27 octubre 2024

Un nuevo embalse en la Laguna de Medina.
Breve historia de un disparatado proyecto.




La consideración de los humedales como espacios naturales que merecieran ser protegidos, es una cuestión que ha empezado a ser admitida en nuestra legislación y en la opinión pública en las últimas décadas. Bien al contrario, desde el último tercio del siglo XIX y hasta muy avanzado el XX, una línea de pensamiento y acción política en materia de intervención en el medio, la corriente “higienista”, consideraba que marismas, lagunas y zonas húmedas eran espacios improductivos y podían ser foco de enfermedades, por lo que era necesario desecarlas.



La progresiva desaparición de los humedales.

Por citar sólo algunos ejemplos cercanos, a mediados del siglo pasado un amplio sector del entorno de Doñana, la antigua Laguna de la Janda o las marismas del Guadalquivir en Lebrija, experimentaron grandes transformaciones ambientales que terminaron con la desecación y el drenaje de inmensas superficies. En nuestro término municipal, las marismas de Mesas de Asta, Tabajete y Rajaldabas, así como las del Bujón y Casablanca, fueron objeto en la década de los 50 del siglo pasado, de obras de canalización para la construcción de grandes colectores, los Caños de Jerez y de Capita, a través de los cuales desaguan desde entonces estas tierras encharcadizas hacia el Guadalquivir. La misma suerte corrieron los aguazales del estuario del Guadalete, a caballo entre los términos de Jerez, Puerto Real y El Puerto de Santa María: las conocidas marismas de Doña Blanca, Cetina y Las Aletas, cuya puesta en cultivo se saldó con un gran fracaso.

A menor escala, muchas lagunas estuvieron también en el punto de mira de las tendencias desarrollistas y gran parte de ellas desapareció bajo el arado o sufrió daños irreversibles por los graves impactos a los que se vieron sometidas. Baste recordar en el entorno de Jerez, la roturación para su puesta en cultivo de las lagunas de Rajamancera (entre este enclave rural y La Ina), La Isleta (en Las Pachecas) o Bocanegra (en las cercanías de Roa La Bota), o la utilización de una parte de las marismas de Las Mesas y El Bujón, a los pies de Mesas de Asta, como balsas de decantación de la antigua Azucarera de Guadalcacín. La laguna de Las Quinientas, se transformó también, a finales de la década de los sesenta del pasado siglo, en balsa de los vertidos contaminantes de la Azucarera del Guadalete, estando activa durante muchos años. En la de los Tollos, junto a lo localidad de El Cuervo, se autorizó una explotación minera (entre 1976 y 1998) que dañó seriamente la laguna, si bien en la actualidad se están terminando los trabajos de restauración tras años de lucha de los colectivos ecologistas y ciudadanos.



Un proyecto de embalse en la Laguna de Medina.

La laguna de Medina, que con sus 375 hectáreas es la segunda en extensión de Andalucía después de la de Fuente de Piedra, estuvo también a punto de desaparecer, llegando a ser cultivada en toda su superficie durante los años más secos, viendo también reducida su extensión. Desde el 9 de abril de 1987, fecha en la que se declaró este espacio como Reserva Natural, goza ya de la protección legal que ha permitido su progresiva regeneración y su consolidación como uno de los humedales más importantes de la provincia. (1)

Sin embargo, traemos hoy aquí el recuerdo de un proyecto que en la década de los cincuenta del siglo pasado, a punto estuvo de convertir nuestra emblemática Laguna de Medina en un embalse. Aquellos tiempos de postguerra estuvieron marcados por la construcción de las grandes obras hidráulicas (los famosos “pantanosde Franco) y, en lo que se refiere a la provincia de Cádiz, son los años en los que se están construyendo las presas de Bornos y Los Hurones, así como las conducciones de abastecimiento de agua potable a la Zona Gaditana. El pantano de Guadalcacín, único en servicio en la cuenca del Guadalete, da servicio ya en esa época a una amplia zona regable a través de una extensa red de canales. Sin embargo la demanda de agua para riego y para el consumo humano e industrial no para de incrementarse y, junto a los proyectos de recrecimiento de la presa de Guadalcacín, surge una idea más eficaz y de menor coste económico: transformar en embalse la Laguna de Medina.

Veamos cómo se expone la idea en 1956, en una “Tirada aparte” de la Revista “Ibérica” (separata, diríamos ahora), dedicada a “Las obras Hidroeléctricas de la Provincia de Cádiz”:

Como las posibilidades hidráulicas del río Majaceite son superiores a las necesidades de las 10.000 hectáreas servidas por los actuales canales construidos y en construcción, se ha previsto la posibilidad de ampliar la superficie regable. Para utilizar el agua excedente se puede construir un embalse lateral aprovechando la Laguna de Medina, situada cerca de Jerez de la Frontera. Para ello basta construir una presa de unos 20 metros de altura que cierre la vaguada por donde la laguna desborda en época de lluvias abundantes. Con ello se logrará un embalse aproximado a los 25 millones de metros cúbicos.



