señalización y limpieza, dos años después tenemos que hablar de desidia, de abandono, de despreocupación por el patrimonio y de desprecio por la historia. No me extrañaría que, en los próximos años, acaban poniéndole una lucecita incrustada para que, por la noche, se vea mejor aún.



Si entonces podíamos ser “bien pensados” y achacar al desconocimiento del  valor de este elemento patrimonial, aquel “blanqueado”, hoy no podemos sino reprochar a “quien corresponda” (Delegación Provincial de Cultura, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Arcos…) su falta de actuación para devolver a su estado original, señalizar y proteger, este elemento del patrimonio cultural (tal vez de cinco milenios de antigüedad) que hoy sigue cubierto de una capa de cal, para vergüenza de todos.

NOTAS
 (1) Luis Iglesias García, José María Gutiérrez López, Ernesto Pangusión Cigales, Virgilio Martínez Enamorado, Lorenzo Enríquez Jarén y Antonio Bru Madroñal.:  “Sobre los límites del Campo de Matrera”, en  José María Gutiérrez López y  Virgilio Martínez Enamorado (Editores)  A los pies de Matrera (Villamartín, Cádiz). Un estudio arqueológico del oriente de Siduna, 2015, p p.487

(2) Bueno Ramírez, P, De Balbín Behrmann, R., Gutiérrez López, J.Mª y Enríquez Jarén, L. , 2010.: “Hitos visibles de megalitismo gaditano”, en Mata Almonte, E. (Coord.), Cuaternario y arqueología: Homenaje a Francisco Giles Pacheco, Cádiz, pp. 212-214.

(3) OSUNA, C. 3459, D/ y OSUNA, C.3459, D8. Citado en la referencia 1.













UN PREMIO PARA ENTORNOAJEREZ



A comienzos de septiembre recibimos con enorme sorpresa una amable carta de Dª Josefa Díaz Delgado, Presidenta de  Skål International Cádiz, una de las más prestigiosas asociaciones de profesionales del turismo, fundada en 1934 y con presencia en casi un centenar de países.

En ella se nos comunicaba que se nos otorgaba el Premio Skålidad Turística Cádiz 2024 a los Medios de Comunicación. 

"Este galardón, dentro de los XVII Premios Skålidad Turística Cádiz, -apuntaba el escrito- reconoce vuestra invaluable contribución al turismo en nuestra provincia a través del Blog Entorno a Jerez. Vuestra labor de investigación y difusión ha sido crucial para promover el conocimiento del patrimonio rural, natural, cultural, urbano, y etnográfico de Cádiz, aportando al mismo tiempo al reconocimiento y conservación de estos tesoros. Con vuestro esfuerzo, habéis ayudado a consolidar la imagen de Cádiz como un destino turístico de excelencia. Este premio es un sincero reconocimiento a vuestro compromiso con la sostenibilidad y el turismo responsable, valores que también compartimos profundamente en Skål International Cádiz".



Esta mañana, hemos asistido a la entrega de premios que ha tenido lugar en el salón del Recreo de las Cadenas, y en las que hemos participado junto a los galardonados en otras categorías, y no hemos podido sino sentirnos enormemente agradecidos por una distinción que nos honra y nos anima a seguir aportando nuestro trabajo como hemos hecho hasta ahora. Estas han sido nuestras palabras de agradecimiento que compartimos ahora con tantos amigos que a lo largo de estos años han seguido nuestras aportaciones en el blog Entornoajerez:

“Sirvan estas breves palabras para, en nombre de mi hermano y en el mío, agradecer a los miembros de Skål International Cádiz y especialmente, a su presidenta Dª Josefa Díaz Delgado, el premio otorgado a nuestro Blog Entorno a Jerez. Para nosotros, esta distinción supone un gran honor que sobrepasa con creces nuestras expectativas en relación a los objetivos que desde su puesta en marcha nos planteamos: contribuir modestamente a resaltar los valores patrimoniales, culturales, históricos, naturales y etnográficos de nuestro entorno rural. Como saben bien, junto al turismo de masas, existe también un amplio sector -cada día más amplio, por cierto- que gusta de lo pequeño, de lo tranquilo, de lo menos frecuentado, de aquello que encierra otros valores que, hasta hace pocos años pasaban en buena parte desapercibidos o escasamente apreciados. Y en esas cuestiones es en las que, de manera más recurrente nos ocupamos en nuestro blog. Y lo hacemos con la emoción y con la pasión de quien, como en aquel cuento de Borges “un día cualquiera descubrimos que después de buscar en parajes remotos aquel tesoro soñado, estaba escondido en el patio de nuestra casa, donde nunca hubiéramos imaginado encontrarlo: en torno a Jerez”.

