Un paseo de Arcos a Gibalbín.
Por carreteras secundarias al encuentro de la historia y los paisajes.

A nuestro amigo Raúl Pizarro, que viste los paisajes de la campiña de literatura.


La carretera que desde Gibalbín conduce a Arcos atraviesa por cerros de suaves laderas en los que abundan los viñedos y las “tierras de pan sembrar”, grandes extensiones dedicadas a los cultivos de secano. Se trata de una apacible y poco transitada vía secundaria, de trazado ondulado y sinuoso que sigue en muchos de sus tramos el antiguo Camino de Lebrija a Arcos de la Frontera por La Bernala, una vía pecuaria que deja a uno y otro lado las tierras de renombrados cortijos. En nuestra salida de hoy la vamos a recorrer sin prisas, recreándonos en sus paisajes y sus pequeñas historias. ¿Nos acompañan?

Entre los viñedos de Gibalbín.

Nuestro itinerario arranca junto a las últimas casas de Gibalbín, construidas desde mediados del siglo pasado en los márgenes de la antigua Cañada de Espera, convertida hoy en su primer tramo en la carretera que une Gibalbín con Espera y Las Cabezas de San Juan. Frente a la venta La Choza y poco antes de llegar a la venta de Gibalbín, sale a la derecha esta vía secundaria que tras 13 km de recorrido nos llevará hasta Arcos (CA 5101).

Tras subir una pequeña cuesta en las que el camino está escoltado por adelfas, nos adentramos en las tierras del pago Cuartillo de La Plata, donde prosperan nuevos plantíos de olivos y en las que destacan los viñedos de Barbadillo, cuyos lagares y bodegas se levantan en lo alto del cerro a la derecha de la carretera. De estas cepas proceden los conocidos y afamados vinos de esta importante firma bodeguera entre los que sobresalen el renombrado Castillo de San Diego (el blanco más vendido del país) y el tinto Gibalbin, que lleva el nombre de estos parajes por todos los lugares de España.

Frente a estas instalaciones, al otro lado de la carretera, se encuentra el caserío del cortijo de La Bernala. Este curioso topónimo, presente ya en los primeros tiempos de la ocupación castellana de estas tierras en el siglo XIII, da nombre a los parajes de este rincón de nuestro término. Antaño formaron parte de una dehesa arrebatada por el concejo jerezano al arcense en los primeros años del siglo XIV, junto a las de la Cespedosa y las Navas de Cabrahígo, próxima está última también a Gibalbín (1).



Los litigios por la posesión de estos parajes se mantuvieron durante los siglos siguientes, decantándose finalmente su posesión, como la de las dehesas de Berlanga y El Abadín por la ciudad de Jerez. A decir del historiador arcense Pedro de Gamaza (1640), el nombre de estas tierras procede de Garci Bernal, uno de los cincuenta caballeros que se cuentan entre los primeros pobladores de Arcos, a quien en el repartimiento de su alfoz se le adjudicó un “donadío de tierras de labor de pan, que hoy conserva su nombre en la campiña… y llaman la Cañada de la Bernala” (2).



Tras una pronunciada bajada, la carretera cruza el modesto arroyo de la Cepera, tributario del Salado de Espera, dejando a la izquierda unos llamativos mogotes rocosos, testigos de una antigua cantera de yeso. Entre monótonas laderas con cultivos de cereales y girasol, asciende después por las lomas del cortijo de Granadillas (o Granadillo), cuyo caserío y almacenes quedan a la izquierda del camino. De este cortijo se tienen ya noticias desde comienzos del siglo XVI, siendo mencionado en el testamento del vicario arcense Juan González de Gamaza. Posteriormente perteneció al convento de las Concepcionistas de la Encarnación de Arcos, siendo a finales del XVII dehesa baldía de aprovechamiento común para los vecinos de Arcos (3).

Por Sanlucarejo y San Rafael.



Apenas dos km adelante, una hilera de adelfas a la izquierda del camino nos anuncia el carril que asciende hasta el cortijo de Sanlucarejo, situado en lo alto de un pequeño promontorio, en el extremo sur de Sierra de Gamaza. Frente a él, al otro lado de la carretera, el caserío del cortijo de San Rafael se divisa dominando un cerro.