La laguna no tiene aportaciones de agua, salvo la que recoge de las lluvias, por lo cual se proyecta llenar el futuro embalse llevando el agua desde el pantano de Guadalcacín, por los canales de la margen izquierda del Guadalete, durante los meses de invierno en que no se utilizan para riego
”. (2)



Nueva red de canales.



La Laguna de Medina veía así ampliado su vaso con un dique lateral (algo parecido a lo que se haría años después en la presa de Arcos), hasta poder contener en él un volumen que, aproximadamente, equivaldría al doble del que hoy se almacena en el embalse de Arcos. Para su distribución por las parcelas de regadío se aprovecharían también, según el proyecto, una parte de la antigua red de canales construida a principios del siglo XX por la empresa que levantó la Azucarera Jerezana en El Portal, de los que en la actualidad aún podemos ver algunos tramos en la zona de las Pachecas, Las Quinientas o el Palmar del Conde.

Para el aprovechamiento de este embalse lateral se daría salida al agua por el canal situado a más bajo nivel. Este canal riega las vegas inferiores de la margen izquierda y puede ser prolongado sin dificultad con lo cual se aumentaría la zona regable en una superficie de 1.800 hectáreas de terrenos de excelente calidad. En parte podrían utilizarse, con las necesarias reparaciones, unos antiguos acueductos y acequias de la desaparecida “Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete” que explotó esta zona con agua elevada a principios de siglo”.

Desconocemos si D. Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conde de Vallellano y Ministro de Obras Públicas de la época –quien visitó las obras de las presas que entonces se construían en la provincia-, encargaría a sus ingenieros “estudios de impacto ambiental” y si estos desaconsejaron finalmente la idea ante la previsible destrucción de este espacio natural... O tal vez, las grandes necesidades de cemento y acero que reclamaban las obras en curso en Bornos y Los Hurones, fueron las que frenaron definitivamente el proyecto.



El caso es que, a diferencia de tantas otras lagunas de nuestro entorno que terminaron como escombreras y balsas de vertidos o que fueron desecadas y puestas en cultivo, la Laguna de Medina se libró finalmente de convertirse en un embalse y hoy no tenemos que lamentarnos que aquel disparatado proyecto se hubiese llevado por delante uno de los mayores humedales de Andalucía. Afortunadamente.






Para saber más:
(1) Colón Díaz, M y Díaz del Olmo, F.: Las Campiñas. Guías Naturalistas de la provincia de Cádiz. IV., Diputación de Cádiz, 1990, p. 223.
(2) “Las obras hidroeléctricas de la provincia de Cádiz”. Tirada aparte de la Revista “Ibérica”, nº 335, agosto de 1956.
Nota: Las imágenes de lo planos del proyecto de embalse fueron subidas a la red por Pedro Oteo Barranco.
Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: Lagunas y Humedales, Puentes y Obras Públicas y Paisajes con Historia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 14/12/2014

20 octubre 2024

Un resplandor en la noche.
Con Zurbarán por las riberas del Guadalete en el Sotillo.


Como muchos lectores saben, la Cartuja de Jerez tuvo entre sus numerosos tesoros artísticos diferentes obras del insigne Francisco de Zurbarán, uno de los maestros de la pintura española del Siglo de Oro.

Es conocido que, tras la desamortización de Mendizábal en 1836, se dispersaron los bienes del monasterio y en especial sus cuadros y esculturas, encontrándose hoy repartidos por algunos de los museos más importantes del mundo. Buena parte de las tablas y lienzos que el célebre pintor de Fuente de Cantos realizó para la cartuja jerezana, se conservan en la actualidad en el Museo Provincial de Cádiz, mientras que cuatro de sus cuadros se exhiben en el Museo de Grenoble y en el polaco de Poznan lo hace la Virgen del Rosario, una pintura de grandes dimensiones.

Junto a todos ellos, el titulado “La batalla de Jerez”, la que fuera la pieza central del retablo de la Cartuja, es el que por muchas razones se considera una de sus obras más lograda, pudiendo admirarse hoy en el Metropolitan Museum of Art de New York. De este famoso cuadro y de su vinculación con la historia de la Cartuja y con un célebre episodio bélico ocurrido a mediados del siglo XIV a orillas del Guadalete, vamos a ocuparnos en las siguientes líneas.

Con Zurbarán por las orillas del Guadalete en El Sotillo.

En 1638, cuando Francisco de Zurbarán recibe el encargo del Monasterio de Santa María de la Defensión para pintar un retablo destinado a su altar mayor, así como otros cuadros para distintas dependencias, cuenta con 40 años de edad y es ya un reconocido maestro. Tras una estancia en Madrid en la que visita a su amigo Diego Velázquez y se relaciona con los pintores italianos que trabajan en la corte, comenzará a abandonar el tenebrismo de sus comienzos, ganado sus cuadros en claridad con tonos menos contrastados. Reconocido con el título de "Pintor del Rey", vuelve a Llerena donde tiene su taller en el que trabaja también, junto al encargo de la Cartuja jerezana, en otros cuadros de motivos religiosos para el mercado americano.