Nosotros no somos jerezanos, somos maños de Épila (Zaragoza), aunque llevamos aquí viviendo toda una vida, 55 años, desde que en 1969 trasladaron las azucareras del valle del Ebro a la campiña jerezana. Pero desde el primer momento hemos sentido admiración por esta tierra que tanto queremos y con nuestro blog y nuestras publicaciones hemos querido dar una visión positiva de este maravilloso territorio. Y para ello nos dedicamos a hablar de sus paisajes superando una visión estática o de “postal”, desde el convencimiento de que, por el contrario, los paisajes son un elemento dinámico y cambiante, una creación colectiva producto de la interacción que desde hace milenios ha establecido nuestra comunidad con su medio físico.  El paisaje es percibido así, como una realidad compleja y diversa que no puede entenderse sino desde una mirada amplia e interdisciplinar con el auxilio de la geografía, la historia, la economía, la etnografía, el patrimonio o la literatura. Desde esta perspectiva, los paisajes que nos rodean se visten de una “capa cultural” que los hacen más comprensibles y aún más atractivos a los ojos del visitante. Y eso es lo que hemos pretendido, modestamente, a lo largo de estos años con nuestros escritos.
El blog Entorno a Jerez registra 2.600.000 visitas y de él han surgido también a lo largo de estos años otros contenidos como, por ejemplo, los más de 350 artículos de prensa basados en muchos de sus contenidos que han visto la luz en Información Jerez, en el Diario de Jerez y en otras publicaciones provinciales. “Hijos” de este blog han sido también dos libros con el título de “Paisajes con Historias en torno a Jerez I y II” y la autoría en colaboración con otros autores de otros tres más. En los últimos tres años, hemos mantenido también un programa de radio semanal en la Cadena Ser que con el título de “El Paseíto” ha  publicado más de 100 itinerarios por el entorno rural e la campiña y que, próximamente,  una selección de ellos verá la luz en un libro con el título de “40 paseos en torno a Jerez (I)”. Sin más pretensión que la de compartir con amigos y lectores nuestro amor por esta tierra, nuestra pasión y admiración por sus paisajes, iniciamos hace ya años este camino. Imaginaran entonces cuanto ilusión nos ha hecho que una asociación del prestigio del que goza Skål International se haya fijado en nuestro trabajo. En mi pueblo sólo existe una palabra para resumirlo: GRACIAS. Muchísimas gracias por ello”

                                                        José y Agustín García Lázaro


Un rico patrimonio en torno a Jerez




Habitualmente, cuando nos referimos al patrimonio histórico o monumental de Jerez, tendemos a pensar en clave urbana, limitando así los elementos que integran nuestro rico legado a aquellos edificios, iglesias, monumentos, o jardines históricos que podemos admirar en la ciudad. Junto a ellos, conviene recordar que entre los Bienes Catalogados de nuestro municipio y de los de las localidades vecinas, aparecen otros muchos que se encuentran dispersos en distintos rincones de las campiñas y sierras cercanas. Una parte de ellos están amparados bajo el régimen de protección de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), constituyendo en muchos casos un referente de primer orden en el paisaje en el que se enclavan y al que se encuentran vinculados por razones históricas y culturales. Así, a modo de ejemplo, no se conciben ya lo sotos y riberas del Vado de Medina sin los perfiles del Monasterio y del viejo Puente de Cartuja.

Al encuentro del patrimonio y de la historia.