Antaño, las tierras de Sanlucarejo formaron parte del vecino San Rafael, del que se escindió, señalando como dato curioso que a mediados del XIX figuraba entre las propiedades del jerezano Patricio Garvey (4). En sus proximidades, junto al antiguo camino de Espera, tiene un magnífico manantial, la fuente de Sanlucarejo. Esta surgencia se alimenta por el acuífero que se desarrolla en las areniscas que constituyen Sierra Gamaza, siendo canalizadas sus aguas a un pilar abrevadero, siempre rebosante aún en los meses más duros del estío.

A los pies del cortijo, junto a la carretera que se dirige a Bornos, los restos de una necrópolis hispanovisigoda, son testigos de la antigua ocupación de este rincón de la campiña. Entre diciembre de 1991 y febrero de 1992, con motivo de unas obras de ampliación de la carretera que une Bornos con Mesas de Santiago (actualmente cortada), se realizó una excavación arqueológica de urgencia en las proximidades del cruce cercano al cortijo de Sanlucarejo, que dio como resultado el hallazgo de 35 tumbas. Del denominado “tipo bañera”, las tumbas estaban excavadas en un afloramiento rocoso de arenisca visible desde la carretera y cubiertas con lajas de piedra. Las fechas de ocupación de la necrópolis podrían abracar los siglos VI-VIII d.C. (5).

La necrópolis se encuentra en un importante cruce de caminos (cañada de Arcos a Lebrija, Cañada de Jerez a Bornos por Mesas de Santiago y Colada de Sierra de Gamaza). Por la dispersión geográfica de los yacimientos de la zona y por la situación junto a los caminos, puede suponerse que esta vía sería usada desde, al menos, época romana (6).

De este enclave ya se tenían noticias desde finales de los 60 por los hallazgos junto al colindante cortijo de San Rafael de un tesorillo de monedas, así como por un estudio publicado por Luis de Mora Figueroa en 1981. En él se daba cuenta de los materiales cerámicos (vasijas, anforitas, jarritas) y metálicos (hebillas cruciformes y de placa rígida, puntas de lanza, apliques, zarcillos…) procedentes de ese lugar que se encontraban en distintas colecciones particulares a las que el autor tuvo acceso (7).








Frente a Sanlucarejo, al otro lado de la carretera, destaca en lo alto de un cerro el caserío del cortijo de San Rafael al que pertenecen también los tres pabellones de viviendas de trabajadores que se observan a media ladera, junto al carril de acceso. Hasta el último tercio del siglo XIX San Rafael era conocido como Cortijo Gamaza, por la proximidad de la sierra del mismo nombre a cuyos pies se  extienden esta finca. En las tierras de San Rafael, existió una villa romana de época imperial que pudo perdurar en el bajo imperio y en los siglos posteriores (8). Como se ha dicho, en 1969 se halló aquí un tesorillo de 28 monedas romanas de oro, depositado inicialmente en el Museo Arqueológico de Cádiz, del que paso al MAN, donde se encuentra. Las monedas son de finales del siglo IV d.C., correspondientes a la época de los emperadores Honorio y Arcadio (9).

San Rafael, prototipo de los antiguos cortijos de secano de la campiña, ya es mencionado por Madoz (1848), quien lo cita en el camino de Jerez a Bornos, entre el cortijo de El Palomar y las huertas y el Pilar de Gamaza, como se conocía ya a la fuente del actual cortijo de Sanlucarejo (10). Como construcción singular, conserva unos curiosos graneros, con rampas de acceso para carros al piso superior que se cuentan entre los pocos ejemplos de este tipo que han llegado hasta nuestros días. No es de extrañar que por sus especiales características y con tanta historia a sus espaldas, San Rafael saltara también a las páginas de la literatura de la mano de la hermosa novela “Historia de una finca”, obra de José y Jesús de las Cuevas ambientada en este cortijo de la campiña arcense y publicada en 1958 (11). De ella se ha escrito que “…aun con la reserva de tratarse de una obra de ficción, aporta una pormenorizada y fidedigna visión del tránsito de los modos de producción a las fórmulas modernas” (12). Como apunta acertadamente Ramón Clavijo, la novela es la historia de los profundos cambios que vivió la finca “que va pasando de los tinahones de bueyes iluminados con candiles de aceite y las cobras de yeguas en las trillas, a las cosechadoras y los tractores. Pero el horizonte siempre es el mismo, la tierra, mientras todo lo demás seres y formas de vida se van transformando” (13).