Como pieza central del retablo solicitado, nuestro pintor concibe un lienzo de grandes dimensiones (335 x 191 cm) en el que representa al óleo un motivo basado en una antigua leyenda. Con el título de “La batalla entre moros y cristianos en El Sotillo” (o también la “La Batalla de Jerez” o “La batalla del Sotillo”), el cuadro recrea un enfrentamiento bélico enmarcado en las luchas de frontera que tiene como trasfondo un hecho histórico sucedido a orillas del Guadalete, en un paraje conocido como El Sotillo en el que se había edificado el monasterio.

La pintura nos ofrece una escena nocturna, planteada con un claro y original carácter narrativo, en la que Zurbarán demuestra su maestría en el tratamiento de la luz (1). En medio de la noche, en primer plano, un soldado –que nos recuerda a los personajes del Cuadro de las lanzas de Velázquez- muestra al espectador lo que sucede en el fondo. Entre las arboledas que crecen junto al río, se desarrolla una reñida batalla.



Jinetes a caballo, portando lanzas y escudos, combaten duramente. Los cristianos -con cascos, petos y armaduras- luchan contra los moros -con turbantes- que aguardaban escondidos entre las espesuras de los sotos del Guadalete, al amparo de la oscuridad, para sorprender en una emboscada a los jerezanos que han salido en su busca. Sin embargo, el paraje se ha iluminado de pronto gracias a una milagrosa intervención de la Virgen, que ocupa la parte superior del cuadro, proyectando su luz dorada sobre las riberas del río. Los enemigos que esperaban al acecho han sido descubiertos y vencidos. Para perpetuar el recuerdo de esta batalla se construye allí una ermita, que aparece en el centro de la escena.

La Batalla de Jerez” fue pensada inicialmente, como se ha dicho, para ocupar el centro del primer cuerpo del retablo del altar mayor de la iglesia de La Cartuja, si bien parece ser que aún en época de Zurbarán, éste sufrió modificaciones siendo trasladados algunos lienzos a otras dependencias del monasterio. Entre ellos este que nos ocupa, -que fue sustituido por una escultura- así como otra pintura de idénticas dimensiones y formato, La Virgen del Rosario (2).

De ello da cuenta Antonio Ponz, quien visita el Monasterio en 1791 y deja escrito que “… en dos retablitos del Coro de los Legos, hay dos excelentes pinturas del citado Zurbarán, y de su mano son igualmente dos grandes cuadros puestos en las paredes de este recinto: el uno representa á Nuestra Señora con el Niño Dios, y a diferentes Monges de rodillas, en el otro está Nuestra Señora como auxiliando á los Xerezanos en una batalla que ganaron a los moros en estos contornos, en la qual pendieron al Régulo Aben-faha, que lo enviaron en presente a Alfonso XI, todavía niño. Á dicha pintura llaman de la Defensión” (3).

Una pintura con trasfondo histórico.

Como se ha dicho, Zurbarán debió ser informado por los cartujos de la leyenda de la aparición milagrosa de la Virgen de la Defensión en El Sotillo, lo que serviría de inspiración para la obra más emblemática del retablo. ¿Qué trasfondo histórico había en aquella historia de intervenciones sobrenaturales a favor de los cristianos?

Para acercarnos a los orígenes de la leyenda, conviene recordar que a la muerte de Alfonso XI y durante el reinado de los primeros monarcas de la dinastía Tras támara, los conflictos sucesorios y las luchas nobiliarias “impidieron de forma efectiva continuar con la política de Reconquista” y, de alguna manera, la frontera se mostró más vulnerable (4). Por esta razón, las campiñas y sierras jerezanas, situadas en un espacio inseguro, fueron a lo largo del último tercio del siglo XIV el escenario de no pocos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos.

Aunque éstos no llegaron a romper el equilibrio en la zona por no ser de gran trascendencia, quedaron recogidos por los historiadores locales quienes, en algunos casos, elevaron a la categoría de batallas épicas lo que no fueron sino pequeñas escaramuzas o refriegas de poca relevancia.

Este es el caso, por ejemplo, de las batallas de Gigonza (1371) y Vallehermoso (1372).