Sin lugar a dudas, el más conocido de estos elementos relevantes de nuestro patrimonio es el Monasterio de La Cartuja, que fue ya declarado Monumento Nacional en 1856, el primero de nuestra provincia en gozar de esta calificación y con planes - por fin- de apertura a las visitas ciudadanas. De gran interés son también las torres, atalayas y castillos repartidos por la campiña, incluidos todos ellos en la categoría de “Monumento” y entre los que destacan el castillo de Berroquejo, el torreón de Torre Cera, las torres de Macharnudo, Gibalbín o Melgarejo (en proceso de consolidación, tras el derrumbe de uno de sus muros), todas ellas en Jerez. Muy ligados a nuestra historia están también los castillos de Tempul y Gigonza, en San José del Valle, o el de Doña Blanca en las tierras portuenses de Sidueña. Por su singularidad, destaca en esta relación de Bienes Catalogados la Cueva de las Motillas, complejo de cavidades kársticas que albergan pinturas rupestres del paleolítico superior, ubicada en las proximidades de La Sauceda, en los confines más orientales del término municipal jerezano,

La base de datos del patrimonio inmueble del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, incluye un buen número de yacimientos en los alrededores de Jerez y otras localidades cercanas entre los que figuran apasando por la Edad del Cobre, la Época romana o la andalusí.

Entre todos ellos merecen subrayarse Zonas Arqueológicas como la de Mesas de Asta, el Poblado de las Cumbres (en la Sierra de San Cristóbal) , o el Castillo de Doña Blanca, estas dos últimas en El Puerto. El yacimiento de Asta Regia, ubicado en la barriada rural de Mesas de Asta, duerme el sueño de los justos desde 1956, año en el que D. Manuel Esteve llevara a cabo la última campaña de excavaciones. Con presencia ininterrumpida desde el neolítico hasta el periodo califal de la época islámica, Mesas de Asta es un enclave de primer orden para conocer nuestra propia historia. Lo mismo puede decirse de la Sierra de Gibalbín, en cuyas laderas y cumbres se encuentran también importantes vestigios arqueológicos (La Mazmorra), al igual que sucede en otros muchos puntos del término. Como ejemplo mencionaremos los restos del antiguo acueducto romano de Tempul a Gades, una de las más notables obras de ingeniería de la antigüedad, que aún se conservan en algunos parajes de nuestras sierras y campiñas. Estos yacimientos merecerían ser investigados, conocidos y puestos en valor para que, como ya sucede en otros lugares de nuestro país, contribuyeran también al desarrollo de los núcleos rurales y el territorio donde se ubican.

Un singular patrimonio etnográfico y cultural.

Junto a los ya mencionados, queremos recabar la atención del lector sobre otros elementos de nuestro legado histórico y etnográfico disperso en la zona rural que, a nuestro modesto entender, debiera también contar con algún tipo de protección por sus valores singulares. Nos referimos, por ejemplo, al rico patrimonio ligado a la cultura del vino, a las viñas y las bodegas. Convendría a tal respecto, promover iniciativas como la que hace unos años planteara Casto Sánchez Mellado -“Jerez, Ciudad del Vino”- que incluía un completo estudio para que se declarase Bien de Interés Cultural, de manera genérica, al conjunto patrimonial, etnográfico y cultural ligado al vino.





En relación con estas cuestiones, consideramos también de gran interés las numerosas construcciones repartidas por la campiña (cortijos, casas de viña, haciendas de olivar…), magníficos ejemplos de arquitectura popular en unos casos, o edificios de gran valor arquitectónico en otros. Por citar sólo algunos de ellos, mencionaremos la casa de la Viña de Cerro Nuevo, el cortijo y Ermita de Salto al Cielo, vinculada en su día a La Cartuja, la Viña El Majuelo y el conjunto de edificaciones en torno a la torre de Macharnudo, o los cortijos de El Marrufo y La Alcaría, ya en el ámbito serrano de nuestro término.

Perdida ya la Ermita del Mimbral bajo las aguas de la presa de Guadalcacín, sería necesario proteger y restaurar como se merece la Ermita de La Ina, del siglo XIV y de traza mudéjar, que se encuentra muy alterada, fruto de diferentes intervenciones “urgentes” ante el estado de deterioro y abandono que padecía.



Muy ligadas también a la ciudad, las viejas Canteras de la Sierra de San Cristóbal, auténticas “catedrales subterráneas” como las definiera César Manrique, por su vinculación histórica a obras arquitectónicas de gran valor (catedrales de Sevilla y Jerez, casas señoriales del entorno de la Bahía…) y por sus propios valores, bien merecerían un mayor cuidado y una mejor protección antes de que acaben enterradas por escombros y basuras.