Dejando atrás San Rafael y Sanlucarejo, pasamos ahora por el cruce con la que en otros tiempos se denominara “carretera agrícola”, que unía Bornos con Mesas de Santiago y que hoy se encuentra cortada. Junto al cartel que lo indica podemos asomarnos a ver el antiguo pozo de San Rafael (construido en 1959) que surte con sus aguas un pilar-abrevadero para el ganado de la finca.



Por la fuente del Jadramil.

Continuando en dirección a Arcos, la carretera cruza durante tres km por monótonos campos sembrados de cereal o girasol. Junto a sus arcenes, una orla de palmitos nos recuerda que sigue el trazado de la antigua cañada de Arcos a Lebrija, que en algunos lugares conserva aún su anchura tradicional. Pasamos entre las tierras de Las Valderas y, algo más adelante, de El Jadramil (o Jaramil). Antes de llegar a este cortijo, cuyo caserío queda a la derecha sobre una pequeña loma, un bosquete de eucaliptos nos marca la entrada de una antigua cantera de arenisca calcárea que se explota



en estos parajes, el mismo material rocoso que conforma la cercana Sierra de Gamaza y la Peña de Arcos. A su interés geológico hay que sumar el histórico, como recuerdan los hermanos De Las Cuevas en su monografía sobre Arcos, donde mencionaban los hallazgos realizados por Mancheño y otros en la Colada del Jadramil (14). Mas recientemente, excavaciones de urgencia en estas canteras permitieron conocer que en estos parajes del Jadramil, tan cargados de historia, se emplazaba un asentamiento de la Edad del Cobre (o Calcolítico), fechado entre finales del tercer milenio y comienzos del segundo milenio antes de nuestra era. Aparecieron aquí estructuras subterráneas (pozos y silos), de características similares a las puestas a la luz en las canteras de El Trobal, próximas a Nueva Jarilla. Junto a estas estructuras funerarias prehistóricas se encontraron también enterramientos de época romana. Para un mayor conocimiento de este interesante yacimiento remitimos al lector a los trabajos de María Lazarich González (15).

Pero volvamos de nuevo a la arenisca y al paisaje. Esta roca, también conocida como “caliza tosca” o calcarenita, formada en el Mioceno superior, tiene naturaleza porosa y permite la filtración de las aguas de lluvia y escorrentía hasta niveles inferiores.



Aparecen aquí materiales menos permeables (margas gris-azuladas o de color crema), que retienen el agua y favorecen, en los puntos donde se dan las condiciones geológicas adecuadas, la aparición de fuentes y manantiales (16).

Uno de estos puntos es la conocida Fuente de Jadramil (o Jaramil) que encontramos en un prado, a la derecha de la carretera en dirección Arcos, pasada la entrada del cortijo, en un paraje en el que antaño abundaban las chumberas, hoy destruidas por una imparable plaga. El manantial ha sido encauzado hasta una pequeña construcción con bóveda de ladrillo, que guarda un pequeño depósito de agua desde el que se alimenta un curioso pilar. De forma rectangular, estrecho y muy alargado, el pilar permite que beban en él simultáneamente un buen número de cabezas de ganado. No en balde se emplaza en un antiguo descansadero de la vía pecuaria. Su fuente mana durante todo el año y sólo se agota en ocasiones excepcionales habiendo sido usada tradicionalmente para el abastecimiento ganadero, aunque en tiempos pasados también se utilizaban sus aguas para beber. A las orillas del reguero que forman las aguas que salen de su caño, nunca faltan los típicos berros que muchos vecinos recogen.



Dejando atrás la fuente del Jadramil, nuestra ruta pasa ahora junto a La Mancheña, que queda a la izquierda, poco antes del cruzar el puente sobre el arroyo Salado de Espera, tributario del Guadalete al que se une en las proximidades de la Junta de los Ríos. Este modesto curso fluvial, escoltado aquí por cañas y tarajes, tiene sin embargo violentas crecidas que cortan la carretera en numerosas ocasiones. Desde aquí, el camino inicia un pequeño repecho que deja a la izquierda una singular construcción, el Cortijo de San Pedro, construido en 1929 como indican los azulejos de su fachada, en la que destaca una curiosa puerta de entrada, con un tejado elevado sobre la línea de cubiertas de las demás dependencias. Conocido también como Rancho de Beltrán, el cortijo estuvo en otro tiempo dedicado a la cría caballar. Frente a la entrada, un curioso pilar nos da pistas de ello (17).