En la primera, las tropas de Jerez combatieron y vencieron en las cercanías de la Torre de Gigonza a “los moros de Ronda y del Estrecho, que favorecidos de todo el Reino de Granada hacían muchas entradas en nuestro término… Fue esta batalla tan durable que les cogió la noche peleando, trayendo más de mil cautivos” (5). En Vallehermoso, los jerezanos hicieron frente y derrotaron a las huestes del “moro Zaide”, alcaide de Ximena, quien “juntó 400 caballeros y muchos peones; y con esta tropa se vino a los campos de Medina, donde hizo grandes daños robando gentes, ganados y víveres… y se entraron por los xerezanos terrenos para hacer lo mismo” (6). Junto a las anteriores -y por su importancia posterior en la historiografía jerezana- hay que destacar la conocida como Batalla del Sotillo, (1370), cuyo desenlace tendría implicación indirecta en la fundación del monasterio de La Cartuja.


La batalla del Sotillo.



Este enfrentamiento fronterizo tuvo lugar en un paraje cercano a la confluencia del Arroyo Salado con el río Guadalete a escasos 4 km de la ciudad. En las alamedas del río se escondieron durante la noche “un grupo de soldados musulmanes y según cuenta la leyenda piadosa, gracias a la intervención de la Virgen se hizo la luz y las tropas cristianas pudieron ver a sus enemigos”. En este mismo lugar se levantaría, apenas un siglo después el monasterio de La Cartuja que, en recuerdo al suceso milagroso que tuvo lugar en este paraje, tomaría la advocación de Santa María de la Defensión (7).



Como es de suponer, este hecho de armas ha sido ensalzado y elevado a la categoría de épico en la historiografía tradicional jerezana. Así lo describe, a mediados del XVII, Esteban Rallón, que sitúa la historia en los días en los que el rey Pedro I (El Cruel) veía ya peligrar su reinado en las luchas con su hermano Enrique: “Los moros andaban victoriosos y les pareció que era fácil acometer a nuestras fronteras. Marcharon hacia Xerez, que salió con aviso de que un grande escuadrón de moros de Ronda, Gibraltar y Ximena, les corrían sus campos. Llegaron a donde hoy es el convento de Cartuja a cuyo sitio llamaron los antiguos El Sotillo, entre cuyas matas estaban escondidos muchos moros, para dar en los cristianos, al paso malo del Salado, que estaba sin la puentecilla que hoy tiene. Peligro de que los libró Nuestra Señora, descubriéndose a todos en una nube refulgente, cuyos resplandores descubrieron los moros emboscados y cautivaron gran número, por lo cual, reconoció Xerez a tal favor, labró en el mismo sitio una ermita y le dio por nombre Nuestra Señora de la Defensión” (8).

Esta versión, con pequeñas variaciones, fue repetida por muchos autores quienes atribuían la victoria cristiana en aquella escaramuza a la milagrosa intervención de la virgen. Pedro de Madrazo, quien sitúa este episodio bélico erróneamente en el reinado de Alfonso X, lo describe en términos similares “…habiendo salido los de Jerez contra los moros que talaban sus campos, estos les tenían dispuesta una celada en una gran mata de olivares llamada el Sotillo, donde hoy se eleva la Cartuja. Los cristianos, al llegar de noche al paraje de la emboscada, fueron favorecidos por una luz sobrenatural y repentina que les descubrió el lugar donde estaban ocultos los infieles, y cayendo sobre ellos los pusieron en completa derrota. Acercándose luego al paraje de donde salía la gran claridad, vieron una imagen de la Virgen” (9).

El historiador Manuel de Bertemati, atribuye este suceso a Abu Zeid alcaide de Jimena, “el 'moro Zaide'” de las crónicas cristianas. Protagonista de otras incursiones en las campiñas fronterizas en las que talaba las huertas y olivares, robaba ganados y cautivaba campesinos, Zaide era, a decir de Bertemati un “verdadero bandido, rara vez presentaba sus huestes en abierta lid frente al enemigo: su habilidad consistía en ofender sin ser ofendido; robaba, mataba, cautivaba y huía á uña de caballo. De la célebre emboscada del Sotillo en 1368, cuando ya el rey D. Pedro hacía sus últimos esfuerzos por salvar la corona y la vida, quedó memoria en la ermita de Nuestra Señora de la Defensión, hoy ex monasterio de la Cartuja, levantada en el sitio mismo del combate por la piedad de los que milagrosamente se salvaron de aquella pérfida acechanza". Nuestro historiador, hombre ilustrado y miembro de la Real Sociedad Económica Xerezana, de la que era su secretario, omite en su relato la intervención milagrosa de la Virgen, tratando tal vez con ello de dar una explicación “racional” a aquel suceso que en los siglos anteriores se tenía por sobrenatural. Así lo cuenta: “Escondidos entre los jarales que allí abundaban, cerca del vado del río, esperaron los moros á los xerezanos al espirar la tarde de un nebuloso día; pero el cielo, que se despejó de improviso, dando paso á los purpúreos rayos del sol poniente, iluminó senderos y matorrales, dejando descubiertos á los enemigos que, sin tener tiempo para levantarse y embestir, fueron alanceados y cautivados en gran número" (10).

La Ermita de la Defensión.