Desde nuestro interés por lo “pequeño” y por esos elementos que a veces pasan desapercibidos, no queremos olvidarnos del rico patrimonio etnográfico disperso en los cortijos, haciendas, casas de viñas y lagares repartidos por el entorno de la campiña. Muchas de estas edificaciones rurales conservan elementos singulares como forjados, rejas, veletas, paneles cerámicos y azulejos devocionales, pozos y abrevaderos, plazas tentaderos y plazas de toros, palomares,… que encierran también un notable interés patrimonial y etnográfico que conviene preservar y conocer.

Patrimonio hidráulico y obras públicas singulares.

Relativamente cercanos en el tiempo, pero no por ello de menor importancia histórica y cultural, los elementos patrimoniales ligados a obras de ingeniería o a la arquitectura industrial, están siendo protegidos en numerosos puntos del país. Tal vez, con esta misma consideración, debieran dotarse de algún tipo de protección a los distintos elementos del Acueducto de Tempul (1864-69) que se conservan a lo largo de sus 46 km. de recorrido (manantiales, estanques, depósitos, minas, puentes-acueductos, puentes-sifones, casetas de registro,..). Conviene recordar que pronto se cumplirán ciento cincuenta años de su construcción. Proyectado por Ángel Mayo, fue considerada durante décadas una obra de ingeniería ejemplar y tomada como modelo para otras obras de abastecimiento y traída de aguas. Uno de los puentes del acueducto, el de San Patricio en La Barca de La Florida (1925), se debe al ingeniero Eduardo Torroja, y fue la primera obra de nuestro país en la que se utilizó el hormigón pretensando. Aunque sólo fuera por esa razón, que la hace figurar en todos los trabajos de historia de la arquitectura, merecería ya su inclusión en el inventario de Bienes Catalogados como lo ha conseguido otra obra del mismo autor: la gran Bodega Tío Pepe, proyectada en 1960, un año antes de su muerte.

Construidos en el siglo XX, tienen también gran interés patrimonial los canales, puentes, sifones y acueductos vinculados a los regadíos del Guadalcacín; o las conducciones de agua potable del acueducto de Los Hurones, que pueden verse en muchos puntos de la campiña. Los sifones del Majaceite y Guadalete en la Junta de los Ríos, son sin duda las obras más notables y, como el puente atirantado de Torroja, están incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Aunque menos
relevantes, el puente-acueducto de los Llanos de la Ina, o los de Arroyodulce, el Zumajo y El Alamillo, el puente-arco de La Barca… son también algunas de estas obras a proteger por su estrecha vinculación con los paisajes de la campiña.

Junto a estas manifestaciones de la ingeniería y de la arquitectura industrial, no podemos dejar de subrayar los puentes sobre el


Guadalete y el Majaceite. Entre los más antiguos, figuran aquellos de hierro, construidos con vigas en celosía y piezas unidas mediante roblones remachados y que aún sobreviven, luchando contra el óxido, el olvido y el vandalismo en Villamartín o en la Junta de los Ríos. Estos puentes (nuestros “Puentes de Madison”, si se nos permite la expresión) debieran ser protegidos o “salvados” como el que se rescató “in extremis” en el Puerto de Santa María sobre el Guadalete que proyectara Ángel Mayo para la línea del ferrocarril al Trocadero. El Puente de San Miguel en Arcos o el Puente de Hierro en La Barca, auténtico símbolo de esta localidad, han corrido mejor suerte y han sido objeto de restauraciones en estos últimos años, que debieran completarse mediante alguna medida de protección patrimonial.

Y dejamos para el final el Puente de Cartuja. Levantado en la primera mitad del siglo XVI, es el más antiguo que se conserva en la cuenca y el único construido con cantos. Auténtico monumento cuajado de historia, historia en sí mismo, del que se cumple el próximo año el V centenario del inicio de su construcción y para el que distintos colectivos y asociaciones de la ciudad solicitan la declaración de B.I.C.