Nuestro camino llega a su fin y, al poco, damos ya con el desvío para la autovía Jerez-Arcos y los accesos a esta población, fin de nuestro camino y del recorrido por esta olvidada carretera secundaria tan cargada de paisajes y de historia.

Para saber más:
(1) Mancheño y Olivares, Miguel: Apuntes para una Historia de Arcos de la Frontera. Edición de María José Richarte García. Servicio de Publicaciones de la UCA y Excmo. Ayto. de Arcos. 2002. Vol. I. pg. 150.
(2) Pérez Regordán, M.: Nomenclátor de Arcos de la Frontera. El Campo. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, 199. Pg. 76.
(3) Ibidem, 180
(4) Ibidem, 302-303
(5) Martí Solano, J.: Excavación arqueológica de urgencia en la necrópolis hispanovisigoda de "Sanlucarejo". Arcos de la Frontera. Cádiz, Anuario Arqueológico de Andalucía, 1991, III Actividades de Urgencia, pp. 29-36. El emplazamiento se describe en p. 29 y siguiente. Ver también Carta Arqueológica del término municipal de Arcos de la frontera, 2009, Vol. III (1), p. 133-146
(6) Martí Solano, J.: Op. Cit. p. 35
(7) Mora-Figueroa, L. de:La necrópolis hispanovisigoda de Sanlucarejo (Arcos de la Frontera, Cádiz)”. Estudios de Historia y Arqueología medievales, 1, pp. 63-76. Universidad de Cádiz, 1981, Cádiz.
(8) Carta Arqueológica…, Op. Cit., p. 315-320.
(9) Pérez Regordán, M.: Op. cit. p. 302;
(10) Madoz, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. “Cádiz”. Edición facsímil, 1986, p. 83.
(11) De las Cuevas, J. y J.: Historia de una finca, Jerez Industrial, 1958.
(12) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. C. de Obras Públicas y Transportes. 2002, p.; 318)
(13) Clavijo Provencio, R.:Historia de una finca”, Diario de Jerez, 12 de abril de 2008. También se dan las referencias de este libro al Cortijo de San Rafael en Pérez Regordán, M.: Op. cit. p. 302;
(14) De las Cuevas José y Jesús.: Arcos de la Frontera. Diputación de Cádiz. 1985. pp. 24 y 50.
(15) Lazarich González, María. (2003): El Jadramil (Arcos de la Frontera). Estudio arqueológico de un asentamiento agrícola en la campiña gaditana. Ayuntamiento de Arcos de la Frontera. Cádiz. 496 pp.
(16) Mapa Geológico de España. Hoja 1.062. Paterna de Rivera. Instituto Geológico y Minero de España. 1987. pg. 18-20
(17) VV.AA.: Cortijos… Op. Cit. p. 465.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Carreteras secundarias, En torno a Arcos, Fuentes, manantiales y pozos, Paisajes con historia, Rutas e itinerarios.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 1/07/2018

La Venta del tío Basilio.
Con Fernán Caballero por los caminos de Jerez a Algar.




En estos días de otoño, cuando empieza ya a refrescar, renace cada año la vieja costumbre de salir al campo los fines de semana en busca de las ventas.

Desde hace unas décadas las ventas se identifican con esos establecimientos de hostelería a medio camino entre los restaurantes y los bares de carretera, a los que acudimos para “reparar
fuerzas” en nuestras excursiones por los alrededores de la ciudad (los populares “mostos”), o cuando realizamos otras rutas por el interior de la provincia, la costa o la sierra. Sin embargo, en sus orígenes, las ventas jugaron un papel aún más importante, cuando los viajes eran largos y las veredas tardaban en recorrerse varias jornadas. Estos establecimientos, que se levantaban en los cruces de caminos, en parajes perdidos en la mitad del campo o en los despoblados, servían fundamentalmente para facilitar comida, refugio u hospedaje a los viajeros. Con frecuencia se convertían también en lugares de reunión de los habitantes del lugar y como punto de intercambio de productos de la tierra, jugando también un papel importante en la difusión de las noticias relacionadas con las poblaciones cercanas.