La historiografía local recuerda que para conmemorar aquella “batalla”, la ciudad mando levantar entre las alamedas de El Sotillo, donde habían tenido lugar los hechos, una ermita como exvoto a la Virgen, a cuya intervención en “defensión de los cristianos”, atribuían los jerezanos la victoria sobre los moros (11).

Como apunta Madrazo la ermita “con el título de Nuestra Señora de la Defensión, y la imagen de la Madre de Dios pintada en ella para memoria del suceso, en medio de una nube resplandeciente con los moros y caballeros jerezanos al pie, duró largos siglos atrayendo hasta nuestros días el devoto y numeroso concurso de los fieles del país, entre los cuales aún se conserva fresca memoria de los beneficios debidos a Nuestra Señora. La ermita, transformada en pequeña iglesia aneja al monasterio, quedó en cierto modo exenta, con una puerta al campo para que pudiera ser frecuentada sin ofensa para la clausura” (12).



Heredera de esta ermita, que aparece también representada simbólicamente en la parte central del cuadro de Zurbarán junto a los sotos del río, es la que hoy se conoce como Capilla de los Caminantes. Se accede a ella tras atravesar la fachada principal que da acceso al atrio. Situada junto a la antigua Hospedería del monasterio, en cuyo patio destaca una escultura de mármol de San Bruno obra de Pedro Laboria (1761), la capilla "es una construcción de mediados del siglo XVIII levantada sobre la primitiva ermita de Nuestra Señora de la Defensión... Su estructura actual presenta una sola nave y atrio de arcos de medio punto sobre columnas de mármol" (13).

En el porche de la capilla, a ambos lados de su puerta de acceso pueden verse sendos paneles cerámicos sobre la Virgen de la Merced y sobre la historia del Monasterio. En este último se recuerda también la Batalla del Sotillo.

Nos gusta acercarnos a La Cartuja y recorrer despacio el gran patio que se abre ante la fachada de la Iglesia, haciendo un alto en la Capilla de los Caminantes, siempre abierta, o pasear por los jardines de acceso al monasterio y detenernos después en la vieja Cruz de la Defensión. Y luego, cuando cae la tarde, antes de abandonar este lugar, nos gusta sobre todo asomarnos a la antigua huerta de la Cartuja, flanqueada por las alamedas del Guadalete, en las riberas del Sotillo, donde tuvo lugar aquel enfrentamiento ente moros y cristianos que recreara Zurbarán en “La Batalla de Jerez” y que ya para siempre imaginamos tal y como él la pintó.


Para saber más:
(1) Sánchez Quevedo, M.I.: Zurbarán, Ediciones Akal, 2000, p.31
(2) Ibídem, p. 33
(3) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, p. 278.
(4) Martín Gutiérrez, E. y Marín Rodríguez, J.A.: “Tercera parte. La época Cristiana” (1264-1492), en Caro Cancela, D. (Coord.): Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval. Tomo 1, Diputación de Cádiz, 1999, p.269
(5) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez 1886, Ed. facsímil de 1989, L. II, p. 234.
(6) Ibídem, p. 235
(7) Romero Bejarano, M.: De los orígenes a Pilar Sánchez. Breve Historia de Jerez. Ediciones Remedios,9, 2009, pp. 30-31.
(8) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 120.
(9) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz, Barcelona, 1884, pp. 581-582.
(10) Bertemati y Troncoso, M.: Discurso sobre las historias y los historiadores de Xerez de la Frontera: dirigido a la Real Sociedad Económica Xerezana en noviembre de 1863, Imprenta del Guadalete, Jerez, 1883 p. 162.
(11) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística y monumental, Sílex Ediciones, 2004, p. 226
(12) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz… p. 582.
(13) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística… p. 229


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otras entradas relacionadas: Paisajes con historia, El paisaje y su gente

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/05/2017

13 octubre 2024

Por La Torre de Pedro Díaz.
Paisajes fronterizos en torno a Jerez.




En nuestro paseo de hoy, en torno a Jerez, les proponemos acercarnos hasta un rincón de la campiña próximo a la Sierra de Gibalbín: la Torre de Pedro Díaz. Este paraje rural, donde llama la atención del viajero el caserío del cortijo de La Torre, rodeado de olivares, guarda también algunos curiosos episodios de nuestro pasado medieval que les invitamos a conocer.

Un poco de historia.

La Torre de Pedro Díaz, conocida en otro tiempo como Torre de la Hinojosa, formaba parte de la cadena de fortalezas, torreones y atalayas repartidos por el extenso alfoz de Jerez. Durante los siglos medievales, estos enclaves cumplieron un importante papel en el control del territorio y en el sistema defensivo de la ciudad cuando estas tierras lo fueron de frontera. Ubicada a los pies de la Sierra de Gibalbín, en las proximidades de los caminos medievales que conducían a la campiña sevillana, la Torre de Pedro Díaz estaba a medio camino de la de Santiago de Fé (que se emplazaba en Las Mesas de Santiago, ya desaparecida), y la situada en las cumbres de dicha sierra, que aún se conserva. Conectaba con ellas visualmente, como lo hacía también con la Torre de Melgarejo, la más cercana a la ciudad.