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UN RECORRIDO POR LAS GAÑANÍAS DE LA CAMPIÑA

Atendiendo a la amable invitación de la sección de Flamenco del Ateneo de Jerez, el próximo jueves 19 de septiembre, a las 19:30, haremos un recorrido por las gañanías de la campiña jerezana. Hablaremos de su historia, de las condiciones de vida de los jornaleros del campo y de la visión que de ello nos dejaron diferentes autores. La asistencia es libre hasta completar aforo.

El Molino de marea de Goyena.
Un paseo por las marismas de Las Aletas.




Para los amantes de los paseos tranquilos, por lugares escasamente frecuentados y de fácil recorrido, nada mejor que aventurarse por los parajes marismeños en torno a Jerez. Pese a tratarse de rincones cercanos a la ciudad, son por lo general poco conocidos y en su aparente monotonía de líneas horizontales y dilatadas vistas, albergan curiosas sorpresas. Como muestra de ello, proponemos a nuestros lectores una visita a las marismas colindantes con el Río San Pedro, a las que puede accederse por diferentes carriles y pistas que se abren en la carretera que une el Puente de Cartuja con Puerto Real, también conocida como “carretera de Bolaños”. Se trata de un camino milenario que conoció el paso de la Vía Augusta y, siglos más tarde, el de la Cañada Real de La Isla y Cádiz.

Un paseo por las marismas de Las Aletas.

En estos parajes de extensas marismas confluyen los términos municipales de Puerto Real, El Puerto de Santa María y Jerez. Son las tierras del Rincón de La Tapa, de Doña Blanca, de Las Salinas, de las marismas de Cetina, de las Aletas… que ocupan el antiguo estuario del Guadalete, colmatado por los aportes del río en los dos últimos milenios. A mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, el Instituto Nacional de Colonización puso en marcha un proceso de desecación y transformación de estas fincas con las que se pretendía compensar a los propietarios de los terrenos donde se instalaría la Base Naval de Rota. La vocación “salinera” y “marismeña” de estos espacios chocaría enseguida con los proyectos agrícolas que se saldarían con un solemne fracaso. De ello dieron cuenta en apenas dos décadas los canales destruidos, las compuertas inutilizadas, los campos desecados en los que afloraba la sal, la destrucción del entorno natural, las vastas soledades de estos terrenos que, si en un tiempo fueron marismas llenas de vida, en poco tiempo se vieron transformados en campos muertos.



Hace unos años se planearon nuevos usos para estos espacios en el sector de las marismas desecadas de Las Aletas, próximas a Puerto Real, un enclave donde llegó a anunciarse la construcción de un gran polígono industrial y tecnológico -que hoy sigue paralizado- y que contó desde el principio con la oposición de no pocos colectivos conservacionistas y ecologistas por afectar a suelos protegidos en el entorno del Parque Natural de la Bahía de Cádiz.

Un espejismo en las marismas: el Molino de Marea de Goyena.



Estos días en los que ya se muestran en el paisaje los signos de la primavera hemos vuelto a las marismas de Cetina y Las Aletas recordando la primera vez que, hace más de diez años, paseando por las orillas del río San Pedro vimos, como si de un espejismo se tratara, las ruinas del Molino de Goyena, perdidas, casi camufladas, en un recóndito rincón de estas vastas soledades del estuario. Se trata de un singular molino de marea cuya historia se remonta doscientos cincuenta años atrás.

A mediados del siglo XVIII, Cádiz, La Isla de León y su entorno, viven momentos de gran esplendor de la mano de la actividad comercial y militar ligada al traslado de la Casa de Contratación y a la omnipresencia de la Marina. En la década de los cuarenta de este siglo ya encontramos afincado en Cádiz a Juan Esteban de Goyena y Jijante. De origen navarro (Murillo el Fruto, 1707), Goyena ocupará el cargo de Director de las Reales Provisiones de Víveres de la ciudad de Cádiz y su Partido, como señala el investigador Julio Molina Font en su libro “Molinos de Marea de la Bahía de Cádiz”, de obligada consulta para acercarnos al conocimiento de este rico patrimonio, y al que recurrimos para trazar la historia de este molino.