Aunque en próximos artículos nos ocuparemos de algunas de las ventas más renombradas, hoy queremos recordar a una de las más humildes y modestas de la mano de la conocida escritora costumbrista Fernán Caballero: “la venta del Tío Basilio”. En su sencilla descripción se ilustra cómo pudo ser el origen de cualquiera de las pequeñas ventas que salpicaban los caminos rurales del siglo XIX.

La del “tío Basilio”, es una venta creada para la literatura, un escenario imaginado por la autora, ubicado en la ruta entre Jerez y Algar, en un paraje indeterminado, “a los pies de una vereda”, un lugar en el que “se extiende una dehesa solitaria”.



Lo narra Fernán Caballero en un cuento que aparece en su libro Relaciones (1862), y que lleva por título “Más largo es el tiempo que la fortuna”. (1)

Aquellas antiguas ventas.

Si existió o no en realidad la “ventilla del tío Basilio” o una con otro nombre de sus mismas características no es ahora lo relevante, aunque estamos seguros que a nuestra escritora, destacada representante del “realismo”, no le faltarían para inspirarse ejemplos similares al que describe, pues fue también reconocida viajera y recorrió desde su infancia los caminos de muchos rincones del interior de la provincia de los que nos ha dejado en sus libros pintorescas escenas.

Como ya hiciera su madre, la escritora gaditana Frasquita Larrea, Fernán Caballero pasó algunos veranos en Bornos desde donde hacía excursiones a parajes cercanos, visitando también los pueblos de Arcos, Ubrique y otros muchos lugares de la Sierra de Cádiz. En estos relatos, en los que el viaje y las descripciones del paisaje ocupan siempre un especial protagonismo, no podían faltar las referencias a las populares “ventas”.



Por citar sólo algunas, Francisca Larrea menciona en su viaje de Bornos a Ubrique, en 1824, la Venta de Tavizna, “situada a la orilla de río Majaceite… en un enorme peñasco”, o la Venta de la Albujera, en las cercanías de Ubrique, que la autora describe en un entorno idílico rodeado de frondosa vegetación (1).

Puesto que Fernán Caballero conoce bien los caminos y las ventas donde en tantas ocasiones habría parado a descansar mientras la diligencia o los coches cambiaban sus caballos, no es difícil imaginar que en su relato literario haya un poso de vivencias personales y de observaciones reales que nos ayudan a conocer o imaginar cómo pudieron ser aquellos modestos establecimientos.

En su relato se hace mención a que la “Venta del tío Basilio” se encuentra en algún punto del camino entre Jerez y la sierra de Algar, una vía de comunicación que ha existido desde los siglos medievales. Este camino, conocido, entre otros nombres, como Cañada de la Sierra, cruzaba el río por los vados (y después por las barcas) de la Florida y Berlanguilla para dirigirse después al Convento de El Valle. Desde este lugar, siguiendo el curso del Majaceite, se llegaba hasta la Ermita del Mimbral y Tempul, desde donde se bifurcaba en dirección a Algar y a los Montes de Propios de Jerez. A lo largo de su recorrido contó desde antiguo con numerosos ventorrillos, ventas, posadas y “paradas”, habida cuenta de lo despoblado de este extenso territorio situado en al este del término municipal de Jerez.

Algunos de estos viejos ventorrillos pueden ya encontrarse en el mapa de Tomás López (1787), o en otros más cercanos en el tiempo al relato de Fernán Caballero, como el de Francisco Coello (1866), el de Ángel Mayo (1877) o el de Antonio Lechuga y Florido (1897). Por citar sólo las ventas más nombradas y las que se encuentran recogidas en los mencionados mapas y planos junto al Camino de la Sierra, citaremos aquí la de Nepomuceno (en Cuartillo, donde todavía se conserva en parte la casa que la albergaba) o la de La Barca de la Florida, junto al vado, en el cruce de caminos de la Cañada de Albardén. Tras pasar el Guadalete, el viajero se encontraba la Venta del Zumajo (junto al arroyo del mismo nombre) y algo más adelante, en los Llanos del Sotillo, la Venta de la Cañada, en la vereda que se desviaba hacia Arcos. En estos mismos parajes se encontraba la casa de la Diligencia, donde hacían un alto los primeros coches de caballos que circularon por estos caminos.