Los paisajes de aquel Jerez medieval de tierras fronterizas, estaban plagados de “torres”, muchas de las cuales, como esta de Pedro Díaz, han mantenido su nombre en la toponimia actual.

Entre otras, además de las citadas, mencionaremos aquí las de Pedro de Sepúlveda (cerca del actual Circuito de Velocidad), la del Almirante (junto al Guadalete), la de la Trapera (La Gredera), la de Roldán (La Canaleja), la de Gonzalo Díaz (Matagorda), la de Martelilla, la de Ruiz Fernández (La Asuara)… Si bien alguna de estas torres cumplió un papel defensivo y por tanto debieron ser sólidas construcciones en altura, la mayoría desempeñaban funciones estrictamente agrícolas formando parte de grandes explotaciones agropecuarias. En el caso de la de Pedro Díaz parece que pudo ejercer ambos cometidos. (1)

El historiador jerezano Bartolomé Gutiérrez cuenta de ella lo siguiente: ”Hazia la parte del Norte de Xerez se ve otra torre llamada de la Hinojosa y oy es conocida con el nombre de torre de Pedro Díaz, cuyo Donadío, era y es perteneciente á la familia de los cavalleros Hinojosas de esta ciudad… (2).



Acerca del primer propietario de la torre, nuestro historiador señala también que en 1293, durante el reinado de Sancho IV, una vez ganada Tarifa, Rodrigo Ponce de León la defendió con una guarnición en la que “…quedó mucha gente Xerezana. Era por este tiempo del Rey D. Sancho (y lo fué en el de su padre D. Alonso el Sábio) confirmador del Reino, D. Diego Martínez de Hinojosa, Rico home de Castilla, que tenia casa en Xerez y repartimiento de tierras y una torre llamada de la Hinojosa, que hoy se llama de Pedro Diaz; murio en esta Ciudad y fue enterrado en la Iglesia de San Juan, llamada de los Caballeros. (3)

En un primer momento, tras el repartimiento de las tierras del alfoz jerezano en el siglo XIII, este Donadío tomo el nombre de Hinojosa en recuerdo de su primer poseedor. Sin embargo, ya en la segunda mitad del siglo XV, la torre será conocida como de Pedro Díaz, tal vez en alusión a Pedro Díaz de Villanueva o de Hinojosa, un descendiente de aquél y un notable jerezano en quien recaerían importantes cargos y honores como la mayordomía de la ciudad o la alcaldía de Tempul (1488), según apunta el profesor Sánchez Saus en sus Linajes medievales de Jerez de la Frontera, obra en la que el lector curioso podrá encontrar más datos acerca de esta ilustre familia (4). Conviene recordar también que distintas fuentes documentales se refieren a este lugar con el nombre de Torre de Diego Díaz, como se la denomina en el recientemente publicado Cronicón de Benito de Cárdenas (5), o como figura también en las ordenanzas jerezanas del siglo XV sobre la milicia concejil y la Frontera de Granada, donde se incluye en la relación de lugares en los que han de situase atalayas para dar aviso a la ciudad de posibles incursiones de las tropas enemigas. (6)



Aunque algunos autores consideran como enclaves diferentes las torres de Diego Díaz y de Pedro Díaz, creemos que se trata del mismo lugar, tal como se deduce del relato de los hechos ocurridos en 1474, con motivo de la toma de la Torre de Lopera (cerca de Villamartín) por Pedro de Vera, quien se la arrebata a los seguidores del Duque de Medina Sidonia. En este episodio, recogido en las distintas obras de la historiografía tradicional jerezana, se narra como las tropas del Marqués de Cádiz, acudieron desde Jerez en auxilio de Pedro de Vera, llegando hasta esta torre que es denominada, según el autor, indistintamente con uno u otro nombre. (7)

Si la torre ya existía en tiempos de la conquista castellana y como tal fue distribuida con sus tierras en el repartimiento rural del alfoz, cabe pensar que su origen fuese musulmán (8). Aunque los restos originales que de ella se conservan son escasos, se aprecian en sus esquinas y en los arranques de los muros los sillares de cantería con los que debió ser reforzada en época cristiana. En su parte más alta se adivina un pequeño murete de tapial, al igual que en distintos puntos de la cerca que rodeaba esta construcción, a modo de pequeña muralla defensiva, por lo que su posible origen islámico es más que probable.