Nuestro personaje es el máximo responsable de la intendencia de una ciudad que, con su cercana área de influencia, se cuenta entonces entre las más importantes del país. Ante las necesidades de víveres y provisiones, Goyena promueve la construcción de un molino harinero, cercano a la Bahía, para lo que en 1754 solicita permiso al cabildo de la villa de Puerto Real al objeto levantarlo en terrenos de propiedad municipal. El lugar elegido es una zona de esteros, el caño de la Marina, conectada con el Río San Pedro, un punto que se encuentra bien comunicado con las poblaciones cercanas a las que ha de abastecer y en especial con los puertos y embarcaderos de la Bahía.

La concesión se autoriza cediéndose 40 aranzadas para levantar un “molino de pan moler”, con sus almacenes y estanques, que aprovecharía la fuerza de las mareas para mover sus piedras. Aunque la navegación por el río San Pedro estaba vedada en la época, se atiende también su petición -“por razones de utilidad para la “Real Hacienda y al Común de la Villa”- de que puedan transportarse por el río los granos que constituirían su materia prima y las harinas fabricadas en el molino. Las barcas y barcazas, los inconfundibles faluchos de vela latina, los viejos candrays de dos proas… surcarán durante décadas el San Pedro y el Caño de la Marina en continuos viajes entre los puertos y el molino, aprovechando el flujo de las mareas, trayendo y llevando trigos, harinas y salvados.

Juan Esteban de Goyena desarrolló así una actividad industrial, que junto a sus cargos oficiales, debió procurarle una holgada posición económica (a juzgar por sus generosas contribuciones a la iglesia de su pueblo natal) y una distinguida posición social, de la que es un ejemplo su ingresó en la orden de Calatrava en 1757.

A su muerte, el molino y sus posesiones debieron pasar a su hijo Juan Antonio Goyena y Laiglesia quien fue también, como su padre, caballero calatravo. Hay constancia de que las propiedades de la familia fueron heredadas por uno de sus nietos, José Ramón de Goyena y Sayol quien aparece como contribuyente en Puerto Real en diferentes ejercicios entre 1829 y 1849, donde figura así mismo su tributación por varias casas, una posada, pinar y manchones. Tal como apunta Molina Font, en 1867 el molino deja de pertenecer a la familia Goyena y es arrendado por Francisco Chozas, pasando posteriormente a manos de don José Manuel Derqui Lozano, ultimo propietario conocido quien lo dedica a la pesca de estero.

Un molino de marea singular.



El molino, que inicialmente fue conocido con el nombre de su constructor, Goyena, era denominado en el último tercio del siglo XIX con el nombre de “La Albina” (1867), topónimo que hace alusión a los esteros o lagunas que se forman con las aguas del mar en las tierras bajas, como las del paraje en el que se enclava esta construcción. Posteriormente, y en alusión a uno de sus arrendatarios, fue conocido también como Molino de Chozas (plano del Catastro de 1897). Otro de sus nombres fue el de Molino de Galacho, nombre con el que se designan las barranqueras excavadas por el agua al correr por las pendientes del terreno. Cercano a Goyena todavía se encuentra el Arroyo Barranco de Puerto Real, tributario del San Pedro. Sea como fuere, el nombre de Goyena es el que durante más tiempo (más de un siglo) ha identificado a este curioso molino de marea de seis piedras.

En su entorno, donde hoy sólo vemos las marismas desecadas de Las Aletas, estuvo también el “Pinar de Goyena” y, en dirección a la Dehesa de Las Yeguas, el “Bosque de Goyena”. Todos estos significativos topónimos pueden descubrirse en el mapa “Contornos de Cádiz” de Francisco Coello (1868) perteneciente al "Atlas de España y sus posesiones de ultramar" que este cartógrafo elaboró como complemento del "Diccionario geográfico-estadístico-histórico" de Pascual Madoz (1845-1850). El citado mapa nos muestra la zona donde se enclava el molino de Goyena en un momento en el que acababa de construir el primer puente colgante sobre el río San Pedro (1846) o las líneas férreas de Jerez al Trocadero (1856) y de Jerez a Cádiz (1861). Y junto a todo ello, testigo del progreso que avanza deprisa por estas tierras, el viejo molino de marea que cuenta ya en sus piedras cuando Francisco Coello traza su preciso mapa, con más de un siglo de existencia.