Junto a las anteriores, una de las de más renombre fue La Parada del Valle, de la que aún se conserva una parte del viejo caserío que la albergaba y que era también conocida como Parador del Valle. El camino continuaba desde aquí por las laderas de las sierras del Valle, Dos Hermanas y Alazar, pasando por la Ermita del Mimbral donde también se ubicaba una popular venta con el mismo nombre. Tras cruzar la garganta de Bogas en las proximidades de la Boca de la Foz, el camino hacía un alto en el Molino y Venta de Tempul, situado junto a los manantiales. Más adelante, en la dehesa de Rojitán, donde se desviaba el camino de la Sierra hacia Ubrique, estuvo la Venta de la Papicha, como se refleja en el mapa de F. Coello de 1868. La Ventilla del Puerto de Galiz o la Venta de Lleja (la conocida “Ventalleja”), ya cerca del Mojón de la Víbora, cerraban este itinerario de ventas y ventorrillos que a lo largo del siglo XIX existieron junto a esta importante vía de comunicación que, en sentido oeste-este, unía las campiñas gaditanas con las sierras de Cádiz y Málaga.



La venta del tío Basilio.

A todas ellas habremos de añadir también, con todos los honores que se derivan de su mención en una obra literaria, la “venta del tío Basilio”. Esto es lo que nos refiere de ella Fernán Caballero, en su cuento “Más largo el tiempo que la fortuna”:



Entre Jerez y la sierra de Algar se extiende una dehesa solitaria. Veíase en ella, hace años, al lado de una vereda un sombrajo, a cuyo amparo se había establecido un hombre que sobre una mesa despachaba alguna bebida. Andando el tiempo, había labrado cuatro paredes y cubiértolas con enea: había compartido en su interior dos mitades, destinada una a cocina y despacho, y la otra a dormitorio, y se había llevado allí a su mujer y dos hijos.

Detrás de la casa había levantado un vallado, que formaba un corral cuadrado, en que de noche recogía unas cabras que de día llevaba a pastar a la sierra su hijo menor y había hincado una estaca de olivo al frente de su casa, con el fin de que pudiesen atarse en ella las caballerías de los escasos transeúntes de aquella vereda…
”.

Esta estampa que nos describe Fernán Caballero nos recuerda a la imagen de un ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque que el antropólogo alemán Wilhelm Giese recogió, en la década de los 30 del siglo pasado, en su libro “Sierra y Campiña de Cádiz” (3). Pero volvamos al relato…

…La estaca se había coronado a la primavera siguiente de una verde guirnalda, y pasando años, cuidada por su dueño, se había hecho un olivo frondoso, que proporcionaba al ventero una bonita cosecha de aceitunas, que aliñaba, y eran, con el queso de sus cabras, los ramos de más despacho de su establecimiento. Muchos caballeros de Jerez que solían ir a cazar, descansaban en la ventilla del tío Basilio, haciendo un consumo, cuyo valor pagaban quintuplicado”. (4)



Cada vez que recorremos la carretera de Cortes – el antiguo Camino de la Sierra- y cruzamos por alguna de las muchas “dehesas solitarias” que a lo largo del camino pueden verse todavía en Magallanes y La Guareña, en Malabrigo o en Berlanguilla, en El Sotillo, en El Parralejo… esperamos encontrarnos, en una vereda que aún no conocemos, escondida tal vez entre un bosquete de alcornoques, la “venta del Tío Basilio”.

Para saber más:
(1) Fernán Caballero:Más largo el tiempo que la fortuna”: http://www.biblioteca.org.ar/libros/70835.pdf
(2) Francisca Larrea.: Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.63 y 94.
(3) Wilhelm Giese.: Sierra y Campiña de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 429. De este libro ha sido tomada la imagen del ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque.
(4) A esta venta, y a esta escena, se refiere también Francisco Montero Galvache en un delicioso artículo “Fernán Caballero frente a Jerez”, ABC, 16/08/1952, donde estudia las opiniones de Fernán Caballero con respecto a los jerezanos y portuenses.
Nota: La imagen de Fernán Caballero se ha obtenido de 'http://www.alquiblaweb.com/2013/11/10/la-novela-realista-en-la-gaviota-de-fernan-caballero/'

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/12/2014

 
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