Sea como fuere, tras la conquista cristiana la torre cobrará protagonismo en el control, junto a otros castillos y atalayas, de los territorios fronterizos. De la misma manera será un pequeño enclave rural dedicado a las tareas del campo. Los trabajos del profesor Emilio Martín Gutiérrez sobre la organización del paisaje rural durante la baja edad media documentan ya en este sector, de gran potencialidad agrícola, la existencia de cultivos de cereal, viñas, olivares y huertas. Prácticamente como en la actualidad. (9)

En el primer tercio del siglo XVI el monasterio de San Jerónimo de Bornos, con grandes posesiones de tierra en este sector de la campiña, se hace con las del cortijo de la Torre que figura entre los de mayor extensión de cuantos posee esta comunidad en el término de Jerez, junto al cercano de Mesas de Santiago. En los siglos posteriores la Torre de Pedro Díaz se consolida como explotación agrícola y aunque cambió varias veces de propietarios, mantiene su nombre: “…la superficie del cortijo se amplió con la compra de tierras adyacentes hasta alcanzar unas 1.800 aranzadas. A raíz del proceso desamortizador iniciado en 1820 durante el Trienio Liberal, la finca es comprada por un destacado negociante de la Bahía de Cádiz, don Pedro Zuleta, cuyo linaje, emigrado a Inglaterra por su filiación liberal, recibe en 1847 de la reina Isabel II la merced nobiliaria del condado de Torre Díaz” (10). A mediados del XIX se aglutinaban en torno a La Torre otras edificaciones, constituyéndose así un pequeño núcleo de población a juzgar por lo que se deduce de las cifras que aporta el Nomenclátor Estadístico de 1858, en el que este cortijo se encuentra entre los núcleos agrícolas más populosos del término, con 138 habitantes censados, sólo superado por los de Mesas de Santiago (247), Monte Corto (147) y Tabajete (145), lo que nos da una idea de su importancia. (11) Aún hoy, junto al cortijo, se conserva también otro de menores proporciones, “La Torrecilla”, dando en conjunto el aspecto de una pequeña aldea.

Fértiles campos en torno a La Torre

Centrándonos en las tierras que rodean al cortijo de la Torre de Pedro Díaz, debemos decir que son excelentes para el cultivo, por lo que es fácil adivinar que desde tiempos remotos fueran desmontadas sus dehesas para dedicarlas al cereal, a la vid y al olivo. Por citar sólo una referencia, en sus proximidades se encuentran los pagos de Romanina Alta y Romanina Baja, enclaves con larga historia de ocupación agrícola a sus espaldas. Y no es de extrañar que así sea ya que en estas suaves laderas de la cercana sierra de Gibalbín, aparecen suelos profundos óptimos para la agricultura. Los situados entre el cortijo de La Torre y la sierra, que se desarrollan en el pie de monte, son limos calcáreos de edad cuaternaria, producto de la erosión de los materiales rocosos de las zonas más altas de Gibalbín. El pequeño cerro sobre el que se sitúa el cortijo y sus lagares está constituido por arenas y limos del plioceno, de gran porosidad y fácil disgregación. Por último, la mayor parte de las tierras del entorno del cortijo son margas blancas del mioceno, también conocidas como albarizas. (12)



A la buena calidad de las tierras se añade el hecho de que la zona mantiene una red de drenaje superficial con numerosos arroyos y algunos nacimientos de agua de cierta importancia. A todo ello hay que añadir los grandes pozos que tradicionalmente han existido en estos parajes (uno de ellos puede verse a los pies del cortijo de la Torre, en las proximidades del vecino cortijo de La Torrecilla y otro ya en las cercanías de la Cañada de Romanina). En la pasada década se autorizaron sondeos para la extracción de aguas subterráneas para los nuevos regadíos, con pozos que llegan a alcanzar profundidades de 50 m. De la misma manera se han construido varias pantanetas, como la que recoge las aguas de los arroyos del Cotero y Los Naciementillos, próxima a La Torre, que distinguimos casi oculta por la arboleda que lo rodea. Este pequeño embalse aprovecha de las escorrentías superficiales y las que proceden de varios manantiales (Los Nacimientillos), ya conocidos desde antiguo. Junto a otros de la Sierra de Gibalbín, los manantiales próximos al cortijo de la Torre y Romanina fueron ya visitados por el ingeniero Ángel Mayo en 1861, cuando redactaba el proyecto para la traída de aguas a Jerez. En el cercano arroyo de La Molineta, que bajando de las faldas de Gibalbín atraviesa la carretera de El Cuervo (en el punto en el que esta se cruza perpendicularmente con la cañada de Romanina) existen también otras pequeñas pantanetas. Ya en el siglo XVI, según consta en las Actas Capitulares (1550), se pretendía traer hasta Jerez, a través de un acueducto, las aguas del manantial de la Molineta, cuyo caudal diario se estimó en 88 reales fontaneros: unos 286.000 litros/día. (13)