En la actualidad, si el paseante se acerca a las ruinas del Molino desde Las Aletas, descubre aún en pie, sobre el antiguo caño de La Marina, alimentado por las aguas mareales del río San Pedro, restos de sus muros, y edificaciones, tajamares, arcos, embalses... Dejemos que Molina Font, nos lo describa: “La sala de molienda tenía forma rectangular con varias edificaciones añadidas en su cara suroeste que servirían como vivienda del molinero y almacenes de granos.



Estaba construida su fábrica de piedra ostionera de cantería. En la actualidad se conserva toda la estructura de los bajos del molino como cárcavos y canal de entrada custodiados de elegantes tajamares de forma de medias pirámides. El muro de cerramiento situado en su cara oeste todavía se sostiene en pie gracias a los tajamares... que le sirven de contrafuertes, abriéndose en él tres vanos de ventanas, uno pequeño y dos de mayor tamaño. Este molino constaba de seis piedras molturadoras y un arco como canal de entrada de agua que se encuentra a la derecha de su cara oeste, construido como todo el edificio de piedra de cantería sobriamente talladas
”.

Si visitamos el lugar en la bajamar podemos hacernos una idea del funcionamiento del molino. En su parte trasera, aguas arriba del caño, pueden apreciarse los muros que rodeaban el embalse donde se retenía el agua con la pleamar. Al bajar la marea, comenzaba el vaciado del agua retenida conducida por los pequeños tajamares interiores (que aún se conservan) hacia las bocas de entrada de los saetillos, que aparecen aquí tapados por pequeñas compuertas. Los saetillos eran las estrechas canalizaciones por donde las aguas vaciantes circulaba a gran velocidad aprovechando la corriente originada por el desnivel existente en la bajamar. El chorro incidía a gran presión, de forma tangencial, sobre los álabes o palas del rodezno, una rueda metálica que al girar trasmitía el movimiento a la piedra situada en su parte superior, ya en la sala de molienda.



Con cada pleamar se llenaba de nuevo el embalse y en cada bajamar podían entrar de nuevo en funcionamiento los rodeznos y las piedras, con lo que los molinos, como este de Goyena, tenían energía asegurada de manera cíclica, cada seis horas de acuerdo al ritmo de las mareas.



Con todo, la parte más llamativa del molino es la fachada delantera de la sala de molienda, donde se albergaron seis piedras, que aún se mantiene en pie gracias a los sólidos y curiosos tajamares, labrados en grandes bloques de piedra ostionera que han sobrevivido al paso de los siglos. Junto a ellos se aprecian también los muros de la ría hasta la que llegaban los faluchos y los candrays cargados de trigo y partían llevando la harina a los puertos cercanos o a los grandes barcos anclados en la bahía.

En uno de los flancos aún se aprecia el pequeño muelle de embarque, construido con grandes sillares a modo de graderío.

A través de los vanos del muro, por los huecos de las ventanas de lo que fue su sólido edificio, se recortan al fondo, los perfiles de los bloques de apartamentos de Valdelagrana, la Bahía de Cádiz, las soledades de la marisma...

En estos tiempos se habla mucho de poner en valor el patrimonio histórico, arquitectónico y etnográfico de nuestros espacios naturales, como un recurso que podría atraer el turismo cultural y como complemento a la oferta de sol y playa ya existente en la Bahía. Por esta razón, creemos que pueden ser también el momento de recuperar el viejo Molino de Goyena, como se ha hecho con el existente en El Puerto



de Santa María. Antes de que el tiempo y la desidia arruinen definitivamente sus muros, podría acometerse su restauración, la regeneración de su entorno, el rescate de su historia... De esa historia que durante siglos han escrito los molinos de marea de la Bahía que hoy conocemos mejor gracias a trabajos como los de Julio Molina Font.

Para saber más:
- Molina Font, Julio (2001): Molinos de Marea de la Bahía de Cádiz (siglos XVI-XIX). Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía. Pgs. 92-96.
- Diccionario Geográfico Estadístico Histórico MADOZ. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. Incluye el mapa de Francisco Coello: “Contornos de Cádiz”. Mapa escala 1:100.000.


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El molino de marea de El Puerto de Santa María

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 16/03/2014

 
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