El cortijo en la actualidad



Dominando un dilatado paraje, el cortijo de La Torre de Pedro Díaz se encuentra situado al suroeste de la sierra de Gibalbín, próximo a la carretera que une El Cuervo con Gibalbin, desde la que parte un camino perfectamente señalizado que nos lleva hasta el caserío, visible desde la lejanía. Ya desde los tiempos medievales este lugar se encontraba bien comunicado y por sus cercanías discurren las cañadas de Espera y de Romanina (o de las Mesas), así como la de Casinas o de Gibalbín, que sirve de unión a las anteriores. Las tierras que rodean al cortijo (Romanina Baja, Las Salinillas, El Palomar, El Cotero…) las cruzan los arroyos del Cotero (que se embalsa en una pantaneta con cuyas aguas se riegan olivares), de los Nacimientillos, del Cuadrejón, de las Salinillas… Todos ellos bajan de las laderas de la sierra de Gibalbín buscando el arroyo del Gato que confluye después con el Salado, camino de los Llanos de Caulina.

El caserío del cortijo está formado por varios núcleos de construcciones. El más antiguo, el que alberga la antigua torre, está edificado sobre un pequeño resalte del terreno para potenciar así su originario carácter defensivo. En su parte trasera se aprecian los restos de un muro que, a modo de cerca, debió rodear antaño todo el conjunto, adivinándose el tapial en algunos puntos. A las diferentes dependencias de esta parte del cortijo se accede a través de una gran explanada desde la que se contempla la fachada y los distintos elementos que lo integran, organizados en torno a dos patios. El edificio más sobresaliente, en el que se distinguen los restos de la torre medieval, corresponde a un antiguo granero de dos plantas con un aspecto que nos recuerda a la nave de una pequeña iglesia rural. Junto a él se encuentran otras antiguas dependencias que albergaron viviendas, graneros y almacenes.

Otro conjunto de construcciones, dispuestos en forma de “u”, acogen las viviendas de los trabajadores, junto a las que se levantan pequeñas naves para aperos y maquinaria agrícola, así como silos de cereal.

En lo más alto de un cerro cercano se ven dos grandes naves, construidas hace unas décadas para bodegas y lagares, cuando en las tierras de albariza de la Torre se plantó un gran viñedo. Desde hace unos años, la viña se arrancó y se sembraron olivos, por lo que en la actualidad estas naves acogen una almazara. Los carteles lo anuncian desde la carretera: “La Torre de Pedro Díaz. Aceite Virgen Extra”. En el cortijo, estos mismos carteles se ven por todos los rincones y la señalización nos conduce hasta la puerta misma de la almazara. En el campo, los viñedos dejaron paso a los olivares que se riegan con goteo y que anuncian la fuerte apuesta que en estos parajes se ha hecho por la modernización y por los nuevos cultivos. Innovación e historia unidos de la mano en las tierras de La Torre de Pedro Díaz, a los pies de la sierra de Gibalbín, desde donde, a la caída de la tarde, se adivinan lejanas las luces de Jerez, en el horizonte. Aquella ciudad a la que siglos atrás, avisaban las ahumadas desde la Torre cuando sus enemigos se acercaban por los olivares.

Para saber más:
(1) Para conocer más a fondo el paisaje rural jerezano durante los siglos medievales recomendamos la lectura de Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. En este trabajo puede encontrarse amplia información sobre las numerosas “torres” distribuidas por la campiña jerezana.
(2) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol. I, 31-32.
(3) Gutiérrez, B.: Historia… vol. II, 159.
(4) Sánchez Saus, R.: Linajes medievales de Jerez de la Frontera, Sevilla, 1996. Vol. 1 pg. 102-105.
(5) Abellán Pérez, J.: Cronicón de Benito Cárdenas, Peripecia Libros, Jerez, 2014, p.32.
(6) Sánchez Saus, R. y Martín Gutiérrez, E.: “Ordenanzas jerezanas del siglo XV sobre la milicia concejil y la Frontera de Granada”. Historia. Instituciones. Documentos, 28 (2001). 337-390, p. 383.
(7) Así, por ejemplo, Bartolomé Gutiérrez se refiere a ella al relatar este episodio que tuvo lugar en 1474, como Torre de Pedro Díaz (Gutiérrez, B.: Historia… vol. II, 110), al igual que Fray Esteban Rallón (Rallón E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pg. 404). Como Torre de Diego Díaz figura en el Cronicón de Benito Cárdenas, donde se describen estos mismos hechos (ver nota 4).
(8) Aguilar Moya, L.: Jerez Islámico, en “Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval”. Tomo 1. Diputación de Cádiz. 1999, p. 244.
(9) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004, pg. 162.
(10) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002 Pg. 203-204.
(11) Nomenclátor de los pueblos de España. Madrid, Imprenta Nacional, 1858. Págs. 190-192-
(12) Mapa Geológico de España. Hoja 1.048. Jerez de la Frontera. IGME. 1988.
(13) Barragán Muñoz, M. Coord.: Aguas de Jerez. Evolución del abastecimiento urbano. Ed. Ajemsa, Jerez de la Frontera, 1993, p. 111.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/09/2014